Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

Galing kay Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? Higit pa

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 24❄️

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El viernes de la última semana de exámenes, fue cuando volvió a ver a Noah. Se lo encontró en el pasillo cuando ya se iba.

—Caramelito —sonrió al verla—. Vaya, no te veo desde hace dos semanas. ¿Estás escondiéndote de mí?

—¿Por qué debería hacerlo? —se detuvo para mirarlo.

—Quizás porque no viniste a mi cumpleaños —sonrió, parándose frente a ella, y estiró un brazo recostándose de la pared. Ella se detuvo, mirándolo sin ánimos.

—Lo siento, Noah. Ese día... —había muerto Nath, pero recordó que había negado que estaba en el hospital para que no la viera salir con Leonard. Se sintió estúpida, pero no quería dar explicaciones sobre eso—. Llegaron mis papás a visitarme, y no me dieron permiso.

—¿Qué? —Rió, cruzándose de brazos—. ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciséis?

—¿Qué te puedo decir? Tengo veinte años y aún soy gobernada. Sólo eso.

—Es porque no tienes carácter, dulcecito. Todos nos revelamos a los dieciocho.

—Ah, sí, intenté revelarme a los dieciocho, pero fue una catástrofe. La vida sin revelarse es más tranquila.

—Baj —volvió a su lado y le pasó un brazo por encima del hombro—. Está bien. Te perdono por no ir a mi cumpleaños. Pero hoy tendré una fiesta por los exámenes finales. Tuviste que haber pasado todo. Tienes que celebrar.

—No quiero problemas —negó con la cabeza.

—Puedo pedirle permiso a tus padres. Eso les gustará —levantó las cejas—. Sentirán que les dices a todos que ellos te gobiernan, y al mismo tiempo saldrás victoriosa.

—No es ninguna victoria, no quiero ir.

—¡Vamos! Caramelito, acabamos los exámenes, no tienes que estudiar por lo pronto. Tómate un descanso.

Pensó en la fiesta y no le agradaba la idea de estar rodeada de gente, con música a todo volumen y drogas. Pero cuando pensó en drogas, pensó en Leonard. Aunque no era posible que Leonard estuviese en una fiesta de Noah.

No quería dejar plantado al pelirrojo una vez más, y al mismo tiempo sabía que su papá no lo permitiría ir, así que decidió aceptar para que la negación no saliera de su propia boca.

—Está bien. Pídele permiso a mi papá para ir a tu fiesta —lo miró.

—Seguro. ¿Lo llamo? ¿Voy a tu casa? ¿Cómo prefieres?

—Mi papá está esperándome a la salida. Ven conmigo.

Noah sonrió, ampliamente.

—Por supuesto.

Caminaron juntos hasta el campus y cómo cada uno de los días que había pasado, ella miró al árbol del pecado. Leonard seguía sin aparecer. Con un nudo en el pecho, siguió caminando con Noah hasta que estuvieron frente a su padre.

El hombre miró al chico luciendo anonadado.

—¡Hola! ¡Woah! ¿Caleb Schmidt? ¿Usted es el papá de Candy? —Miró a la pequeña—. No me dijiste que tu papá era un cirujano plástico famoso —volvió a mirar al canoso, extendiendo la mano—. Un gusto, mi nombre es Noah. Soy su fan, y también compañero de salud pública de su hija.

La cara del padre cambió, a una sonrisa amistosa.

—Hola —le apretó la mano.

—Así que nosotros acabamos de terminar los exámenes. Candy es una excelente estudiante. La mejor de anatomía, todos la envidiamos, aj —chasqueó la lengua—. Es perfecta. ¿Usted qué dice?

—Podría ser mejor —asintió—. Hasta luego, Noah, ya nos vamos —comenzó a entrar al auto.

—Ah, claro. Pero, un momento. Hoy es mi cumpleaños. Y estaré celebrando en mi casa. ¿Cree que Candy pueda ir? Ya que no tiene nada que estudiar por ahora.

—Siempre tiene que estudiar.

—Pero no siempre cumplo años, ¿eh? Podría morir pronto —rió—. Venga, que es sólo una fiestecilla inocente. ¿Quiere ir usted también? No habrá adultos, mis padres están en reunión de medios, pero puede venir si quiere, invita a algunos amigos y les agrego un club de ajedrez en mi habitación mientras esperan.

