Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 17❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

—Hannah está mal de la cabeza —masculló Lily—. Sabía que iba a terminar haciendo alguna locura como esa.

—No puedo creerlo —Elizabeth sonreía con los ojos muy abiertos.

Candy titubeó, con muchas preguntas que no sabía cómo comenzar.

—Hannah... ¿está saliendo con...?

—¡Ah! ¡No! —La interrumpió Lily—. Pero eso es lo que quiere ella. Se ha metido en el tema de la marihuana para acercarse a él —se cubrió la boca de inmediato con ambas manos y los ojos agrandados. Luego sacudió la cabeza y acercó la cara—. Perdón, es... Es que... Leonard, uhm... El asesino del viejo hotel Morgantown —se aclaró la garganta—. Es... traficante —carraspeó de nuevo—. De drogas, ya sabes.

Candy la miró irresoluta, sin ninguna expresión. Tardó en darse cuenta que le estaba contando aquello como un secreto que ella no debía estar enterada y fue cuando reaccionó. Sorpresa falsa.

—¿En serio? —titubeó.

—Cuando me enteré quedé igual de incrédula —Lily lucía aterrorizada—. ¿Así que lo de asesino es sólo para cubrir que es el traficante de la universidad? ¿O de verdad será un asesino?

A Candy se le escapó una sonrisa irónica. Poco a poco se daba cuenta que habían más personas por allí haciéndose las mismas preguntas sobre Leonard.

—Al parecer ese chico es una incógnita total —espetó con una sonrisa carente de humor.

—Hannah ha investigado un poco —opinó Elizabeth—. Sobre Leonard.

Candy la miró, recordando cómo le había dicho que Hazel olía a marihuana, y ahora no parecía tener ningún problema con que Hannah lo hiciera.

—¿Investigado? —preguntó sintiendo pena de que Leonard siguiera siendo investigado por todos. Se incluyó a sí misma en todos.

—Ah, sí. Todos hablan de Leonard. Básicamente es popular, ¿no creen? Imagínate a Hannah tomada de esa mano por los pasillos. Me muero de amor. Necesito que surja.

—¡Hey, no! ¡Salir con Leonard es una locura! —reprochó Lily.

Mientras Candy quería preguntar: ¿Qué había investigado? Pero no quería parecer obvia. Sentía las mejillas calentándose.

—¿Quieres que Hannah salga con el asesino del viejo hotel Morgantown? ¿Con el traficante? —preguntó en cambio.

Sabía que estaba siendo cínica al hablar de aquello como si fuese una aberración, cuando ella misma se había puesto a la disposición del mismo hombre. Pero lo obvio era que estaba celosa.

—No tengo ningún problema con eso —respondió Elizabeth—. Es un hombre ardiente. Al menos para que le baje la calentura. ¿Crees que sea bueno? —Miró a Candy—. Ya sabes. En el sexo.

La cara de Candy se sonrojó, y no precisamente por hablar de sexo. Era por hablar de Leonard. Nunca se lo había imaginado en esa situación tampoco.

—No lo sé —respondió rápido.

—Elizabeth —reprendió Lily—. Basta.

—Me tengo que ir —farfulló Candy huyendo de aquella conversación, con todas las palabras retumbando en su mente.

Se llevó las manos frías a la cara caliente y se abanicó. ¿A dónde habría llevado Leonard a Hannah.

Recordar sus manos entrelazadas le causaba vértigos. Aunque el hecho de que Leonard llevara guantes le reconfortaba un poco, ya que no estaban uniendo sus manos, piel con piel.

Tonterías.

Pero percatarse de aquello, de Leonard vestido en ese estilo gótico victoriano con el que lo había visto cuando la salvó de aquel secuestro, le causó desconcierto. ¿Tenía alguna ocasión especial para vestirse así? ¿Más sensual que nunca?

Se golpeó la cabeza para sacar a ese hombre de sus pensamientos, porque iba a enloquecer.

Pero no podía dejar de pensar en aquello. Hannah había usado la misma táctica que ella, de pedirle drogas para hablarle. Aunque al parecer las usaría de verdad.

¿Todas iban a caer bajo esos estúpidos ojos verdes? ¿Así que Leonard además era un rompecorazones de verdad? Lo detestaba.

Se acostó a estudiar, era lo único que había planeado para el fin de año y todo el fin de semana. No podía salir mal en ninguna otra clase. Esperaba encontrar la manera de ocultar la materia atrasada. Sin embargo, esa noche recibió una llamada de su padre, quién ni siquiera la saludó antes de maldecir.

—Maldita sea, Candy —masculló en cuanto contestó, haciéndola temblar al instante—. ¡No puedo creer que nos hayas hecho esto!

—Papá... —intentó hablar ella, desconcertada. ¿A qué se debía su ira de pronto?

—¿Cómo se te ocurre perder una materia? ¿Qué mierda estás haciendo que no es estudiar?

