Fleur: Memorias del tiempo [D...

By defloresescribo

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Seguramente conoces el cuento de la zapatilla de cristal, el príncipe y el final feliz ¿Pero qué pensarías si... More

Había una vez
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
BASTIAN
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
DEAN I
DEAN II
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
SILVAIN I
SILVAIN II
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
EL DUQUE I
EL DUQUE II
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CLARICE I
CLARICE II
CLARICE III
CLARICE IV
CLARICE V
CLARICE VI
CLARICE VII
CLARICE VIII
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
CINCUENTA Y OCHO
EPÍLOGO
BOOKTRAILER
Prólogo
Uno
Memoria I
Dos
Memoria II
Tres
Memoria III
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QUINCE

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By defloresescribo

Miré a un costado hacia mi confundido escolta y sonreí conciliadora.

—Considero que no deberíamos volver nunca, Sir Yvan.

El pobre caballero no respondió, pero asintió con firmeza; a estas alturas no sabía si estaría dispuesto a seguirme a la capital donde las reuniones solían ser aún más animadas.

Subí al carruaje ayudada de la mano que el caballero me ofrecía y me dispuse a mirar por la ventana durante el trayecto que quedaba. Cosas inesperadas me había traído este viaje al sur, cosas que habían superado mis expectativas.

¿Cómo procedería de ahora en adelante?

Cierto que no tenía intenciones de meterme con Clarice... demasiado; pero tampoco dejaría que las mismas personas que la habían ayudado antes, lo hicieran una vez más. Eso estaba fuera de cuestión. Mi idea era simple, el zapatito en la escalinata nunca sería encontrado; el que ella conservaba como prueba, desaparecería. Si estaban destinados a enamorarse y estar juntos, el destino se encargaría de eso. Que lograra el felices para siempre, dependería de su habilidad.

Pero Yvonne Tremblay, no volvería a ayudarla.

Todavía estaba la cuestión de mi hermano, no podía saber si en realidad no se había dado cuenta o pensó que no tenía relación conmigo; pero, en definitiva, me había dejado enfrentar sola a esa lunática.

Aunque no podía negar que valió la pena verla bañada en té.

A veces dudaba de que hubiera cambiado, de que hubiera madurado o siquiera crecido; pero había algo intrínseco en mi personalidad y es que era incapaz de soportar ciertas cosas o personas. Ella era una de esas personas que humillada se veía preciosa.

—¿Crees que soy mala? Sir Yvan. —Solo había un leve espacio para mirar hacia afuera, así que terminé de levantar la cortina para ver el perfil del joven.

—Creo que la señorita actuó de forma adecuada. —Su respuesta me dejó estática un segundo y terminé por soltar una risita. Supongo que sí, que podía considerarse adecuado.

—Ya veo...

No volvimos a hablar lo que restó del camino y el silencio me resultó reconfortante luego de la conmoción en la mansión del marqués; lo lamentaba mucho por las demás invitadas, pero yo había salido limpia de ese enchastre.

Moría de ganas por contar lo sucedido en cuanto llegara. Y también, quería hablar con Bastian.

Me estiré sobre el asiento del carruaje sin pudor alguno y golpeé suave mi pie contra el suelo. El cabalgar de los caballos producía un temblor agradable en el camino y supuse que había algo de magia en esta peculiaridad; pero era un pensamiento inútil, estaba tratando de pasar el tiempo sin dormirme.

Me levanté la falda del vestido evitando tropezar en la escalinata de la entrada a la mansión y suspiré involuntaria; de nuevo las cosas habían salido bien, pero ¿Qué tan bien? De qué se hablaría mañana en los círculos sociales.

Me preocupaba la reacción que tendría Silvain cuando la discusión con la hija de ese dignatario extranjero llegara a sus oídos. Había salido bien parada; pero eso no significaba que fuera afortunada. A veces deseaba que mamá estuviera para aconsejarme, ella sabría qué hacer en estos casos.

—Mi señorita, ya llegó. —Margot me recibió con una sonrisa y cansina se la devolví. Me dolía de una forma terrible la cabeza y deseaba descansar.

—Es tan tarde ya... ¿Cenaron?

