Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

Bởi Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? Xem Thêm

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 32❄️

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Bởi Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

Mason Scott era el nombre que corría por los pasillos aquella mañana. El mejor amigo de Jason Stanner. A quien habían encontrado muerto en el campus.

Todo parecía indicar que se había suicidado. Estaba colgado en uno de los árboles, con una soga alrededor de su cuello. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué justo en la universidad?

Era el tercer suicidio que ocurría en el campus, por lo cual los rumores comenzarían a extenderse mucho más allá de los pasillos. Todo el pueblo, toda la ciudad, iba a enterarse de que Harvard estaba teniendo una tasa alta de suicidios. ¿Qué estaba pasando con los chicos dentro de aquellos pasillos? ¿Incluso un profesor había muerto?

¿Qué pasaba con el intelecto requerido para ingresar en aquellas prestigiosas aulas de clase? ¿Tenían problemas mentales los estudiantes? ¿Era una universidad segura de verdad?

Los periódicos habían llegado tan pronto como si hubiesen estado esperando un empujoncito para redactar todo lo que ya habían querido decir. Y ésta vez, la universidad no estaba sólo llena de policías, sino también de reporteros e investigadores.

Además de lo que parecía obvio, los expertos opinaban lo mismo que Hannah y sus amigas: Había un asesino en la universidad.

Nadie parecía sentirse seguro dentro. Todos se miraban las caras mientras se pasaban por al lado uno del otro. Increíble. No existía ni una sola sonrisa aquella mañana del frío febrero.

Las chicas avanzaban petrificadas. Candy y Elizabeth no intercambiaron miradas ni una vez, como si no quisiesen delatar con la mirada que ya ellas habían descubierto al hombre muerto la noche anterior.

—Por favor reunámoslo al salir de clases —sollozó Lily—. Tengo mucho miedo.

—Sí. Lo mejor será encontrarnos —Elizabeth no pareció lograr ocultar su voz temblorosa.

Sin decir nada más, se separaron cada una a su clase correspondiente. Candy se dirigió a las escaleras, en camino al laboratorio. No quería pensar en nada. Estaba esforzándose mucho en mantener la mente en blanco, cuando alguien la tomó por el brazo. Reaccionando de inmediato se alejó de la persona que la había tocado con un grito ahogado.

—Soy sólo yo —dijo Leonard, bajito—. Debes estar muy asustada.

Pero en el instante en el que lo había visto todo el terror había desaparecido de su interior. Sonrió, sintiéndose en paz, y exhaló, tratando de mantener la cordura para no lanzarse a sus brazos.

—Leonard —susurró—. Te extrañé mucho.

—No quería asustarte —la tomó de una mano con delicadeza—. También te he extrañado mucho.

Su cara había sanado un poco. De alguna manera eso logró causarle alegría y tristeza. Su labio tembló.

—Ese chico... —dijo casi sin voz.

—Lo sé —asintió él. Su voz muy suave—. No tengas miedo. Yo voy a protegerte —susurró mientras con la otra mano acariciaba su cara.

Candy cerró los ojos sucumbida en la caricia de las manos del hombre que amaba. Era difícil no creer en cada una de sus palabras. Todo lo que él decía parecía real. Y era porque lo hacía real. Así que con él junto a ella no tenía miedo.

—¿Puedo verte cuando salgas de tu primera clase?

—Sí —contestó ella de inmediato, sin pensar que había quedado en encontrarse con las chicas.

Leonard sonrió y se alejó.

Recostado de la pared, con las manos en los bolsillos de la sudadera, se veía tan guapo, pero de esos que hacen daño, que rompen las reglas y también el corazón. Mientras ella lucía pequeña ante él, tan tierna que no parecían complementarse. Pero la verdad, estaban hechos el uno para el otro.

—En el tejado. Te estaré esperando.

Enamorada y segura, asintió y se alejó de vuelta al camino hacia el laboratorio. En la clase de simulación anatómica se sintió tan tranquila cómo si afuera no estuviese explotando el mundo en una llamarada de pánico por el asesino de la universidad.

Y dos horas después salió con la expectativa de encontrarse al chico de sudadera negra. Tomó el ascensor, y subió hacia el último piso. La primera vez que había ido al tejado, fue cuando pensó que Leonard iba a suicidarse. A pesar de que aquello no había ocurrido, poco tiempo después la tragedia del profesor cayendo de aquel tejado había ocurrido frente a su cara.

