Fleur: Memorias del tiempo [D...

By defloresescribo

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Seguramente conoces el cuento de la zapatilla de cristal, el príncipe y el final feliz ¿Pero qué pensarías si... More

Había una vez
UNO
DOS
TRES
CUATRO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
BASTIAN
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
DEAN I
DEAN II
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
TREINTA Y TRES
TREINTA Y CUATRO
TREINTA Y CINCO
SILVAIN I
SILVAIN II
TREINTA Y SEIS
TREINTA Y SIETE
TREINTA Y OCHO
TREINTA Y NUEVE
CUARENTA
CUARENTA Y UNO
CUARENTA Y DOS
CUARENTA Y TRES
CUARENTA Y CUATRO
EL DUQUE I
EL DUQUE II
CUARENTA Y CINCO
CUARENTA Y SEIS
CUARENTA Y SIETE
CUARENTA Y OCHO
CUARENTA Y NUEVE
CINCUENTA
CINCUENTA Y UNO
CINCUENTA Y DOS
CINCUENTA Y TRES
CINCUENTA Y CUATRO
CLARICE I
CLARICE II
CLARICE III
CLARICE IV
CLARICE V
CLARICE VI
CLARICE VII
CLARICE VIII
CINCUENTA Y CINCO
CINCUENTA Y SEIS
CINCUENTA Y SIETE
CINCUENTA Y OCHO
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Prólogo
Uno
Memoria I
Dos
Memoria II
Tres
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CINCO

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By defloresescribo

El sonido de los cubiertos chocando contra la fina porcelana de los platos era lo único que se dejaba oír en el comedor. Los sirvientes, parados en las esquinas o al lado de las puertas; pero lo suficiente cerca como para servirnos en cualquier momento, parecían esforzarse por no caer ante la presión en la habitación.

Levanté la mirada de mi plato para ver a mi hermano, quien se veía relajado bajo el espeso manto de tensión que se cernía sobre la mesa. No pude evitar sonreír de lado al verlo tan calmado, yo misma podía sentir cierta incomodidad; pero nada que me impidiera llevarme a la boca un sabroso trozo de carne cubierto de salsa blanca.

No podía evitarlo, en mis últimos recuerdos, mi comida consistía en pan mohoso y agua.

Mi madre no había bajado a cenar con la excusa de un dolor de cabeza, aunque siendo sincera, luego de haber llorado por horas, no esperaba menos que tal dolor. Mi hermano y yo la habíamos dejado llorar al contenido de su corazón; porque era natural sentir dolor ante la traición de un ser amado y era obvio que ella amaba a su esposo.

Mi padre por su parte, no había aparecido por su habitación, ni siquiera para ofrecerle un mínimo de consuelo. En mi mente no entendía qué podría haberla hecho amarlo, siendo como era, alguien así de horrible.

Bastian y yo nos sentamos en la puerta del cuarto, esperando que los sollozos menguaran antes de golpear y asomar nuestras cabezas descubriendo, con el corazón doloroso, como la mujer en el interior nos daba la espalda rapidez y para secarse las mejillas con el dorso de la mano y volver a enfrentarnos con una sonrisa.

En su momento, muchos años atrás, no había apreciado esos detalles, no había notado el esfuerzo que hacía por parecer bien ante nosotros, por lo menos no antes de que mi corazón se llenara de sentimientos oscuros hacia la niña que comía rígidamente frente a mí.

Al final, junto con mi hermano, la habíamos obligado a recostarse y sentados a su lado en la cama sostuvimos sus manos hasta que el sueño la venció. Hasta el último segundo, mantuvo una pequeña sonrisa en su rostro. Quizá así eran todas las madres, mostrando un frente fuerte para sus hijos.

Ella nos había apoyado hasta su último suspiro, ya fuera a Bastian o a mí, no había momento en que su silencioso respaldo nos abandonara; incluso cuando mi comportamiento se había tornado detestable, ella nunca dijo nada, debió hacerlo, pero no lo detuvo. No supe hasta el momento de su muerte que mi delicada madre había sentido que esa niña podía robarme todo y que se culpaba a sí misma por no poder hacer que mi padre nos amara como lo hacía con Clarice, así que había optado por ignorar lo que hacía, sin apoyar, pero tampoco amonestar.

Estuvo mal, sí, ella sabía que estuvo mal, pero no había tenido el corazón para reprender a su hija y proteger a la niña de una amante.

Nuestro propio odio, nuestro sentimiento de rechazo y el dolor violento de ser desfavorecidos por nuestro propio padre habían formado una pesada capa sobre su espalda; una culpa que no era de ella, pero que había tenido que cargar.