—Sí, Señorita, pero en la cocina se dejó-

—No. —Agité mi mano en negativa—. Solo quiero un poco de té, subiré a la habitación.

—Señorita, espere. —Margot me detuvo cuando todavía no había alcanzado a dar ni un paso y me llevé la mano al puente de la nariz; sabía que era de pésimo gusto, pero de verdad me estallaba la cabeza. Volteé y miré el gesto acomplejado de la mujer.

—¿Qué pasa?

—Hay una mujer que desea verla.

—¿Una mujer? ¿A esta hora? —Miré el cielo oscuro y fruncí el ceño.

—Ha estado esperándola desde temprano.

—¿Sabes qué desea? —inquirí sin destejer las cejas.

—Lo siento, no quiso decirlo, pero tampoco acepta irse.

—No te preocupes, iré a ver qué desea. Guía el camino.

Intrigada por la misteriosa invitada, dejé que Margot me llevara a una de las pequeñas salas en la mansión y mis labios se aplanaron formando una línea cuando divisé la coleta alta sobre su cabeza; el cabello oscuro sobre su cabeza formaba líneas rojas a la luz de las lámparas.

La silueta esbelta, enfundada en pantalones y la chaqueta abierta de la primera legión de caballeros bajo la insignia de mi casa me dio a entender que su visita no podía ser menos que inesperada. Podía entender si buscaran a mi padre, pero a mí no.

—La señorita está aquí.

Acepté la reverencia y miré más a fondo a la persona que me enfrentaba. Era una mujer bonita, pero había dureza en sus facciones. La espada en su cintura me parecía una parte más de su cuerpo y sus ojos oscuros parecían vacíos.

—Tengo entendido que estaba esperándome. ¿Cuál podría ser su asunto conmigo?

Apenas terminé de preguntar, la mujer se arrodilló y bajó la cabeza.

—Le pido a la joven señorita que me acepte como su caballero.

Pestañeé confundida y no atiné a hacer nada.

La joven no se levantó y yo seguí sin hablar. Estaba acostumbrada a las sorpresas, el mundo en el que vivía se basaba en incidentes inesperados, pero esto estaba más allá de mis perspectivas

—Levántate, no te aceptaré.

—No lo haré. Con todo respeto Señorita, me enviaron aquí para protegerla.

—¿Quién te envió?

—El duque. —Mis labios se entreabrieron y pestañeé un par de veces.

«¿Papá?»

Una pequeña sonrisa se abrió paso en mi gesto que hasta el momento había guardado algo de cansancio. ¿Papá la había enviado a protegerme? ¿A alguien de la legión Aube? Una emoción que no sentía hace mucho tiempo me sobrecogió y por instinto miré a Margot que, al igual que yo, mostraba un rostro entre conmocionado y feliz.

Ni siquiera Clarice había tenido un privilegio tal.

Vi que la joven continuaba arrodillada y me acerqué a levantarla personalmente al tiempo que componía mi expresión en una que resultara aceptable.

—Si dices que fue mi padre quien te envió, lo preguntaré yo misma. Si resulta que es cierto, puedes presentarte mañana a primera hora; si mientes, no pienses en volver a poner un pie en este lugar.

Era casi un sinsentido mi amenaza, nadie poseía la insignia de la primera legión si no fueran caballeros en pleno derecho, pero mi posición me obligaba a ser precavida.

—Sí, Señorita. —Se incorporó y sonrió casi imperceptible.

—¿Y tu nombre es?

—Nadine Leclerc.

Abrí los ojos cuando Margot me movió ligeramente para despertarme. Todavía tenía fresco el sueño, no, el recuerdo.

«¿Incluso en tu nombre me mentiste Nadine? No, Yvonne».

—¿No fue bueno? —La mujer que me estaba ayudando a incorporarme debió haber visto el mal gesto sobre mi rostro; porque no tardó en preguntar y yo compuse una expresión que resultara aceptable.

—Solo un mal sueño... Nana ¿Mi hermano se encuentra en casa?

—Aún no, salió con su abuelo. Parece que hubo algunos problemas con el entrenamiento de una de las divisiones.

