Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️ Capítulo 39 ❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

Si Leonard también tenía miedo. ¿Qué iba a pasar?

Arrastrando los pies por el campus, exhaló lento, creando una nube de vaho frente a ella mientras intentaba calmarse. Las palabras de Leonard rondaban en su mente sin fin. "Por favor, no estés sola" "No vuelvas a ir al viejo hotel Morgantown" "No vayas al hospital, mucho menos si estás sola" "No abras tu ventana. A nadie. Porque no seré yo quien esté fuera" "No voy a estar cerca por ahora. Por favor no estés sola"

Tenía la nariz roja del frío. Deseaba estar en su cama acobijada hasta la cabeza, mientras escuchaba en el fondo el sonido del piano que tocaba Leonard. Quería terminar ya sus días en aquella ciudad. Necesitaba que llegara marzo. Era su única esperanza.

Miraba alrededor el mundo que parecía normal. Chicos salían y entraban a la universidad en grupos, tan abrigados que la primavera parecía lejana. En algunos rostros había sonrisas, en otras preocupaciones. Quizás por las clases. Quizás por el asesino. No quería saberlo. Se dirigió al salón de matemáticas y allí se sentó a esperar. Poco tiempo después llegaron Hannah, Elizabeth y Lily.

—Candy, aquí estás —saludó Lily emocionada.

—Hey —Hannah movió un poco la cabeza, y Elizabeth solo se limitó a mostrarle una sonrisa. Se sentaron a su lado.

—¿Te has enterado? Le han partido la cara a Noah en la cafetería —comenzó a decirle Hannah.

—Vaya­—dijo Candy simulando estar sorprendida sin cruzar mirada con Elizabeth.

—No puede ser, me dijeron que quedó terrible —dijo Lily—. Lo internaron en el hospital. Puede que tenga lesiones graves, incluso traumatismo craneal.

—Puede ser que sí, o puede ser que no —opinó Hannah—. Da igual. Eso sólo sería más o menos tiempo en el hospital

Candy miró al pizarrón dubitativa. Si Noah era quien había estado detrás de lo que había estado ocurriendo, se podía determinar el tiempo que estuviese en el hospital para descartarlo. Quizás era lo que Leonard se iba a encargar de descubrir. Solo faltaba un mes para la primavera.

La clase comenzó. Candy prestó mucha atención; de esa manera podía sacar de su mente los peores escenarios que transitaban en su cabeza. Sin embargo, al terminar, olvidó todos los números que acababa de memorizar, y las palabras de Leonard pidiéndole que no estuviese sola volvieron a su mente. Un momento antes de que Lily se marchara, se inclinó a su oído para hablarle.

—Oye, ¿crees que al salir puedas llevarme hasta mi apartamento? Sé que queda sólo a una manzana, pero...

—Seguro —la interrumpió la chica con una sonrisa—. Te espero a la salida —dijo mientras comenzaba a retirarse.

Candy le sonrió de vuelta, aunque ella no la pudo ver.

Se dirigió a la biblioteca a tomar algunos libros para la clase de historiología de la medicina, y después salió a comer. Leyó durante todo el almuerzo. Luego fue a la clase de simulación, hasta las cinco de la tarde, dónde fue a encontrar con Lily en el campus.

Cuando salió su compañera aún no estaba allí. Se sentó en una banqueta a la cual recién le habían paleado la nieve. Se metió las manos en los bolsillos y miró al frente, fijo. Desde allí podía mirar directo a la ventana de su habitación. Parecía tan cerca que quizás, si pudiese volar, todo fuese más fácil. Bufó al encontrarse pensando tonterías. Miró de nuevo a su alrededor. Una parte de los estudiantes de dirigían a sus autos y otros a tomar el autobús. Si fuese posible tomar el autobús hasta la siguiente manzana lo haría, pero no existía una parada allí.

Se preguntaba por qué Lily había aceptado llevarla sin preguntas. Tal vez lo sabía. Todo el miedo que tenía.

Escuchó unos pasos trotando hacia ella y volteó a ver a Lily llegando con una sonrisa.