Seguí masticando con lentitud la comida sin preocuparme por el ambiente, me valía poco y nada lo que pudieran estar pensando mi padre o Clarice; si la pasaban mal, la verdad que, por mí, mejor. De hecho, era un sentimiento refrescante sentirme inmune a la situación. Ya la había vivido una vez y había sentido el horrible rechazo, la pena, la envidia y los celos que en una niña de cinco años no deberían haber aparecido con tanta fuerza.

Bastian parecía coincidir con este pensamiento porque se lo notaba distraído. Antes estaba alerta, siempre tenso, esperando lo que el hombre sentado a la cabecera de la mesa, pudiera decir.

Me limpié la boca con suavidad antes de levantar mi pequeña mano en un gesto sutil y esperé a que la criada detrás de mí se acercara y retirara el plato vacío. Sonreí a modo de agradecimiento y con las manos sobre mi regazo permanecí callada, observando de forma distraída la vista al jardín, que se dejaba ver a través de los ventanales.

Bastian había terminado de comer un poco antes que yo y miraba aburrido la copa delante de él. Los otros dos comensales aún seguían picando la comida más lento de lo que mi aburrimiento me permitía aceptar; Clarice en realidad casi no había tocado nada del plato salvo la carne, dejando los vegetales marinados a un lado.

—Fleur. —Volví la cabeza cuando la voz de mi padre me llamó, en sus ojos había cierto punto de curiosidad y en los míos también; quería saber qué lo había hecho hablarme cuando antes no solía pronunciar palabra hacia mí a menos que fuera para decirme que me callara—. Supe que estuviste enferma.

Oh... así que era eso.

Asentí levemente y no dije nada.

—Por las cartas de tu madre me enteré que estuviste inconsciente algunos días... ¿Cómo está tu cuerpo?

—Ahora me siento bien, gracias por su preocupación. —Sonreí y volví a mirar por el ventanal, notando por el rabillo del ojo como Bastian se tapaba la boca con la servilleta para disimular la divertida sonrisa.

Claro, le daba risa que ese hombre hubiera sido rechazado de tal forma.

No sabía qué lo había motivado a preguntar, y sin dudas no me interesaba.

—Ya veo... entonces espero que puedas ayudar a tu hermana a adaptarse ahora que vivirá con nosotros. —Ah... ahí estaba la razón detrás de su pregunta, temía que no estuviera lo suficiente sana como para entretenerle a la niña.

—Entiendo.

La susodicha niña levantó su cabeza del plato mostrando un par de labios brillantes por la grasitud de la carne y sonrió. Hice una mueca de desagrado que reprimí cuando la vi mirarme y abrir la boca para hablar.

—Espero que podamos llevarnos bien, siempre había querido hermanos y ahora los tengo, ¿no es fabuloso? —dijo.

—Seguro.

Esta vez, quien contestó de forma parca fue Bastian, que sentado junto a mí parecía un pequeño y hermoso maniquí; porque básicamente no se había movido desde que dejara sus cubiertos.

Quise reírme de su inexpresividad, era como ver a mi hermano el caballero, metido a la fuerza en el cuerpo de un niño.

Las criadas terminaron de limpiar la mesa en lo que este intercambio de palabras se daba, y dejaron un pequeño copón de postre frente a cada uno. Si bien no era aficionada a lo dulce, las frutillas con crema se mostraban en exceso apetecibles.

No había alcanzado a tomar la cuchara cuando un fuerte golpe sobre la mesa hizo temblar todo sobresaltándome en el proceso.

—¿Quién fue el que preparó esto? —Había un notable tono de enfado en esas palabras—. No puede haber frutillas en esta mansión.

Las palabras irrazonables de mi padre nos dejaron a todos helados.

—¿Por qué? —No pude contener la pregunta y los ojos furiosos que habían estado clavados en el mayordomo se posaron en mí.

—Tu hermana es alérgica.

Mi boca se transformó en una perfecta 'O' antes de que una sonrisa cínica se posara sobre mis labios. ¿Cómo se suponía que los demás lo supiéramos? Sin embargo, sentí el apretón en mi mano por debajo de la mesa y miré a Bastian, que contenía una expresión de satisfacción.

Lo entendí enseguida y el revoloteo de la risa, nacida de mi pecho, tuvo que ser empujado hacia abajo.

—Yo fui quien pidió frutillas de postre, son mis favoritas. —Recalqué, pese a que era una mentira; yo no había pedido nada y mucho menos eran mis favoritas—. No esperaba que mi pedido fuera tan dañino para mi hermana... supongo que tendré que desistir de comerlas...

Fruncí el entrecejo con suavidad y dejé la cuchara a un lado.

Si él quería causar problemas, yo lo seguiría.

—...aunque me gustan... si es por mi hermana... —murmuré bajito, pero en este silencio que se había formado, todavía era audible.

