Fleur: Memorias del tiempo [D...

By defloresescribo

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Seguramente conoces el cuento de la zapatilla de cristal, el príncipe y el final feliz ¿Pero qué pensarías si... More

Había una vez
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
BASTIAN
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
DEAN I
DEAN II
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
SILVAIN I
SILVAIN II
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
EL DUQUE I
EL DUQUE II
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CLARICE I
CLARICE II
CLARICE III
CLARICE IV
CLARICE V
CLARICE VI
CLARICE VII
CLARICE VIII
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
CINCUENTA Y OCHO
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Uno
Memoria I
Dos
Memoria II
Tres
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SIETE

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By defloresescribo

El sol parecía escasear cada día más, llenando los días de cielos grises. Pero hoy no era el caso, puesto que entre las nubes se filtraban líneas luminosas que dejaban un encanto divino en el ambiente.

Tomé la taza de té con leche que tenía adelante y me dispuse a tomar con lentitud mientras miraba por la ventana. En la mesa solo nos encontrábamos mi padre y yo. La idea era no llamar demasiado la atención, no hacer ruido y minimizar lo más que pudiera mi presencia; no sea cuestión de que por un error me viera obligada a interactuar con él.

Suspiré en mi interior cuando vi con anhelo las tostadas y la mermelada de ciruela que estaban demasiado lejos de mí, pero lo suficiente cerca de donde él estaba sentado. Las criadas que siempre estaban a mis espaldas se habían retirado algunos minutos atrás después de servirnos. Una manía que este hombre tenía de no querer ser molestado en la primera comida del día.

Sin otra opción y poco dispuesta a renunciar a las tostadas, tendría que traicionar mi propósito principal.

Reuní valor para hablar y mirándolo con reticencia hablé.

—Padre. —Recibí su penetrante mirada de lleno y casi pude reírme—. ¿Podría molestarlo para que me acerque las tostadas y la mermelada? —Bajé la voz sintiéndome ligeramente avergonzada—. No alcanzo.

Antes de que hubiera terminado de hablar, las dos cosas ya estaban al alcance de mis manos. Agradecí y sin decir nada más, me dispuse a seguir comiendo al tiempo que observaba, como siempre, la pequeña figura de mi hermano practicando en el jardín de la mansión con esa nueva espada de madera.

Sonreí cuando recordé que esa espada había permanecido entre mis posesiones más preciadas y no estaba ni por asomo, lo nueva que estaba ahora.

Suspiré esta vez en voz alta siendo audible en el silencio.

Miré el reloj de péndulo en la pared contigua y vi que apenas pasaban de las siete treinta de la mañana. Me hubiera gustado seguir durmiendo hoy que las lecciones de la señora Fleming no se dictaban, pero habíamos resuelto ir con mi madre a la ciudad a revisar cómo iba el salón de té del centro.

—Fleur. —Desvié la mirada de la ventana y miré al hombre sentado en la cabecera de la mesa—. ¿Cómo van tus lecciones?

«Oh...»

—Son... están bien.

—¿No tienes ninguna queja o dificultad?

Fruncí el ceño desconcertada, sin embargo, respondí al tiempo que formaba una leve sonrisa.

—Ninguna, todas son simples y fáciles de llevar.

—Ya veo.

Aprecié la mirada complicada que me dedicaba, pero no tenía intención de preguntarle así que luego de ese corto intercambio de palabras el silencio se hizo de nuevo con la habitación y yo regresé mi vista a la ventana. Para mi insatisfacción, el niño que antes entrenaba ferviente no estaba más.

La puerta del salón se abrió y la persona que apareció fue mi madre. Pensé que tal como los otros días, desayunaría en su habitación y nos encontraríamos a las ocho en las puertas para irnos; no obstante, la observé sentarse de forma tranquila seguida de una de sus doncellas personales, que esperaba en silencio su orden.

—Puedes retirarte.

—Madre, buenos días. —Sonreí medio satisfecha, medio incrédula.

—Buenos días, florecita. —Me sonrojé por el apodo por el que me llamaba e ignoré el burbujeo de felicidad cuando vi sus ojos brillar vivaces bajo las tupidas pestañas.

—¿No desayunarás?

—No, comeré algo después en la ciudad... quizá también quieras guardar espacio para algo más. —Sugirió.

¿Había venido a decirme que comiera menos? La miré con la interrogante en la cara, pero no recibí más que una sonrisa indescifrable.

—¿Saldrán?

—Mmm.

—¿A dónde?

Era la primera vez que escuchaba a este hombre hablar tanto, mucho menos cuestionar algo.