Entonces el papá de Candy rió. Ella tragó saliva. No podía creer que se hubiese reído de un chiste de Noah.

—Eres divertido, niño. Me agradas. Está bien, puede ir, pero sólo hasta medianoche.

Candy exhaló. Aquello era imposible.

—¡Perfecto! Entonces la pasaré buscando a las nueve.

—Bien —asintió, entrando al auto.

Noah miró a Candy con una sonrisa reprimida.

—Nos vemos, caramelito —susurró.

Y para ese momento Candy estaba alucinando. Asintió, incrédula, y entró, con las mejillas entumecidas. Miró a su papá, pero él no la miró. Sólo condujo en silencio.

Su corazón golpeaba fuerte contra su caja torácica, estaba anonadada. No era posible que su papá la dejara ir a una fiesta, mucho menos con un chico.

Cuando llegaron al apartamento, su madre estaba cocinando.

—Tu hija irá a una fiesta ésta noche. Un pelirrojo agradable me pidió permiso personalmente para llevarla a su cumpleaños —contó su padre yendo a la nevera.

¿Un pelirrojo agradable?

La mujer los miró desconcertada un momento y luego a miró a su esposo. Volvió la mirada a Candy y asintió con la cabeza.

—Está bien. Diviértete.

La ponía nerviosa que hubiesen aceptado el permiso de aquella manera, así que entró a su habitación, dudando en si debía ir o no. Ya tenía el permiso, las ganas de ir era lo último, podía conseguirlas en el camino. De verdad quería tener una vida tranquila.

Así que le pasó su ubicación a Noah, y fue a bañarse. Se vistió con su abrigo azul favorito, y se maquilló un poco. Le gustaba lo que veía en el reflejo. Sonrió, aunque no sentía ganas de hacerlo.

Noah la llamó cuando estuvo afuera, y ella salió, pero en la sala esperaba su papá.

—¿Lista?

Candy asintió, dubitativa.

—Hmm.

—Te acompañaré hasta la salida.

Y abajo, Noah esperaba en un Audi negro, recostado del techo.

—¡Buenas noches, mi viejo Caleb! ¡¿A dónde lleva ese ángel!?

A Candy le ardieron las mejillas cuando su padre rió.

—Cuídala. Recuerda, hasta media noche, ¿eh?

—Lo tengo en cuenta —señaló con un guiño, mientras chasqueaba los dedos—. Cómo la cenicienta, ¿eh?

Y su padre volvió a reír. Candy subió al puesto de atrás sin prestarle más atención, y cuando Noah subió al volante, volteó a mirarla.

—¿Por qué subes atrás? Puedes venir en el copiloto.

—Estoy mejor aquí, gracias —sonrió.

Noah asintió, y encendió el reproductor de música antes de arrancar.

—¿Estás bien? —La miró por el retrovisor—. Tu padre no parece malo.

Candy, que miraba por la ventana, le dedicó una mirada ardida.

—Sí, también me lo ha parecido —sonrió con amargura.

—Incluso parecía que fuésemos a salir tú y yo, ¿verdad? —rió.

—No lo parecía —volvió a mirar a la ventana.

Y Noah la miró de nuevo por el retrovisor, pero no dijo nada, aunque la gran sonrisa de su cara desapareció.

Viajaron sin decir nada más hasta llegar frente a una casa de dos pisos, con la calle abarrotada de autos de cada lado de la calle.

—Esto está que explota —bramó él.

Candy miró la calle repleta de autos y se sintió incómoda al instante.

—Pensé que habrían menos personas.

—Es una fiesta libre, puede venir quien quiera. Es obvio que va a explotar.

¿Leonard podría ir? Fue lo primero que pasó por su mente. El pelirrojo logró estacionarse un poco lejos de la casa de la fiesta, y ella se bajó detrás de él. Escondió las manos en el abrigo cuando el frío de la noche la entumeció.

Caminaron por la acera, donde la fila de carros ocupaba toda la orilla desde una esquina hasta la otra. Tuvieron que esquivar a la gente incluso antes de entrar a la casa. Escabulléndose por aquí y por allá, llegaron hasta una mesa rodeada de un grupo que bebía riendo fuertemente.

—¡Hey! ¡Llegó el alma de la fiesta! —canturreó Noah haciendo un bailecito y todos rieron y vitorearon—. Ella es Candy, mi invitada especial —automáticamente todos la miraron y cara de la pequeña se sonrojó

—Hola —rió llevando una mano a la cara caliente.