—Disculpa, la clase tardó un poco.

—No te preocupes —Candy se levantó—. Muchas gracias por llevarme —comenzó a caminar a su lado.

—Por cierto, puedes quedarte en mi casa —propuso Lily—. De hecho ya le dije a mamá que te quedarías —soltó una risita traviesa.

Ella definitivamente lo sabía. Y Candy no podía negarse a aquella petición, en dónde cumpliría exactamente lo que Leonard le había pedido. Que no estuviese sola. Y además, sin sentirse incómoda de ninguna manera. Lily le causaba mucha serenidad. Soltó una risita de vuelta y asintió con la cabeza.

Caminaron al auto de Lily y entraron en silencio. La chica encendió la calefacción y seguidamente el reproductor de música. La melodía que comenzó a sonar envolvió de inmediato el ambiente cómo si el mundo fuera calma.

—Es You'll Always Be My Baby, de Alan Jackson. —pronunció Lily—. La escucho todas las tardes de vuelta a casa. No le digas a nadie, pero la considero mía —rió—. Es porque papá me la cantaba cuando era pequeña. Cuando estaba triste. Desde entonces siempre me tranquiliza.

Candy sonrió, asintiendo con la cabeza, como si de esa manera le dijera que no le diría a nadie, y que estaba de acuerdo con que la canción fuese suya, y también que era muy tranquilizante. Con aquella canción, solas dentro del auto, se podía sentir una especie de intimidad, que quizás Lily quiso aprovechar.

—Mi padre murió —dijo bajito—. Hace algunos años. Cáncer. Era una persona hermosa para un final demasiado trágico. Era un padre increíble. Siempre lo recuerdo. Siempre que escucho ésta canción siento todo el amor que tuvo para mí —sonrió, y bajó un poco la cara sin apartar la vista de la calle—. Espero que no te incomode. Sé que todos estamos pasando por momentos muy difíciles en la universidad. Y quizás algunos incluso fuera de ella.

—No me incomoda —susurró Candy con sinceridad antes de esbozar una sonrisa. Tenía demasiados sentimientos revoloteando dentro de ella, pero quien más dominaba era la tristeza. Sentía que el corazón le había subido a la garganta. Quería llorar. ¿Pero iba a hacerlo delante de Lily? Por supuesto que no. Tragó grueso, cómo si pudiese tragarse el llanto, y volteó a la ventana para parpadear muchas veces seguidas, tratando así de secar los ojos que ya se habían humedecido.

Lo cierto era que la canción le rompía el corazón. Nunca había sentido que su padre la amaba de aquella manera. Por eso escuchar a Lily hablar tan bien de su padre le causaba tanta melancolía, porque incluso cuando ya no estaba, podía seguir sintiendo su amor. Mientras ella, aun teniéndolo, seguía sin conseguir al menos un poco de su aprobación.

—Tu padre —escuchó decir a Lily y volvió a mirarla—, ¿por qué no ha vuelto a buscarte?

—Tuvo que irse. Por su trabajo —informó ella.

—Ya veo —asintió Lily—. Pero, ¿por qué no tienes tu propio auto?

—No sé conducir —confesó inocente.

—Ah —Lily soltó una risita cómplice—. Era eso. Supongo que con el trabajo de tus padres nunca tuviste tiempo de aprender. Pero nunca es tarde. Y tu auto debe estar esperando por ti en algún lugar, ¿no crees? Quizás para la primavera puedas adquirir una bicicleta, ya que en invierno es muy difícil andar en una. Pero en bici podrás llegar más rápido a todos los lugares, por ejemplo, a las clases de conducir. Que seguro serán pocas horas, porque con la universidad no tendremos demasiado tiempo, pero, con al menos una hora de práctica en lo que va de año, para el próximo invierno, ya serás una experta en el volante.

