Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 30❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

Cuando la dulce melodía del piano dejó de sonar, Candy miró a Leonard. Pero él no pareció percatarse. Su mirada yacía fija a la distancia, como si estuviera perdido en sus pensamientos. Ella quería decir algo, pero no se atrevió. No era capaz de interrumpir aquella mirada melancólica.

Siguió dibujando, observándolo por el rabillo del ojo, hasta que él habló.

—Es hora de irnos —dijo después de un suspiro comenzando a caminar hacia ella.

Candy pasó de su sueño perfecto a la realidad. Lo miró desconcertada y triste.

—¿Por qué de pronto? —susurró.

Él la miró con una sonrisa opaca y luego miró el dibujo que ella había estado haciendo. Era una rueda de la fortuna.

—Es muy bonito —señaló—. Pronto podrás terminarlo. Ahora debes descansar. Ya son las cuatro de la mañana —plantó un beso en su frente.

—Eso no importa —comenzó a decir ella.

—Sí importa, pequeña tonta. Debes cuidar tu salud. Debes descansar. Tendrás que despertar temprano para ir a la universidad y no habrás dormido nada.

—No quiero —dijo entonces—. No quiero la realidad. Quiero seguir aquí. En mi sueño.

Leonard la miró con melancolía un momento, y después la tomó de ambas manos.

—Lo sé —susurró encorvándose para chocar su nariz con la de ella—. Puedo ver lo difícil que es. Pero no puedes quedarte —entonces comenzó a avanzar, llevándola por una mano.

—¿Por qué? —preguntó ella a su lado.

—Tus padres no deben descubrir que no estás en tu habitación. Y yo tengo que trabajar —bajaron las escaleras.

—¿Quiere decir que tú no descansarás?

—Lo haré —la miró, y fue cuando Candy se percató de lo agotado que lucía debajo de los moretones—. Después de dejarte en tu habitación y hacer algunas entregas, estaré listo para dormir también.

Fue en aquel momento cuando ella recordó con claridad todas esas veces que él entraba a las clases de anatomía sólo a dormir. Sintió un cosquilleo subiendo por su espina dorsal y su cara comenzó a arder. Pero se quedó callada.

Subieron al auto y cuando Leonard arrancó, ella lo miró de reojos. Se sentía tan triste por él, y no sabía qué hacer. Se aclaró la garganta, pero el silencio los acompañó hasta que llegaron frente al edificio. Fue allí cuando Leonard exhaló y volteó a mirarla.

—Pequeña —susurró—. Esos hombres que golpeé en aquella fiesta... Van a intentar hacerte daño.

Ella soltó un grito ahogado, sintiéndose abatida por el terror de aquellas palabras.

—No tengas miedo —remedió de inmediato, tomándola de las manos—. Yo no voy a permitirlo.

—Leonard —exhaló lanzándose en su pecho—. ¿Por qué?

—Ellos... creo que también pensarán que he asesinado a su amigo. Y ahora saben que tú eres mi punto débil. Estoy casi seguro de que lo harán. Pero no te preocupes. Yo voy a estar vigilándote cada segundo. Quería que lo supieras.

Candy sentía que le faltaba el aire.

—¿Fueron ellos quienes te hicieron esto? —le acarició la cara golpeada.

—Eso no importa ahora.

—A mí me importa.

Leonard la miró, con un brillo agudo en los ojos verdes, y luego, poco a poco, asintió.

—Fueron ellos.

Aquello, de alguna manera, se sintió cómo un gran puñetazo en el estómago.

—Es mi culpa —apretó la sudadera negra en sus puños con prepotencia.

—No es tu culpa —espetó él—. Son ellos el problema. Nunca vuelvas a culparte. No has hecho nada malo —Parecía molesto—. Y esto no es nada nuevo para mí. Estas cosas pasan a menudo en este mundo de tráfico de mierda —gruñó, y salió del auto. Entonces abrió la puerta de copiloto y la ayudó a bajar. Y frente a ella, la tomó por las mejillas y exhaló vaho—-. Nunca vuelvas a culparte —volvió a decir—. Son ellos los culpables.

Pero aquello también le había dolido. Escucharlo decir que no era nada nuevo recibir golpes de aquella manera le dolía mucho. Pero contuvo el llanto en la garganta mientras caminaron tomados de la mano hasta las escaleras. Y cuando estuvieron frente a su ventana, él la abrazó con fuerza.

—Voy a protegerte —susurró—. No voy a permitir que nada malo te suceda mi dulce niña —cuando la besó, Candy pensó que rompería a llorar entonces, pero resistió un poco más. Aunque quizás él se dio cuenta de sus labios temblorosos—. Descansa —le pasó un mechón por detrás de la oreja y luego bajó.

