Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 18❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •


En la oscuridad, los ojos verdes brillaban como perlas oscuras. Leonard era una especie de hombre que no había visto nunca. Como si alguien perfecto existiera, hecho a la medida de todos.

Él le limpió las lágrimas, suavemente.

—¿Quizás dibujar un poco te haga sentir mejor? —le pasó un mechón de cabello por detrás de la oreja.

Y otras lágrimas salieron de los ojos de la pequeña, pero ésta vez eran lágrimas de felicidad. Asintió con la cabeza con una sonrisa, y volvió a abrazarlo.

—En un mundo dónde estaba tan sola... tú llegaste para salvarme —susurró ella.

Y Leonard exhaló.

—En un mundo de monstruos... tú eres un ángel. No sé qué voy a hacer contigo.

Candy parpadeó lento, mirando el perfecto rostro de ojos verdes. Él la tomó de la mano, y sin decir nada más, la llevó hasta el lienzo. Luego caminó hasta las ventanas, abriendo todas las cortinas, dándole un brillo azulado a la sala. Encendió las lámparas, y después de que la sala estuvo iluminada, se sentó en el sofá frente a ella.

—Continúa tu dibujo. No voy a moverme.

Ella sonrió y comenzó a pintar la silueta de su cara alrededor del dibujo de ojos verdes, sintiendo que podría dar saltitos de alegría.

Mirarlo frente a ella, una vez más, era gratificante. Era hermoso. Era perfecto. Él miraba a un punto fijo a la distancia, con sus cejas pobladas pareciendo fruncidas, y los labios rectos.

—Leonard —dijo después de algunos minutos, pintando los labios rojos.

—¿Uh? —él la miró.

—Quisiera hacerte algunas preguntas —lo miró a los labios, y después a los ojos—. Pero no te quiero incomodar. Quisiera que las respondieras. Pero si no quieres...

—Hazlas —la interrumpió—. Puede ser entretenido.

—¿Te resulta entretenido que todos quieran saber de ti?

—Me resulta entretenido que tú quieras saber de mí —declaró—. Todos hablan a mis espaldas. ¿Pero qué pueden saber de verdad si sólo escuchan y repiten lo que dicen por los pasillos? Nunca nadie vino a preguntarme nada como la pequeña niña tonta y valiente frente a mí.

—Se supone que nadie puede hablarte...

—Exacto —recalcó—. Y aquí estás de todas maneras.

Candy quería sonreír, pero sentía la cara tensada.

—¿A dónde fuiste con Hannah? —aquella no era una de las cosas que más le intrigaban sobre él, pero la celosa Candy había dominado.

—¿Hannah? —alzó una ceja.

—La chica que tomaste de la mano. Hoy por la tarde. En el campus. Pensé que no te encontraría aquí ésta noche. Pensé que te habrías ido con ella... Yo... estaba celosa.

Una sonrisa ladeada se formó en el rostro de Leonard.

—¿Así que su nombre era Hannah? Quizás no lo escuché. Sólo teníamos un trámite. Lo único que recuerdo es que era un buen pago. Ella me tomó de la mano para dirigirme al lugar de la entrega. No le vi ningún problema. Como tampoco lo vi tomarte de la mano a ti. ¿Es un privilegio tomarme de la mano? No son las manos de un pianista prestigioso, soy un traficante de drogas. Éstas son manos sucias. Mereces más que eso.

Candy apartó la mirada del dibujo con el corazón blandiéndose por el hombre frente a ella.

Pensó que tomarlo de la mano fue muy especial. Y también le parecía un pianista prestigioso. Creía que él tenía muchas cosas buenas que aún no había descubierto. Pero no le dijo ninguno de esos pensamientos, y siguió pintando.

—¿Por qué entrabas a la clase del profesor Wesley? —preguntó de pronto—. ¿Por qué justo a esa clase?

—Me compraba cocaína —respondió él sin titubear—. Le daba un precio mejorado a cambio de que me dejara entrar a su clase. Así encontraba clientes dentro de la universidad. Así encontraba espacios para vender.

