Fleur: Memorias del tiempo [D...

By defloresescribo

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Seguramente conoces el cuento de la zapatilla de cristal, el príncipe y el final feliz ¿Pero qué pensarías si... More

Había una vez
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
BASTIAN
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
DEAN I
DEAN II
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
SILVAIN I
SILVAIN II
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
EL DUQUE I
EL DUQUE II
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CLARICE I
CLARICE II
CLARICE III
CLARICE IV
CLARICE V
CLARICE VI
CLARICE VII
CLARICE VIII
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
CINCUENTA Y OCHO
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VEINTIUNO

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By defloresescribo

*Pieza que toca Fleur arriba en galería*

Miré al hombre delante de mí y sonreí a medias cuando lo reconocí. ¿Cuántos problemas le había dado durante mi niñez? Estaba segura que muchos, pero esos años se habían perdido en mi memoria.

Ahora lo veía mucho después de lo que debió haber sido; había aplazado nuestro encuentro lo más posible, hasta que resultó inevitable.

—Lady Fleur, es un placer conocerla por fin. —Lord Cavey se presentó haciendo un gesto de cortesía que devolví con una pronunciada reverencia. Cuánto había deseado que nunca nos encontráramos y que me librara de aquel peso que me suponían sus clases; y, a la vez, también me sentía emocionada, porque todo ese tiempo en que había mirado el piano con dolor nostálgico, por fin habían terminado.

El profesor me guio en las reglas básicas que todo pianista debería saber y alabó mi rápido entendimiento. Acepté sus halagos sintiéndome algo graciosa por dentro; porque después de todo, no podía decirle que llevaba años sabiéndolo. Me fingí interesada y también cometí algún que otro error minúsculo para poder disimular el hecho de que yo sabía muy bien cada cosa que decía.

Los años en que no había hecho uso de esta habilidad me ayudaban a lograr credibilidad, mis manos se habían vuelto más torpes y apretaba teclas que no correspondían. Sin embargo, ahí estaba, ese burbujeo en el estómago que sentía al escuchar el sonido proveniente del golpeteo contra las cuerdas ocultas en el interior del instrumento.

Había un placer inusual en esta acción tan común de la aristocracia, porque no había nada más normal que el hecho de aprender a tocar un instrumento, recitar bellos versos o dibujar para el ocio usual.

«Qué nostalgia».

Había pasado innumerables veces junto al piano, con las ganas picando en mis manos; pero me había contenido, porque no podía controlarlo aún. Ahora me sentía lista.

Sentía que gran parte de mis sentimientos estaban bajo control, que ya podía sentarme y tocar sin ningún riesgo; que ya no tenía que preocuparme por hacer un desastre.

No obstante... el tiempo me había dicho que todavía me faltaba demasiado.

Deslicé los dedos sobre las teclas blancas del piano y miré de forma vaga la partitura frente a mí, notas, notas, y más notas. Suspiré dando por finalizada la pieza y esperé la devolución del profesor.

—Su interpretación fue perfecta, pero carece de sentimiento. ¿Qué es la música sin emoción, mi querida Fleur? Es solo ruido, sin significado, es solo sonido vacío.

—Es probable que no sirva para esto entonces, no hay sentimiento que quiera transmitir.

Incliné la cabeza y miré al hombre que murmuraba: "Que desperdicio de habilidad, que frialdad, que desgracia".

Sonreí de lado y acaricié la superficie de una tecla: amor, pasión, tristeza, agonía... podía volcarlo todo si así lo desease, pero ¿por qué habría de hacerlo? Una vez había sido una gran pianista, amado la sensación liberadora del sonido lavándome de pensamientos; tocaba hasta que las manos me dolían y solo dejaba de hacerlo cuando mi mente regresaba a un blanco pulcro y plano.

La música que producía lastimaba. Debía tocar en soledad para que nadie estuviera expuesto a ella, las notas se convertían en cuchillos, en dolor físico que me atravesaba el cuerpo, seguía al piano y se esparcía en el ambiente.

