Wild.

By P0WERFULWILK

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Wild.
Capitulo 1.
Capítulo 2. "Harry".
Capítulo 3. "Harry".
Capítulo 4. "Harry".
Capítulo 5. "Harry".
Capítulo 6. "Lily".
Capítulo 7.
Capítulo 8. "Lily".
Capítulo 9.
Capítulo 11. "Harry".
Capítulo 12.
Capítulo 13. "Lily".
Capítulo 14.
Capítulo 15. "Harry".
Capítulo 16. "Lily".
Capítulo 17. "Lily".
Capítulo 18. "Lily".
Capítulo 19. "Harry".
Capítulo 20. "Harry".
Capítulo 21.
Capítulo 22. "Lily".
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25. "Lily".
Capítulo 26.
Capítulo 27. "Lily".
Capítulo 28. "Harry".
Capítulo 29. "Harry".
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36. "Lily".
Capítulo 37. "Harry".
Capítulo 38. "Lily".
Capítulo 39.
Capítulo 40. "Harry".
Capítulo 41. "Lily".
Capítulo 42.
Capítulo 43. "Lily".
Capítulo 44. "Lily".
Capítulo 45. "Harry".
Capítulo 46.
Capítulo 47.
Capítulo 48. "Harry".
Capítulo 49.
Capítulo 50.
Capítulo 51.
Capítulo 52. "Harry".
Capítulo 53.
Capítulo 54.
Capítulo 55. "Lily".
Capítulo 56.
Capítulo 57. "Lily".
Capítulo 58.
Capítulo 59. "Harry".
Capítulo 60.
Capítulo 61.

Capítulo 10. "Lily".

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By P0WERFULWILK

“Perdida entre Elvis y el suicidio,

Incluso desde el día en que morimos,

Bueno, no tengo nada más que perder.

Después de Jesús y el Rock N’ Roll, 

No pude salvar mi alma inmoral,

Bueno, no me queda nada, nada más que perder.

-Nothing Left To Lose – The Pretty Reckless”.

Esa mañana me levanté sintiendo la boca seca y las ansias palpitar en mi interior. Necesitaba-un-jodido-cigarro-ahora. Miré a mi alrededor, y me di cuenta de que había estado soñando. En mi sueño, yo me tumbaba boca arriba sobre el pavimento helado una noche de diciembre, cubriéndome con toda la ropa que traía en mi mochila mientras observaba a todos hacer sus compras de Navidad. Era uno de mis sueños más frecuentes. Quizá se debiese a que jamás olvidaría esa noche. O quizá era sólo mi mente y sus ganas de joder.

Sacudí la cabeza, intentando sacudirme también esa mala sensación que me había acompañado durante toda la noche, y me dirigí hacia el baño, suponiendo que Harry estaba en la cocina estrujándose los sesos con su ensayo. No lo sé, hombre, pero lo que le dije tiene sentido.

Puse mi mochila negra sobre la tapa del inodoro y revisé mi viejo teléfono celular, dándome el segundo mal trago del día. El registro de llamadas entrantes estaba vacío, como era usual, al igual que la bandeja de entrada de los mensajes. Ni una sola llamada de Jason. Tiré el teléfono de vuelta dentro de la mochila, y comencé a desvestirme. 

De acuerdo. Puedo entender que mi hermano ya está grandecito y que está metido hasta el cuello en toda esa movida de la Universidad en Francia, parisinas rotándose en su cama para follar con él y juergas hasta las tres de la mañana. Hombre, pero tienes una hermana, por lo menos podrías enviar una tarjeta virtual de payasitos con felicitaciones por estar viva otro día. Qué se yo.

Me la pasé la siguiente media hora jugueteando con todos los productos para el baño que me encontré dentro de la ducha, y salí tiritando. Seguidamente, comencé a deslizarme la ropa que había lavado por última vez en una lavandería pública en donde sólo pagas un dólar por entrar. Era genial. Ves girar la ropa en la secadora una y otra vez. Siempre me mareaba, y eso me gustaba. Me gustaba estar mareada, porque así no te das cuenta de nada de lo que pasa a tu alrededor, y sólo son tú y tu mareo. Es alucinante.

