Drake: El secreto de Carrie W...

By Ppchuyassvaz

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Dark Lake, un oasis en medio del desértico Texas. un lugar lleno de arboles, flores, un lago, y ademas... Una... More

1: Primer día de verano
2: Veinte años más tarde
4: Louis
5: Interludio #2
6: El descubrimiento de Chloe
7: Recuerdo #1
8: Preguntas a una madre
9: interludio #3
10: De tal madre...
11: Recuerdo #2
12: Madre e hijo
13: Recuerdo #3
14: Ruidos en la lluvia
15: Revelación, festejo y sorpresa
16: Leenae
17: Problemas inician
18: Recuerdo #4
19: Drake y Lena (Prt. I)
20: Michael Dante
21: Drake y Lena (Prt. 2)
22: Interludio #4
23: Donde todo inició
24: Drake y Lena (Prt. 3)
25: Cruda verdad
26: La captura
27: Interludio #5
28: Secreto revelado
29: Por si no fuera poco...
30: Este es mi secreto...
31: Reencuentro
32: Capitulo final
33: El tío Drake
Nota del autor
34: Reencuentro (Final triste)

3: Interludio #1

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By Ppchuyassvaz

Carrie

El sonido del agua era reconfortante. La temperatura era la indicada, y la sensación de su caída sobre mi piel lo era mucho más. El aroma del jabón de lavanda me relajaba por completo, además de quitarme el olor del líquido del interior del huevo, aunque también, dejaba mi piel tan suave cómo la seda.

Cerré el grifo de la ducha, estaba mojada, desnuda, oliendo a lavanda, y, con una relajación tan grande que quería volver a dormir. Tomé una toalla de color rosa, la enrollé alrededor de mi torso, y salí de la bañera escurriendo gotas de agua por todo el piso. Al salir del baño, me encontré al dragoncito sobre la cama, estaba mordiendo uno de mis peluches con desesperación; al parecer tenía hambre, lo cual era muy comprensible, llevaba una hora de haber nacido, y ahora necesitaba comida, agua, leche o, pero... ¿Qué demonios era lo que comían lo dragones bebe?

Sabía de dragones solo por lo que leí en los libros de George R.R. Martin, que comían carne, vivían cientos de años, y que exhalaban fuego.

No tenía ni la más remota idea de que usar para alimentar al pequeño Drake. No me quedaba de otra más que usar el método de prueba y error, muchas cosas buenas siempre resultaban de ese método, aunque la mayoría llegaba fracasar. Antes de intentar cualquier cosa, debía cambiarme, secarme el cabello, y cambiar las sabanas de mi cama, que olían realmente mal.

Quité las sabanas, enrollándolas hasta obtener un enorme balón de tela humeda, que llevé hasta el cuarto de lavado. Estando de nuevo en mi habitación, usé la secadora para dejar mi cabello sin rastros de humedad, froté mis piernas con crema suavizante, y de último, me puse un par de pantaloncillos azules que llegaban hasta mis rodillas, y una blusa blanca.

—Ven pequeño —dije al quitarle el peluche de la boca. Sus ojos se posaron sobre mí, y una explosión de felicidad fue directo hacia mí. Quería que lo cargara, se paraba sobre sus patas traseras, apoyando las delanteras en mí, tratando de alcanzar mis brazos—. ¡Vaya que me quieres!

Lo cargué cómo si arrullara a un bebe, su espalda y sus alas estaban posada sobre mis brazos, mientras sus cuatro patas estaban flexionadas y apuntando hacia arriba, al igual que su mirada. Cuando me dirigí a las escaleras, su cola se enroscó alrededor de mi brazo con fuerza, comenzó a temblar al mirar hacia abajo. Estaba asustado.

—Descuida —dije acariciando su cabeza—. Todo estará bien. No voy a dejar que te caigas, lo prometo.

Al parecer había entendido a la perfección mis palabras, pues me devolvió la mirada, dejó de temblar, y frotó su cabeza contra mi cuerpo. Confiaba plenamente en mí.

Escalón por escalón descendí. Drake siguió tranquilo, sin dejar de acariciarme.

Cuando estuve en la cocina, lo dejé sobre la mesa, para sacar toda la comida del refrigerador para ver qué cosas le gustaban.

—Quédate muy quieto, sí. Voy a darte de comer en un segundo.

El sacó la lengua al sentarse sobre sus patas traseras, lamiéndose el labio superior, lo que me hizo pensar que, para tener una hora de nacido, era demasiado inteligente.