Era cierto que nunca había sido diestra en la magia de los Blanchett, me costaba y no terminaba de entenderla; pero sin voluntad, se manifestaba en lo poco que amaba. Me había servido cuando convertí el té en veneno; pero mi música, a su vez, se había cargado de dolor, de tristeza, de odio y me ahogaba... nos ahogaba.

Mi padre había entrado en la habitación minutos atrás, lo había sentido, por lo cual, sabía que estaba escuchando todo lo que el profesor decía. Ya hacía dos años desde que mi madre se había vuelto a casar y mi padre había permanecido soltero en contra de la costumbre común de tomar una esposa de inmediato.

Supuse que una hija amada y una amante muerta era suficiente para él.

Sonreí de lado y tuve una idea.

—¿Qué sentimiento desea que transmita?

—El que su corazón desee, pero expréselo por favor, se lo pido. Tocará en la fiesta de debutantes dentro de medio año, mi reputación está en juego.

Miré al pobre hombre y me compadecí de él. Iba a hacer una maldad en pro de lastimar a la otra persona colada en el salón y me pregunté si tenía alguna forma de alejarlo, de dirigir el encanto en las notas a quien deseaba afectar.

—Entonces el profesor deberá perdonarme, pero le pido que se retire. Puede escuchar desde el otro lado de la puerta así el efecto será menos dañino.

En ningún momento me había dado la vuelta para indicar que estaba consciente de la presencia masculina que se había apoyado en contra de una de las paredes y el hecho de que mi profesor no lo mencionara me decía que, desde un principio, no tenía la intención de hablar.

¿Había venido a supervisar que la hija ignorada no arruinara las cosas?

—Me quedaré a escucharla sin importar lo que pase. —Negué resignada y suspiré. Parecía que las experiencias pasadas no lo habían curado.

—Si siente que no puede soportarlo, retírese.

Tomé aire y volví a colocar los dedos sobre las teclas. ¿En qué debía pensar?

Di inicio a la pieza dejando que esa Fleur tonta y prisionera que había sido, se hiciera cargo de liberar aquello que su boca no había dejado salir, en forma de notas vagas sueltas al aire. De inmediato sentí esa sensación, el sentimiento que se transformaba en música; había aplazado estas clases por tantos años, con la esperanza de olvidarme de ello y no había podido, no había podido olvidar este sentimiento.

Cerré los ojos y liberé mis manos de mi cuerpo, como otorgándoles vida propia, creciendo la intensidad, y con ello desligándome del pensamiento, del recuerdo.

La fiesta de debutantes se aproximaba y pese a que Clarice era un año mayor, lo haríamos juntas, puesto que mi presencia la protegería. ¿Otra vez sería el escudo? No deseaba serlo.

Las puertas del salón se abrieron y la luz me cegó, los vestidos formaban manchas de colores en mis ojos; los peinados altos; los bucles hermosos; las joyas relucientes y el perfume mezclado de flores y comida me llenaba los sentidos.

Tenía el corazón embotado y la garganta cerrada.

Entraba sola.

Mi nombre fue dicho con cierta reverencia y, sin embargo, los ojos que me miraban evidenciaban pena y desencanto. Era una flor marchita en ese tumulto de rosas.

Clarice había entrado junto con papá, Bastian estaba junto con Silvain inspeccionando las fronteras y aunque las cosas habían sido planeadas con tantos meses de anticipación, no pudo esperar un poco para acompañarme, a mí, que sería su esposa.

El piano me esperaba solitario en el medio de los espejizos pisos y los zapatos hacían un eco que quizá solo resonaba en mis oídos.

Sola.

Sola.

Sola.

Mi cabeza repetía una y otra y otra y otra vez.

«Por favor, solo cállate», ordené a mis pensamientos que dejaran de atormentarme.

La falda revoloteaba a mi alrededor, el vestido, que había sido confeccionado para una futura reina adornaba un maniquí, rígido, triste, en blanco.

Respiré agitada sin poder controlarme, el corsé me asfixiaba.