—Aquí... allá...

Una vez más en la brevedad de esta mañana me vi sorprendida de grata forma cuando aprecié la actitud de mi madre frente a esta persona que la había lastimado. Lo miraba a los ojos y respondía con un deje de aburrimiento que resultaba exquisito.

No sabía el propósito que tenía al venir a sentarse con nosotros en silencio, pero me gustó. Abandoné la idea de comer más y me dediqué a hacer una pequeña plática con ella. Hablábamos sobre las lecciones en su mayoría, porque cuando quería desviar la conversación hacia lo que haríamos hoy, era detenida por el hábil revés de mi madre.

Era evidente que no tenía la intención de hacerle saber a la silenciosa presencia sobre nuestros planes.

—Muy bien, tu hermano ya debería estar listo. —Miró el reloj, se levantó y me hizo un gesto suave con la cabeza para que la siguiera. Me bajé de la silla e hice una leve reverencia antes de darme la vuelta y seguir con rapidez la falda verde que revoloteaba de forma discreta alrededor de sus pies.

Giré la cabeza con disimulo antes de dejar el salón y me grabé la imagen de mi padre sentado en completa soledad, con sus ojos viendo la taza y la cabeza inclinada hacia abajo. Pensé que antes de la llegada de Clarice, meses antes de mi renacimiento, no hubiera dejado que permaneciera solo; ahora pensaba que la figura que recortaba era infinitamente triste, pero a la vez, hallaba algo de consuelo en ello.

No sabía si era normal o si en realidad era una mala persona por sentir algo de satisfacción de la pena que había podido advertir cuando recibió el rechazo disimulado de mi madre; pero independiente de si lo era o no, creí que no había acción sin retribución.

Volví la cabeza esta vez enfocada en la agraciada silueta que caminaba frente a mí y creí verla más recta que antes, como si un sentimiento de fortaleza brotara de ella que antes no estaba. Quizá me había acostumbrado a ver a esa madre frágil y quebradiza que se debilitaba día con día.

Cualquiera fuera el caso, sentí lástima por estas dos personas que en algún momento de su vida habían sido libres.

Me apresuré a caminar a su lado y tomar su mano satisfecha. Por primera vez en mucho tiempo, pensé que todo podía salir bien.

No evité que la sonrisa se me dibujara en la cara en todo su esplendor mientras recorríamos el pequeño tramo hasta la entrada, así que para cuando llegamos y vi a mi hermano, no supe cómo expresar con más animosidad mi buen humor.

Me acerqué a él soltando la mano de mi mamá y cuando estaba por colgarme de su brazo, descubrí que llevaba el cabello húmedo y ya fuera por costumbre o por un descuido, realicé la acción a la que tan habituada estaba en nuestra vida anterior.

Levanté mi mano y una suave ráfaga de viento le envolvió la cabeza, dejando su cabello seco.

No pensé que un acto tan inocente acarrease una suma de inconvenientes para los que aún no estaba preparada; sin embargo, la salida de ese día no se canceló y los problemas vinieron de uno en uno, pero después.

Mi madre miró atónita mi acción al igual que los sirvientes; no obstante, guardaron silencio y ella, que estaba a unos pasos, se apuró a sostener mi mano y la de Bastian antes de casi arrastrarnos a la salida.

No nos dio tiempo a reaccionar antes de empujarnos al interior del carruaje, tan rápido había sido, que para cuando nos dimos cuenta, los caballos ya habían salido por la gran puerta de la mansión haciendo resonar sus cascos contra las piedras del camino.

Mi madre seguía tomando mi mano con fuerza, pero no me atreví a preguntar qué pasaba cuando vi en su rostro la gravedad de algo que no llegaba a comprender.

El camino fue silencioso pero apacible, el gesto preocupado se fue deshaciendo hasta que se formó una leve sonrisa. Aunque estuve tentada de preguntar qué era lo que había pasado, no pude menos que callarme cuando nos detuvimos frente a las puertas de un gran edificio.

Una doncella se apresuró a ayudarme a bajar y yo levanté la cabeza para encontrar la bella fachada de Rumeurs. Recorrí con la mirada las anchas puertas de doble hoja adornadas con vitrales y las ventanas alrededor con flores en los alfeizares; había un sentimiento de calidez adosado de forma impecable al de elegancia.

Me quedé parada frente a la entrada y reviví los recuerdos detrás de estas puertas. Este lugar, que había sido el espejo de mi madre, luego de su muerte se había pasado a las manos de mi padre quien a su vez se lo había regalado a Clarice sin remordimiento alguno.

