Las galletas de los deseos |E...

By MyCherryBomb

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Luego de varios meses de amor y dulzura, Olivia es asaltada por las dudas. Deseosa de saber si Kevin es el ho... More

Nota de autor
Prólogo
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Epílogo

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By MyCherryBomb

22 de enero, 2019

Kevin tira mi pelo hacia atrás mientras vomito. Me da vergüenza que me vea así, pero la verdad es que anoche tomé algo de más y la resaca me está matando. Acaricia mi espalda cuando nota que ya terminé de largar hasta lo más asqueroso de mi estómago.

—Siento que voy a morir —murmuro cepillando mis dientes. Él me mira desde el umbral de la puerta, también se lo ve con resaca, pero a él no le afectó tanto como a mí.

—Date una ducha tranquila, voy a preparar café —replica—. Y obvio que hoy no abrimos la pastelería.

Me deja sola y gruño por el dolor de cabeza que siento cada vez que me muevo y entro a la ducha. No debería haber tomado tanto. Además, ¿a quién se le ocurre hacer una fiesta de aniversario del departamento un lunes?

Llegamos a las tres de la madrugada a casa, Kevin y yo muertos de risa de tanto que tomamos y apenas podíamos mantenernos en pie. María y Benjamín subieron al ascensor con nosotros y entre los cuatro nos mirábamos con expresión odiosa, aunque mi acompañante y yo no parábamos de reír. La rubia dijo que parecíamos dos adolescentes y Benjamín solo tenía cara de aburrido.En ese momento me olvidé hasta de la claustrofobia, no hacía más que carcajear con mi novio.

Cuando llegamos al departamento, Kevin me dio una nalgada adelante de ellos y estallamos aún más. Entramos como pudimos, cerramos la puerta con fuerza y tuvimos sexo en el sillón. Apenas lo recuerdo, estaba súper borracha y en mi mente veo todo borroso. Seguro que él sí se acuerda.

Termino de bañarme, me visto y bajo a desayunar. Kevin está contra la encimera de la cocina y con los ojos cerrados. Le doy un beso en los labios y esboza una sonrisa, pero sigue sin abrir los ojos.

—Ahora sirvo el café, dame cinco minutos para despertar —murmura con voz ronca. Lo empujo para que se siente y sirvo yo.

—Esto me hace pensar que estás peor que yo —comento sentándome frente a él.

—Ja, no creo que tanto —replica con tono divertido y toma un trago del café. Hace una mueca de asco y le pone tres cucharadas de azúcar—. La pasamos bien, deberíamos salir a fiestas más seguido.

—Solo que no deberíamos tomar tanto alcohol.

—Eso es cierto, aunque admito que te desinhibiste un montón y me encantó. Igualmente, espero que cuando nos casemos no te emborraches de esta manera. —Me mira con seriedad y luego sonríe—. Sería un papelón.

—Soy la reina de los papelones, mi amor. —Le saco la lengua y le doy un sorbo a mi café. Está muy fuerte y amargo, pero decido no ponerle azúcar ni nada, seguro así se me va más rápido la resaca—. Hoy a la tarde hago ejercicio. Tengo que continuar con mi mantenimiento de peso.

—Ayer hiciste unos saltos de trampolín increíbles, no creo que te haga falta hacer ejercicio, aceituna. —Corta un pedazo de budín y lo come. Frunce el ceño—. ¿Es de ananá?

—Sí, estuve jugando con los sabores. ¿Está bueno?

—Espectacular, como todo lo que hacés. —Esboza una sonrisa y toma mi mano por encima de la mesa. Acaricia el anillo—. Te lo volviste a poner.

—Así es, no puedo estar ni un momento sin él, me hace sentir el dedo desnudo —replico mirándolo a los ojos. Se ríe y me da un beso en los nudillos—. Si hoy no vamos a la pastelería, ¿qué hacemos? Quizás deberíamos ordenar, la casa está hecha un desastre.

—¿Vos decís? —Mira alrededor y hace una mueca de indiferencia—. Yo la veo bien.

—Sí, limpiamos ayer, en realidad. —Suspiro y sigo tomando mi café—. Me siento inservible cuando no estoy en la pastelería.