Llegué frente al gran instrumento y me acomodé mientras levantaba la tapa que cubría las teclas; estaba allí para mostrar mi habilidad, la inútil habilidad de una duquesa que debía manifestar cuán perfecta era, aunque tocar el piano no sirviera para reinar.

Miré a mi alrededor una última vez antes de empezar. Como se esperaba, las debutantes estaban dispuestas alrededor con sus respectivas escoltas... solo yo había tenido por compañera a la nada y el privilegio de sentarme a entretener los oídos de gente que no me importaba.

La rabia acompañada del resentimiento se hizo presente al ver la mano que se sostenía del brazo de mi padre. Los rubios cabellos caían en cascadas de trenzas bien peinadas, flores hechas de hebras doradas la habían coronado y el vestido blanco le había otorgado la presencia de un hada entre los mortales.

Bajé la cabeza y comencé a tocar. En mi pecho había preocupación, temía lastimar a los presentes; esa preocupación que antes no estaba porque había esperado encontrarme tan feliz que la música, por primera vez, reflejara algo bueno.

La misma canción de ese momento se reproducía y mi alma podía volver al pasado, a ese momento exacto. Era cierto que su presencia ahora no me afectaba en la medida que una vez lo había hecho, porque ya no esperaba nada de él; pero eso no significaba que los recuerdos no fueran igual de dolorosos.

Ya no podía lastimarme, porque un dolor que había sido y podía ser revivido podía opacar cualquier ofensa futura.

—...te... ¡Detente! —Una mano se posó sobre las mías, haciendo presión sobre las teclas, cortando de forma abrupta la melodía y me di cuenta de que era esa persona, este hombre que aún tenía por padre, quien me había cortado en medio de la ejecución de la pieza.

Estaba sorprendida, mi pecho subía y bajaba con rapidez; y los cabellos se me pegaban a la frente. Ahogué un quejido y miré a sus ojos. Se sostenía el pecho y un hilo de sangre bajaba por su barbilla. Lo había lastimado.

Mi cuerpo se tensó y me solté de su agarre en cuanto me levanté, no me importó que permaneciera de rodillas; suficiente compuesto se veía como para que yo tuviera que ofrecerme a ser su soporte. No podía prometer que si me volteaba a verlo mi pie no sintiera el deseo de patearlo.

—Tsk. —Chasqueé la lengua y me apresuré junto a mi profesor, que ya había colapsado bajo el efecto aplastante de la música. Debí suponer que aún no podía ejercer un control absoluto sobre a quién afectaba y a quien no—. ¡Yvan!

Grité y enseguida la puerta de la habitación se abrió. Mi caballero estaba pálido, pero la distancia que había entre la puerta y el piano era considerable. El caballero corrió hacia nosotros y miró con una nota de duda el estado en que, el profesor y el flamante capitán de los caballeros imperiales, habían quedado con solo su señorita un poco más sonrojada de lo normal por la agitación del momento.

—Llama al médico para que revise a Lord Cavey. Está estable, pero es mejor comprobarlo. —Ya me había asegurado de que el pobre hombre no hubiera sufrido demasiado daño y vi como mi caballero corría rumbo a la salida sin mediar palabra.

Sir Yvan había aprendido que en esta casa las órdenes debían ejecutarse sin dudar y asentí mientras me preguntaba por qué demonios nunca se me había ocurrido comprar una de esas tantas píldoras medicinales, a las que tanta fama les hacían. Eran similares a los sellos, solo que no necesitaban magia para funcionar, pero sí se confeccionaban con ellas.

—Fleur. —El llamado a mis espaldas me hizo voltear y vi que mi padre se encontraba sentado en el banquillo del piano; con el dorso de la mano se había limpiado el hilillo rojo que había bajado por su barbilla.

—¿Se encuentra bien? Padre —emití la pregunta de forma mecánica emití, pero supuse que algo de la frialdad de aquel recuerdo seguía en mí; porque no había logrado impregnar mi tono de la menor calidez.