Mi tono acongojado y el rostro compungido habían dejado sin palabras a los presentes. Me levanté y maldije por lo bajo cuando tuve que dejar el apetecible postre sin tocar. Sin embargo, no sería el mismo efecto si insistía en comerlo.

Bastian se levantó y al igual que yo, había puesto un rostro que expresaba una queja contenida. ¿Qué tan lamentables nos veríamos?, no lo sabía, pero esperaba que la simpatía de los sirvientes por nosotros aumentara. Si lo pensaba, había sido un movimiento extremadamente inteligente de parte de Bastian.

En la última vida, los sirvientes habían pasado de respetarnos a entregarle su afecto a Clarice, lo cual había hecho de nuestra vida, sino un infierno, por lo menos algo muy cercano. Solo contábamos con la protección de Margot y unas cuantas sirvientas que servían a mi madre.

—Con su permiso padre, nos retiramos a descansar y lamentamos el incidente, señorita Clarice. —Mi hermano no estaba dispuesto a llamarla hermana y aunque hubiera pasado desapercibido para muchos, el rechazo velado había sido notable para mi padre y para mí.

Me tomó de la mano y me arrastró hasta las escaleras, subimos los escalones con rapidez hasta que llegamos a mi cuarto y cuando cerró la puerta lo vi soltar una carcajada que me hizo reír a mí de forma extraña ante la situación.

—¿Le viste la cara? Nunca lo había visto tan incómodo, ni en esta ni en la vida anterior. —Siguió riéndose mientras se sentaba en la cama y me miraba con un aire que decía "satisfecho" por donde se mirara.

—De hecho, nunca lo había visto así. —Yo también me senté en la cama a su lado y reí un poco, aunque había cierto malestar. Era claro que lo único que podía afectarlo eran las cosas relacionadas con ella— ¿Por qué lo hiciste?

—¿Mmm? Bueno, si mamá no puede vivir bien, ¿por qué ellos podrían? —Esa fue su respuesta y yo estuve de acuerdo. Era el primer día, pero ya estaba causando problemas, no creía que a la servidumbre le gustara esta nueva situación.

—De verdad estaba enojado —declaré y torcí los labios hacia abajo—. ¿Será un problema para los cocineros?

—A menos que quiera ser irrazonable, no.

—Ya veo... —Me quedé en silencio un momento más y volví a abrir la boca—. ¿Crees que alguna vez nos amó?

—¿Quieres una respuesta sincera? —preguntó y me miró con precaución.

Asentí mirándolo directo al par de ojos que eran sin lugar a dudas, idénticos a los míos, de un gris plateado.

—...no sé... —Luego de unos segundos de silencio, contestó poniendo su mano sobre mi cabeza y dejando una ligera caricia— ...supongo que, desde un punto de vista normal, no, en realidad creo que no.

—...ya veo.

Suspiré y me obligué a dejar de lado el sentimiento de tristeza que me había golpeado, como pensaba, hay cosas que ni siquiera dos vidas podían solucionar. Era cierto que lo detestaba, pero por el otro, había esperado que por lo menos, mientras fuera pequeña, todavía pudiera aspirar a cierto afecto de su parte. Me equivoqué.

—La prioridad es mamá Fleur, no dejes que otras cosas te distraigan.

—Mm, entiendo, no voy a dejar que otras cosas me afecten y apart-

El sonido de golpes en la puerta nos distrajo y nos miramos el uno al otro con cautela, esperando que nadie nos hubiera escuchado hablar.

—Adelante.

—Señorita. ¡Ah! El señorito está presente también. —Anette, una de las doncellas abrió la puerta con una bandeja en sus manos—. Es perfecto, luego iba a buscar al joven amo.

Con una sonrisa amigable se acercó dejando sobre una mesita, al costado de la puerta, la bandeja con los dos copones de frutilla con crema que no habíamos podido probar al concluir la cena de forma tan... extraña. Sí, extraña era la palabra que describía la situación en la que nos habíamos retirado.

La joven no dijo mucho más antes de retirarse y dejarnos solos de nuevo y yo no dudé en acercarme y tomar con ganas el copón. Me moría de ganas por engullir esas frutas rojas.

Miré a Bastian con una sonrisa divertida antes de llevarme una a la boca, saboreando la mezcla del suave dulce ácido con el de la crema ligeramente endulzada, justo a un nivel aceptable para mi poca tolerancia a lo dulce.

—Mmm, ¿quién crees que los envió?

—Él seguro que no.

—Por supuesto que no, casi rompe la mesa por ver unas simples frutillas frente a ella y poco le importamos nosotros, así que...

—Hm. —Asintió y sonrió—. De hecho, lograste lo que querías.