—¿Por qué dejaste de entrar a sus últimas clases? —se mordió el interior del labio, rozando el color rojo por las mejillas.

—Me debía dinero. Mucho dinero. Lo amenacé un poco. Si no me veía la cara quizás se asustara cuando lo tomara por sorpresa. Espero tomarlo por sorpresa así sea en el infierno, al desgraciado. ¿Se suicidó para no pagarme? Perdí todo ese dinero así nada más.

Candy sintió escalofríos. Miró a Leonard por un costado del lienzo, meticulosamente. Él miraba al piso, su cara denotaba un poco de molestia y preocupación.

—¿Y Cinthia Freyman? —preguntó por lo bajo, y su voz tembló.

Cuando Leonard la miró, de alguna manera Candy había comenzado a sentirse nerviosa.

—¿De verdad crees que voy recordando todos los nombres? —bufó él.

—Te compraba marihuana —titubeó ella—. Y quizás... pasaron una noche juntos.

Quería saber si Leonard la reconocería de aquella manera, o quizás pasaba la noche con muchas mujeres que le compraran marihuana.

—Ah. Cinthia —espetó, como si la reconociera entonces. Estiró los labios en lo que debía ser una sonrisa—. Ella al parecer estaba enamorada de mí. Cómo tú. Quería acercarse de alguna manera, cómo tú —el sarcasmo en su voz quemaba—. Te voy a dar un spoiler de su final. Está muerta. La asesiné.

A Candy se le cayó el pincel, y una sonrisa feroz se formó en la cara de Leonard.

—Se suicidó —exhaló ella, casi sin voz.

Y Leonard se levantó, acercándose con parsimonia.

—Ya lo sé —se agachó a recoger el pincel y se lo extendió. Estiró el cuello de lado a lado con los ojos entrecerrados—. ¿Entonces por qué te asustas?

—Hay personas que creen que sí fue un asesinato —permaneció inmóvil—. ¿Pasó ella una noche contigo?

—¿Es eso importante? —alzó una ceja, aún con el pincel extendido hacia ella.

—Sí. Eso complementaría...

—La hemos pasado —la interrumpió—. Hemos follado toda una puta noche. ¿Crees que la he asesinado por eso?

Candy titubeó un momento, y la respuesta salió antes de darse cuenta.

—No.

Pero aquella respuesta no pareció ser suficiente para Leonard. Su cara había enrojecido y su mandíbula estaba tensada.

—Estás a tiempo de alejarte de mí —dejó el pincel sobre la repisa con brusquedad—. De verdad voy a darte la oportunidad de vivir. Sólo vete. Y no sigas haciendo de esto algo más grande del cual no puedas escapar.

—No puedo —exhaló ella, con el cuerpo temblando por completo. Era increíble la manera en la que aún por encima del terror que podía generarle, se sentía atraída cómo un imán hacia la misma persona.

—¿Por qué? —masculló. Tenía los dientes apretados.

Entonces Candy estiró su mano para tocar la de él, y en ese momento la cara de Leonard se relajó. Sus ojos se volvieron dos perlas inocentes, mirándola con tanta ternura que dolía.

—No quiero —respondió, suave—. Por favor permíteme quedarme.

Y las palabras de Leonard la arroparon en medio del frío.

—Quédate —susurró, cerrando los ojos mientras daba una fuerte respiración.

Candy sentía que sus corazones se entrelazarían en aquel momento, pero de pronto Leonard se dio la vuelta, caminando directo al piano con euforia. Sentándose con brusquedad, comenzó a tocar.

—¡Pero si te quedas te vas a arrepentir! —Gritó por encima de la música

Emocionada por escucharlo tocar el piano una vez más, tomó el pincel, con el corazón comenzando a latir fuerte, y siguió pintando.

—¡Estoy segura de que no me voy a arrepentir!

—¡Pequeña testaruda! —Gruñó él, apretando los dientes mientras miraba las teclas y tocaba con furor—. ¡Faltan sólo minutos para el año nuevo! ¡No deberías estar aquí!

—¡Estoy aquí porque es lo que quiero! ¡Quiero pintar y que toques el piano!