Lily hablaba con mucha emoción, cómo si visualizara a la pequeña Candy siendo grande en el futuro. A Candy se le formó un nudo en el pecho, porque aunque siempre había caracterizado a Lily como una persona agradable, en aquel momento la sentía muy amena, cómo alguien que de verdad tiene buenas intenciones y no puede ocultarse de ninguna manera. Sin embargo, ella no esperaba tener una bici para la primavera. Ella esperaba estar lejos de aquel lugar, tomada de la mano con Leonard, pintando el mundo. Pero no le dijo aquello a Lily. Sólo sonrió y asintió con la cabeza.

—Me parece una idea excelente —dijo, aunque no era una mentira del todo.

La siguiente música que sonó en el reproductor era más animada. Candy la había escuchado antes. Californication de Red Hot Chili Peppers. Así que cuando Lily comenzó a cantar meneando la cabeza con el cabello disparándose de un lado al otro, ella rió, uniéndose a su canto. Fue así como el ambiente triste había desaparecido de un momento a otro. Lily era una persona sincera y libre. Era una persona feliz.

El camino blanco parecía ser iluminado por el brillo de Lily. Aunque tenía una historia triste detrás de ella, había seguido brillando con el pasar del tiempo. Candy se preguntaba qué debía hacer para llegar a ese estado de libertad, porque no se sentía ni cerca de aquel semblante, puesto que sus sentimientos y emociones parecían tener manos que la ahorcaban hasta dejarla sin aliento.

Lily se detuvo en un edificio sofisticado, a simple vista de clase alta. Bajaron del auto y Candy la siguió. Adentro era reluciente, de cerámicas blancas muy pulidas y en la entrada con más de tres ascensores. Entraron en silencio y Lily marcó el piso número 13.

—Muchos podrán decir que el trece es de mala suerte, pero es mi número favorito —comentó.

Candy pensó que ella no tenía un número favorito, pero no lo mencionó. En cambio le preguntó:

—¿Por qué?

—No lo sé. Creo que comienzas a tener un número favorito cuando pasa algo especial con ese número. Algo por lo que te consideras afortunado, y entonces, si sigues usando ese número, seguirás triunfando. A mí no me pasó algo sobrenatural, sólo es el número de mi cumpleaños —rió—. Pero siempre tengo la suerte de encontrarme con éste número a donde quiera que vaya.

—Supongo que además de tú canción, también tienes tu propio número —opinó Candy, y Lily partió a reír.

—Me encanta. Definitivamente sí.

Llegaron al piso seleccionado y caminaron por un pasillo de varias puertas. Todas eran blancas de estructura grotesca, sin ningún tipo de identificación, pero Lily caminó directo a la suya y abrió. Adentro no era menos lujoso. El brillo de Lily quizás lo traía desde casa. Candy había vivido entre padres adinerados y no le sorprendían mucho los lujos, pero aquel lugar era hermoso. Paredes azul celeste con franjas blancas, lámparas en casi toda la sala, que iluminaban el juego de muebles de felpa blancos que se encontraban en el medio, con una mesita central. Al otro lado, estaba el comedor, frente a la cocina, donde se encontraba una mujer asiática de mediana edad, sirviendo la comida. Sonrió al verlas.

—Ah, llegaron —dijo apresurándose.

Candy notó que el cabello de la mujer era el reflejo del de Lily, idéntico, como si hubiesen hecho una réplica exacta de cabello lacio y negro. Y al igual que Lily, la mujer parecía amable y transmitía tanta tranquilidad que Candy quiso cerrar los ojos por un momento y suspirar. Pero no lo hizo.

—Mamá, ella es Candy —señaló Lily mientras comenzaba a ayudar a su madre a servir.

—Mucho gusto señora —sonrió Candy.

—Hola preciosa, Lily me ha hablado mucho de ti —sonrió también—. Yo soy Han Lin, pero me puedes decir LinLin con confianza —guiñó.

Lily partió a reír junto con su madre y Candy se unió a la risa. ¿De allí había surgido el nombre de Lily?

Su compañera comenzó a servir la mesa y le indicó a Candy que se sentara. Se sentía avergonzada porque recién llegaba y ya le estaban sirviendo de comer, pero en cuanto vio todos los platos en la mesa su estómago rugió en modo de celebración. Con la mesa lista y las tres mujeres sentadas, LinLin hizo una pequeña oración.

