Fleur: Memorias del tiempo [D...

由 defloresescribo

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Seguramente conoces el cuento de la zapatilla de cristal, el príncipe y el final feliz ¿Pero qué pensarías si... 更多

Había una vez
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
BASTIAN
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
DEAN I
DEAN II
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
SILVAIN I
SILVAIN II
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
EL DUQUE I
EL DUQUE II
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CLARICE I
CLARICE II
CLARICE III
CLARICE IV
CLARICE V
CLARICE VI
CLARICE VII
CLARICE VIII
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
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CUARENTA Y UNO

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由 defloresescribo

—¿Oíste lo que pasó en la casa del Conde Joubert?

—¿Oírlo? Lo vi todo.

Pasé sin llamar la atención junto a la puerta del salón principal de Rumeurs, solo para escuchar ese corto diálogo. Hace unos días que la alta clase se pasaba el chisme, agregando palabras aquí y allá; pero en lo que todos concordaban era, para mi satisfacción, que Bastian estaba profundamente enamorado de Mirella. Lo malo del rumor, es que algunos simpatizaron con Clarice y pensaban que había sido muy cruel de parte de mi hermano el haberla tratado como lo hizo, "humillando a su propia hermana" esa era la expresión que utilizaban.

Sin embargo, eran los menos.

Negué con suavidad y sonreí, aunque estas mujeres sabían a quién pertenecía el lugar, todavía se atrevían a hablar con tanta libertad; nadie podía culparlas, este salón de té, de principio a fin, había sido hecho con este propósito y hoy, yo había venido a generar otro.

"Los dos hijos legítimos de la casa Blanchett, habían quebrado relaciones con su padre y habían tomado de forma oficial su apellido materno".

Aunque esto ya había sonado por lo bajo desde el momento en que el pedido de mano de la princesa se había efectuado en persona, sin la compañía de ningún representante; no obstante, no era lo mismo sospecharlo que confirmarlo y para ello, necesitaba un rumor con peso y personas que lo esparcieran.

—Señorita. —Francis se me acercó y quiso dirigirme hacia las habitaciones privadas, pero decliné con amabilidad antes de dirigirme a las escaleras; el piso superior tenía una vista privilegiada del inferior y era el lugar ideal para dejar salir un chisme al tiempo que se confiaba en la seguridad del no ser visto.

Arriba, como era de esperarse, no había mucha gente; la poca que había, tomaba té en soledad mientras miraba por las ventanas. Las mesas más cercanas a la parte abierta del piso, estaban libres, exceptuando una. Allí, Loana y Lette ya me esperaban y sin decir demasiado, me senté y me serví té de la tetera.

—Bueno... —Guiñé un ojo con disimulo antes de romper en llanto— ...yo... papá... fue a casa y dijo... dijo que éramos una vergüenza... que... que...

Los ojos de Loana se llenaron de divertida sorpresa y Lette se llevó la mano a la boca, tapándose los labios antes de estirar la otra para tomar la mía. Sabía que debajo de esos dedos blancos, el par de labios se arqueaba y bloqueaba la risa.

—Pero... ¿Qué pasó?

Levanté los ojos en una nebulosa de agua salada: había cierta parte de ridículo, cierta parte de vergüenza y cierta parte envanecida por haber logrado que esas miradas cercanas, que supuestamente estaban centradas en el té, se dirigieran a mí.

—Cálmate, cálmate. —Mientras Loana palmeaba mi mano libre y Lette tomaba la otra, parecía que de verdad estaban consolándome por alguna calamidad. Nada más lejos de la realidad, en verdad éramos actrices talentosas representando una obra—. Ahora cuéntanos bien. ¿Qué dijo el duque?

Hice un puchero y me palmeé el pecho con suavidad, estaba siendo una verdadera proeza no romper a reír, aunque si era sincera, en su momento no había podido siquiera hacer el amago de una sonrisa. Pensé en cómo ese hombre se había presentado a primera hora de la mañana, al día siguiente de lo ocurrido en la velada de la condesa y abrí la boca para comenzar a contar lo que era la versión modificada de lo ocurrido. Grandes lagrimones lavaron el ligero rubor de polvo de peonia que había comprado y representé este teatro sin modular el tono de voz.

Me preocupaba que fuera exagerado o vulgar, pero las orejas de los oyentes, no parecían en lo más mínimo desagradables ante lo que decía y cuando todo terminó; como esperaba, pequeños y silenciosos comentarios condenatorios llegaron uno a uno y la tarde se pasó casi en un suspiro.

