Capítulo 9.

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“Ella quiere irse a casa, pero nadie está en casa.

Y entonces ella se acuesta rota por dentro.

Sin un lugar a dónde ir, ningún lugar a dónde ir.

Se le nota en los ojos, ella está rota por dentro.

-Nobody’s Home – Avril Lavigne”.

El aire congelado de otra fría noche en Londres me golpeaba duramente el rostro, recordándome a todas las noches frías que pasé durmiendo en las aceras, cubriéndome apenas con mi mochila y con recortes de revistas de modas. A veces, cuando no podía dormir, las leía, imaginándome que estaba usando esa ropa bonita y que, en cuanto abriera los ojos, toda esta pesadilla terminaría. Pero, en esos momentos, yo no apuntaba hacia la suerte como habitualmente solía hacerlo, porque estaba muy segura de que no sucedería. Porque cuando abría los ojos, todo era exactamente igual. O peor.

No estoy muy segura de por qué acepté venir en primer lugar. Ni siquiera estoy segura de por qué vine a Londres en primer lugar… Quiero decir, ni siquiera estoy segura del por qué tuve que hacer todo eso en Brampton para verme obligada a venir. No recuerdo el momento en el que mi vida se vino abajo tan rápido. Y todo pasaba en mi mente como un caleidoscopio de recuerdos. Era horrible.

Me dejé caer sobre un tubo de pintura verde desvencijada que daba hacia un muro pequeñísimo donde, si saltabas, ibas directo a ser triturado por los efervescentes autos que pasaban y seguían su camino hacia donde quiera que se dirigieran. Miré hacia abajo, persiguiendo con la mirada todas las luces que iluminaban el camino en una hilera que iba de allá para acá, y me pregunté hacia dónde iban todos esos automóviles, que yo quería ir con ellos, que quería subirme en la parte de delante del auto de mi familia y estar riendo con ellos dentro, con la calefacción encendida y papas de McDonald’s atrapadas entre los dedos y regadas por el suelo tapizado del auto.

No era lo mismo pedir cola en la mitad de la carretera cuando has recorrido casi un kilómetro a pie llevando nada más que una botella de Vodka y tres cigarrillos en el estómago. Y los cigarrillos ni siquiera se van al estómago, así que no contaban. La mayoría de las veces, tenía que ponerme a caminar hasta que alguien me transportaba unos metros más allá, para luego desaparecer por ahí y seguir su camino tras haberme dejado diez dólares para comprar una galleta y otro paquete de Camels. 

Pero así es la vida. Unas veces subes, y otras veces bajas, aunque, en mi caso, todo lo que hago es caer. Y no me quejo, de verdad, pero, si mis deseos pudieran cumplirse, nunca le desearía esto a nadie. Ah, y probablemente pediría una hamburguesa. Y un lugar donde vivir. Posiblemente algo superior a una acera, una cabina telefónica o a una parada de autobús.

-Hombre, corres rápido –dijo una bonita voz ronca, respirando agitadamente. Subí la mirada hacia él, con el ceño violentamente fruncido, cosa que sólo me pasaba cuando estaba a punto de llorar. Generalmente por las noches. Y generalmente a solas. Me tragué las lágrimas y clavé la vista al frente, siguiendo las luces de los autos que desaparecían en línea recta. Harry se sentó a mi lado, cruzando sus pies. ¿Cómo es que siempre me encontraba?

-Estoy jodida –escupí, respirando agitadamente, las lágrimas picaban en mis ojos. Él se humedeció los labios.

-Parece que sí –me dijo tranquilamente, incluso intentando trasmitirme un poquito de humor. Tragué saliva, aflojando levemente mi expresión. 

-Me escapé –le dije, sin tener idea de por qué lo había hecho. Supongo que estaba en uno de esos momentos de sinceridad que siempre quise tener con alguien.

Resoplé, esperando que me dijera algo de vuelta. Pero guardó silencio, y continuó mirándome. Lo miré también, enfadada.

-¿No quieres saber qué hice? –le pregunté, sorprendida. Digamos que era la primera persona que ni siquiera se interesaba en agobiarme con preguntas. Se encogió de hombros.

-¿Cambiaría algo? –me preguntó, y yo bajé la mirada hacia mis pies cruzados, relajando el rostro, y sintiéndome más liviana cuando lo hice. Suspiré, y volví a girarme para mirarlo.

-No.

-Bien –sonrió, y se bajó del tubo de un salto, sacudiéndose las manos en los pantalones, y extendiéndome su mano. La miré con vacilación, detallando los pequeños tatuajes que tomaban posesión de su muñeca, y posicioné mi mano sobre la suya, al tiempo que él la apretaba, reconfortándome sin saberlo, y ayudándome a bajarme también.

*** “Harry”.

Miré el reloj cuyo tic-tac resonaba en el silencio absoluto que reinaba en el departamento, y salí del baño, arrastrando mi mano por encima de los lugares que aún almacenaban gotas de agua hirviendo. Me froté los ojos, caminando a través del pasillo. Dios, estaba exhausto. No recordaba la última vez que había pegado el ojo y no volvía a abrirlo hasta la mañana siguiente. Tal vez un par de semanas atrás. Las únicas veces que dormía eran cuando Zayn insistía en ver American Next Top Model en la televisión de la sala y grabar todos los capítulos para volver a verlos después. Despertaba con Milkshake en el labio, sándwiches en mi hombro y bigotes pintados con marcador Sharpie, pero al fin y al cabo, dormía.

Por las noches, no sólo el ensayo se mantenía pululando en mi cabeza. Sino que también el mural de fotos que tenía frente a mi cama me hacía más difícil el trabajo. Sabía que había sido un completo error dejarlo ahí después de lo que pasó, pero no imaginaba levantarme todas las mañanas a las tres de la madrugada y recorrer toda la casa sólo para llegar y verlo. Se me hacía imposible moverlo de ahí. Y, precisamente, era porque no quería hacerlo.

Entré en la habitación, cerrando la puerta y dándome la vuelta. Me sobresalté cuando vi que Lily dormía profundamente en ropa interior sobre el edredón, abrazando con fuerza una de las almohadas. Me apoyé contra el marco de la puerta, mirándola. Hubiera sido embarazoso que hubiera cumplido mi rutina de desvestirme por completo en cuanto saliera de la ducha y ella estuviera aquí para verme. Pero, al menos, con lo poco que llevaba conociéndola, estaba seguro de que ella comenzaría a reír. 

Suspiré, y me acerqué a la cama. Era lo suficientemente grande como para que cupiéramos los dos, pero sería un poco raro que ambos estuviéramos durmiendo juntos en ropa interior en menos de una semana de habernos visto. Y a pesar de mis inmensas ganas de hacer eso, me inhibí, arrastrando las sábanas por encima de su cuerpo medio desnudo y cubriéndola hasta los hombros. 

No estaba seguro de qué había querido Dios, el destino, la vida, o lo que fuera que hubiera enviado a Lily a mi camino, con todo esto. Estaba seguro de que no era un acto benévolo solamente. Algo me decía que era otra cosa no tan diferente. Pero no estaba seguro de qué.

Tragando saliva, me senté en el sillón de cuero perteneciente a mi habitación, y encendí la portátil, abriendo el documento perteneciente al ensayo para la Universidad. Observé a Lily dormir una vez más, antes de comenzar a teclear como un loco sobre el verdadero significado de la vida. 

Wild.Where stories live. Discover now