•⥽ Epílogo ⥼•

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Epílogo

"Malabares y otros mares"

IZAN

—Ahora de frente —me indicó Samael. Obedecí, como siempre que mi esposo pedía algo, giré mi cuerpo ligeramente y sonreí mirando a la cámara.

Nunca tuve muchas fotografías, salvo las que anualmente nos tomaban en el orfanato. Tampoco me sentía cómodo con la idea de pararme en medio del camino a posar para una cámara sostenida por un hermoso castaño de metro sesenta y tantos.

Salvo que ese hermoso castaño es mi esposo, la personita más compleja que conocí en mi vida.

—Basta, ni una más —dije. Me acerqué a Samael, lo rodeé con los brazos y le di un beso en esos labios que me pertenecían solo a mí—. Mi pago por posar para su cámara, su alteza.

—Deberías pagarme por tomarte fotos, es todo un reto hacer que se vean borrosas, te mueves demasiado.

—Sí, porque es raro quedarse quieto durante tanto tiempo —alegué.

Samael me miró con los ojos entrecerrados.

—Tres segundos, Zebell —indicó Samael—. ¡Tres! Y ni dos de esos puedes estarte quieto.

Lo tomé de la mano y comenzamos a caminar de regreso a la casa. Samael tenía su propia isla a treinta minutos de la ciudad en helicóptero. Decidimos pasar tres semanas de luna de miel en una casa oculta de murmullos y miradas curiosas.

Tres semanas de las que apenas llevábamos una.

La casa se encontraba a la orilla de una playa con arena blanca que por las tardes se teñía de un rojo intenso que me gustaba observar.

Sabía lo que era una playa, por supuesto, pero no estuve en una hasta después de casarme con Samael.

Casarnos.

Estaba casado con Samael Blackhill, el heredero cuyo nombre basta para entrar a cualquier lugar en el país. Para mí era mi príncipe, mi enano, mi esposo.

—Caminemos por la playa —dijo Samael. Hacía demasiado frío para pasear a la orilla del mar, pero yo no iba a negarle algo a mi caprichoso y demandante esposo.

Solo tres días después de llegar, notamos que el clima en esa época del año no era el mejor para entrar al agua. Me bastaron diez minutos cerca del mar para saber que era mi lugar favorito.

Sumado a que estaba acompañado de mi persona favorita en el mundo, yo era el ser humano más feliz.

Los atardeceres me gustaban más que los amaneceres, sobre todo porque a Samael le molestaba levantarse temprano y era más probable que saliéramos a la playa por las tardes y las noches.

Sangre puraWhere stories live. Discover now