El clan del viento - Estrella...

By IrisBoo20

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Nada es imposible cuando el enemigo es ambicioso y despiadado. Hay muchos lugares donde sepultar a una reina... More

Continuamos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Epílogo
La Legión del Fénix

Capítulo 16

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By IrisBoo20

Rigel

La mente de un verde es retorcida, pero es fácil comprender hacia dónde va. Siempre actuarán en su propio beneficio. Un verde es prepotente y egoísta por naturaleza. Dicen que es por el planeta en que se originó su especie; Krakatoa. Allí las condiciones de supervivencia son realmente extremas, y los recursos son muy limitados. Si querían sobrevivir tenían que ser despiadados, fuertes y más inteligentes que los demás. Solo el más fuerte y hábil era el que sobrevivía. Y hoy en día, después de extender sus dominios por todo aquel planeta que pudieran explotar para succionar sus recursos naturales, esa mentalidad no había cambiado mucho.

Cuando alcancé al pequeño grupo ya estaban cerca del borde del acantilado. El cenote abierto en plena ladera de la montaña tenía una buena caída, pero si no tenían cuidado, acabarían cayendo por el otro lado de la cadena montañosa, fuera del valle. El mapa que me había descargado del lugar mostraba una gran depresión al otro lado, con una pequeña masa de agua a largada, probablemente un río de caudal rápido. Que estuvieran precisamente allí me decía que aquella mujer que encabezaba la marcha sabía perfectamente hacía dónde la llevaba.

Pensé rápidamente en todos los motivos por el que la llevaría allí, pero siendo tan importante como había dicho el mandamás que era, no sería tan estúpida de hacerla daño. Una amenaza era lo más probable, y el miedo que podría causarle al asomarla al precipicio sería una hábil estratagema para dominar a Nydia, o eso pensaba esa loca.

Medité sobre el menor momento de efectuar mi maniobra de rescate. Si estábamos a esta distancia de la fortaleza, y la mujer verde pensaba estaba tan relajada, seguramente sería un lugar en el que un ataque rápido tendría muchas posibilidades de éxito. Sólo tenía que esperar a que se sintieran confiados para saltar sobre ellos y rescatar a mi mujer. No podía cometer errores, porque su seguridad era lo realmente primordial para mí. Así que permanecí agazapado mientras me acercaba a una posición que me diese ventaja, un lugar que estuviese más alto para darle fuerza a mi ataque y así poder reducir a uno de ellos con un solo envite. Con uno fuera la pelea sería más equitativa.

No es que los verdes tuvieran el olfato de un rojo, pero no estaba de más caminar en contra del viento. La gran mella en la ladera de la pared de roca hacía que el viento se moviese con rapidez desde el otro lado en esta ocasión. Pero era un arma de doble filo, porque podía cambiar en cualquier momento y delatarme, o podía convertirse en una fuerza que nos empujase hacia el otro lado.

El vigía se había quedado ligeramente rezagado, como si su misión fuese controlarlo todo, pero sin interrumpir o molestar, lo que me decía que aquella mujer verde tenía mucho poder. Un hombre de su raza difícilmente se deja dominar por una hembra, para ellos son seres inferiores, salvo aquellas que son más salvajes que el resto. Debía de ser realmente despiadada para dominar a un macho de esa manera, convirtiéndolo en un gregario. O quizás él tenía muy claro su estatus dentro del grupo. El resto de los hombres se quedó en el salón cenando, lo que decía que él era el menos importante entre ellos. Aunque los que estaban por debajo de él serían los hombres que vigilaban la fortaleza. Ser el que está en medio es una posición difícil.

La mujer parecía muy interesada en descubrir cual sería la posición de Nidya ahora que ase había integrado en su grupo, y no me extrañaba. Si veía peligrar su posición no tendría reparo en atacar para defender su puesto. Pero Nydia no era una guerra, no debía de tenerla miedo. Su olor, su actitud la hacían parecer dócil.

Agudicé mi oído tratando de descubrir el momento apropiado para mi ataque, controlando constantemente al hombre armado. De los dos tendría que deshacerme primero de él, era el más difícil de ganar en una pelea justa. Y sí, reconozco que no tengo todas conmigo, porque un soldado verde tenía de su lado la fuerza física, la tolerancia a los golpes, y la dureza de su piel. Y ese no era un campesino, era un auténtico soldado a jornada completa. Debía tener cuidado con él.

—Y ahora... ¿Puedes decirme qué colaboración tenéis entre manos tú y Aquiles? —La mujer verde había ido directa al grano. Necesitaba saber el poder que tenía Nydia, qué valoraba Aquiles hasta el punto de tratar dominarla de forma tan brusca. Un verde puede atacar a una hembra para hacerla su sumisa de muchas maneras, pero teniendo tanto tiempo entre manos podía recurrir a varios métodos. El más extendido era el de la sumisión por conquista y dependencia. El general había usado la violencia, lo que demostraba que quería dominarla lo más rápido posible, hacer que su personalidad desapareciera para convertirla en un ser totalmente dependiente de él. Pero con Nydia se equivocaba, ella no cedería, y tampoco iba a permitir que eso sucediera, porque ella era mía.