A continuación, salí del baño, colgándome la mochila al hombro, pero no pude pasar desapercibida por la cocina.

-Buenos días –me dijo, sonriente, tomando de una taza de café. Jesús, esas bolsas que colgaban debajo de sus ojos no eran nada normales. Sin embargo, se las había arreglado para lucir guapo, el cabrón. Me acerqué, esbozando el fantasma de una sonrisa en mi rostro, sin responderle. Como dije, prefiero estar callada.

Su mirada se deslizó por mi mochila que colgaba precariamente de un solo hombro, y su sonrisa se borró. Sin embargo, ignoré su disgusto y me giré sobre mis talones, dirigiéndome hacia la puerta de la entrada semi abierta. 

-De acuerdo. Um… Intenta no huir muy lejos, así podré encontrarte –me dijo, y yo solté una risita silenciosa. Y entonces cerré la puerta.

***

Sabía que necesitaba hacer esto aprovechando la oportunidad de que estaba en Londres. Pero aún así no estaba segura de hacer esto. Había pasado tanto tiempo que a lo mejor él ni se acordaba de mí, pues nunca lo llamé cuando me avisó que cambiaría de teléfono, porque la verdad es que sabía que soltaría la bomba en cuanto hablara con él, y con todos los problemas que tenía en la casa no quería que se preocupara. 

Por el estrés, me encendí un Camel, metiéndolo entre mis labios delicadamente mientras caminaba la vieja y destartalada calle inclinada hacia arriba. Seguidamente, solté el humo suavemente, haciendo que se deslizara lentamente a través de mis labios y saliera en corrientes onduladas para morir en el aire. 

¿No te ha pasado que, a pesar de que conoces muchísimo a una persona, cuando vas a verla… sientes, no sé, una sensación como de vergüenza? Sobre todo cuando no la has visto en años. Y eso me preocupaba. Tim no era un chico de malos sentimientos en lo absoluto, y en parte era igual que yo: ninguno de los dos le guardábamos rencor a casi nadie. Pero él me ganaba. Alguien podría haberle gritado marica por la calle y luego haberle roto una botella en la cabeza, y él diría “Guay”, y al rato pasaría a tomarse una coca con ellos. 

Pero tal vez nunca perdonara que alguien a quien necesitó lo hubiera dejado. De todas maneras, aunque me doliese el resultado, tenía que intentarlo, al menos, para demostrar que sí que me importaba.

Suspiré hondo, dejando salir una gran nube de humo gris de mis labios antes de dar otra calada y tirar el Camel al suelo. Con vacilación, toqué la puerta de madera roída y rayada con un viejo 76 de níquel oxidado, pero que se le había caído el 7 y ahora quedaba un solitario 6 pegado bajo una fotografía de un ángel con una espada que estaba ahí desde que había ido a conocer la casa por primera vez. 

Y como siempre, recurrí a la suerte. Tragando saliva, pensé: “Si escucho el cantar de un pájaro en los siguientes cinco segundos, él va a abrir la puerta”. Y entonces, decidida, agucé el oído, cruzando hasta los dedos de los pies. Un gorrión cantó desde la baranda de atrás, y yo sonreí torcidamente.

El pomo de la puerta se movió, y un botón se accionó en mi interior. Seguidamente, la familiar cara de un niño de catorce años fue reemplazada por la de un muchacho de casi dieciocho años de cabellos rubios que le caían como agua en la frente. Sonrió, revelando una mandíbula formada de hombre.

-¿Harper? –dijo, llamándome por mi apellido, siendo uno de los pocos que lo conocían, y no me dio siquiera tiempo de asentir cuando se lanzó sobre mí, envolviéndome en sus musculosos brazos. Lo abracé también mientras nos tambaleábamos hacia todos los lados. 