Levanté una ceja y bajé en silencio acompañada por el roce del vestido. Me miré con mayor atención y advertí una pequeña mancha sobre la falda. Pensé que había salido bien librada; pero parecía que tendría que mandar una queja a la mansión del marqués junto con las demás invitadas.

«Pobres criaturas».

—Margot —llamé—, ¿hay algún tipo de historia tras el nacimiento de lady Tremblay?

—Se dice que la madre de la nieta del marqués era una plebeya común y corriente que el hijo del marqués recogió cuando la encontró en el linde del bosque. Es un lugar muy popular para las mujeres del pueblo. —Fue el joven, que había estado conmigo viendo desde una esquina como la mesa a la que me había sentado se volteaba de repente, el que había hablado.

—¿Es así? —Lo miré desde abajo y dejé entrever una pizca de placentero asombro.

—Es lo que se dice, yo fui asignado aquí no hace tanto tiempo, pero es un rumor que se puede escuchar con frecuencia.

—Eso explicaría muchas cosas —murmuré. No podía dejar de pensar que el encuentro con la que había sido mi antiguo caballero no podía ser menos que sorprendente. Esta muchacha que había pensado que yo era una mujer indigna y superficial y; por tanto, no merecedora de un puesto tan importante como el de reina, había elegido a mi hermana para servirle.

Subí las escaleras sin decir palabra y dejé atrás al caballero. Margot me seguía de cerca inspeccionando con la mirada cada centímetro de mi cuerpo.

—Estoy bien —dije al tiempo que empujaba la puerta. Apenas di un paso adentro cuando fui atacada por un pequeño y peludo bultito negro. El corazón se me derritió y no pude evitar agacharme para tomarlo entre mis brazos y quitar con cuidado sus garras de mi falda.

—Escuché de Sir Beaulieu que lady Trembaly no fue muy agradable con la señorita. —Me incorporé con Denu que se esforzaba por escapar de mi agarre, y la miré sorprendida. ¿En qué momento le había dicho?

—Sir Yvan resultó ser bastante chismoso —comenté y sonreí de lado—, pero es cierto. No fue muy agradable, pero sin dudas esta fiesta de té dará de qué hablar.

Me senté frente al espejo y dejé que deshiciera las intrincadas trenzas que había hecho sobre mi cabeza y miré anhelante el simple broche que descansaba en el tocador; aunque Margot lo odiara, no podía negar que vivía cómoda con los espantosos recogidos que me ayudaba a sostener.

—¿Hay alguna posibilidad de viajar al norte?

Las manos de mi nana se detuvieron y me miró confusa en el reflejo.

—¿Al norte? ¿Por qué quiere ir allí?

—Solo... curiosidad. —De verdad estaba curiosa, porque tenía ganas de verlo; pero él había llegado al pueblo unos meses después que yo. Aunque quisiera, no lo encontraría. Aplané los labios en un mohín preocupado cuando recordé su condición al llegar. Tenía que ir allí antes para poder ayudarlo, para poder conocernos.

Sentí una punzada de dolor en el pecho al pensarlo. En esta vida todavía éramos desconocidos, todo lo que yo recordaba se había desvanecido; sin embargo, para mí, esos recuerdos existían, permanecían y me llenaban de un sentimiento de anhelo constante.

Era lo mismo con las demás cosas que habían pasado y con las personas que había conocido. Aún no habían hecho nada, pero en mi cabeza las escenas se repetían una, tras otra, tras otra.

—Señorita, no llore más.

Levanté la cabeza de entre mis rodillas y miré la cara de Margot; había arrugas que antes no estaban, ojeras más profundas y cabellos blancos que no pertenecían a esa cabellera oscura.

—¿Va a ser siempre así nana? ¿Es que hay algo mal conmigo que siempre la eligen a ella? —pregunté mirándola fijo a los ojos. No sabía si quería una respuesta o sólo desahogarme—. Si hubiera sido otra... pero ¿por qué justo ella?

La imagen del zapato encajando perfectamente en su pie me descompensó y la cabeza me dio mil vueltas. La mujer, los zapatos encantadores, el príncipe.