Llegando recordó el reflejo de la sudadera negra que vio sólo por un momento, después de que el profesor hubiese caído. ¿Aquel también había sido un asesinato con intención de hacerlo ver cómo suicidio? ¿Esa sudadera negra había sido el asesino? ¿Alguien que intentaba inculpar a Leonard?

Avanzó por el pasillo hasta la puerta del tejado con parsimonia. Y cuando llegó, y vio la sudadera negra recostado de la pared mirando hacia abajo, sintió escalofríos. Dio un paso, luego otro, que se marcaron en el techo cubierto de nieve. Respiró hondo acercándose, hasta que Leonard volteó.

Cuando sus miradas se encontraron, él fue el primero en sonreír. Lucía pálido bajo el cielo gris y el mundo cubierto de blanco. Pero sus mejillas y labios estaban rojos del frío.

Cuando la vio, exhaló como si le faltara el aire. Y terminó el espacio que había entre ellos, tomándola entre sus brazos. Apretándola, cómo si hubiese estado necesitando aquel abrazo dese hacía mucho tiempo.

Ella lo abrazó de vuelta con mucha fuerza y felicidad. Sonrió ampliamente. Segura. En paz.

Leonard le dio un beso en la cabeza antes de alejarse de sus brazos y la tomó de las manos. Los ojos verdes brillaban en una llamarada de furor.

—Ese chico no se suicidó —espetó con su voz ronca—. Hay un asesino.

A Candy le sorprendía escucharlo a él decir aquello, pero ahora estaba segura de que podía hablar al respecto sin hacerle sentir que sospechaba de él.

—Un asesino que está intentando hacerlo parecer un suicidio —susurró ella, con la voz tiritando.

—Pero ya no lo está logrando —completó él.

Se miraron por varios segundos, cómplices, y ella asintió con la cabeza.

—Alguien que puede estar intentando inculparte.

—Nadie va a sospechar de mí. No existo en la universidad.

—Pero todos conocen los rumores. Pueden hacer llegar esa información con la policía.

—No tengo miedo de eso. No tienen ninguna prueba en mi contra. Lo que me causa terror es que el asesino se encuentre cerca de ti.

Candy lo miró. Él miraba a la distancia con los ojos verdes ardiendo. Parecía molesto, preocupado.

Y afuera estaba lleno de reporteros y policías. Las luces rojas y azules se reflejaban en los ojos verdes.

—¿Qué debería hacer? —murmuró, pensativo—. Tengo mucho trabajo y al mismo tiempo necesito cuidar de ti.

No quería ser una responsabilidad para él, una carga con la que no supiera qué hacer. Así que lo sujetó para que la mirara.

—No tienes que... detenerte por mí. Voy a estar bien —no sabía si eso último era verdad, pero decirlo parecía que lo haría sentir más seguro.

Sólo parecía, porque para él pareció una locura.

—Pequeña demente —roncó—. No pretendo dejarte sola. Es obvio que eres tan fuerte y valiente que puedes enfrentar el mundo, pero... ante un asesino... No creo que tengas la fuerza física necesaria para defenderte. Eres pequeña y vulnerable para ese psicópata. Así que no puedo dejarte indefensa. Necesito cuidar de ti, porque entonces no podría estar tranquilo.

A Candy se le formó un nudo en la garganta.

—Gracias —fue lo único que logró decir—. Por preocuparte por mí.

Él la miró inexpresivo por un momento, y luego cerró los ojos, respirando lento.

—¿Por qué tu padre no vino por ti ayer? Estaba dentro de mis planes —susurró.

—Ah... No tuve la oportunidad de decírtelo... Ellos se fueron por la mañana después de dejarme. Fue sorprendente haber odiado cada segundo desde que vinieron aquí y luego desear que no se fueran justo ayer... cuando... temía ser acosada por esos chicos.

Leonard apretó los ojos con fuerza y luego los abrió.

—Puedo imaginar lo difícil que fue —bramó—. Pero no te preocupes por eso —le dedicó una sonrisa tierna, y la tomó del mentón—. Voy a escoltarte cada tarde al salir de la universidad. Tranquila, ¿de acuerdo? Yo voy a estar allí. Igual que ayer. Cada día —y entonces unió sus labios con los de ella, en un beso suave y frío.