-Oh, Dios, pensé que te había tragado la tierra –me dijo, acariciándome los cabellos todavía húmedos por la ducha de hoy en la mañana. Se separó de mí. –O que habías ido a prisión.

-Estuve a punto, créeme –le dije, riéndome bajito, y él se rió también. Seguidamente, me agarró de la mano y me condujo dentro de su casa, que seguía exactamente a como lo recordaba.

Los mismos muebles con estampados de flores que a ambos nos parecían horribles, la misma mesa de madera del comedor, las mismas pinturas viejas colgando en las paredes forradas con papel tapiz azul pálido. Ambos nos tumbamos sobre uno de los sofás, y puse mi mochila a un lado. 

Me observó con sus ojos verdes como una manzana y apartó varios cabellos de su rostro, sonriendo con los labios apretados.

-Me alegro de verte otra vez –sonrió, y yo esbocé una sonrisa torcida, agarrando su mano y entrelazando nuestros dedos.

-Oh. Se me ha olvidado preguntarte –se rió. -¿Quieres algo? Hay jugo de naranja, leche, yogurt… pero del desnatado, ya sabes cómo es mi mamá –rodó los ojos, divertido.

-Estoy bien –respondí, y él sonrió de nuevo, rodeándome con un brazo, y atrayendo mi cabeza para darme un beso.

-Bueno, ahora tienes que contarme –me dijo. -¿Qué te trae por Londres?

Me reí, dirigiéndole una mirada pícara. –Hice algo muy malo. Los polis casi me atrapan. Fue tan guay.

-¿Atraco? ¿Violación? ¿Tráfico? –dijo.

-Un poco de todas –le dije. Y era cierto. Al menos le estaba diciendo una cuarta parte de la historia.

-¿Dónde te estás quedando? –me preguntó, y yo eché la cabeza hacia atrás, recostándome en el sofá al tiempo que un cosquilleo extraño me invadía al recordar la imagen de Harry en mi cabeza.

-En casa de un hombre –respondí.

-Cuánto a que quiere violarte.

-Na. Es uno de esos niños ricos que viven en el Upper East de la ciudad. Tiene un departamento del tamaño de dos casas juntas.

-¡Jode! ¿Y vive solo? –me preguntó. Yo me encogí de hombros.

-Supongo que sí.

-¡Guay! Ya veo la razón por la que te quedaste –me dijo, y yo desvié la mirada hacia él, dándole un golpecito amistoso en el hombro.

-No te pongas triste, que también he venido para verte –le dije. -¿Cómo está todo?

-Igual que siempre, Harper –se encogió de hombros, borrando su sonrisa. Tragué saliva, recordando de repente que la situación de Tim no era muy guay que digamos. –Mi mamá ya lo aceptó, y bueno, supongo que mi papá también lo hizo. Pero todavía insiste en el hecho de que tengo que ir a la Universidad y estudiar Derecho como él quiere.

Suspiré, apretando su mano. -¿Y qué vas a hacer?

-Él sabe que quiero irme a New York a buscar oportunidades con el baile, sabes. Pero dice que ése no es mi futuro –frunció los labios, decepcionado. Resoplé.

-Hey –sonreí, apretando su mano, y él cambió de temple, sonriendo también. Como dije, Tim es la persona más pura y buena del mundo. 

-¿Tú qué harás? –me preguntó, y yo me humedecí los labios, dejando de sonreír. 

-No he pensado en eso –admití. –Ya sé que tengo que buscar un trabajo ahora que estoy aquí. 

-Y cuando empiecen las clases. ¿Te quedarás aquí para entonces? 

Suspiré. –No lo sé, Timmy. Ni siquiera sé a dónde voy.

-De todos modos, eso no te importa, ¿verdad? –sonrió.

-No –me reí. –No me importa en lo absoluto.

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