Yo sabía, lo sabía desde un inicio y no había dicho nada. Bajé la cabeza ante la vergüenza de que mi prometido buscara incansable a una desconocida que yo más que nadie conocía. Qué ironía.

—Mi Señorita no tiene nada de malo, la señorita es la dama perfecta. —Sabía que no lo era; pero compuse una mueca que pretendió ser una sonrisa solo para alejar el pesar en los ojos de la mujer. Bastian estaba en el palacio y esta persona delante de mí era todo lo que me quedaba.

—No lo dudó nana, no dudó en hacerme a un lado, rompió el compromiso como si nunca hubiera existido. ¡Ni siquiera me miró! —Me callé de repente dándome cuenta que había elevado la voz sin motivo y respiré sintiéndome ahogada—. Soy una burla.

El ruido de golpes resonó contra la puerta y nos hizo voltear a mirar. Me encogí en el sillón y no contesté, tenía miedo de lo que fueran a decirme. Mi nana pasó sus brazos a mi alrededor y me apretó contra su pecho.

Los golpes volvieron a repetirse y una rendija de luz se fue expandiendo en cuando una figura femenina se fue abriendo paso. Solté un suspiro cuando logré reconocer a mi caballero: esa joven audaz que había cuidado de mí durante un año. Era callada y algo antipática, pero podía confiar en ella.

En sus manos traía una bandeja con dos tazas de té; el aroma dulzón se extendió y aspiré de forma instintiva al sentir el cuerpo un poco más ligero.

—Señorita, señora Margot, traje té. —Se acercó y me liberé de los brazos que me sostenían para tomar una de las tazas que se me ofrecían. Tenía un aroma peculiar.

—Eres muy considerada Nadine. —Margot a mi lado también tomó una de las tazas y asintió acompañando sus palabras.

—Lo es. —Sonreí y miré afable a la joven frente a mí antes de bajar la cabeza y limpiar con disimulo la humedad en mis pestañas y mejillas. Confiaba en que la semioscuridad en que se encontraba la habitación me ayudara a esconder mi vergonzosa apariencia. Era una total falta al decoro, pero no había podido evitarlo—. Muchas gracias, Nadine.

—No se preocupe Señorita, es un placer.

—Quizá ya no sea un placer, me temo que tu señorita ahora es una vergüenza. —Medio sonreí de lado y tomé un sorbo del té; estaba a la temperatura adecuada.

El silencio se prolongó durante algunos minutos y me sentí cansada; el llanto estaba haciendo mella en mí. Ahogué un bostezo y me sobresalté cuando el sonido de porcelana quebrada se dejó oír. Miré hacia un costado solo para ver la mano inerte de Margot que colgaba a un lado del sillón y el té que había estado en la taza formaba manchas visibles en la oscuridad. Los pedazos de porcelana brillaban.

Pestañeé rápido mientras trataba de despejar la nebulosa en mis ojos e intenté incorporarme.

—Nana qué-

Mi lengua se sentía pastosa, y las piernas me fallaron. Una de mis manos se apoyó sobre la cerámica rota y la sangre fluyó sin que lo sintiera. El diseño del suelo giraba ante mis ojos y me forcé a levantar la cabeza.

Mi caballero me miraba sin moverse, con los ojos fijos en los míos.

—¿Na...dine? —Sentí como el corazón se me aceleraba ante la desesperación de encontrar mi cuerpo fuera de mi control, cayendo de forma irremediable.

—Mi señor, la señorita Fleur ya está dormida. —Se agachó a mi lado y tocó mi mejilla, ya no sabía si estaba consiente o no; pero pude escuchar el pequeño chirrido de la puerta, al igual que las siguientes palabras.

—Un problema menos. —No sabía quién lo había dicho, pero mi corazón sangraba más que mi mano. Y ya no escuché, porque la oscuridad me devoró en pesadillas.

Me sobresalté cuando una patita tocó mi cara. Tenía la nariz húmeda de Denu casi tocando la mía, no sabía cuándo; pero había escapado de mi abrazo y se paraba impune sobre el tocador. Casi podía advertir la incógnita en sus ojitos.

Lo acaricié y en el acto miré la palma de mi mano. Estaba lisa, la marca que había dejado la porcelana ya no estaba.