Él la miró, y desde la distancia ella creyó ver una lágrima corriendo por su mejilla, pero no estaba segura.

—¡Eres tú quién me da las ganas de vivir! —siguió diciendo—. ¡Eres tú quién me está llenando la vida! ¡Te quiero, Leonard! ¡Te quiero por mucho tiempo!

Y cuando el misterio andante la miró, el tiempo pareció detenerse. La música siguió sonando, y en el fondo, muy lejos, se podían escuchar campanazos, que anunciaban el año nuevo.

Candy caminó hacia él, y Leonard caminó hacia ella.

Y cuando estuvieron uno frente al otro, Candy mirándolo hacia arriba, y Leonard mirándola hacia abajo, sus ojos parecieron intercambiar algún secreto.

—Feliz año, pequeña —él fue el primero en susurrar.

—Feliz año —susurró ella también.

Y se quedaron mirando, en el silencio, escuchando los fuegos artificiales y campanadas a la distancia.

Candy sentía aquel momento como un sueño, donde el chico de sus pesadillas se había convertido en alguien muy importante en su vida.

—¿Qué haces en año nuevo? —preguntó ella, con dulzura.

—Sólo me quedo aquí . ¿Tú qué haces?

—Mis padres casi nunca estaban, así que cenaba en casa con la ama de llaves, y luego sólo veía programas en vivo de fuegos artificiales.

—¿Te gustan los fuegos artificiales? —preguntó él.

Ella asintió con la cabeza con una sonrisa de alegría. Cada vez que él preguntaba algo sobre ella, dándose cuenta de los pequeños detalles, sobre lo que le gustaba y quería, su corazón abrazaba más a Leonard.

—Me gustan. Pero nunca utilicé unos. Sólo los vi en la televisión y a la distancia. Mis padres decían que eran peligrosos.

—Son peligrosos —recalcó él, un segundo antes de tomarla de la mano—. Pero, tú te ríes del peligro, ¿no es así? —y entonces comenzó a llevarla consigo.

Lo siguió y se cubrió la boca con la mano libre, para reprimir la carcajada de felicidad que intentaba escapar de su boca.

Ni si quiera le preguntó a dónde la llevaba, sólo se dejó llevar, con la expectativa por el cielo, porque todo lo que él hacía parecía irreal.

Era tan feliz en aquel momento, que no le preocupaba nada más que la sensación de su mano junto a la de Leonard. Sentía las mejillas sonrojadas. Esperaba que él no se diese cuenta.

Cuando estuvieron afuera, Leonard se dirigió a uno de los extremos del hotel, dónde había algo grande cubierto con una frazada. Fue allí cuando le soltó la mano, y después de retirar la frazada, se reveló una Jeep wrangler negra. Candy abrió la boca demostrando la sorpresa que le causaba.

—¿Qué te sorprende? Soy un maleante. Es obvio que lo robé —bramó Leonard.

La pequeña quedó petrificada y él esbozó una sonrisa carente de humor, abriendo la puerta del copiloto y señaló adentro.

—Era un chiste. La verdad lo he comprado legalmente con todas las drogas ilegales que vendo. ¿Vas a entrar o no?

Ella comenzó a entrar, sintiéndose nerviosa. Era cierto que aunque Leonard no fuese un asesino, el hecho de ser un traficante ya lo convertía en un hombre peligroso.

Quería preguntarle desde cuándo traficaba y por qué lo hacía. Pero sentía que aquellas preguntas conllevarían una respuesta relacionada a lo que fue su vida en el pasado, y no estaba preparada para preguntarle. No quería arruinar el momento.

Leonard entró frente al volante y encendió el motor, arrancando sin ninguna expresión en su rostro.

Y ella lo miró de reojos, a su lado. Él miraba a la carretera mordiéndose un poco los labios, pensativo. Se preguntaba si alguna vez, ese dolorcito de miedo y desesperanza en su pecho desaparecería.

—Leonard —susurró en el silencio, mirando a la carretera oscura sólo siendo alumbrada por los dos faros del auto. No sabía a dónde iban, pero eso no le preocupaba—. ¿Qué te hace feliz?