Terminamos de desayunar en silencio, creo que ambos estamos con un dolor de cabeza insoportable, pero por lo menos ya se me está pasando. Es por esto que odio tomar alcohol, para colmo, una vez que empiezo no puedo parar.

Lavo los cubiertos usados mientras él va a bañarse. En un momento lo escucho gritar y salgo corriendo a ver qué le pasó. Básicamente, al abrir el agua fría, provoqué que el agua de la ducha saliera hirviendo, por lo que lo quemó. ¡Soy una tonta! Había olvidado que eso suele pasar.

Le pido disculpas por décima vez y vuelvo a la cocina. Esta vez no abro ninguna canilla, simplemente me pongo a barrer. Por culpa de mi torpeza y la resaca aún latente en mí, me enredo el pie con la escoba y termino cayendo al suelo. Auch.

Me levanto con lentitud, respiro hondo e intento concentrarme. Solo tengo que barrer, nada de otro mundo. Ni siquiera sé cómo hice para caerme.

Cuando termino de hacer esa actividad, me dispongo a relajar mi mente y empezar a cocinar algo rico para el almuerzo, aprovechando que no abrimos la pastelería. Me parece raro que Kevin todavía no haya salido, pero quizás está con tanto dolor de cabeza que quiere tomarse su tiempo.

Saco el pollo de la heladera para que se descongele y me pongo a buscar recetas. Pasa media hora más y mi acompañante no aparece, así que decido ir a buscarlo. Cuando abro la puerta del baño y lo veo tirado en la ducha, lo primero que pienso es en que se murió ahogado, pero en cuanto ronca...

Me acerco a él, cierro la canilla y le doy unas leves cachetadas para hacerlo reaccionar. Él da un salto por el susto hasta que se da cuenta de que soy yo.

—Te quedaste dormido en la ducha, mi amor —murmuro. Él asiente con la cabeza y lo ayudo a levantarse.

—Qué vergüenza —responde con voz ronca. Me río mientras le alcanzo una toalla—. Menos mal que viniste a rescatarme.

—Soy tu guardavidas, galán. —Sonrío y él me mira con expresión confundida mientras se seca y se viste—. Me hace acordar a cuando te emborrachaste en la pastelería y me diste el primer beso, me dijiste que era tu guardavidas.

—Cierto. —Esboza una sonrisa torcida y se acerca para depositar un beso en mi frente. Lo abrazo y me refugio en su pecho—. Aceituna, ¿sabés que te amo?

—Sí, lo sé. Y yo te amo a vos —contesto mirándolo a los ojos. Sonríe.

—Nos quedan dos meses antes de casarnos, ¿cómo voy a aguantar tanto? ¿Qué pasa si te arrepentís a último momento? ¡Voy a morir! —dice con desesperación. No puedo evitar reír.

—No me voy a arrepentir, estoy muy segura de que me quiero casar con vos. Más del cien por ciento. —Hace una mueca de incredulidad y arqueo las cejas.

—¿Y Benjamín no influye en tu decisión? —cuestiona. Chasqueo la lengua.

—Por supuesto que no influye, ya te dije que no me provoca absolutamente nada verlo. ¿Está bien? En cambio, parece que vos y María se llevan bien. —Me cruzo de brazos y se ríe con ironía.

—¿Otra vez lo mismo, Oli? Basta, es una linda mujer, lo admito, pero no la veo con otros ojos —contesta. Ruedo los ojos y asiento con la cabeza.

—Quiero dos cosas, que salgamos del baño, hacer ejercicio y que me ayudes a cocinar.

Tomo su mano para tirarlo hacia la cocina mientras se ríe.

—Esas son tres cosas, aceituna, ¿dónde te enseñaron a contar? —interroga divertido.

—En el colegio y lo terminé hace catorce años. —Le saco la lengua y de repente me detengo en seco—. Oh, Dios, soy una vieja de treinta y un años.

Estalla en carcajadas y niega con la cabeza antes de darme un beso apasionado.

—Estás loca, aceituna. Yo tengo casi treinta y dos, ¿qué te puedo decir? —Me vuelve a besar y se aleja para abrir la heladera y sacar una botella de agua, de la cual toma del pico—. Hagamos ejercicio. —Me guiña un ojo—. Veinte abdominales, ya.

