Wild.

Autorstwa P0WERFULWILK

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Więcej

Wild.
Capitulo 1.
Capítulo 2. "Harry".
Capítulo 3. "Harry".
Capítulo 4. "Harry".
Capítulo 5. "Harry".
Capítulo 6. "Lily".
Capítulo 7.
Capítulo 8. "Lily".
Capítulo 9.
Capítulo 10. "Lily".
Capítulo 11. "Harry".
Capítulo 12.
Capítulo 13. "Lily".
Capítulo 14.
Capítulo 15. "Harry".
Capítulo 16. "Lily".
Capítulo 17. "Lily".
Capítulo 18. "Lily".
Capítulo 19. "Harry".
Capítulo 20. "Harry".
Capítulo 21.
Capítulo 22. "Lily".
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25. "Lily".
Capítulo 26.
Capítulo 27. "Lily".
Capítulo 28. "Harry".
Capítulo 29. "Harry".
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36. "Lily".
Capítulo 37. "Harry".
Capítulo 38. "Lily".
Capítulo 39.
Capítulo 40. "Harry".
Capítulo 41. "Lily".
Capítulo 42.
Capítulo 43. "Lily".
Capítulo 44. "Lily".
Capítulo 45. "Harry".
Capítulo 46.
Capítulo 47.
Capítulo 48. "Harry".
Capítulo 49.
Capítulo 50.
Capítulo 51.
Capítulo 52. "Harry".
Capítulo 53.
Capítulo 54.
Capítulo 55. "Lily".
Capítulo 56.
Capítulo 57. "Lily".
Capítulo 58.
Capítulo 59. "Harry".
Capítulo 60.
Capítulo 61.

Capítulo 30.

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Autorstwa P0WERFULWILK

“Una gota en el océano, un cambio en el clima.

Yo estaba rezando porque tú y yo terminemos juntos,

Y es como desear que llueva mientras estoy en el desierto,

Pero yo estoy aguantando más que la mayoría,

Porque tú eres mi cielo.

-A drop in the ocean – Ron Pope”.

Huí al pasillo sosteniendo el teléfono contra mi oreja y me dejé caer sobre el suelo. Suspiré.

-Buenos días, princesa –dijo con un intento de voz ronca. Obviamente, ya sabía a quién se lo estaba copiando, pero jamás nadie lograría imitarlo a la perfección. Y siempre se quedaría en eso: una imitación.

-No me llamo princesa –dije con sorna, y me humedecí los labios. -¿Cómo conseguiste mi número?

-Creí que es algo difícil para ti el guardar las cosas, sabes, así que llamé para que tengas mi número por si quieres considerar la propuesta que te hice –respondió.

-¿Para qué gastaste cincuenta dólares en una tarjeta de identificación, entonces? –me reí con ironía, apoyando la cabeza en la pared.

-Eso no es nada, princesa –me dijo. “Por supuesto que no”, dije para mis adentros.

-Bueno, has cumplido tu misión. Te llamaré después –me despedí, frenética por regresar a la cama y follar con Harry. Él tosió y supe que la conversación no terminaba ahí. Rodé los ojos y comencé a tamborilear con mis dedos encima de mi rodilla, chequeando el pasillo vacío. No quería que Harry me viera manteniendo una conversación telefónica con su amigo-no-amigo que además me estaba tirando los tejos. Por alguna razón me sentía culpable por eso.

-La verdad, princesa –comenzó -, es que te llamaba para otra cosa. 

Esperé, arqueando una ceja. No quería imaginarme la próxima payasada con la que me saldría.

-Sabrás quién es Zayn, ¿cierto?

-Sí, sé quién es.

-Hay fiesta hoy en la noche, en su casa. Invitó a los de la Universidad y eso, y me preguntaba si quieres ir conmigo –dijo. Por alguna razón ese “me preguntaba si” equivalía a un “sé que no podrás decirme que no”. 

Medité, humedeciéndome los labios. Si había invitado a los de la Universidad, quería decir que también había invitado a Harry, y más porque era su mejor amigo. Entonces, ¿ir acompañada de Chuck Bernard a esa fiesta sería un abuso? Quiero decir, yo vivía en su casa, él había sido amable conmigo, me besaba, me decía lo mucho que le gustaba y me buscaba cuando desaparecía de la nada, y además de que lo he tratado con tres kilómetros invisibles de distancia entre nosotros, ¿salgo con uno de sus amigos/enemigos? Sería algo, como que, injusto. Además de que a leguas se notaba que Harry no lo pasaba ni con Gatorade. 

-¿Princesa? ¿Qué dices? –prosiguió, con aires de fanfarronería. 

-Escucha. Tengo que trabajar hoy, salgo a las tres, te envío un mensaje con la dirección y pasas a recogerme, ¿está bien? –le dije, sintiéndome culpable al mirar la habitación de Harry. 