—Estaba en ruinas —Bastian murmuró junto a mí, quizá sin intención de que yo escuchara, pero lo había hecho.

Asentí sin decir nada.

Este lugar había sido uno de los tantos motivos por los cuales mi rechazo hacia Clarice y la relación con mi padre se había tornado insoportable.

Podía escuchar su voz en mis oídos, la forma en que había respondido a mi reclamo cuando me enteré que las escrituras estaban en manos de mi media hermana:

"—Un humilde salón de té, te aferras a eso con tanto egoísmo y no puedes cederle tal pequeña cosa a tu hermana, tu madre era igual que tú".

Eso había dicho, sí, lo recordaba, por supuesto que lo recordaba. Había discutido con él por primera vez en mi vida, me sentía indignada; el lugar que era de mi madre, su lugar amado, se pasaba a la hija de la amante y no a mis manos, no lograba concebirlo. Más tarde que pronto descubrí que el título de propiedad había sido tomado a capricho de ella.

No pude aceptarlo entonces y todavía no podía.

Cuando volví años después, lo que había sido el centro de reunión de la alta sociedad, estaba cerrado, los deslumbrantes cristales estaban rotos, la puerta se encontraba cerrada por un candado medio oxidado y las elegantes paredes de piedra blanca mostraban moho naciendo entre sus uniones.

En ese momento, sentí por primera vez el odio, no era el rechazo, ni los celos o la envidia, era odio, ese odio que se formaba de ese sentimiento ardiente al sentir mi corazón sangrar por el dolor.

Las cosas que mi madre había amado, las que ella apreciaba, poco a poco se rompieron una a una.

La madre que ahora se paraba junto a mí y observaba con deleite, era la misma madre que ahora quería proteger.

Sonreí aliviada y pensé que no importaba, mientras pudiera mantenerla de esa forma.

Era probable que mi hermano pensara igual, porque sus ojos la veían con la misma emoción que creía sentir en los míos. Había cosas que ninguno de los dos supo evitar cuando éramos niños, pero que ahora, sin embargo, podíamos.

—Entremos.

Ella habló y se recogió la falda, lo suficiente para no tropezar con los seis escalones de la entrada y de inmediato, tras pasar las puertas, nos recibió el encargado.

—Señora, la estábamos esperando.

Mientras Francis hacía una profunda reverencia, vi por el rabillo del ojo cómo, desde una mesa, una mirada se posaba sobre nosotros. Giré la cabeza y vi a ese hombre de frente. Mis labios se extendieron en una sonrisa y tuve que reprimirla a la fuerza.

Belmont Dubois era esa persona que no tenía permitido olvidar, por el simple hecho de que él había amado profundamente a Alizée Roux. La mujer que ahora mismo hablaba contenta con el empleado sobre el estado de lugar y las nuevas ideas que podrían implementarse.

Bajé la cabeza y no dije ni una palabra mientras seguía tras los pasos de mi hermano, había unas cuantas ideas formándose en mi cabeza que todavía no estaban listas para decirse. Solo necesitaba unos días para terminar de ajustarlas, por ahora, el tiempo no me preocupaba.

Sonreí encantada cuando la doncella se paró a mi derecha y sirvió el té de rosa moqueta y leche que había pedido junto con madalenas espolvoreadas de azúcar glas. Estaba satisfecha con mi lugar junto a la ventana que daba a la calle en el tiempo que esperábamos a que mamá volviera de revisar junto con el contador las cuentas del salón.

Ella había tenido razón, comer menos en el desayuno no tenía desperdicio.

Bastian, al igual que yo, se había sentado junto a la ventana justo frente a mí. Jugué a remover su cabello con suaves corrientes de aire haciendo que las pocas hebras que se posaban sobre su frente se levantaran y volvieran a caer. Había un toque deslumbrante en ellas al ser tocadas por la luz a través de los cristales.

—Quédate quieta, no molestes.

Levanté las cejas divertida al recibir esa advertencia, dicha con tanta seriedad, proviniendo de un par de labios que todavía eran demasiado rosados y suaves.

—Me aburro.

—Tu aburrimiento me molesta.

—Como hermano deberías contribuir al entretenimiento de tu hermanita.

Me miró directo y hubo una expresión amenazante en su cara. Alcé la taza y me la llevé a los labios mientras desviaba la mirada, me reiría de él si seguía observándolo y no creía que ese gran orgullo en su pecho pudiera soportar más burla de mi parte. ¿Cómo le decía que su expresión era más adorable que intimidante?