Tenía miedo. Pero con él parecía fácil sentirse tranquila. La paz que le causaba en medio del caos era increíble. Y quería que él se sintiera así también. Pero se notaba por encima que no lo hacía.

—Debo volver a clases —susurró mirándolo con los ojos ardiendo.

Él asintió, soltando su mentón poco a poco, y se volvió frente a la superficie metiendo las manos en sus bolsillos.

—Ve. Yo iré detrás —espetó sin expresión.

Y sin decir nada más, ella se marchó. Porque no encontraba manera de explicarle cómo se sentía. Su corazón tenía el peso de una roca gigante. Quería llorar y no quería que él la viera. Se estaba esforzando tanto por hacerla sentir bien, pero todo dentro de ella reprochaba tristeza.

Cuando entró al ascensor, Leonard la observó desde afuera. Serio, casi podría asegurar que estaba molesto. Quizás lo sabía. Que ella quería llorar. Que ella no quería hablar. Así que mientras el ascensor se cerraba, ellos sólo se miraron como si sus mayores secretos no pudiesen ser ocultos desde el momento en el que se miraron por primera vez.

Y en lo que el ascensor se cerró, las lágrimas corrieron por la cara de Candy. Estaba aterrada. Y sentía que era una carga para Leonard. No quería preocuparlo, pero parecía que era lo único que lograba causarle. Quería que pudiera sentirse en paz cómo ella lo hacía con él. Pero los ojos verdes no reflejaban tranquilidad ante ella. Siempre había preocupación. Por Nathaniel, por sus papás, por Jason Stanner, por Mason Scott.

Quizás ella lo estaba hundiendo a la miseria a la que ella pertenecía. Y no quería.

Después de la segunda clase se reunió con el grupo de matemáticas en la cafetería. Y allí vio a Leonard. Debajo de las escaleras que daban al siguiente piso. Traficando. No la miró ni una sola vez, pero se imaginó que quizás de reojos la supervisaba.

Las chicas hablaron de temas casuales, como si quisieran pretender que no ocurría nada aterrador a su alrededor, y así, hasta la última clase, Candy salió rumbo a su apartamento sin mirar a los lados. Confiando plenamente en que había un hombre detrás de ella, protegiéndola. Porque era pequeña y frágil.

No quería recordarlo. No quería serlo.

Cuando iba a media manzana, volteó un poco por encima del hombro, para descubrir al chico encapuchado que caminaba del otro lado de la calle, con las manos metidas en los bolsillos a un extremo por detrás de ella.

¿Cómo era posible sentirse en paz y angustiada a la vez?

Entró al edificio sin poder decir gracias. Sólo alcanzó despedirse con la mano desde adentro. Y desde la distancia Leonard también levantó la mano. Y sonrió antes de marcharse.

Toda la semana transcurrió de aquella manera. Las investigaciones seguían y Leonard seguía traficando dentro, como si no temiera que la policía estuviese cerca. Y luego, afuera, volvía a escoltarla hasta su edificio.

No volvió a hablar con él después de aquel día en el tejado. Sentía que le dolía el pecho, tenerlo tan cerca y sentirlo tan lejos. Hasta esa noche, cuando miraba al techo sin poder dormir, y su ventana sonó.

Brincó del susto al instante, pero luego se incorporó. ¿Era Leonard? Nunca estaba de más dudarlo. Con todo lo que ocurría a su alrededor el terror siempre estaba presente en sus venas.

Se levantó temblando, y caminó al sonido que la había perturbado con pasos sigilosos. Se detuvo frente a la ventana y dio un fuerte suspiro. Entonces, poco a poco, alzó la cortina, lo más mínimo por dónde pudiese ver con el rabillo del ojo, tan meticulosamente que sus manos tiritaban de nervios. Y allí lo vio, recostado de las escaleras con las manos en los bolsillos. Parecía que temblaba también. Emocionada y conmocionada, abrió de inmediato, y Leonard se acercó a ella al mismo tiempo que el fuerte viento nevando.

—Dios, mío, Leonard —comenzó a decir ella al instante que vio el rostro golpeado y ensangrentado, pero él la calló con un beso.

—¿Puedo entrar? —tiritó.