-Dalo por hecho, nena –dijo, y deseé golpearlo en la cara en el momento cuando me llamó nena. –Me alegra que hayas aceptado.

-Sí –le dije, apoyando mi cabeza en la pared. –Yo también.

***

Esa tarde, salí de la única tienda de ropa cuyas prendas no sobrepasaban los cincuenta dólares en el Upper East con un pantalón y una camiseta en una bolsa. Estaba satisfecha. Había gastado algo más de la mitad de mi salario de la discotienda, lo que me satisfacía aún más: haberlo conseguido por lo sano, y por mis propios méritos. Sin embargo, esto no me impedía que luego fuera a vender en las discotecas algún día de éstos. Era divertido, y me gustaba. Además de que, en un solo día, podía conseguir cinco veces más de lo que conseguía a la semana en la discotienda.

Una vez dentro, pasé de largo a Kay, quien atendía a unos clientes Punk y me encerré en el minúsculo baño con olor a jazmín a quitarme la camisa azul océano con el logo de la tienda, y los gastados shorts negros con varios hilachos descarriados. Me deslicé las prendas nuevas disfrutando de la textura suave del algodón y el olor a nuevo, y una sensación aún más encantadora me invadió cuando me subí en la tapa del váter para mirarme en el pequeño espejo del lavamanos. Era como si fuese otra yo. Una más limpia, e incluso bonita.

Me acomodé el cabello con las manos, y metí la ropa vieja en mi mochila negra, saliendo disparada del baño, vislumbrando un lujoso convertible blanco estacionado frente a la tienda. El reloj marcaba las tres y cuatro minutos. El olor a pastel de chocolate inundó mi nariz cuando salí a la calle, siendo reemplazado por el perfume de Chuck cuando se inclinó para darme un beso en la mejilla.

Froté mis manos en mi pantalón nuevo a pesar de que la calefacción del auto me favorecía, y apoyé la cabeza en el asiento, acomodándome y cerrando los ojos. Ahora veía lo bien que se sentía tener ropa nueva y algo de dinero limpio en el bolsillo. ¿Era así como se sentía realmente, o más bien era que yo estaba exagerando? Escuché un ligero click resonar dentro del auto con olor a perfume de hombre y abrí los ojos, dirigiéndolos hacia la mano de Chuck, que sostenía una botella de Vodka hacia mí.

-¿Quieres un trago, princesa? –me preguntó. Miré la botella con lujuria. Ese día no había bebido en lo absoluto y vaya que lo necesitaba para espantar varias cosas de mi cabeza, incluyendo la escena que había tenido con Harry esta mañana. Era como sentir sus manos recorrer mi piel con delicadeza y su aliento cálido rozar mi rostro en este mismo instante. No me molestaba, y ése era el problema.

Agarré la botella pesada y la empiné sobre mis labios entreabiertos, sintiendo una calidez placentera recorriéndome el cuerpo. Cerré los ojos, tragando y volviendo a tomar un gran sorbo, mientras fruncía el ceño del placer, casi jadeando. Supongo que yo era una dependiente, y varias personas me lo decían. No era como si me importara que ellos me lo dijeran, lo que más me dolía era cuando yo misma lo hacía.

Y es que beber era como volar. Todo se volvía más bonito, las cosas adquirían más color, de repente todos eran tan amables conmigo, y… y me gustaba sentirme así de perfecta. Pero luego despertaba y sentía esa necesidad de hacerlo otra vez. Y extraño esos días en los que no necesitaba de esto para que mi vida fuese perfecta, pero ahora no podía recordar en qué momento lo había sido. Me parecía tan lejano que me costaba creer que ésa alguna vez había sido mi vida.

***

-No puedo esperar a ver la cara de Harry cuando se entere de que has venido conmigo –dijo Chuck con sus ojos azules muy abiertos y con una sonrisa maliciosa, mientras escaneaba la multitud en la gigantesca casa de Zayn. Fruncí el ceño.

-¿Y eso qué? –le pregunté. Él tomó mi mano con patanería y comenzó a juguetear con mis dedos.

-Ese payaso cree que se lo merece todo –escupió con sorna. –Me gustaría demostrarle que no.

Me lo quedé observando fijamente, con asco, y él volteó hacia mí, sonriendo. -¿Qué?

-No te importa una mierda, ¿verdad? –le dije, soltando su mano y dirigiéndome hacia el bar, donde unas chicas remilgadas comían aceitunas verdes. Cogí un cigarrillo de mi bolsillo con dedos trémulos ignorando las miradas furtivas de las chicas. De repente, una mano con una sortija en el meñique se acercó con un encendedor y me encendió el Camel. El mechero era de oro, con las iniciales CB inscritas en él. La sortija también.

