Un quejido, presa del dolor provocado por el agarre brusco que me somete Bertolt, escapa desde lo más profundo de mi ser. Asustada por el torbellino de los movimientos, me sacudo entre sus brazos, intentando librarme de su prisión aun cuando mi vista se nubla de rojo por el dolor latente de las costillas.
Bertolt me rodea los hombros, presionando con su antebrazo mi cuello, en un abrazo de retención. Mis pies juegan buscando un apoyo confiable, no obteniéndolo en el hombro del titán acorazado de Reiner.
La situación no es para nada beneficiosa, Eren ya no es una herramienta para conseguir tiempo, pues yace en un estado de inconsciencia sobre el otro hombro de Bertolt a mi lado, y Ymir ha vuelto luego de unos minutos, con una Krista ensalivada.
Eso impulsa mi adrenalina, multiplicada luego de ver el vestigio de las bengalas en la lejanía, dando por cumplida la poca confiable fe.
Mi corazón golpetea mi caja torácica con las ansias de salir de una vez por todas.
Una cosa es volar por los aires a una gran altura gracias al equipo tridimensional y otra es estar sobre alguien, que a su vez no tiene confianza; Mi respiración es agitada y mi boca se seca en busca de tranquilidad, sintiendo la lengua incómoda en la cavidad bucal.
La vida es corta, y más para alguien que con cada expedición el último respiro está en la mitad de nuestra garganta, dispuesto a salir con cualquier fallo del equipo, presencia de un titán o improvisto en sí.
La gracia de la vida yace de la incertidumbre de no saber el resultado de cada día.
Es malo depender de alguien, y debería estar avergonzada ante mi deseo culposo, pero mi mente recrea la imagen de él envolviéndome en sus brazos en el aire luego de saltar a una muerte segura, ahora confiada de su salvación.
Como un chiste mal contado, el agarre de Bertolt deja de retenerme luego de un movimiento brusco de Reiner sumado a mis intentos de escaparme, deslizándome por las duras protecciones que rodean el cuerpo del acorazado, intentando agarrarme con todas las fuerzas, en un instinto puro de supervivencia, de lo que podría ser el término anterior del trapecio y siguiendo con la clavícula, el zarandeo de Reiner al correr azota mis cansados dedos.
Gimo de dolor, contando los segundos para aguantar, agudizando el oído con la esperanza de oír los engranajes del equipo tridimensional de mis compañeros, pero solo grandes pisadas llegan a mi comprensión.
Insulto a Bertolt, quien me devuelve la mirada asustada, agachándose para poder "ayudarme", pero el cuerpo de Eren hace el amago de escurrirse hacia el vacío, este sin la oportunidad de afirmarse como yo lo estoy haciendo.
Cuando los dedos se me van resbalando por la insistencia y el sudor, una enorme prisión huesuda me acoge, abrazando mi cuerpo en el aire.
Jadeo, viéndome salvada en el momento justo donde sentí los dedos índices y medio ceder.
Ymir es quien, para mi sorpresa, ha desviado mi sentencia, en un acto hipócrita, pues su traición es lo que ha orillado a Eren a seguir en este peligro. Si ellos hubiesen unificado sus fuerzas en contra de Reiner y Bertolt, habría nacido una oportunidad de vencer o, por lo menos, hacer tiempo para el apoyo de la legión.
Las garras, que resultan delicadas con mi maltrecho estado, me devuelven a los brazos de Hoover, quien está listo para adentrarme a la carcel de su brazo asfixiante, cosa que no tengo planeado permitir con facilidad, pues dejo que la impulsividad característica de Eren me posea.
Le propino un certero golpe en la quijada con todo el impulso que llego a adquirir. Apenas logro alcanzarlo por la diferencia de estatura, pero mi mano dominante adolorida y la mandíbula rojiza del moreno me da la satisfacción de la verdad.
Me tambaleo por estar sin agarre en una superficie en movimiento y el ya eterno dolor de mi cuerpo, pero, sabiendo que es ahora o nunca y que necesito aliviar las ganas que tenía desde un inicio de golpearlo, no reprimo la patada que le doy en la cadera, haciéndolo encogerse. Recobro la compostura, agachándome para acoplarme al deltoides de Reiner, evitando mirar hacia abajo.
Pero no puedo dejar que la oportunidad de tener a Bertolt a mi altura, por lo que me preparo para romperle la cara a golpes, sin embargo, chillo por la sorpresa al momento en que Ymir vuelve a sumirme entre sus largos y deformes dedos, presionándome entre ellos y haciendo que una dolorosa electricidad recorra mi cuerpo, grito al crujido de un hueso que no logro identificar, mi vista pierde nitidez.
Obstinados.
Sorprendentemente testarudos
Jadeo, intentando concentrar mi energía en regular mi respiración, ya no encontrando las fuerzas para seguir actuando.
Duele demasiado, aun con la adrenalina en mi sistema sanguíneo.