—No tengo nada que me haga feliz —respondió después de un momento.

—¿Tocar el piano no te hace feliz? —lo miró. Él seguía mirando recto, con el ceño fruncido.

—Tocar el piano me hace triste —espetó con amargura, y encendió la radio. Cuando la música comenzó a sonar, el corazón de Candy se aceleró.

—Pero te gusta hacerlo —instó ella.

—Sí. Me gusta. Pero no significa que me haga feliz. Me hace triste. Es así con todo. Yo te gusto a ti y tampoco te hago feliz. Igual quieres venir frente a mí. Y yo igual quiero tocar el piano. ¿Qué deberíamos hacer?

Candy pensó que debían besarse, pero eso no tenía nada qué ver. Así que no dijo nada más.

Siguieron el camino en silencio, mientras la música danzaba a sus alrededores. La pequeña se recostó del asiento, mirando por la ventana. Pensaba que era feliz, pero no quiso decirlo en aquel momento. Cerró los ojos, dejando que el viento rosara su cara, mientras la música entraba por sus poros. 

I want you to know that I'm never leaving. 'Cause I'm Mrs. Snow, 'til death we'll be freezing. Yeah, you are my home, my home for all seasons. So come on, let's go...

Leonard condujo por varios minutos, en silencio, en la penumbra. La vio un par de veces, cabizbajo, pero ella no se dio cuenta.

Pronto llegaron a un parque de atracciones. Estaba iluminado y ruidoso. Candy se levantó, emocionada.

—¡Es hermoso! —una sonrisa inmensa yacía en su cara.

Él aparcó en el estacionamiento, y volteó a mirarla.

—Es una feria de fin de año. Puedes lanzar fuegos artificiales y verlos de cerca.

Candy sonrió y lo tomó de la mano. Y Leonard no la soltó. Caminaron juntos dentro de la feria, dónde habían muchas personas jugando para ganarse peluches y comiendo algodones de azúcar.

Llegaron hasta la venta de pirotecnia, y Leonard compró bengalas.

—¿Lanzarán hoy el fuego más grande? —preguntó mientras pagaba.

—Ya están preparándolo —señaló el vendedor a un grupo a la distancia.

Leonard asintió con la cabeza y tomó la mano de Candy de nuevo comenzando a caminar hacia una montaña.

—Vayamos por una mejor vista —le informó—. Pronto comenzará la función de fuegos artificiales.

Candy asintió, mirándolo hacia arriba mientras le apretaba la mano.

Subieron en silencio, y cuando llegaron a la cima, Leonard le dio una bengala.

—Puedes usar éste mientras comienza la función. Así podrás haber usado y también visto fuegos artificiales de cerca.

Ella tomó la bengala con una gran sonrisa y él la encendió con una cerilla.

Cuando la bengala comenzó a brillar el fuego en forma de estrellitas, Candy partió a reír, y la alzó, sintiéndose tan feliz que quería gritar.

—¡Me encanta! —rió—. ¡Enciende una para ti!

—No —sacudió la cabeza—. Las he comprado para ti.

—¡Tienes que usar una, por favor! —no dejaba de reír, comenzando a darle vueltas a la bengala en el aire, creando formas y figuras.

Leonard volcó los ojos, y sacó otra bengala. La unió con la de ella para encenderla, y la imagen del chico misterioso con una bengala de estrellitas en la mano, le blandió el corazón a Candy como una tormenta.

—¿Te gusta? —preguntó la pequeña, con la voz ahogada.

Él miró la bengala con el ceño fruncido y sacudió la cabeza.

—No, es patético —bramó, lanzándola a la nieve—. No sé qué estoy haciendo —miró a la distancia.

El corazón de Candy pesó al instante y dejó caer también su bengala.

—Lo siento —susurró—. No quería molestarte...

Pero cuando Leonard volteó a mirar su mano vacía, algo pareció cambiar en su cara inexpresiva. Apretó los dientes y volvió a hurgar la caja de bengalas, sacando dos más, y encendió una con la cerilla. Entonces se la extendió a Candy de nuevo.