Para cuando me despedí de Loana y Lette, que habían actuado como coprotagonistas de la obra, que esta vez nos pertenecía, ya había convertido mi pena en el entretenimiento de todos y sacado provecho de ello; aunque tanto mi reputación, como la de Bastian, ahora estarían limpias, libres de culpa y condena, cuando estuve sola, con las mesas vacías, en el silencio de salón, con solo las doncellas limpiando, no pude evitar pensar en lo que de verdad había pasado.

El buen humor de la noche anterior se esfumó en cuanto Klaus entró al comedor a primera hora de la mañana para informar, con el gesto extraño, que el Duque Blanchett estaba en la entrada y que su tez no era buena.

—Hazlo pasar. —Antes de llevarme la taza a los labios, di mi afirmativa sin siquiera mirar a mi hermano que, por casualidad, todavía se encontraba en casa. Probablemente a esto se le llamaba coincidencias destinadas.

—Después de todo, era de esperarse. —Con un simple comentario, Bastian aplicó mermelada a la tostada y mordió indolente.

—De hecho. —Le di la razón, volví a tomar un sorbo de té con leche y esperé a que las puertas se abrieran; entretanto, por el rabillo del ojo, el espejo me mostró el reflejo de nuestro momento. Cada uno había hecho las paces con el otro y la casa había vuelto a su armonía previa. Frente a la mesa repleta de mermeladas, tostadas y frutas, la tetera de aspecto acristalado se encontraba delante manteniendo caliente el té, en la peculiaridad de ese nuevo material extraño del que había sido hecha.

Con esta misma escena, imaginaba, se había encontrado mi padre al entrar. Había un rubor rojo sobre sus mejillas y su mirada era la viva imagen de la furia.

—Tal tranquilidad... su falta de consciencia es despreciable. Aún pueden mantener esta apariencia después de haber maltratado a su hermana hasta las lágrimas, es vergonzoso... una moral tan baja... —Pareció llenar su pecho de aire antes de seguir con la mirada clavada en Bastian—. Discúlpate con ella-

—¿Padre ya desayunó? ¿Desea acompañarnos? —Lo interrumpí con una ligera sonrisa endulzándome los labios y le indiqué a una doncella casi invisible en una de las esquinas, que acercara otra taza.

—No es necesario. —De forma tajante, negó, aunque el desconcierto ante el cambio abrupto y la indiferencia frente el reclamo, pareció hacerle tambalear el tono.

—¿Oh? Ya veo... como papá vino especialmente a esta hora de la mañana, supuse que quería compartir un desayuno en familia.

—¿Todavía me consideran familia? —Una risa seca se filtró entre sus dientes al terminar de decirlo y me fingí sorprendida durante un momento antes de devolver la risa y mirar a mi hermano. De principio a fin, estaba dedicado a comer y no había levantado la cabeza. Solo cuando el tacón de mi zapato se estrelló contra su pierna, se dignó a saludar a este peculiar y madrugador invitado.

—Por supuesto, no. —La respuesta fue tan simple y dicha con tanto desinterés, que el impacto no pudo ser menos que explosivo, y la palidez mortal que había hecho su camino a la cara del hombre fue la muestra de que para mal o para bien, aquello que desde hace mucho debió ser dicho, ahora había llegado por fin a sus oídos.

Las miradas de mi hermano y mi padre se cruzaron durante unos segundos antes de que Bastian, como si no sintiera la tensión, volviera a llevarse a la boca la tostada, que se había preparado momentos antes, en una clara señal de desprecio.

—¿Es ese tu pensamiento también? —De repente, ese par de ojos celestes, se dirigieron a mí y quizá la imaginación me jugaba una mala pasada, pero creí ver una vaga esperanza en ellos.

—¿Papá nos consideraba sus hijos? ¿Me consideraba su hija, su familia, cada vez que elegía mirar para otro lado? ¿Alguna vez pensó que yo era su hija cada vez que la favoreció por sobre mí? —No era necesario aclarar a quién me refería con "la"—. Si su trato no hubiera sido tan parcial, si padre no hubiera humillado a mamá, si no hubiera pisoteado cualquier significado dentro de la palabra familia, entonces, quizá yo aún lo consideraría mi familia.

A diferencia de Bastian, yo tenía un estómago lleno de quejas.

—Jamás dije que no fueras mi hija.