—Tú-

—¡Papá! —El tono elevado de una aterciopelada voz rebotó por las paredes y el sonido de los tacones pisando con fuerza sobre el mármol cortó las palabras del duque. Mi mirada reflejó hastío y desgano.

Clarice pasó junto a mí en un revoloteo de tela celeste y yo solo miré, todavía arrodillada junto al inconsciente profesor, como mi hermana tomaba las manos de mi padre y lloraba afligida hasta la compasión.

—¿Estás bien papá? ¿Eso es sangre? ¡Dioses! ¡Es sangre!

La joven dio una vuelta sobre sí misma y llamó a los gritos hasta que las criadas de media mansión, se precipitaron por la puerta.

«Que alboroto», suspiré.

Era obvio que el hombre estaba bien y que el daño había sido mínimo. En realidad, era bastante vergonzoso que hubiera sucumbido al efecto de mi música con tanta facilidad.

«Hombre estúpido, podría haberme detenido antes o haberse retirado», pensé con la única queja del arrepentimiento de tener a un muy amable señor Cavey en las penumbras de un desmayo.

Sonreí de lado y esperé a que el doctor llegara. Era probable que Yvan tardara en encontrarlo.

—Hija, hija, basta, no pasa nada. —Por el rabillo del ojo observé como Clarice era consolada cuando, obviamente, el herido era quien hacía de paño de lágrimas.

—¿Cómo puede ser así? Estás sangrando.

La sangre hacía minutos que había sido limpiada de la piel blanca del mayor; pero podría decirse que había cierta coloración rojiza, producto de una limpieza hecha al descuido. Rodé los ojos y me dispuse a mirar el espectáculo.

Varias sirvientas se habían acercado, con el gesto preocupado, a ofrecerme ayuda que negué. Estaba en el suelo solo porque me parecía poco considerado mirar parada al músico desparramado en el mármol.

—Fleur. —Levanté una ceja y miré hacia arriba; no la había sentido acercarse pese a que el taconeo de sus zapatos era fuerte. Una mirada feroz se había asentado en el diluido celeste de sus ojos.

«¿Oh?»

Casi me reí en voz alta cuando por fin pude ver esa mirada, la misma mirada que había tenido cuando me visitó en la cárcel días antes de morir.

—Déjenos solas por favor, me gustaría hablar con mi hermana una última vez. —Campanillas lacrimógenas se condensaron en el tono delicado de una voz que era incapaz de olvidar.

—¡Pero, Su Majestad, esta mujer-

—Silencio. —Su tono se endureció y enseguida se suavizó—. A pesar de todo, sigue siendo mi hermana.

El guardia salió murmurando cosas sobre la gentileza y la bondad antes de que la puerta se cerrara. Unos segundos pasaron hasta que se decidió a hablarme. El largo y pesado vestido rojo perdía lucidez dentro de las penumbras y; sin embargo, no dejaba de ser en extremo chocante entre las mohosas paredes.

—Siempre fuiste así... tan... decepcionante...

La miré desde mi posición, la vista cortada por mi sucio cabello me parecía despreciable de una forma entrañable. Mujer detestable.

—¿Sabes? De pequeña te envidiaba, la hija legítima de la casa Blanchett, futura reina de Ársa, de sangre pura y de talentos envidiables; pero al final, mira en lo que terminaste... pfff... hoy, todo lo que era tuyo es mío y te pudres esperando la muerte.

—Ja... —Reuní mi voz y la miré desdeñosa—. Quizá hoy no tenga nada, pero voy a morir siendo una mujer noble y una hija legítima. Yo no perdí absolutamente ningún talento, ¿qué puedes decir tú al respecto? Aunque ahora tengas vestidos, joyas y amor, eso no cambia que fuiste —ralenticé las palabras y sonreí divertida—, eres y serás, la humilde hija de una criada que se trepó a la cama de su señor.

Y ahora, en este momento, en dos instantes y vidas diferentes, podía ver esa mirada cargada de rencor, de rabia si se quiere y casi rompí a reír, casi; porque el impacto que le siguió fue capaz de dejarme inmóvil ante la sorpresa.