Ella asintió de inmediato y se hizo a un lado mientras él entraba. Tenía todo el cuerpo cubierto de nieve, y no sacaba las manos de los bolsillos. Candy encendió la lámpara con el corazón agitado de nervios por la cara golpeada. ¿Por qué de pronto? ¿Qué había sucedido?

—Traje un gatito —titubeó él con los labios muy rojos y temblorosos, mientras sacaba las manos de los bolsillos con un gato pequeño—. Estaba bajo la nieve, y... pensé que tú... podías cuidarlo.

A Candy se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se los limpió de inmediato. Miró al gatito con mucha ternura, pero la cara lastimada le dolía como si fuese su propia cara.

—Leonard —sollozó—. ¿Qué te sucedió?

—No me dijiste si... Si vas a querer el gatito —murmuró. Parecía que no era capaz de mirarla a los ojos.

Entonces Candy lo abrazó, llorando, y tomó al gatito entre sus brazos.

—Sí quiero al gatito. Y también te quiero a ti. No quiero... No quiero verte de esta manera... No puedo tolerarlo...

El mundo quedó en silencio. Ni siquiera el gatito maulló. Leonard parpadeó suave, tenía un ojo cerrado por los golpes, y la boca partida.

—Te dije que era normal que sucediera —murmuró, mirando a la pared—. Sólo han sido otros vándalos robándome. Es normal. Te aseguro que es normal —le acarició el cabello—. Pero éste gatito quizás... Quizás lo mejore todo, ¿no crees?

—Creo que sí —asintió ella en su pecho aguantando el llanto—. ¿Te gustaría ponerle el nombre?

—Simba —murmuró él. En su voz se percibía el dolor—. Como el rey león.

—Me gusta Simba —asintió ella, con una gran sonrisa, y se apartó de sus brazos mirando al gatito—. Para que se ría del peligro.

Leonard rió, y ella también. Y por fin, se miraron a los ojos. La mirada triste de los ojos verdes le partía el corazón cada segundo, en tantos fragmentos que todas las piezas le reprochaban que Leonard era incluso más triste que ella.

—¿Puedo quedarme a dormir? —susurró. Con su cara de maleante, sus manos de traficante, sosteniendo al tierno gatito.

—Puedes quedarte toda la vida —ella tomó al gato, y se acostó, dando palmaditas para que él se sentara a su lado. Él se recostó con una sonrisita que irradiaba felicidad.

—Estoy muy cansado —cerró los ojos.

—Hmm —ella acarició su cabello cubierto de nieve, que se comenzaba a derretir humedeciéndolo.

—¿Puedo pedir un deseo? Por haber adoptado a éste gatito.

—Por supuesto. Tienes un deseo disponible —ella siguió acariciándole el cabello con cariño. Él se apegó más a su pecho como un bebé. Parecía que quería ser cuidado y mimado, y ella definitivamente quería darle eso a cambio.

—Deseo poder dormir contigo, alguna vez, y antes de caer en un sueño profundo, contarte cómo fue mi día. Toqué el piano, la función estuvo genial. Había mucha gente. Hubo una propuesta de matrimonio. Lanzaron rosas. Y pensé en ti. Todo el día pensé en ti. Y al final del día sólo soy feliz porque vuelvo a encontrarte. Y me acuesto a tu lado. Así. Cómo ahora. Pero no tengo frío. Ni tampoco me han golpeado. Sólo me han aplaudido. Porque les ha gustado. Como toco el piano. Mamá estaría orgullosa. Y soy feliz. Porque te tengo. Y me abrazas. Y te alegras de mi día. Y me cuentas el tuyo. Y eres feliz. Y somos felices. Y vemos una película. Quizás el rey león. Por milésima vez. Y nuestro gatito Simba es grande y regordete. Y Simba de la película se ríe del peligro. Y reímos. Y nos quedamos dormidos. Y... —de pronto comenzó a llorar—. Perdóname... ¿Crees que puedo llorar ésta noche? Sólo hoy. Te juro que sólo hoy.

Y Candy sólo lo abrazó con más fuerza. Y los ojos apretados para que no salieran más lágrimas. Mientras Leonard lloraba en su pecho como un niño pequeño. Un niño con mucho dolor.

Y ella sólo quería que su deseo se hiciera realidad.



❄️

Nota:

Gracias a todas por su bonitos mensajes, es que no me canso de decirles lo mucho que me importan. Las quiero inmenso ❄️

Pidge.

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