—Estoy estudiando mucho papá, pero... —su voz temblaba.

—¡No intentes mentirme! ¡Estudié la misma carrera de mierda! ¡Sólo me dediqué a estudiar y nunca aplacé nada! ¡Ni mucho menos tu madre!

Estaba tan colérico que Candy comenzó a hiperventilar. Estaba confundida porque no sabía cómo se habían enterado, y asustada, porque no había escuchado a su padre tan molesto desde aquella vez que quemó sus pinturas.

—Perdóname, por favor.... Para el próximo semestre la voy a recuperar...

—¡Eres una jodida decepción! Tu madre está tan decepcionada de ti que ni siquiera puede dirigirte la palabra. Así que estoy diciéndote esto por ambos. ¡Estás siendo una maldita basura! Ten en cuenta que vivimos cada día por ti. Y si quieres hacerlo difícil, va a ser un maldito infierno para todos —y entonces colgó.

El corazón de Candy latía fuerte, precipitado, los dientes castañeteaban de una manera feroz y sentía la respiración entrecortada.

Las lágrimas no salían de sus ojos, pero sentía un nudo en el pecho de terror y dolor que la estaba matando. ¿Cómo se habían enterado? ¿La estaban indagando de nuevo? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Por qué? ¿Por qué no podían confiar en ella? ¿Por qué no podían sólo quererla?

Faltaban sólo horas para fin de año y ni siquiera le habían deseado un buen año, enviado bendiciones, ni prosperidad.

Sólo le habían dicho que era una maldita basura.

Después de todo el esfuerzo que estaba haciendo sólo para ganarse su aceptación.

Con el corazón destrozado, sin poder respirar, buscó entre el gabinete junto a la cama un frasco de pastillas. Sin pensarlo demasiado, con la mano temblorosa, comenzó a sacar una cantidad abrupta de píldoras hasta que tuvo la mano llena.

Quería morir. En ese momento, sólo quería morir. No tenía más fuerzas para seguir de pie, sin nada, sin nadie.

Pero cuando se comenzó a meter las pastillas a la boca, con el pecho oprimido, sintiendo tanto frío, recordó al único lugar dónde se sentía viva.

Fue entonces cuando supo, que si iba a morir, no sería con una opresión de tristeza en el pecho.

Escupió todo, y corrió a colocarse el abrigo antes de salir por un taxi. Con el corazón pesando como una roca gigante, lo único que se repetía en su mente eran las palabras de su padre.

No sabía si encontraría a Leonard, pero era en lo único que quería pensar.

Cuando se montó en el taxi, lo dirigió hasta el viejo hotel Morgantown, dónde se bajó empavorecida, pero con el deseo de ver al hombre que le agitaba el corazón como nadie más.

Y entró, con pasos decididos, con el viento frío blandiendo en su cara. Fuegos artificiales se podían apreciar a la distancia, pero adentro, era solitario, callado, oscuro.

Llegó a la sala de las cajas y no encontró a Leonard. Así que subió las escaleras al siguiente piso, pusilánime, y se detuvo en la puerta de la sala dónde había encontrado el lienzo y el piano.

Cuando cruzó la sala, Leonard se encontraba parado frente a una ventana, mirando hacia afuera con la luz de la noche dándole sombra a su figura.

Candy comenzó a caminar hacia él con el corazón acelerándose mientras daba pasos lentos, titubeantes. Hasta que estuvo tan cerca que probablemente él la escuchó. Movió un poco la cara por encima del hombro, pero sin voltear mirarla por completo.

Ella podía ver la silueta de su perfil perfecto. Dio otro paso hacia él, hasta que estuvo tan cerca de su espalda que podía tocarlo.

Pero no lo hizo.

Aguantó un poco la respiración mientras se daba el valor para hablar.

—Leonard —susurró después de lo que pareció mucho tiempo—. ¿Por qué éste es tu hogar?

Él no se inmutó. Siguió mirando la ventana por un largo rato más, antes de responder.

—Cuando hacía frío, y no tenía un hogar al cuál regresar..., éste fue mi hogar —contó, con la voz ronca que la enloquecía—. Mi nuevo hogar.

A Candy le dolió el pecho, como si su corazón se reprimiera. Y con pasos temblorosos, se acercó un poco más, hasta que estuvo tan cerca, que lo pudo rodear con sus brazos.

Leonard pareció dar un respingo, pero luego lo reprimió, quedándose inmóvil mientras ella temblaba, con los ojos apretados. Esperando que no la alejara. Deseando poder permanecer allí, abrazándolo, por mucho tiempo más.

—Lo lamento —susurró. Su voz temblaba.

Y Leonard no dijo nada. Tampoco se movió. Y allí, bajo el frío de la noche, él mirando por aquella ventana mientras ella permanecía en su espalda aferrada a su cuerpo, permanecieron una eternidad. Con las respiraciones bailando unas sobre las otras. Hasta que, de pronto, Leonard cerró las cortinas con brusquedad, sucumbiendo la sala en obscuridad.