—Digamos que tengo la solución para un problema que tiene. —Esa respuesta me intrigó, ¿tendría algo que ver con que su gema aún brillase? En un lugar tan apartado y aislado del exterior como este seguramente no habrían llegado noticias de que ella era la reina blanca, y mucho menos los rumores que corrían por ahí de que era capaz de resucitar gemas negras.

—¿Qué problema? —¿Estaba a punto de descubrirlo? No creía, Nydia era demasiado prudente como para desvelar información sensible a una desconocida, a todas luces hostil.

—Eso mejor me lo reservo. —Esa era mi chica lista.

—Entiendo. Entonces no tienes otro remedio que escapar. —¿Se estaba ofreciendo a ayudarla? Era una buena manera de que su puesto permaneciese inalterable. Si Nydia desaparecía ella conservaría su estatus y posición. Esta verde era muy inteligente, y no, no le ayudaría por ser un alma caritativa.

—No comprendo. —Estiré el cuello para comprobar la distancia a la que estaba el soldado. Si escuchaba como la mujer verde proponía una traición hacia su superior, seguramente intervendría.

—Es lo que diré cuando me pregunten, que escapaste. —¿Cuándo pregunten qué? Giré mi cabeza bruscamente hacia ellas, para encontrar la imagen más aterradora que pudiese imaginar. Aquella mujer empujó a Nydia hacia el precipicio.

El rugido salió de mi interior con furia. No me importó que el soldado me oyese, no me importó que estuviese prevenido contra mi ataque, iba a matarle para llegar hasta Nydia. Ella... No podía pensar en que caería por aquel precipicio y su cuerpo impactaría contra el suelo.

El cuchillo Solari ya estaba en mi mano cuando salté hacia él. El filo rebanó su cuello con precisión, cortando su arteria carótida de un solo tajo. Solo un cuchillo como ese podría atravesar con tanta facilidad la piel de un verde.

Pero no me detuve a ver como se desangraba o cuanto tardaba en hacerlo. Cuando mis pies tocaron el suelo, corrieron en busca de la mujer verde que me había arrancado el alma. Ella moriría, pagaría con su vida la muerte de mi mujer. Y después... Después me reuniría con ella, iría hacia mi mujer para sufrir su mismo destino. Vivir sin ella no sería una vida. Lo único que podía darle era venganza.

Todo el dolor y la ira que había provocado el asesinato de mi mujer, se vio reforzado por todo el odio y rencor a los verdes, acumulado durante décadas a causa de mi esclavitud y la de mi familia. Las vejaciones, agresiones y hambre al que nos sometieron a todos los rojos, las heridas y fracturas que padecí en mi cuerpo, que sufrió mi padre, aumentaron la ira de mi interior, dándome una fuerza que nunca pensé que podría albergar un simple gato.

Mi cuchillo voló como un águila de los fiordos, esquivando cualquier defensa, cortando toda superficie humana que encontraba a su paso. Aquella verde no podía detener mi ataque, porque mi fuerza superaba 10 veces la suya.

Sus gritos no me detuvieron, sus insultos, ni siquiera la súplica por su vida que su garganta escupió como último recurso antes de que le asestara la última puñalada, la que iba directa a su corazón. La sangre que resbalaba por mi mano, la que salpicaba mis ropas, mi cara, no era suficiente pago, tenía que cobrarme su vida de forma rápida, porque no tenía tiempo que perder, mi mujer me llamaba. Juntos atravesaríamos las puertas del otro lado, donde la madre de tierra de este planeta nos acogería en su dulce seno.

Un último grito de ira y dolor escapó de mi garganta mientras mi cuchillo se precipitaba con fuerza hacia su destino. Nada me detendría, nada...

Una ráfaga de viento me golpeó a la espalda, haciendo que mi cuerpo se tambalease. Pero aún mayor que la sorpresa por aquella fuerza desestabilizadora, lo que me dejó conmocionado fue el fogonazo de luz que me golpeó desde mi costado. No podía ser una explosión, porque no hubo un ruido ensordecedor que la siguiese, solo un leve silbido ascendente, que parecía seguir la fuente de luz.

No sabía que era, pero estaba preparado para afrontar lo que fuese. Giré la cabeza para encontrar una enorme figura sobrevolando mi cabeza, cuya trayectoria terminó casi a mi lado. Cuando la luz pareció disminuir su intensidad, o cuando mis ojos se acostumbraron a aquella intensidad, pude distinguir lo que tenía ante mis ojos. Nydia estaba allí, frente a mí. Mi corazón saltó de nuevo a la vida, inundando mi alma con una luz igual de intensa a la que habían experimentado mis ojos. ¿Ella había ascendido en una esfera de luz? La Luz a su alrededor fluctuó, o mejor dicho se movió, como si se plegara. Entonces lo vi, eran unas enormes alas de luz, pero no eran suyas, eran de el ángel que la había salvado de la muerte, eran de Kalos.

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