—¿Qué? —cuestiono incrédula.

—Ya te dije, soy tu entrenador, ponete a hacer veinte abdominales. O mejor, veinte sentadillas, veinte lagartijas y por último los abdominales. —Me mira con seriedad y arquea las cejas al ver que no hago nada—. ¡Dale, Oli!

—Pero es que no tengo ganas ahora, prefiero más tarde —respondo en voz baja y atando mi pelo en una cola alta. Suelta una risa tonta.

—Sos terrible, mi amor. —Se acerca y me da un beso en la frente—. Estaba pensando... Anoche, cuando volvimos de la fiesta y lo hicimos desaforadamente en el sillón... —Me sonrojo—. Estuvo genial, te pasaste.

—No recuerdo mucho. —Arrugo la nariz.

—¿No te acordás de lo que me pediste? —pregunta con tono interesado. Frunzo el ceño y niego con la cabeza. Me acerco al pollo para ver si se descongeló, pero todavía le falta.

—Espero que no sea nada vergonzoso —replico. Él sonríe con nostalgia y se cruza de brazos.

—Me dijiste que te diera un bebé porque sabés que muero por ser padre —confiesa. Me atraganto con mi propia saliva.

—¿En serio dije eso? —Hace un gesto afirmativo y no sé qué responder.

—Oli, estabas borracha, no voy a tomar en cuenta esa confesión. Además, mejor esperar a que nos casemos porque no creo que quieras estar embarazada en el civil, por el contrario, querés verte bien. —Suspira.

Nos quedamos mirando en silencio por un instante y, como no sé qué decir, me pongo a hacer sentadillas. Él se ríe.

—No doy más —comento cuando voy por la quinta y rueda los ojos—. Me arde todo el glúteo.

—Es la idea, Oli. Además, bien que cuando te toca hacer sentadillas de otra manera no te quejas —dice con tono burlón y bufo.

Llego a las veinte sentadillas y me tiro al piso para hacer las lagartijas. Las hago con toda la fuerza posible, el dolor de mis brazos me mata, pero sigo. Cuando termino, me doy vuelta y Kevin se agacha para sostener mis pies mientras hago abdominales.

—Dios, te ves demasiado sexy —murmura. Me río.

—Basta, entrenador, usted no puede coquetear con su alumna —contesto siguiendo con el ejercicio.

—Uf, me encanta que me trates de usted. —Estallo en carcajadas y niego con la cabeza.

—Usted es terrible. —Le saco la lengua y él esboza una sonrisa divertida—. Ya me cansé.

—Te faltan cinco, aceituna. Dale, no hagas lo mismo que ayer. —Resoplo y continúo—. Uno, dos, tres, cuatro... ¡Cinco! Muy bien, mi amor. —Me da un beso tierno y me ayuda a levantarme.

—Me duele todo —me quejo acomodando mi ropa y voy a tomar agua.

—Es normal, no estás acostumbrada, pero vas a ver que con el correr del tiempo vas a hacer muchísimos más y no te va a doler —replica. Nota que lo miro con expresión traviesa y arquea las cejas—. ¿Qué?

—¿Cuántos abdominales podés hacer vos? —cuestiono. Se encoge de hombros—. Me gustaría que hagas vos también.

—¿Es en serio? —Asiento con la cabeza. Me mira con una mueca de sorpresa, pero termina acostándose en el piso. Yo me agacho a su lado y lo detengo antes de que empiece.

—Pero sin esto —agrego quitándole la camiseta. Se ríe—. Quiero ver cómo trabajan tus músculos.

—Sí, claro, vos solo te querés aprovechar de mí.

—También. —Le guiño un ojo y nos reímos.

Cuando va por el abdominal número veinte, el timbre suena. Intercambiamos una mirada interrogante y decido salir a ver quién es.

En cuanto abro la puerta, me quedo en un absoluto blanco. Las piernas me fallan, las lágrimas comienzan a salir de mis ojos y no puedo hacer más que intentar hablar, pero las palabras no me salen. ¿Quién fue capaz de hacer esto?

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