Me volví al refrigerador. Asalté completamente su interior, tomando: leche, huevos, frutas verduras, una rebanada de pastel, etc. Todo lo que tenía para comer se encontraba ahora en la barra al lado del refrigerador, junto a una canasta con bolsas de frutas secas.

—Muy bien... Probemos con lo más obvio —murmuré, cortando un trozo de carne de un filete de res—. Ten dragoncito, disfrútalo.

Esperé ansiosa mientras el solo olfateaba el pequeño cuadro de filete, y mis nervios colapsaron cómo una ventana rota, cuando dejó salir un chillido de desagrado, sin siquiera probarla. Quedé atontada por un segundo, ¿cómo era posible que no le gustara la carne? ¿Es un dragón?

Lamió sus labios de nuevo, fue ahí cuando me di cuenta del problema. Sus dientes, no los tenía; me acerqué para examinar su boca, y en lugar de dientes, tenía en las encías unas pequeñas pues muy finas, apenas visibles. Recordaba haber visto algo similar en lagartos, cómo no masticaban su comida, tenían las encías cómo Drake, así podían comer insectos, los trituraban.

—Bien. Necesitas dientes para la carne. Que tal... —dije cortando un trozo de manzana—... manzana.

Hizo el mismo ruido, que, con la carne. Le había asqueado.

—No puede ser que no te gusten las manzanas —bramé sorprendida—. ¡Mira! ¡Sabe bien! —Dije masticando un pedazo para despertar su curiosidad.

Acerqué de nuevo el trozo de manzana, pero la reacción no cambió.

—De acuerdo, hay muchas otras cosas —dije preocupada—. Las probaremos todas.

Brócoli, zanahorias, la rebanada de pastel, helado, jugo de naranja, pescado, pollo. Nada. Continuaba sin querer comer.

—¡Ahg! ¡Nada te gusta! —dije rendida, al sentarme en una silla y posar la frente sobre la mesa.

Mientras estaba allí, sin moverme, Drake aprovechó para jugar con mi cabello. Me preocupaba que no quisiera comer nada, moriría de hambre en dos o tres días si no consumía alimento, y su madre habría muerto por nada. Todavía me restaban dos opciones: huevos, y leche. La esperanza comenzaba a desvanecerse, y al reincorporarme, solo pude esperar escuchar el chillido cuando le presentara otra vez algo para comer.

—Penúltimo intento —murmuré al servir leche en un plato hondo.

La dejé frente a él, se veía intrigado por el líquido blanco, la olfateaba. Solo quería verlo beber, e instantes después, su lengua probó el lácteo. Cuando no chilló, metiendo la cabeza entera en el plato de leche tibia por el tiempo que estuvo fuera del refrigerador, sentí un gran alivio. Bebía de manera frenética.

Tuve una idea en aquel momento: darle de beber en un biberón; para mi suerte contaba con uno. Meses atrás, había cuidado a unos cachorros de una amiga, les compré un biberón para alimentarlos, y unas semanas después, estaban sanos, fuertes, y muy juguetones.

La poca leche que le serví se iba a acabar pronto, así que me apresuré a buscar aquel biberón en las gavetas debajo del lavaplatos, hasta que lo hallé. Luego de lavarlo un poco, y verter lo que quedaba del envase de leche, guardé todo de nuevo en su lugar. Drake había acabado, quería más, y su desesperación se notaba por los chillidos que daba.

Lo cargué escaleras arriba, de la misa forma en la que lo bajé. Con él entre mis brazos, me senté en la orilla de la cama, observándolo comer, simulando ser su madre o su dueña. Cualesquiera de los dos conceptos que eligiera, daban lo mismo.

Me enternecía el ver sus hermosos ojos. Sus garritas finas y puntiagudas trataban de aferrarse al biberón, pero estas resbalaban por la superficie cilíndrica.

De nuevo sentía aquella sensación que cuando lamió mi rostro, segundos después de nacer. Mi cerebro liberaba endorfinas, dándome una gran satisfacción. Mi instinto maternal se despertaba con el cuidado de este pequeño, que no conocía más que el cariño de las últimas dos horas; mi profunda añoranza de ser madre algún día estaba aflorando.

—Eso es acábatelo todo, Drake —murmuré esbozando una pequeña sonrisa—. Yo voy a cuidar de ti. Nadie va a hacerte daño nunca.