—Ten —la miró, parecía un poco molesto, pero no con ella—. Ya tienes suficientes personas que arruinan tus sueños. No quiero ser uno de ellos. Sólo ten tu bengala. Disfrútala cada segundo —y cuando ella la tomó, desconcertada, él volvió a unir la otra bengala, encendiéndola para él—. Yo voy a acompañarte.

Y de nuevo, estaba frente al chico de sus pesadillas, luciendo cómo el hombre más tierno del mundo con una bengala de estrellitas en su mano. Y ésta vez él sonrió. Y comenzó a hacer una forma. Candy lo miró con atención, hasta descubrir que hizo un corazón.

—Gracias —susurró pretendiendo no haberse dado cuenta de la figura—. Es el mejor regalo del mundo.

Comenzó a dar vueltas con la bengala, alzándola, bajándola, haciendo formas y figuras. Y cuando escuchó una carcajada de Leonard, algo dentro de ella se amplió, cómo lo que más deseaba en el mundo hecho realidad.

Leonard, riendo tan fuerte como ella, comenzó a dar vueltas también, moviendo el brazo de un lado a otro, con cara de felicidad. Al menos quiso pensar que en ese momento él era tan feliz como ella.

Mareada por las vueltas y la emoción, perdió la estabilidad, y cayó sobre su trasero. Aquello sólo le causó más gracia, y se lanzó sobre su espalda, con los brazos y piernas estiradas.

—¡Se siente tan bien aquí! —rió—. ¡Tienes que venir!

Él la miró luciendo desconcertado, y después sonrió, dejando caer la bengala y se sentó junto a ella.

—Nunca he hecho un ángel de nieve —susurró Candy, y él se acostó a su lado.

—Muy bien, hagamos un ángel de nieve —comenzó a mover las piernas y brazos a sus costados para crear la forma de su cuerpo extendido.

Candy rió, tan feliz que sentía que explotaría. Reía con grandes carcajadas, sentía que perdería la voz en cualquier momento.

Y allí, mientras estaban tirados creando ángeles de nieve, una luz de fuego destelló al cielo con un gran estruendo, y unos segundos después, chispas eléctricas de colores salieron disparadas creando un fuego artificial gigante, del cual desprendían colores por doquier.

El corazón de Candy pudo haber salido volando en ese momento. Latía tan fuerte que la desesperanza intentaba entrar en algún momento de su ser. Era tan feliz que no podía ser cierto. ¿Podía ser un sueño?

Leonard a su lado, tirado en la nieve, miraba el espectáculo que se reflejaba en el brillo de su mirada. Estaba serio, y parecía triste. Recordó sus palabras en el auto, de que él no la hacía feliz, y algo dolió dentro de ella.

—Pide un deseo —susurró al oído de Leonard.

Él la miró, levantando una ceja. Sus caras estaban muy cerca.

—¿Por qué?

—Esas luces en el cielo son tan fuertes como una estrella fugaz. Creo que podrían cumplir deseos —sonrió con emoción.

Leonard soltó una risotada antes de volver a mirar al cielo.

—Muy bien —cerró los ojos, y varios segundos después, los abrió—. Listo. Ya lo he pedido. ¿Ya pediste uno?

Ella no había dejado de mirarlo, tan cerca que ansiaba besarlo. Pero igualmente había pedido su deseo. Deseaba que todo lo malo referente a él se terminara. Y pudiera ser feliz. Deseaba que pudiese ser esa persona riendo a carcajadas, junto a ella. Esperaba que no fueran muchos deseos.

—Ya he pedido mi deseo —asintió con una sonrisa y volvió a mirar al cielo.

El espectáculo de colores seguía destellando sobre ellos, y no tenía palabras para describirle lo que sentía. Así que dijo lo único que sí tenía claro en ese momento.

—Leonard —susurró, cuando el cielo se volvió oscuro—. Tú sí me haces feliz.

Y deseaba que la hiciera feliz por mucho más tiempo.

❄️

¡Ustedes me hacen feliz! Las quiero inmenso.

Un abrazo.

Pidge.

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