—Decir... considerar... no son lo mismo. Papá es injusto, si hubiera sido yo anoche, quizá hasta me habría reprendido, ¿pero hoy vino a qué? ¿Vino a buscar justicia para su hija? —Me burlé y aproveché para arrebatar el pan con mermelada que Bastian había terminado de preparar. Le di una pequeña mordida y mastiqué alejando la mirada del hombre que se había desteñido casi por completo.

¿Por qué mostraba esa cara?

¿Por qué parecía dolerle?

—¿Papá se quedó sin palabras? ¿No vino a exigir una disculpa? ¿Por qué no nos arrastra a arrodillarnos frente a su bastarda? —Aunque no tenía participación activa la noche anterior, me había incluido en una disculpa que nunca se daría—. ¿No es a lo que vino?

—Es tu hermana de la que hablas, mal que te pese, eso no cambiará. —La expresión se volvió solemne y aunque pálido, había recobrado algo de entereza.

—Mira hermano, que semblante tan aterrador el que pone cuando alguien habla de su hija —ridiculicé primero antes de volver los ojos a ese hombre que, de alguna forma, en medio de este salón, frente a los hijos que alguna vez lo amaron, conservaba de forma precaria la compostura de permanecer bajo el flagelo de mis palabras llenas de espinas—. Sin embargo, lo que dice es cierto, hay algo que compartimos y de lo que no puedo deshacerme. —Levanté un brazo, mostré las venas transparentadas en azules sobre mi muñeca y las rocé con la yema de los dedos—. No puedo deshacerme de la mitad de esta sangre que me ensucia.

Bastian cortó su movimiento y me miró, en sus ojos había cierta sorpresa.

—Papá debe sentirse arrepentido, mientras que yo heredé la magia de la familia, su hija amada no es más talentosa que una piedra del camino... pero si consideramos que ella provino de esa mujer humilde, ya puede tenerse por afortunada. —Me reí y enseñé los dientes. Al marcarse el hoyuelo en mi mejilla, la visión de mí misma, reflejada en ese espejo casi olvidado, era encantadora. La fría superficie era inconsciente de la crueldad de mis palabras.

—Tu corazón es así de negro... de hecho, me arrepentí de algo en mi vida, y fue no elegirla a ella primero. —Sus palabras no lograron desvanecer la medialuna que me dibujaba los labios, pero sí logró atenuarla. No sabía si había sido intencional o no, pero la confirmación de algo que sabía, me lastimó—. Le fallé, no pude salvarla y pensé que podría compensarla al traer a nuestra hija a vivir en un lugar mejor...

—¿Qué logras justificándote? ¿Por qué nos dices esto? ¿Qué se supone que esperas? —Debajo de la mesa, la mano de mi hermano tomó la mía y en mi lugar, tomó la palabra para empujar una pregunta tras otra—. Este es el resultado de tus propios errores y los pusiste sobre nuestros hombros. Fuiste tú el cobarde que ni siquiera pudo mantenerse firme en su afecto; el que arruinó más de una vida y que luego pensó que si entregaba todo su cariño a la niña que tuvo con... esa amante que tanto quisiste, entonces podrías compensar tu falta de valor. ¿Desperdiciar tantos años de la vida de mamá te hizo feliz? ¿Ignorarnos te hizo un mejor padre para Clarice?

Bastian no solía hablar demasiado, pero esta mañana fresca de primavera, un torrente de palabras se le deslizaron por la boca, como si las hubiera tenido atoradas en la garganta desde hacía mucho. Solo después de que las cosas fueron dichas, me reencontré con la perdida estabilidad para hablar.

—No hay cura para el arrepentimiento, eso lo aprendí de ti, papá. —Bajé los ojos y dije con lentitud—: Esa vez, luego de que mamá se fue, te pregunté si alguna vez la habías querido y me dejaste sola en la mesa... cuando subí, te vi acariciando su almohada... —Levanté la cabeza y lo miré, a esos ojos que habían visto sin turbación mi muerte—. Esa fue la primera vez que sentí verdadera lástima por alguien.

—Tú... —¿Se había quedado sin palabras o solo no podía hablar?