Su estomaguito se hincho, hasta que terminó con el biberón. Lo dejé en mi mesa de noche.

Su mirada se veía somnolienta unos minutos después de terminar de beber. Bostezó, iba a dormir para digerir lo que había ingerido. Antes de que durmiera, cambié las sabanas por otras iguales, estaba suaves, oliendo a rosas.

Me cubrí, dejando que el dragoncito se acomodara cerca de mi rostro. Lo tomé entre mis brazos, abrazándolo. Sus suaves escamas me daban una rara sensación en la piel, estaba algo frío, seguramente cómo otros reptiles, era de sangre fría.

Cuando quedó dormido, lo observé, estaba atenta a su respiración, a los pequeños espasmos musculares en sus patitas, y al movimiento de sus orejas. Cuando el sueño llegó a mí, apagué la lampara de mi mesita, pero antes, le di un delicado beso a Drake en su cabeza.

Cerré los ojos, murmurando:

—Descansa bebe...

Un ruido del infierno comenzó a fastidiar. La maldita alarma del despertador me estaba robando el sueño. Otra vez.

Tomé el enchufe de aquel asqueroso cachivache y lo arranqué de la pared. Lo había silenciado.

Me dolía la cabeza, para ser exacta, la frente. La falta de sueño siempre me causaba eso. No recordaba casi nada de la noche anterior salvo...

—¡Ay por dios! —Grité al quitarme las sabanas de encima.

Mi corazón bajó gradualmente su velocidad. No estaba allí.

—¿Habrá sido todo un sueño? —Me pregunté, al recapitular todo lo que recordaba—. Sí. Tuvo que ser un sueño.

Estaba desconcertada, jamás había soñado algo tan vivido, tan real. Lo que comí la noche anterior debía de estar en mal estado.

—¡Nunca volveré a comer un coctel de camarones hecho por ti Max! —Carcajeé.

Me senté, poniendo los pies sobre el piso de madera. Estaba frío, siempre se encontraba así en las mañanas, el bosque era muy frío por las noches.

Caminé frotándome los ojos. Me dolían. No di más de tres pasos al frente y pisé algo; un chillido de dolor me hizo dar un sobresalto tremendo, no resultaba ser un sueño después de todo, era el dragoncito, Drake.

Corrió a ocultarse debajo de la cama.

Lloraba, se quejaba. No llevaba más de un día conmigo a su cuidado, y ya había logrado que me tuviera miedo. De nuevo me estaba costando aceptar la realidad, en la que yo estuviese cuidando a un dragón. Me arrodillé, y observé debajo de la cama. Ahí se encontraba él, volviéndose lo más pequeño que podía, arrinconándose contra la pared. El rojo de su cuerpo y sus ojos brillaban un poco en la poca oscuridad en la que estaba; sus pupilas rasgadas me apuntaban directamente, con una mirada de terror, e intentaba cubrirse de mí, usando una de sus alas para bloquear la vista.

—¡Carrie, en verdad eres una tonta! —Me grité—. Drake, ven. Sal de ahí.

Mi voz se escuchaba nerviosa, y él lo notaba. Solo lo estaba asustando más de lo que ya estaba.

No quería salir, con solo escuchar mi voz nerviosa bastaba para evitar que saliera. Solo lo aterraba más. El pequeño dejó salir una serie de aullidos extraños que solo podía ser su llanto.

Respiré profundamente. Exhalé, y pensé muy bien mis palabras para que tomase mi tranquilidad cómo suya.

—Drake —dije serena—. Ven por favor bebe, no tengas miedo. Por favor —estiré mi mano derecha hacia él.

Esperaba que funcionara con un nudo en la garganta. Descubrió su rostro, aun me miraba con desconfianza, sus chillidos se habían detenido.

—Perdóname dragoncito.

Estás ultimas bastaron para recobrar un poco de su confianza. Comenzó a acercarse. Seguía temeroso, y dudaba a cada paso que daba; tocó la punta de mis dedos con su nariz, la olfateó. Terminó por acercarse más, lo tomé del vientre llevándolo hasta mis brazos para abrazarlo, consolarlo, y pedirle disculpas, todo al mismo tiempo.

Sentí su cola, al presionarla un poco no sintió dolor. Debió ser solo el susto que le di.

—Perdóname dragoncito —lo besé en la cabeza—. Crees que soy tu madre, y lo que hago es herirte.