Ella lo observó, sin moverse, hasta que él llegó frente a la Jeep. Y cuando volteó a mirarla, ella sonrió, con los ojos ardiendo, reprimiendo toda la angustia en su interior.

Y de pronto, algo en la mano de Leonard destelló un brillo amarillo. Una bengala.

Candy soltó una carcajada, y él comenzó a hacer una forma con el brillo. Una letra. Luego otra. Y otras más. Te Amo.

Entonces no pudo contenerlo, a través de la risa, las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de la pequeña. Y ella no tenía una bengala en aquel momento para responder. Pero ojalá él hubiese escuchado cuando susurró:

—Yo también te amo, Leonard.

Y luego rompió a llorar.

Por la mañana sus padres la obligaron a desayunar en el comedor junto a ellos. Sabía que aquello significaba que tendrían una conversación. Estaba temblando, segura de que habían descubierto que no estuvo toda la noche en su habitación.

Pero cuando se llevaba la comida a la boca con las manos tiritando, su padre le informó que estaría sola por un tiempo.

—Tenemos varias citas agendadas para estas fechas. Así que estarás sola de nuevo. Debes estar contenta —la sátira de su voz podía quemar tanto como una hoguera.

Sin embargo, Candy no prestó atención a la sátira. Ella sólo estaba alucinando, lejos de estar contenta. Aquello, era por mucho, la peor noticia que había recibido justo en ese tiempo, cuando más aterrada se encontraba.

No quería quedarse sola. No con lo que le había dicho Leonard de esos chicos. A pesar de que le había dicho que iba a protegerla, no podía evitar sentirse aterrada de quedarse sola en el apartamento.

—Espero que logres comportarte en este trimestre y no vuelva a ocurrir lo de literatura —dijo su madre.

—Estaremos atentos, princesa —guiñó su padre.

Anonadada, terminó el desayuno en silencio. Cuando bajó al auto, las maletas ya estaban guardadas. Sintió escalofríos, pero entró sin decir nada. Tampoco se atrevía a contarles que estaba aterrada de quedarse sola.

Al llegar a la universidad, la tensión se apoderó de ella. Tenía guantes, gorro y bufanda, y aun así su cuerpo estaba tan frío como un témpano de hielo. Observó a sus padres alejarse desde el campus, y con un profundo suspiro, avanzó adentro.

Caminó con la bufanda hasta la mitad de la cara. Observaba todo a su alrededor. Cada rostro la ponía nerviosa. ¿Leonard estaba allí? ¿En algún lugar? Quería pensar que sí. Pero no alcanzó verlo.

Se dirigió a la primera clase, titubeante. Quería entrar ya, para rodearse de cincuenta personas desconocidas, pero, aun así, sentirse segura.

Sin embargo, cuando cruzó la puerta del salón, reconoció al instante, a mitad del auditorio, al rubio pequeño que también le había tocado el trasero después de Jason Stanner. Al que Leonard también había golpeado.

Quedó petrificada en cuanto lo vio, porque él también la miraba. Como si hubiese estado esperando el momento en el que ella cruzara la puerta. 

Casi por instinto, se dio la vuelta para huir del terror que aquel hombre le causaba. Pero al volverse hacia la puerta, tropezó con alguien que comenzaba a entrar. Subió la cara para mirarlo.

—Disculpa —tartamudeó, pero quedó muda un momento después, cuando se percató, por debajo de la gorra de béisbol, que era Leonard.

Él no se detuvo mucho tiempo. Se acomodó su mochila en el hombro y le pasó por un lado.

A pesar de estar petrificada y abatida, actuó rápido. Había comprendido. Se volvió de nuevo con la cara gacha y se dirigió a uno de los asientos a un extremo de la pared, muy por detrás del rubio. Él la siguió con la mirada con una sonrisa tenaz. No parecía haberse dado cuenta de que el chico que había tropezado era Leonard.

Volteó a mirarla varias veces durante toda la clase. Era casi obvio que intentaba intimidarla. Ella hizo su mayor esfuerzo en ignorarlo y concentrarse, sintiéndose segura de que Leonard estuviera allí, en algún lugar del salón. No se atrevió a voltear a mirarlo, temiendo que el rubio pudiese descubrirlo.

Cuando la clase terminó, él fue el primero en salir. Fue allí cuando Candy  volteó. Leonard estaba al final, al otro extremo de la pared. Recogió sus cosas como si hubiese estado tomando notas de la clase. Estaba vestido con chaqueta marrón y una camiseta de equipo de béisbol. Es sólo apariencia, lo recordó decir. Cada apariencia para una ocasión específica.