—Eres tan adorable.

—No es precisamente como lo describiría.

Me di la vuelta y el cabello se me vino a la cara; Margot ya había terminado de desatarme el cabello y yo no me había dado cuenta. Tampoco la veía alrededor.

—Hace un tiempo que la cosa esa está queriendo llamar tu atención —señaló—, pero tú estabas perdida en tus pensamientos. ¿Qué pasó ahora? Escuché por ahí que hubo mesas volteadas.

—Veo que Sir Yvan es bastante comunicativo.

Me reí y volteé a mirar a mi hermano que permanecía apoyado contra el dosel de la cama.

—¿Tú sabías? Que ella era Nadine.

—Lo sospechaba, nunca tuve la oportunidad de acercarme demasiado para comprobarlo, después de todo, es un poco diferente.

Asentí y no dije nada por unos segundos. Había cosas que habían cambiado: el color de su cabello no era tan claro cuando la había conocido y el de sus ojos no era así de oscuro. Habían pensado en todo, me habían engañado por completo.

—No sabía que era tan... tonta —comenté. No sabía cómo catalogarla luego del desastre en la fiesta de té.

Vi a mi hermano encogerse de hombros en un gesto poco peculiar de él; era probable que estuviera pensando en algo un poco más contundente. Ya había declarado una vez que la chica era una idiota; pero esta idiota había jugado muy bien su papel durante más de un año.

—Me dejaste ir cuando sospechabas que era ella —lo acusé cuando se sentó a los pies de la cama.

—Solo había que comprobarlo, ahora no es que pueda hacer mucho y tampoco tiene los motivos... Pero dime, ¿qué pasó que vi a Yvan tan exaltado?

Levanté una ceja a modo de burla. Bastian parecía serio, pero amaba los chismes; aunque lo negara mil veces.

Al mirarla a los ojos, mi mente emitió una alarma. ¿Cómo era posible?

—Es un placer señorita Fleur. ¿Puedo llamarla por su nombre no es así? Imagino que Su Gracia no se ofenderá por mi rudeza. —Se rio y las demás presentes la siguieron—. Yo soy Yvonne Tremblay.

La repasé con la mirada mientras hablaba y también escuché con atención el tono de su voz; era un poco más agudo, pero en general, el mismo que recordaba. Esta mujer, que nunca pensé volver a ver, o por lo menos no tan pronto, estaba parada frente a mí, sonriendo y saludándome.

Respiré profundo lo más desapercibido posible que pude y sonreí.

«La compostura ante todo Fleur».

—Todavía no puedo decir que sea un placer señorita Tremblay, eso lo dirán nuestras interacciones, pero agradezco la invitación. Debo decir que la frugalidad es refrescante comparada con la ostentosa capital.

Éramos niñas y, sin embargo, peleábamos como damas experimentadas. ¿Cuántos años podía tener ella? ¿Trece? ¿Catorce? Y si daba un vistazo alrededor me encontraría con casos similares, ninguna superaba los catorce años. Parecía que este pequeño círculo de invitadas se conformaba por aquellas que no habían hecho su debut en sociedad.

—¿Le molesta si tomo asiento? —Tenía el gesto torcido en una mueca que me resultó infinitamente gratificante. Quizá, si me lo preguntaran, no lo diría; pero amaba estas reuniones en donde fingíamos ser mayores.

—En lo absoluto, usted es la última en llegar. Estábamos esperándola para comenzar.

—Tan amable de su parte.

Como había dicho, era la última en llegar; aunque estaba segura de que había salido a tiempo y con ventaja por si la situación de que las costumbres fueran diferentes se diera. En efecto, se había dado el caso; aunque no estaba segura de si en realidad era así o lo habían arreglado de antemano, lo cual no sería extraño.

Antes de ser enviada a la frontera norte, había participado de innumerables banquetes y fiestas de té; había visto todo tipo de trucos y este no me sorprendía en absoluto. Lo único que me sorprendía era esa cara al otro lado de la mesa: Esa chica que desentonaba entre los vestidos, sosos vestidos si se puede decir.