Sentí unas vibraciones en su estómago. Era el hambre manifestándose con retortijones.

—Vamos abajo. Es hora de comer.

Bajé las escaleras lentamente. Drake ya se encontraba más tranquilo, y había vuelto a estar completamente alegre. Sus ojitos no dejaban de mirarme directamente, eran tan hermosos, que apenas y podía dejar de verlos, eran casi hipnóticos, como... Si estuviese observando dos diamantes en bruto, cuyo brillo, tuviera la belleza de todo el mundo, concentrada en un solo rayo de su luz.

Dejé al pequeño en la mesa, y puse a calentar la leche en el microondas, solo, que había cometido un error. Arriba, en mi mesa de noche, se encontraba el biberón, y con Drake aquí, no podría ir a buscarlo, sin correr el riesgo de que tuviera un accidente, en un lugar con utensilios filosos como lo era la cocina.

—Quédate totalmente quieto —retrocedí al mismo tiempo que le ordenaba—. No te vayas a mover por nada del mundo, volveré en unos instantes.

Salí corriendo hacia el segundo piso a toda velocidad. Las escaleras me retrasaron un poco, pero logré llegar en menos de 10 segundos, pero, para mi mala suerte, el biberón no se encontraba en la mesita de noche, así que tuve que buscarlo por todas partes. Casi un minuto después, lo encontré debajo de la cama, junto a uno de mis peluches que se encontraba completamente lleno de saliva.

—Asco —moví el peluche para tomar el biberón.

Un gritó ensordecedor provino de abajo, que me dio un sobresalto terrible. Luego, un estruendo se armó, entre los chillidos histéricos de Drake. Aquel grito de niña asustadiza, y sus gritos subsecuentes, los conocía, eran demasiado obvios cómo para confundirme. Max estaba ahí abajo.

—¡Ay no!

Corrí cuesta abajo a toda velocidad, casi resbalando al doblar rumbo a la cocina. Pude ver unos cuantos vasos de platico de color rosa, siendo arrojados directamente hacía Drake, al instante en que saltó de la mesa.

—¡Max! —Grité al verlo tomar una sartén.

—¡Ya viste esa cosa! —Gritó

Desde el marco de la puerta observaba todo, Max estaba a punto de golpear a Drake con una sartén. Él pequeño estaba acorralado, no tenía salida. Le arrojé lo único que tenía a la mano. El biberón le dio justo en la frente. Soltó la sartén en el suelo, mientras Drake aprovechaba para escapar a mis brazos, completamente asustado y temblando.

—¡Oye! ¡¿Por qué...?! —Dejó de hablar al ver cómo tomaba a Drake, y lo abrazaba—. ¡Tú trajiste a esa cosa!

—¡No es una cosa! Es un bebe —comencé a intentar tranquilizarlo. Temblaba tanto, lloraba, y no sabía si Max lo había golpeado. Caminé hacia el microondas, escuchando los lloriqueos y reclamos de Max.

—¡¿Cómo se te ocurre traer algo cómo eso?! ¡No sabes que es, podría ser peligroso! —Gritó.

—¡Cállate idiota!

Cerró la boca al instante. Estada más que enfadada.

—El biberón —dije extendiendo la mano.

—¿Qué...? —Preguntó como todo un imbécil.

—¡Dame el estúpido biberón, o te voy a golpear con esa sartén! —Grité fúrica.

La expresión de Max cambió al instante. Él sabía que mi amenaza iba enserio. Lo buscó con nervios y miedo de que lo fuese a golpear.

—Ten.

Retrocedió con miedo.

Vertí la leche dentro del biberón. Drake, bebió con desesperación, todavía temblaba de miedo, pero eso no mermaba mis intentos por calmarlo.

—Ya pequeño. Todo está bien, él idiota no va a lastimarte, o de lo contrario, le voy a romper los brazos.

Lentamente se fue calmando, su corazón antes acelerado, comenzó a bajar su ritmo.

—¿Qué es esa cosa? —Preguntó.

—Es un dragón.

—No seas ridícula

—¿Seguramente tu sabes qué es?

—Bueno, tiene garras... Pupilas rasgadas... Está bien no sé qué es. Pero se lo que no es.

—Pues eso es, y acostúmbrate, se va a quedar un largo tiempo. Su madre murió, y yo lo rescaté.

—¿Ese largo tiempo será un par de meses? ¿Verdad?

—No lo sé. Espero que sea menos de un año.

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