—Tener la mente de una joven de dieciocho y el aspecto de una niña de cinco es una combinación perfecta de la cual sacar provecho. —Me reí y continué—: Y si tengo un hermano tan intrigante como tú, por supuesto que voy a lograr lo que quiero. No esperaba que hicieras algo.

Le alcancé el otro copón a mi hermano antes de volver a sentarme, esta vez en el suelo, sobre la alfombra de lana blanca. Desde abajo y sosteniendo la cuchara con devoción propia de un mendigo miré su actuar calmado.

—Siendo sincera, me cae lo suficiente mal como para querer volver a hacerle la vida imposible —confesé—, sin embargo, la encuentro tremendamente sosa y una pérdida de tiempo... a ambos.

—Concuerdo, pero sigue siendo desagradables verlos en paz.

Estuve de acuerdo con sus palabras, por muy malas que sonasen.

—Después de volver a la vida... pensé que ese sentimiento de odio con el que morí me iba a acompañar por siempre, que iba a querer asesinarlos a penas los viera, y en realidad no me agrada verlos... pero más allá de eso, quisiera alejarme de ellos y no verlos más.

Él me miró y sus ojos expresaron la interrogante que con pocas palabras podría haber transmitido.

—Quizá podamos irnos, desaparecer de este lugar y alejarnos de esta locura, después de todo, nada de lo que hagamos va a cambiar los sentimientos de ese hombre, mamá seguirá sufriendo y ella... ella seguirá siendo la niña adorada de todos. —Bajé la cabeza y apreté la cucharita en mi mano con fuerza—. No quiero cometer los mismos errores, tampoco quiero pasar una vida igual a la anterior, no quiero ser una prometida rechazada, ni una mujer maliciosa... si pudiéramos alejarnos de la vida en esta mansión, así fuera que nos separara un muro... sería muy feliz.

Subí la cabeza y lo miré de frente, esperando una respuesta. Era cierto que había algo en mi pecho que me molestaba, esas ansias por cobrar todo el sentimiento que en mi vida pasada había tenido que pasar; porque era verdad que no había sido una buena persona, pero los demás tampoco habían sido buenos conmigo. Cuando me vieron caer no dudaron en patearme, cuando ya no tuve utilidad, me llevaron al medio de la nada a valerme por mí misma, y al final, cuando sentí que perdí la cabeza, ni siquiera mi propio padre me escatimó una mirada... ni siquiera derramó una lágrima por la hija que fue asesinada.

Había sido una niña celosa, amargada y envidiosa por haberse visto enclaustrada en una silenciosa habitación, aprendiendo cómo ser una perfecta dama y una regente sabia, mientras mi media hermana disfrutaba del amor que a mí me faltaba y de la libertad que no tenía, quedándose con todo lo que alguna vez me pertenecía. Ni siquiera fue capaz de dejarme a mi futuro esposo. Aunque ya no lo quería más... pero eso era un tema aparte.

Había robado todo con una sonrisa inocente y había exagerado el maltrato que le había dado, reduciendo mi reputación a nada.

Sí, decir que la odiaba era poco, pero con una segunda oportunidad, no deseaba malgastarla en ella. Quería una vida de libertad, la que no había tenido, quería a mi hermano con vida y a mi madre feliz. También quería volver a ese lugar en donde había conocido algo diferente.

Era un deseo simple, muy simple y antes, ni siquiera a ello había podido aspirar.

—¿Es eso lo que de verdad deseas? —Sabía que Bastian estaba sopesando mis palabras, tanteando la seriedad con que lo decía.

—Sí, vivir una vida tranquila es todo lo que deseo.

—Bueno. —Me dedicó una pequeña sonrisa y supe que estaba de acuerdo.

Mi hermano no divagaba ni daba palabras al aire, como un verdadero caballero, sus palabras iban acompañadas de una sinceridad y fortaleza que no dejaban lugar a dudas. Si había aceptado, significaba que sin importar qué, el deseo que había transmitido, se intentaría lograr con cada fibra del cuerpo.

Dejé el postre a un lado, me incorporé quedando justo frente a él y junté sus manos con las mías.

—Gracias. —Desde el fondo de mi corazón y junto a ese agradecimiento, yo también había jurado proteger la felicidad de él, fuera cual fuera. 

Gracias por leer y recuerden que pueden encontrar la versión editada del libro, con más contenido, nuevos personajes, ilustraciones y corrección editorial en Amazon como "Fleur, memorias del tiempo".

Si les gustó, no se olviden que pueden apoyar mi trabajo adquiriendo el libro en cualquiera de sus formatos y/o compartiéndolo, ya sea en capturas, citas, redes sociales o con amigos para que llegue a más personas y la historia tenga oportunidad de crecer y ser más reconocida.

Los amo!

Flor


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