Comenzó a salir por el otro extremo, con la gorra hasta la mitad de la frente. Sólo por un momento, ella alcanzó ver cómo ladeaba la cara hacia ella. Fue apenas un segundo, pero allí estaba. Diciéndole con un pequeño asentimiento que estaba con ella.

De nuevo en los pasillos, Leonard se había perdido de su vista, pero le tranquilizaba saber que si la había encontrado antes, significaba que la estaba observando desde algún lugar.

En la siguiente clase no se encontró al rubio. Y tampoco a Leonard. Y hasta el final del día no volvió a ocurrir nada extraño, hasta que se encontró a Hannah al salir de Semiología.

—Hola. Ésta noche en mi casa. Sólo Elizabeth, Lily tú y yo. Tenemos que hablar. Elizabeth pasará por ti —fue lo único que dijo antes de marcharse. Ni siquiera esperó su respuesta, pero lo cierto era que Candy no lograría negarse de cualquier manera.

Llegó al campus, y allí de nuevo volvió su terror. El rubio pequeño estaba con un grupo de amigos en un círculo, fumando, y mirando a la entrada, como si estuviesen esperando a que alguien saliera. Y ese alguien parecía ser perfectamente ella. Porque el rubio sonrió y le dio unas palmadas a uno de sus amigos para que mirara.

Candy comenzó a temblar al instante. Miró alrededor buscando aquella camiseta de béisbol, pero no lo vio por ningún lugar. No podía respirar. ¿Quizás su padre no había podido tomar ese viaje y la pasaría buscando?

Exhaló, fuerte. El edificio estaba al lado de la universidad, sólo tenía que caminar dos manzanas. Pero ese pequeño camino le aterraba mirando a esos seis hombres que ahora la veían fijamente.

De pronto alguien se agachó un poco por delante de ella, de espalda, amarrándose las trenzas de los zapatos. Reconoció la gorra de béisbol antes de escuchar su voz.

—Ve a casa. Estaré detrás de ti —murmuró Leonard. Ella lo miró alejarse por el campus, estremecida, y volvió a mirar al grupito del rubio. Tampoco parecía haberse percatado de Leonard. Entonces avanzó.

Sus pasos pesaban como si estuviese arrastrando rocas gigantes. Pero siguió adelante, tratando de conseguir a Leonard, a quien ya había perdido de vista. Sus ojos ardían. Pero confiaba en él. Así que se dirigió a su apartamento.

Y el grupo del rubio la siguió.

Caminaba aterrada. Podía sentir todos los pasos detrás de ella, y escuchaba los murmullos y risitas. Miraba por el rabillo del ojo, tratando de percatarse de cada detalle. Quería enterarse si estaban lo suficientemente cerca, pero no quería voltear, por eso estaba luchando con el terror y los espasmos que éste estaba causando en su cuerpo.

Quizás su padre tenía razón al buscarla. Estaba demasiado lejos. ¿Por qué se habían ido? Estaba llegando. Estaba cerca. Pero al llegar al callejón de las escaleras de emergencia, el grupito pareció ver la oportunidad de acorralarla, porque corrieron hacia ella.

Pero una camioneta negra se cruzó en medio con un gran chillido.

Candy no tuvo demasiado tiempo entre su corazón a punto de explotar al escuchar los zapatos corriendo y el chillido de los frenos.

Cuando volteó, sólo podía ver la Jeep de Leonard en medio, y por debajo, los zapatos que un segundo antes habían corrido hacia ella. Escuchó gritos y golpes a la camioneta, pero aprovechó la oportunidad de terminar de correr hasta la entrada del edificio y huir de aquella pesadilla.

Desde allí, logró ver la camioneta retrocediendo, mientras los chicos seguían maldiciéndola. Pero otra vez no parecían haberse enterado que era Leonard. Ella corrió a su apartamento, abatida, y se lanzó a la cama, respirando hiperventilada.

Se sentía terrible, pero al mismo tiempo aliviada. De que Leonard iba a estar allí cómo prometió. Y de que ellos no se hubiesen dado cuenta. De Leonard. Ni dónde vivía ella. ¿Pero cuánto tiempo tendría que estar así?

Al parecer no lo suficiente.

Porque cuando cayó la noche y Elizabeth la llamó para decirle que estaba abajo esperándola, parecía que siguiese viendo un fantasma.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Pero Elizabeth negó con la cabeza.

—Acabo de... acabo de ver... algo... terrible —arrancó, y se detuvo frente al campus de la universidad, donde se encontraba un cuerpo guindando, ahorcado en uno de los árboles. Candy soltó un grito ahogado cuando reconoció al rubio. Y Elizabeth rompió a llorar—. Creo que hay un psicópata de verdad en la universidad.

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