Abrí los ojos y me llevé la mano a la mejilla golpeada. El silencio se había hecho en la habitación, las doncellas se habían tapado la boca para reprimir los gemidos de sorpresa e incluso mi padre se había quedado inamovible, con los ojos delatando el estupor.

Clarice me había golpeado y permanecía parada frente a mí, mirándome desde su altura.

Vi cómo volvió a levantar la mano dispuesta a volver a abofetearme y, por instinto levanté la mía. Sentí el flujo de magia recorrerme antes de que una ráfaga de viento, de aquellas que solo usaba para jugar y molestar a Bastian, la empujara varios metros hacia atrás, tirándola casi a los pies de mi padre. Quizá esta ráfaga no había sido tan leve como cuando jugaba... ¿Pero importaba?

El cabello rubio se había soltado de su moño y caía en cascadas onduladas a su alrededor. Las lágrimas habían empezado a gotear de sus ojos mostrando la queja que había sufrido y mi padre se apresuró a sostenerla.

—Papá...

La mirada azul me atravesó como un cuchillo y me carcajeé en mi interior ante esa dura expresión en las facciones masculinas.

—¿Te atreves a lastimar de esta forma a tu hermana?

—Ella me golpeó primero, por supuesto, debo defenderme. —Me incorporé y sacudí con delicadeza el polvo inexistente de mi falda verde antes de volver la vista hacia ellos. Allí estaban, unos ojos llorosos y lamentables.

—Eres... eres... yo... tú... lastimaste a papá, y yo... no pude contenerme, lo siento hermana, pero no era necesario ser tan violenta.

—¿Me culpas? Yo... no puedo hacerte nada porque eres mi hermana, pero... no habrá una próxima vez. —Imprimí dureza y lamentos en aquellas palabras, esperando que las dos cosas combinaran bien.

—¡Fleur! —El duque levantó la voz y se aproximó con pasos rápidos hacia mí.

«¿Otra bofetada?»

Resoplé en mis pensamientos y esperé a tenerlo frente a mí. Este día estaba lleno de contratiempos.

No obstante, el golpe que estaba esperando evitar, no fue detenido por mí sino por mi caballero, quien había vuelto con el doctor. Corrió en mi dirección con la espada desenvainada en alto y su cuerpo me ocultó. Ya lo había visto y solo estaba esperando que actuara, razón por la cual no me había molestado en moverme del lugar.

—Padre es en verdad un hombre tan insensible, ¿qué le diré al príncipe cuando se dé cuenta de que su prometida es maltratada en casa? —Con un hilo de voz frágil, hablé y asomé la cabeza desde detrás de la espalda de Yvan—. Esta tarde tengo una cita para el té en el palacio y mi cara está tan hinchada.

Me lamenté y me tapé los ojos con una mano al tiempo que simulaba secarme las lágrimas inexistentes y miraba de forma discreta el bonito rostro de Clarice palidecer.

Ya estaba bastante desaliñada luego de recibir el impacto de mi magia sin ningún tipo de filtro; pero ahora, ahora se la veía de verdad lamentable. Me burlé en secreto y seguí fingiendo que la situación era trágica.

Después de todo, nadie podía golpearme sin recibir una retribución a cambio.

Miré a mi caballero que seguía en guardia y no lo detuve: que mantuviera la espada en alto, la espalda recta y el gesto amenazante. Permití que las criadas siguieran viendo el espectáculo y que se compadecieran en sus corazones por la pequeña señorita de la casa.

—¿Cómo podría el príncipe quererme con este rostro feo?

Sollocé y varias doncellas se acercaron a mí con un: "Señorita, es usted una belleza, el príncipe la amará siempre"; "Nuestra señorita es la más hermosa"; "No se preocupe señorita, esta sirvienta se encargará de que no se note"; "Señorita..."; "Señorita..."; "Señorita".

Sonreí en mi corazón y miré directo a los ojos de mi hermana.

«¿Ahora quién es la villana?»


Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor

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