—¿Este lugar...?

—Mientras podamos sacar a mamá de la mansión, no debería haber problema.

—Ya veo.

Se hizo un pequeño silencio en el que el ruido de fondo se volvió notorio. Me di cuenta que de verdad el ambiente le hacía honor a su nombre, porque las voces corrían cargadas de rumores, de chismes, de "él o ella dijo", de "vuestra merced no lo creería", de "me atrevo a confesar" y de "¿No se enteró?".

Me reí en silencio entre dientes cuando escuché que la hija de un tal conde se escapó con un tal jardinero y que al final el padre de la joven los había encontrado; sin embargo, la muchacha ya no era casta.

Sin dudas debió ser un buen escándalo.

Pero las sonrisas me duraron poco cuando unos cuantos pares de ojos se posaron en nosotros y las voces se volvieron a condensar en grupos de murmullos.

—Dicen que el señor de la casa Blanchett tenía una amante fuera de casa y que trajo a vivir a la mansión una niña ilegítima.

—Dios santo, ¡qué vergüenza!

—¿Es que no te habías enterado ya?

—Algo había escuchado al respecto, pero no me atreví a creerlo.

—La duquesa desapareció durante tanto tiempo de la sociedad, es evidente que no se atreve a mostrar la cara... tan vergonzoso.

Apreté con fuerza los dientes dentro de la boca sintiendo la presión de la acción; por supuesto, los chismes eran el pan de cada día en este círculo.

Bastian a diferencia de mí, seguía tomando el té sin prestar atención; lo admiré por ello e intenté imitarlo al llevarme un dulce a la boca. Arrugué las cejas cuando la dulzura me abrumó y me asaltaron las ganas de escupirlo.

—Le escribí una carta al abuelo.

Mi ceño que ya de por sí estaba fruncido, se profundizó.

—Voy a ir a la academia militar y luego permaneceré en la frontera.

—¿Ya no serás caballero? —pregunté desconcertada.

—La lealtad de un caballero está con el rey, la de un soldado con su país... si un monarca decide traicionar a aquel que se arrodilló ante él, el caballero debe bajar su cabeza y sacrificarse.

Su mirada trasparente me asaltó y sentí un escalofrío recorrerme la espalda, había un fuego desconocido ahí en donde antes había hielo.

—No quiero eso, en esta vida, mi lealtad... no se las daré.

Por unos segundos me sentí ahogada con las mil palabras que quería decir, pero al final no encontré ninguna que pudiera expresar lo que quería. Había oraciones completas enredadas en mi garganta y tuve el deseo de llorar de frustración.

Había sido injusto, todo en su muerte había sido injusto; sin embargo, no había dicho ni una palabra para defenderse.

"—El rey quiere que muera, y si eso desea, no hay nada que yo pueda decir. Es mi deber".

Los valores que habían regido su vida, los que habían determinado su muerte, los entendía todos; no obstante, me había rehusado a consentir su pérdida tan llanamente.

—Está bien. —Si ya lo había decidido, lo apoyaría.

Acepté y formé un pequeño arco en mis labios, la libertad de elegir que me parecía un derecho, a mi hermano se le había vetado, ahora tenía esa opción y yo no podía objetar.

—¿Mamá sabe?

—No.

—Ya veo... no le digas.

—Ven conmigo a Carmine, si ambos vamos, alguna forma podríamos encontrar para sacar a mamá.

—No, Bastian. —Me mordí los labios y di un sorbo al té que ya mostraba signos de enfriarse—. Su vida es este lugar, esta gente... el campo de batalla que hay que dominar no está solo acompañado de la espada y Clarice ganó en este cuando estuve en el norte... si me voy, si la dejo ganar, ¿no estaría fallando de nueva cuenta?

Negué con suavidad y le dirigí una mirada confiada. No era ganar o perder, era más como ¿mantenerse alerta?

—Me quedaré aquí con mamá mientras tú vas con el abuelo, con suerte, esta vez podamos evitar la ruina de la familia Roux.

Desvié la mirada y esta vez bebí la imagen a mi alrededor. Habíamos prometido estar juntos y protegernos; pero ambos teníamos habilidades distintas y lugares diferentes en los cuales ponernos a prueba. En la distancia lograríamos más.

O eso esperaba.

Mi atención se alejó de mi hermano y viajó a ese hombre en particular. Me regocijé en la idea de cumplir el anhelo que su corazón, en la antigua y actual vida, mantenía.

Belmont Dubois... 


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Los amo!

Flor

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