Todos a su alrededor la saludaron, y siguieron hablando y riendo. Eran agradables, chistaban sobre la universidad y los profesores. Pasó un poco más de una hora cuando Noah se retiró a buscar más bebidas. Y cuando Candy estuvo sola con los desconocidos, miró alrededor, como si acabara de liberarse de unos grilletes. Había demasiada gente. ¿Alcanzaría dar un vistazo en el jardín? Si Leonard estaba afuera, al igual que en aquella oportunidad....

No lo pensó demasiado y comenzó a buscar la salida. Pero resultaba difícil, la sala tenía muchas divisiones, y casi todo estaba repleto de humo. Se devolvió algunas veces, tropezando, mareada, y cuando al fin la consiguió, se tropezó con Noah cruzando la puerta.

—¿Dulcecito? —rió—. ¿Qué haces aquí? Estaba consiguiendo a unos amigos antes de llevar el ponche.

—Ah —ella titubeó—, yo estaba buscando el baño —rió, mirando por detrás del pelirrojo. Afuera había demasiadas personas también.

¿Era posible que Leonard estuviera en una fiesta de Noah?

—Ya, bueno, estás muy lejos del baño —le pasó un brazo por encima del hombro—. Ven, te guío.

Ella volvió a fingir otra risita mientras lo seguía. No podía preguntarle directamente sobre Leonard, por supuesto, pero necesitaba saber si habría una posibilidad de que el traficante estuviese allí. Y después de tanto reprimirlo, preguntó.

—Aquí, eh... ¿se están drogando?

Noah la miró, con una sonrisa ladeada.

—Sí —respondió con tranquilidad—. Tampoco les voy a arruinar la fiesta prohibiéndoles consumir. Pero no hay problema, en el punto dónde estábamos está libre de humo, no hay marihuana por allá.

Pero lo que ella más quería en ese momento era estar cerca de la marihuana, del traficante de la marihuana sobre todo, del cultivador de la marihuana específicamente.

—Noah —se detuvo, apartándole el brazo de su nuca—. Quiero fumar hierba. Por eso preguntaba —habló seria, pero no era la mejor actriz.

—No es cierto —sacudió la cabeza con una sonrisa amarga.

—Sigues muy equivocado sobre mí. Pero ya conociste a mi padre, ¿no es fácil saber que soy terrible? Ni te imaginas. Me fumo cinco porros seguidos y luego me meto un chute, para finalizar, ya sabes, lo quemo en una cuchara, y luego venga, la jeringa y adentro —fue cuando terminó de hablar que se dio cuenta que había adaptado la personalidad de Hazel al mismo tiempo que había relatado la experiencia de la otra chica como la suya propia. Se sintió fatal en ese momento, pero disimuló.

—Candy —Noah estaba boquiabierto—. ¿Cómo te has ensuciado la mente de esa manera?

Y fue aquella reacción la que Candy necesitó para saber que había funcionado.

—Han pasado muchas cosas —sonrió, con los ojos entrecerrados—. Tengo un dólar en el bolsillo y lo único que estoy deseando es enrollarlo para inhalarme un cerro de cocaína. ¿Tienes drogas sí o no?

—Ya veo. Es igual que antes —soltó una risa seca—. Sólo metiendo las drogas en medio para conseguir información del traficante de mierda. Es eso. ¿Estás enamorada del asesino del viejo hotel Morgantown?

—Sí —bramó, de inmediato—. Sí, estoy enamorada de Leonard. Su nombre es Leonard. No es un asesino cómo te encargaste de difundir.

—Candy —exhaló, con la voz ahogada, tomándola por las manos—. Por favor... Recuerda lo que viste en el tejado... Recuerda que el profesor Wesley no se suicidó. Leonard lo empujó. Ambos lo vimos. Y recuerda a Cinthia. Por favor, aunque no la conociste, recuérdala... Ella también se enamoró de ese maldito encanto que la llevó a la muerte, por favor...

—Leonard no los asesinó —se soltó de sus manos, nerviosa, y en ese momento se dio cuenta que había dudado de sus propias palabras. La figura de capucha negra en el techo la abrumó.

Los ojos de Noah se cristalizaron y se cubrió la boca con una mano.