Cierro los ojos, atajando el labio inferior entre mis dientes, reprimiendo quejidos.
Me imagino a Levi sobre su caballo igual de oscuro como sus finos cabellos sedosos, con unos ojos cielo orgullosos y gélidos a simple vista, desconfiados pero bañados de fidelidad y dispuesto a dar la vida por quienes han estado con él hasta en los peores momentos.
N-No me gustaría que él diese la vida por mí.
Cuando pude entender su personalidad y las intenciones detrás de sus palabras o acciones no puedo evitar la indignación que me provoca la imagen de máquina sin sentimientos que es percibida por los demás, una herramienta para la humanidad sin la capacidad de sentir.
La experiencia que tengo del mundo es insuficiente, pero me arriesgo a apostar, de todos modos, que Levi es la persona más humana que conozco y conoceré en mi vida.
Porque él siente, más de lo quizás él querría. Siente con el corazón, como muy pocas personas, en un sincero aprecio.
No puedo morir, no quiero hacerlo, porqué como él se ha vuelto un pilar fundamental para mí, sé que él me tiene un aprecio suficiente como para sentirse confiado de expresar sus emociones. Si muero aquí o en cualquier lugar violaré nuestra promesa, lo dejaré.
Quiero seguir dándole fe.
Fe de que no tiene que estar solo, que puede apoyarse en los demás, que no es una maldición para las personas que se le acercan.
Ymir me suelta en el hombro derecho de Reiner, el contrario de Bert y Eren, dejándome en el hueco detrás de la clavícula, recostada.
Bufo e insulto por lo bajo, destensando mis músculos.
Escucho la voz de Krista gritar, cosa que no me interesa, pues mi mente está en las nubes, apenas consciente. Escupo sangre, preguntándome si el límite me ha alcanzado.
Necesito adrenalina para seguir, pero la posición relajada no me apoya.
¿Dónde está la legión?
Siento las manos frías.
Necesito adrenalina, pero...
—¿Ahora quieres mantener a Krista en las murallas por mero capricho? —. Escucho la voz perdida de Bertolt, detrás del pitido que invade mis oídos. —¡Eres una cobarde, Ymir! —. Reposo mi nuca en los músculos del cuello de enemigo, agotada.
Cambiase de opinión o no, la gente impostora no vale la pena, no vale la pena sacrificar vidas por insignificantes personas que no harían algo bueno si quiera por la humanidad. Gente que solo piensa en sí mismos o sería capaz de sacrificar a cientos por un gusto no sirve para conseguir grandes cosas.
Egoísta.
Sínica.
Manipuladora.
El inconfundible sonido de cuchillas estampándose en la piel de un titán se hace presente en mi audición.
Al principio pienso que es mi estado de semi inconsciencia que ha llegado al punto de alucinaciones, pero un crujido de carne romperse me despierta en totalidad. Hilos de sangre oscura vuela, siguiendo la trayectoria de un cuerpo que ha sido atrapado por un movimiento clave de Ymir al tirar del casi invisible complemento del equipo tridimensional.
La legión revolotea a los pies de Reiner, tan cerca que él pánico de este provoca un actuar errático. Me asomo, emocionada viendo la llegada de mis compañeros, tan cerca y dispuestos a actuar. Mi emoción me sumerge en una burbuja que es reventada cuando un tirón de mi camiseta me lleva hacia atrás, apenas reaccionando hasta que la oscuridad tapa mis ojos.
Me quedo quieta, todavía con el tacto brusco de una mano temblorosa, procesando lo sucedido.
—¿Estás bien? —. Frunzo el ceño. Finos espacios irregulares permiten el ingreso despreocupado de iluminación, hallando el rostro nervioso de Bertolt y a su lado y recostado un Eren tranquilo. ¿Qué tan mal debo parecer como para que él me haga esa pregunta?
—Si estuviese mejor no duraría en matarte a golpes—. Mascullo entre dientes, y es que es verdad. La cabeza me da vuelta, el cerebro reacciona lento y mi vista sigue borrosa, no mencionando además el dolor que no ha desaparecido.
Apoyo mi espalda en la pared que, por procesamiento, es el cuello de Reiner, sosteniendo mi abdomen, encorvada.
—¡Reiner! —. El inesperado grito del alto, exasperado, palpita en mi cien, despertándome de un sueño que cada segundo se torna más tortuoso. La iluminación titubea, disminuyendo a la presión que hacen los dedos del titán acorazado al forjar una cárcel segura.
Sin embargo, poco me demoro en comprender que el grito de Bertolt no es provocado por la claustrofobia, si no a unos ojos destellantes en furia que se asoman entre los espacios que hacen los dedos.
Mikasa nos mira directamente, en hambre asesina.
—...—. Mi corazón pierde el control al ver a alguien cercano tan próximo.
Sonrío y las lágrimas se deslizan por mis mejillas, deslizándome hasta caer sin fuerzas.