—Disfruta la comida mi niña —señaló mientras le servía variedad de todos los platos que había en la mesa. Lily no dijo nada, quizás porque ya tenía la boca llena engullendo todo lo que había preparado su madre. La persona feliz seguía allí, incluso en aquel momento era mucho más.

Candy nunca había comido tanto como aquella noche. Por supuesto, su madre sólo le daba frutas y verduras, y en la universidad sólo se engullía de sándwiches y pastelillos. Aquello había sido un banquete y no esperaba tener estómago para tanto, pero lo tuvo. Recostada del espaldar de la silla con una gran sonrisa, dio las gracias.

—Espero invitarla a una gran comida pronto, señora LinLin. Estuvo todo delicioso. Muchas gracias.

—No te preocupes —la mujer agitó la mano—. Tengo entendido que tus padres son médicos. Sé lo fuerte que es la ocupación. Supongo que no tendrán tiempo de preparar algo así siempre, pero esperaré con paciencia el día. Quedan muchísimos años por delante mientras ustedes terminan la carrera, no tengo prisa —guiñó.

Cada vez que le hablaban de un tiempo futuro, Candy pensaba en Leonard. A veces parecía más lejano su futuro junto a él que el futuro normal que todos esperaban. Quince años de estudio. Residencia. Especialización. Para luego ser la Dra. Candy. La Dra. Candy que alguna vez, cuando aún tenía veinte años, seguía soñando con los pinceles desplazándose en el lienzo. Pero no podía decir nada de aquello. Aunque resultaran tan familiares y acogedoras, no podía mencionar su secreto a nadie.

Se ofreció a lavar los platos. Después de insistir un poco, Lily le permitió que al menos los secara.

—Antes teníamos amas de llave, pero muchas nos han robado. Dinero, joyas, una incluso le dio la llave a algunos ladrones que se llevaron la mitad de las cosas. Mamá ya no confía en nadie. Lo hace todo ella cuando llega del trabajo. Es diseñadora de interiores, por eso todo es tan hermoso aquí.

A Candy no le sorprendía que Lily fuese consciente del lugar en el que vivía. Lo que le sorprendía era todo lo que le contaba con tanta confianza que la hacía sentir entrañable.

Esa noche, lavando los platos junto a Lily después de comer un banquete, extrañamente se había sentido cómo una de las mejores noches de su vida.

Después de ducharse, Lily le prestó un pijama de algodón para dormir. Cuando estuvieron acostadas una junto a la otra, Lily le dijo:

—Buenas noches, Candy. Espero que mañana sea un mejor día en la universidad. Y en la vida. Puedes quedarte conmigo cuantas veces sea necesario. Quiero que estés bien.

Y Candy deseó poder decir más palabras de las que salían de su boca. Pensaba demasiado rápido. Hablaba poco. Siempre era lo mismo. La vergüenza dominando. También el miedo.

—Gracias —fue lo único que logró decir. Aunque en el fondo quería decirle que era la mejor amiga que había tenido en toda su vida. Pero quizás era demasiado pronto. Aunque tal vez después sería demasiado tarde.

Y mientras dormía, Lily fue consciente de lo que por las noches atormentaba a su amiga. La pequeña que se removía entre las sábanas sudadas, con los ojos apretados, murmurando con terror.

Por la mañana, de camino a la universidad, Lily le contaba cómo era el segundo año de medicina, cómo había decidido dejar matemática atrás en el primer año, y todo parecía normal mientras cruzaban el campus. Estaban concentradas la una en la otra y no se dieron cuenta del terror que transitaba cómo una sombra detrás de todos los estudiantes.

Fue hasta que se encontraron con Elizabeth y su cara de espanto que todo pareció salirse de control. Tenía los ojos rojos e hinchados, y parecía estar en trance.

—Elizabeth —dijo Lily corriendo hacia ella—, ¿qué pasó?

—Martin está muerto —soltó Elizabeth con la voz trémula, parecía que tenía el llanto en la garganta—. El asesino de la universidad es Noah.

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