—¿Cómo he conseguido encariñarme de una persona cómo tú? —gruñó—. Tan testaruda y cabeza hueca.

—Sí soy una cabeza hueca —su voz tembló, de impotencia, pero no con Noah, sino con ella. Porque sentía que él tenía toda la razón, y aun así no podía dejar de querer correr a los brazos de Leonard—. Pero estoy enamorada de Leonard porque ha sido la única persona que ha logrado sacarme de mi miseria, y...

—Déjame ayudarte —llevó una mano a su cara, acariciándola, mientras respiraba con fuerza—. Dulcecito, sólo déjame ayudarte, y te juro que todo estará bien —y entonces la besó.

Candy lo empujó en cuanto el pelirrojo rosaba su boca contra la de ella, causando que tropezara con las personas de atrás, que voltearon a verla de inmediato mientras sostenían a Noah.

Ella con las mejillas calientes de ira, corrió por el lugar por el que había venido. Se sentía eufórica, estaba temblando.

Salió y se dirigió a la orilla de la calle, caminando entre las personas recostadas de los autos aparcados. Estaba un poco oscuro, y hacía mucho frío. Algunos hombres murmuraron algo, haciéndola enojar más, mientras seguía caminando. Al llegar al último auto de un extremo y no encontrar a Leonard, se devolvió, para caminar hasta la esquina del otro lado.

Pero cuando volvió a pasar junto a uno de los autos dónde yacían un grupo de chicos fumando, sintió una mano en su trasero.

Quedando petrificada, sintió un escalofríos recorrer su espina dorsal con los ojos muy abiertos y las mejillas hirviendo.

—Muñeca hermosa, ¿quieres más de esto? —dijo uno de los hombres mientras todos los demás rieron.

Y Candy volteó, molesta, con los ojos ardiendo, pequeña frente a tres chicos que parecían gigantes ante ella.

Odiaba ser pequeña, odiaba ser débil, odiaba ser mujer, odiaba querer llorar, odiaba existir.

—¿Quién me tocó? —se atrevió a preguntar, con la voz entrecortada.

—Fui yo —rió uno de los chicos con gorra de béisbol y chaqueta de cuero. Tenía una cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra. Le dio una calada al cigarrillo con una sonrisa, y dio un paso hacia ella, soplándole el humo en la cara—. ¿Por qué? ¿Te gustó?

—Podemos manosearte el culo toda la noche si quieres —rió otro de los chicos, un rubio tan pequeño como ella, y un momento después sintió otra mano en su trasero.

Retrocedió de inmediato, con las lágrimas quemándole las pestañas, y por un segundo tuvo el instinto de soltarle una patada en la ingle, pero había pensado demasiado rápido en lo tonta que estaba siendo al enfrentarse a tres hombres, más fuertes que ella, ebrios, frente a una camioneta, dónde fácilmente podrían secuestrarla.

Así que intentó huir, pero era demasiado tarde. Uno de los chicos la tomó por el brazo.

—¿A dónde vas? Justo cuando nos comenzamos a divertir.

Y Candy no pensó más, con un gran nudo en la garganta, no supo cómo, pero logró gritar.

—¡Ayuda! —habían más personas alrededor, debían ayudarla—. ¡Por favor, ayúdenme!

Pero nadie se movió. Las otras personas a la orilla de sus autos sólo miraron divertidos, como si fuese algún chiste, mientras el chico de la chaqueta le cubría la boca.

—Ahora te callas, puta entrometida. ¿Eres de Harvard? Porque pareces descerebrada.

Los otros dos chicos rieron, a grandes carcajadas, mientras ella intentaba luchar con la mano que le apretaba la boca.

—¡Hey! ¡¿Qué te sucede!? —gritó alguien llegando junto a ellos, y Candy sintió cómo se aflojaba la mano de un instante a otro, dejándola libre. Respiró fuerte, incorporándose, mientras Noah llegaba a su lado.

—Hey, Noah —saludó el chico de la chaqueta—. No sabía que estaba contigo.

—No está con él —intervino alguien más, y Candy reconoció la voz ronca. Volteó, agitada, para encontrarse a Leonard con la capucha subida y las manos en los bolsillos. Se bajó la capucha, revelando su entrecejo arrugado y la mandíbula apretada. La mirada verde brotaba tanto veneno que cuando ladeó el cuello de un lado al otro, el chico de la gorra pareció desfallecer—. Está conmigo.

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