El invierno no era época de colores vibrantes, en eso estaba de acuerdo; pero esos tonos marrones y grises no eran adecuados para niñas tan jóvenes.

Yvonne Tremblay. ¿Eh?

Nos habíamos visto hace muchos años y Tremblay no era su apellido; mucho menos ostentaba un título de nobleza. No pude evitar mirarla con más atención; era diferente, pero ¿cómo podría olvidar al caballero de la reina Clarice?

Estaba genuinamente intrigada por ella.

El temblor que me había sobrevenido se fue con el té que estaba bebiendo; había un silencio incómodo en el ambiente y me recordó a las primeras cenas cuando mi media hermana había llegado a la mansión.

—Escuché que lady Blanchett llegó hace poco desde la capital.

—Poco menos de un mes —contesté y miré a la niña junto a Yvonne. Era más baja que la susodicha y su rostro no era memorable, con facilidad sería perdida dentro de la multitud; mucho más con ese atuendo amarronado.

—La capital debe ser entretenida —otra de las niñas, esta vez más cerca de mí, habló mirándome con ojos brillantes—, mi hermana vive allí desde que se casó y suele mandar cartas describiéndola, ¿es tan maravillosa como dicen?

—¿Su hermana?

Vi como la niña abría la boca dispuesta a contestarme; pero fue callada por la voz de mi desagradable anfitriona.

—Una mujer desagradable, superficial, usted quizá la conozca ya que vive allí.

—¿Cómo podría saberlo si aún no escucho su nombre?

—Cosette Joubert... —La misma niña que había comenzado a hablar sobre la capital, ahora hablaba en un susurro.

Levanté la taza de té y miré a mi alrededor. Algunas mostraban caras de verdadero desdén y otras, al igual que la que había hablado, mostraban gestos incómodos y rostros decaídos. Supuse que la respuesta a esto estaba en la persona que presidía el encuentro. Era imposible para mí ignorarla, nuestros asientos habían quedado uno frente al otro, enfrentados de forma directa.

—Oh. ¿La condesa? —pregunté pero no busqué confirmación—. Es una mujer muy agradable, aunque lamento no haber tenido la oportunidad de tratarla demasiado. Hay eventos a los que todavía no puedo asistir.

—¿Asiste a muchos eventos?

Las chicas parecían interesadas en saber; sin embargo, todavía estaba tratando de descifrar la razón detrás de esta invitación. No creía que alguien como ella fuera de celebrar fiestas de té por gusto, a kilómetros podía notar la incomodidad en su postura.

—La capital es muy activa y siempre hay cosas por hacer: fiestas, encuentros, obras, eventos en general. —Me reí e hice un gesto con la mano para indicarle que la lista era interminable.

—Como se esperaba de la nobleza, solo saben derrochar y divertirse.

—¿Disculpe? —¿No era esto un evento social?

—Quizá lady Blanchett no lo comprenda porque está acostumbrada a ese ambiente elitista y derrochador, pero es asqueroso ver como el dinero de los plebeyos se gasta es sus caprichos, vestidos, joyas y bailes. Tsk. —Chasqueó la lengua y no pude evitar abrir los ojos de sorpresa al oír sus declaraciones.

Por un segundo no pude contestar y solo fui capaz de mantener la boca cerrada porque me quedaba un hilo de consciencia. Sentía que todo esto era una gran broma.

—Disculpe mi rudeza lady Tremblay-

—Yvonne.

—Señorita Yvonne, pero... ¿No es una noble también?

—Aspiro a dejar de serlo, los nobles son una casta reprochable. Presumen y descuidan sus deberes para con el pueblo. —Sus mejillas se sonrojaron de indignación antes de enumerar—: Vestidos lujosos, joyas innecesariamente caras, eventos de pseudocaridad... Si de verdad desearan realizar un acto de bondad, repartirían comida en las calles.

—La comida se acaba señorita Yvonne, ¿cree usted que es el deber del noble alimentar a los plebeyos?

—Es claro que usted no lo entiende porque ha sido criada de esa forma, basta verla para saberlo; pero si no tengo mal entendido, es la prometida del príncipe, será reina, debería comprenderlo.