-Estás guapísima –dijo Chuck, haciendo una seña hacia el camarero y rodeando mi cintura con un brazo. Inhalé profundamente.

-Gracias –dije, con voz neutra, dando una calada a mi cigarrillo, escaneando a la multitud, esperando ver unos ojos verdes clavarse en mí. 

-De verdad que lo estás –volvió a decir, mirándome las piernas como si quisiese comérselas.

-Gracias –dije nuevamente, y tragué saliva. El barman de ojos cafés alargó su gran mano tatuada y puso un trago frente a cada uno, dedicándome una sonrisa cuando se fue, y una mirada hacia Chuck, como si estuviese intentando adivinar lo que él estaba haciendo conmigo. Aparté mi mirada de él y la fijé en Chuck, sonriendo con sorna. Sabía cómo manejar esto.

-¡Salud! –gritó, chocando su copa contra la mía, y dio un gran sorbo a su whisky.

-¡Ay! –dije, cuando se volcó el cóctel en mis pantalones. –Joder –murmuré.

Chuck cogió una servilleta de papel con líneas doradas estampadas y secó la mancha que me había hecho en el muslo.

-Ya está, ni siquiera se ve –dijo, acercándome la mano a la entrepierna.

-Gracias –dije y le aparté la mano. –Creo que ya está.

Él ni se inmutó. Era totalmente inalterable.

-Oye, cojamos otra copa y subámosla al cuarto de juegos, ¿vale? Zayn tiene una televisión increíble y unos sillones de masajes –ofreció. –Le diré a los del bar que les digan a los demás que estamos allí. Conocen a mis amigos.

Miré al barman de reojo, que no dejaba de mirarme, tampoco, y volví mi mirada hacia Chuck, levantándome de la silla con cautela. Él tomó mi mano y esquivamos a la multitud envuelta en nubes de diferentes perfumes hacia las escaleras de caracol. Caminamos cogidos de la mano hacia una puerta blanca con perilla dorada y olor a pino. 

Recorrí mis ojos a lo largo de la imponente habitación con admiración encendida dentro de mí. Creo que, además de las de la casa de Harry, no había entrado a una habitación tan grande en mi vida, salvo el Metro. El salón de estar poseía su bar y su equipo de audio y vídeo; un enorme dormitorio con una gran cama doble y otro equipo electrónico, como si fuese necesario; el amplio cuarto de baño de mármol con una bañera tan grande que se veía de lejos y una música suave sonando desde algún lugar del techo. ¿Cómo es que una sola persona necesita tanto espacio?

Chuck se quitó la chaqueta negra de cuero y la dejó en un sillón, mientras yo recorría un sofá de terciopelo blanco con los dedos. Todo esto se veía tan lindo que daba incluso pena usar algo. Chuck me miró.

-Siéntate donde quieras, princesa –me dijo Chuck. 

-Todo esto es de Zayn –le dije. Vaya patán. Usando las instalaciones de esta casa como si estuviese en la propia. Entiendo que esta gente sea millonaria, pero, hombre, ¿dónde han quedado los modales?

-Es amigo mío –respondió, sirviéndose una copa de whisky desde el bar. –No le importará.

Arqueé las cejas con ironía y me dejé caer en el sillón, mientras Chuck se acercaba a mí. Me acabé la bebida de un trago y él se sentó en el extremo del sofá, alzando mis pies y poniéndolos en su regazo. Lo miré fijamente.

-Chuck –le advertí. 

-¿Qué? Te estoy quitando las botas –respondió haciéndose el inocente. -¿No quieres que te las quite?

Suspiré y cerré los ojos. Sabía que en parte lo estaba rechazando tanto por Harry, y eso era lo más ridículo del Planeta Tierra.

-De acuerdo, vale –accedí, jugueteando con el hielo del interior del vaso ahora vacío. Chuck comenzó a darme un masaje en los pies. Ajá, claro, qué encantador. Me mordió el dedo gordo y me besó el tobillo, haciéndome cosquillas.

-Chuck –no pude evitar reírme. Dios, no. Con la Vodka que casi me acababa en el auto y dos tragos adicionales de whisky, ya estaba comenzando a sentirme liviana y graciosa.

Él subió las manos por mis piernas, y a los pocos segundos sus dedos grandes y pálidos acariciaban la cara interna de mis muslos.

-Chuck –volví a decir, abriendo los ojos e incorporándome. -¿Te importa si nos quedamos sentados tranquilos? No necesitamos hacer nada, ¿vale? Vamos a quedarnos quietecitos en el sofá escuchando música, como si fuésemos chicas las dos.

Chuck rió y se acercó a mí a cuatro patas hasta ponérseme encima, impidiéndome moverme. Los tragos se me subieron a la garganta.

-Pero yo no soy una chica –me dijo. Bajó su rostro hacia el mío y comenzó a besarme.

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