Capítulo 10. "Lily".

165 13 0
                                    

“Perdida entre Elvis y el suicidio,

Incluso desde el día en que morimos,

Bueno, no tengo nada más que perder.

Después de Jesús y el Rock N’ Roll, 

No pude salvar mi alma inmoral,

Bueno, no me queda nada, nada más que perder.

-Nothing Left To Lose – The Pretty Reckless”.

Esa mañana me levanté sintiendo la boca seca y las ansias palpitar en mi interior. Necesitaba-un-jodido-cigarro-ahora. Miré a mi alrededor, y me di cuenta de que había estado soñando. En mi sueño, yo me tumbaba boca arriba sobre el pavimento helado una noche de diciembre, cubriéndome con toda la ropa que traía en mi mochila mientras observaba a todos hacer sus compras de Navidad. Era uno de mis sueños más frecuentes. Quizá se debiese a que jamás olvidaría esa noche. O quizá era sólo mi mente y sus ganas de joder.

Sacudí la cabeza, intentando sacudirme también esa mala sensación que me había acompañado durante toda la noche, y me dirigí hacia el baño, suponiendo que Harry estaba en la cocina estrujándose los sesos con su ensayo. No lo sé, hombre, pero lo que le dije tiene sentido.

Puse mi mochila negra sobre la tapa del inodoro y revisé mi viejo teléfono celular, dándome el segundo mal trago del día. El registro de llamadas entrantes estaba vacío, como era usual, al igual que la bandeja de entrada de los mensajes. Ni una sola llamada de Jason. Tiré el teléfono de vuelta dentro de la mochila, y comencé a desvestirme. 

De acuerdo. Puedo entender que mi hermano ya está grandecito y que está metido hasta el cuello en toda esa movida de la Universidad en Francia, parisinas rotándose en su cama para follar con él y juergas hasta las tres de la mañana. Hombre, pero tienes una hermana, por lo menos podrías enviar una tarjeta virtual de payasitos con felicitaciones por estar viva otro día. Qué se yo.

Me la pasé la siguiente media hora jugueteando con todos los productos para el baño que me encontré dentro de la ducha, y salí tiritando. Seguidamente, comencé a deslizarme la ropa que había lavado por última vez en una lavandería pública en donde sólo pagas un dólar por entrar. Era genial. Ves girar la ropa en la secadora una y otra vez. Siempre me mareaba, y eso me gustaba. Me gustaba estar mareada, porque así no te das cuenta de nada de lo que pasa a tu alrededor, y sólo son tú y tu mareo. Es alucinante.

A continuación, salí del baño, colgándome la mochila al hombro, pero no pude pasar desapercibida por la cocina.

-Buenos días –me dijo, sonriente, tomando de una taza de café. Jesús, esas bolsas que colgaban debajo de sus ojos no eran nada normales. Sin embargo, se las había arreglado para lucir guapo, el cabrón. Me acerqué, esbozando el fantasma de una sonrisa en mi rostro, sin responderle. Como dije, prefiero estar callada.

Su mirada se deslizó por mi mochila que colgaba precariamente de un solo hombro, y su sonrisa se borró. Sin embargo, ignoré su disgusto y me giré sobre mis talones, dirigiéndome hacia la puerta de la entrada semi abierta. 

-De acuerdo. Um… Intenta no huir muy lejos, así podré encontrarte –me dijo, y yo solté una risita silenciosa. Y entonces cerré la puerta.

***

Sabía que necesitaba hacer esto aprovechando la oportunidad de que estaba en Londres. Pero aún así no estaba segura de hacer esto. Había pasado tanto tiempo que a lo mejor él ni se acordaba de mí, pues nunca lo llamé cuando me avisó que cambiaría de teléfono, porque la verdad es que sabía que soltaría la bomba en cuanto hablara con él, y con todos los problemas que tenía en la casa no quería que se preocupara. 

Wild.Where stories live. Discover now