—¿De verdad amabas a esa mujer? ¿O te sentías culpable por no haber podido casarte con ella? ¿Qué promesas le hiciste? ¿Realmente valió la pena? Digo, mamá te quería y te esperaba impaciente junto a la ventana cuando te ibas, ese día... cuando la trajiste a casa, ¿qué sentiste cuando la viste tan rota?, ¿qué sentiste cuando la escuchaste llorar a través de la puerta del cuarto? Quiero saber... realmente, realmente quiero saber... ¿Qué sentiste cuando la perdiste, cuando supiste que nada de lo que dijeras la retendría? ¿Qué sentiste al saber que había encontrado a alguien que de verdad la amaba?

Pensé, muchas veces, que ya había superado el sentimiento doloroso que me provocaba este hombre, en mi pensamiento, había dicho que las emociones y los afectos, habían sido apuñalados hasta morir; pero siempre quedaba algo, por mucho que quisiera convencerme una y otra y otra vez, lo sabía, sabía que no había forma de que cortara cualquier cosa con él hasta que le dijera todo.

Vi su gesto torcerse palabra a palabra, cada una más envenenada que la otra y por primera vez, en todas las veces que me había tocado apreciar su descontento, no hubo ambigüedad en el sentimiento. Estaba satisfecha de saber que no era solo mi corazón el que fue decepcionado y cruelmente aplastado.

No podía reclamar la totalidad de los desaires y rechazos que había sufrido alguna vez de su parte, porque en esta vida mi perspectiva había cambiado.

—Dime...

—¡Cállate! —Y finalmente, explotó—. ¿Qué sabes de amor o de arrepentimientos? Una niña que no sabe nada de la vida, ¿te atreves a cuestionar a tu padre?, ¿cuándo te faltó algo?, ¿no te cuidé?, ¿no te vestí?, ¿te faltó comida?, ¿te faltaron joyas?, ¿sirvientas?

—Mi padre... eso me faltó. —Interrumpiendo, me sentí indolente, fría.

—Estaba allí.

—No, estabas para quien querías estar, pero no para mí, no para Bastian, no para mamá.

—Estoy aquí ahora.

—Ahora que ya ninguno te necesita. —Me reí y lo miré sacudiendo ligera los hombros y la cabeza—. Tampoco me atrevo a esperar algo de ti... vaya y siga pagando la deuda que tiene con esa mujer muerta que tanto amó y quiera a la hija que tuvo con ella, ya que decidió de esta forma, siga con esto hasta el final, Duque. No olvide nunca que sacrificó a su familia completa por ella y que ahora, es la única que tiene.

—Klaus. —Por fin, la voz de Bastian, que había estado apagada durante un largo tiempo, llamó al mayordomo que entró casi al instante, podía suponer que había estado aguardando junto a las puertas en compañía de esa sirvienta, que hace mucho tiempo había escapado—. Escolte al Duque fuera, la familia Roux ya no tiene ninguna relación con la casa Blanchett, no es necesario informar de nuevo.

El Duque, que hasta el momento había estado parado en el salón, miró en dirección a mi hermano, me miró a mí durante un largo rato y pareció querer decir algo; sin embargo, volvió a cerrar la boca tan pronto como la abrió. Klaus se paró junto a él y con un "Señor" llamó su atención.

Cuando salió de la habitación, con paso menos firme del que acostumbraba, casi pude ver su pose más encorvada y su cabeza que no iba tan alta. Me levanté de la mesa y solté la mano que hasta el momento había sostenido la mía bajo la mesa y me acerqué a la ventana. No podía ver la entrada, solo el jardín, pero podía imaginar su figura saliendo por las puertas de la mansión.

Había sido casi un monólogo, pero por fin había liberado esa parte de mi corazón que siempre había estado amordazada. De verdad esperaba que ese amor, que se había convertido en su grillete, hubiera valido la pena.

Cuando me desperté de ese recuerdo, solo yo quedaba sentada en el solitario y espacioso piso, con una araña luminosa, proyectando arcoíris a través de los cristales. De repente, se me antojaba una tostada con mermelada, de esas que con rabia le había arrebatado a Bastian.

Me reí en silencio y en ese preciso instante, me di cuenta que las mejillas me tiraban, la piel, sensible ya por lágrimas antiguas, ahora se cubría de nuevo, con un hilo trasparente.

No había dolor. Pero sí alivio.

Con lentitud, me levanté y limpié la humedad sin apuro. Bajé la escalera, me despedí con una disculpa del pobre hombre que había quedado aguardándome y saliendo a la calle oscura, llena de farolas resplandecientes, con el paso lento de la gente, asentí a los guardias y abordé el carruaje.

Ahora estaba bien.

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor

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