EXTRA IV | Waisenhaus

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WAISENHAUS

NIK ALLEN

Sus dedos se deslizaron sobre las cuerdas con las ultimas notas de la canción de cuna. Nikolas no era experto, pero estaba decidido a convertirse en uno. No tenía nada mejor que hacer, era aprender a tocar un instrumento o morirse de aburrimiento.

No se quejaba de la vida que tenía, su suerte le pertenecía y le gustaba creer que había una razón para que otros tuvieran mucho y él poco, para que sus amigos del jardín infantil contaran historias sobre sus padres y hermanos y él no pudiera hacerlo. A sus seis años lo sabía, había madurado rápido, era consciente de lo que era ser huérfano, al menos en lo esencial, entendía cómo funcionaba el mundo. Algunos eran ricos y otros no, unos niños tenían familias amorosas y otros ni siquiera recordaban el rostro de su madre, como era el caso de Nik.

«Al diablo con los padres», fue la primera maldición que dijo en su vida, y nadie más que su reflejo en el espejo la escuchó. Después de ese día, salió a enfrentar al mundo con aceptación, a la espera de lo que sea que viniera para él.

Y así llegaron los Allen.

Esa pareja amable que visitaba escuelas y orfanatos, hacían donaciones y jugaban y decían amar a todos los niños. ¿Cómo era posible? ¿Por qué sonreían y escuchaban a chicos que no eran sus hijos?

Los Allen tenían dos hijos. Riza, la chica con el cabello negro y los enormes ojos verdes como los de su madre. Y Charles, el chico de sonrisa radiante que acompañaba siempre a sus padres y compartía sus juguetes para hacer amigos. Nik había querido acercarse a él, pero era demasiado pequeño como para que Charles lo notara entre las filas de niños que se amontonaban a su alrededor cada vez que los Allen visitaban el orfanato.

El que fue su hogar los primeros seis años de su vida. Cuyas paredes blancas y escaleras que rechinaban lo asustaban al principio por su enormidad. A medida que creció se acostumbró a la sombra de las ramas meciéndose tras las ventanas, a las pisadas de la madre superiora y las hermanas con las últimas actividades del día. Rezaba en la capilla y asistía a la escuela dominical sin falta cada semana.

Pero con más facilidad se acostumbró a su nueva familia, después de que los Allen decidieran adoptarlo.

Y fue gracias a Charles. El chico que nunca miró a Nik porque había niños más divertidos, grandes y dispuestos a jugar con él. Un día solo miró en su dirección y les pidió a sus padres que por favor Nik los acompañara a casa.

Desde entonces, «Chase», ya no «Charles», acogió a Nik bajo su ala, lo convirtió en algo así como su tesoro más preciado. Lo defendió cuando otros lo llamaron por apodos horrendos, se enfureció cuando lo vio llorar y golpeó a todo niño que le hizo daño.

Sangre puraWhere stories live. Discover now