—Lárgate —lo escuchó decir mientras se alejaba de ella.

Y aunque no quería hacerlo, tampoco quería forzarlo a permanecer a su lado. Así que guiada por la poca luz que entraba por las ranuras de las ventanas, comenzó a salir, sin decir una palabra.

Pero entonces Leonard habló.

—Ese dibujo —espetó—. Dijiste que ibas a terminarlo. ¿Por qué no volviste ese día?

Ella tragó saliva, con miles de sentimientos revueltos en su interior. Tenía la respuesta a esa pregunta. No había ido porque había visto al profesor Wesley morir ante ella, y a una persona con capucha en el tejado. No había ido porque estaba aterrada, y pensaba que era él.

Sin embargo, contestó con otra pregunta.

—¿Me esperaste? —trató de adaptar la vista en la oscuridad.

Leonard miraba abajo, podía percibir su ceño fruncido.

—Te esperé.

Y el corazón de Candy se aceleró de una manera feroz. Y la respuesta desapareció. La persona que había visto en el tejado no podía ser Leonard.

—Yo —comenzó, titubeante—. Ese día estaba esperando verte... en la universidad... para venir aquí junto a ti.

—Ese día no fui —mencionó él.

El mundo pareció girar en ese momento, como si fuese la razón de que Candy perdiera la estabilidad. Flaqueó, con la respiración ahogada. ¿Leonard no había ido ese día? ¿Der verdad no había sido él la persona que había visto? ¿Podía haber sido alguien más?

—Te vi —su voz tembló—. En el tejado —tragó saliva—. Después de que el profesor Wesley cayera.

Leonard ladeó la cara, dando un paso hacia ella, pareciendo curioso.

—¿Así que crees que yo lo asesiné? —dio otro paso.

El primer instinto de Candy fue retroceder, pero se armó de valor para no hacerlo. Se quedó parada sin inmutarse.

—Sí —confesó.

Leonard sonrió. Y se llevó una mano a la cara, acariciándose los labios con los ojos entrecerrados.

—¿Cómo es posible que puedas ser tan tonta entonces para venir frente a un asesino?

—Por eso no pude venir aquel día —volvió a confesar—. Temía verte cada día después de ese. Pero hoy... me he sentido tan mal que he intentado morir. Pero si me tomo treinta pastillas no voy a sentir lo mismo que siento estando frente a ti —y su corazón latiendo fuerte le gritaba que era así.

Leonard dio otro paso hacia ella. Y ésta vez, Candy dio un paso hacia él. Los ojos verdes se abrieron con sorpresa, y poco a poco, una sonrisa se fue formando en sus labios.

—Niña tonta —roncó.

—Soy inmensamente tonta —dio otro paso hacia él—. Porque me gustas. Y todo éste tiempo por encima del miedo que te tengo, no has dejado de gustarme.

—Supongo que soy un hombre irresistible —dio otro paso hacia ella.

—Lo eres —dio otro paso hacia él.

Y allí, a sólo un metro de distancia, mirándose fijamente, Candy estiró su mano, entrelazándola con la de él.

—Si vas a asesinarme, hazlo ahora —susurró—. Porque mientras sigan ocurriendo todas estas cosas... tú... me estás matando poco a poco.

La mano de Leonard era suave, caliente, y grande. Él permaneció con la mano inmóvil por un momento, pero después, la cerró, entrelazándola también con la de ella.

—¿De qué manera quieres que te asesine? —con su otra mano, tocó la cara de Candy. Era la tercera vez que lo hacía. La acarició desde la cabeza hasta el mentón.

—No lo sé —susurró ella, casi sin voz, temblando bajo aquella caricia—. Sólo hazlo.

Y como si cómo si fuese la manera más ideal para asesinarla, Leonard la rodeó con su brazo, y la pegó contra su pecho, abrazándola con mucha fuerza.

—No se te ocurra ni una sola vez... tomarte treinta pastillas —susurró—. No sé qué haría si no puedo asesinarte con mis propias manos.

Candy rió, pero aquel abrazo era el que había estado necesitando para romper a llorar. Grandes lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y también lo rodeó con sus brazos, abrazándolo fuerte, pegándose a su pecho como si no quisiera apartarse nunca de allí.

—Mi padre me dijo que era una maldita basura —lloró—. Y mi madre ni siquiera quiere hablarme. Porque perdí una materia. Quise ocultarlo, pero ellos... no sé cómo lo supieron. Ellos... Creo que de verdad me odian —lloró más fuerte.

Y Leonard suspiró.

—Pequeña niña —susurró, acariciando su cabello—. Está bien, llora. Llora todo lo que necesites

Y como las palabras más reconfortantes del mundo, esa noche Candy lloró fuerte, siendo protegida, por el mismo hombre que amenazaba con terminar su vida, mientras la hacía sentir viva.

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