Mi mente por fin comprendió que las invitadas habían venido vestidas de forma tan sosa porque la persona en cuestión no las dejaría en paz. Tomé la taza y di un sorbo antes de sonreír. ¿Sería por este pensar que había optado por servir a Clarice?

—¿Le gustaría ser usted la reina?

—¿Perdón? —Volví a tomar un sorbo y escondí la sonrisa detrás de la taza. ¿Era abusivo de mi parte jugar con unas niñas de esta forma? Porque no solo la señorita Trembaly estaba desconcertada, sino que las demás presentes ostentaban un gesto de sorpresa casi cómico.

—¿Podría repetir la pregunta señorita Blanchett? Creo que escuchamos mal. —Una de las niñas, que se había sentado cerca de ella, habló y forzó una sonrisa.

—Dije que... —Posé la taza sobre su platillo—: Si a la señorita Tremblay le gustaría ser la reina. No siento particular apegada a la posición, así que, si ella se considera más adecuada, puedo sugerirlo cuando regrese a la capital.

—Usted... usted cómo... ¿cómo puede ser así de desvergonzada? —Mis palabras parecían haber activado su enojo. En su rostro desnudo, el rubor se hizo presente y sus ojos me miraron con desgrado.

—¿Lo soy? Solo estoy respondiendo a sus deseos. Si tanto desea ayudar a los plebeyos, como reina quizá pueda vaciar los graneros reales, o mejor aún, ¿por qué no vende las joyas de la corona y las convierte en pan? —En este punto me estaba burlando de forma abierta y escandalosa; pero mi postura permanecía relajada, incluso me tomé la libertad de recoger una madalena recubierta en chocolate y morderla.

Se paró de repente y yo le di una mirada aguda. Por el rabillo del ojo podía ver a mi escolta comenzar a acercarse con una mano en la empuñadura. Suspiré en mi mente, lo que menos necesitaba era un escándalo de tal magnitud.

—Jamás pensé que conocería a alguien tan sinvergüenza. Los rumores sobre usted son una completa falsedad, no es más que otra noble arrogante que se cree más valiosa de lo que en realidad es. —En este punto se había acercado tanto a mí que casi la tenía encima y de alguna manera recordé lo que Margot me había dicho—. Jamás serviré a una reina como usted, antes muerta.

Le faltaban unos pasos para llegar a mí y Sir Yvan no estaba más lejos. La continuidad de los hechos era más rápida que las palabras y levanté mi mano deteniendo al caballero, quien indeciso había tropezado un paso.

Me incorporé y acomodando mi falda, esperé hasta que estuvo lo suficiente cerca antes de estirar mi pie, entorpeciendo los suyos y haciéndola perder el equilibrio. Nadie más que mi caballero, que estaba detrás de mí tendría que haberlo visto.

Al siguiente segundo, el caos envolvió el salón cuando la niña cayó y tomó el mantel arrastrando con esa acción, todo lo que estaba sobre la mesa.

El té y los postres habían tomado el lugar del maquillaje en ese rostro pulcro y las ropas de las invitadas, en colores opacos, habían cobrado vida.

Me llevé la mano a la boca y fingí un sobresalto. La risa peleaba por escapar de mis labios.

—¡Que torpeza! ¿Se encuentra bien? —Hice el amago de ayudarla, pero me detuve en cuanto sus ojos destellantes me observaron.

—¡Fuiste tú!

Una sarta de acusaciones fue dirigida hacia mí al tiempo que el mayordomo, alertado por el ruido, se precipitó dentro de la sala en donde la mayoría de las niñas, ya fuera que no pudieran controlarlo o de verdad lo querían hacer, mostraban el desagrado plasmado en su rostro.

—Será mejor que me retire. —Miré a mi alrededor y me tragué un suspiro. Nunca había sido una niña buena, pero me había superado a mí misma—. Fue un placer conocerla Lady Tremblay.

Me acerqué e hice una leve reverencia; a estas alturas, ya se había calmado bastante.

—Aunque quizá quiera reconsiderar lo de ser reina, le falta compostura.

Miré a Sir Yvan que tenía la boca apenas abierta y lo animé a seguirme fuera. 



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Los amo!

Flor

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