Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

Pidge-Reader द्वारा

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? अधिक

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️Capítulo 10❄️

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• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •


El día siguiente, Leonard no asistió a clases de anatomía.

Candy había pensado mucho en él después de aquel encuentro. Se había sorprendido mucho por la manera en que había contado su mayor secreto sin titubear, sin el mínimo miedo, a la persona que más había temido en el mundo.

Pero era más increíble el hecho de que Leonard no había llevado drogas para ella. Y a pesar de que sabía que ella sólo lo había hecho para hablarle, no le había hecho nada más que advertirle.

¿Pero por qué? ¿Por qué le advertía? Aquello sólo le generaba más curiosidad. ¿Leonard de verdad era un asesino?

Quería volver a verle la cara, pero ahora no había ido a clases. Esa era la primera vez que faltaba, a pesar de que en todas las demás sólo dormía.

Un poco antes de que terminara la clase, Hazel apareció en el salón, buscó con la mirada entre los escritorios hasta encontrar a Candy. Sólo le hizo una señal y fue suficiente para que huyera tras ella.

—Hey, Hazel —la alcanzó—. ¿Sucede algo?

La otra chica la miró, sus ojos lucían apagados y rojos. Se relamió los labios y asintió con la cabeza.

—Eh, sí, tengo que hablar contigo. Ven conmigo a la cafetería por favor.

Candy asintió y caminaron en silencio hasta el lugar planteado. Se sentaron una frente a la otra. No podía con la intriga.

Hazel se mordió los labios y jugó un poco con los dedos en la mesa antes de hablar.

—Es... sobre literatura —dijo al fin, sin mirarla—. Pienso dejar el proyecto. Pero me quedaré la parte que hemos adelantado.

—¿Me estás sacando del grupo?

—Sí. Y me quedaré con la información que sacamos juntas. Eso he dicho —la miró.

—No puedes hacer eso —quiso reprender Candy, pero su voz no tenía fuerza, el carácter se había ido corriendo dejándola sola con toda la carga que el momento le amonestaba.

—Agradece que te lo estoy advirtiendo. Tienes tiempo de hacer tu propia investigación.

—¡Pero yo lo hice contigo! ¡Fui a tu residencia y casi me secuestran...! —habló tan rápido que cuando se detuvo ya era demasiado tarde. Los ojos de Hazel estaban muy grandes, como si fuesen a salirse de sus órbitas.

Pero no había podido evitarlo, estaba molesta, sobre todo por eso. Haber vivido esa experiencia por ese trabajo que ahora no tendría valor la llenaba de coraje.

Y en ese momento una tercera voz intervino.

—¿Candy? —preguntó Elizabeth. Cuando volteó a mirarla, la rubia observaba a Hazel con desprecio antes de volver a mirarla a ella con una sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

—Hola. Estoy organizando un trabajo —esperaba que no se notara la preocupación en su cara.

—Ya —asintió, dándole otra mirada rápida a Hazel—. Uh... crees que... ¿puedas hablar conmigo un momento?

Candy miró a Hazel, quien seguía inexpresiva sin apartar la vista de la mesa, y suspiró.

—Ya vuelvo —susurró antes de ir con Elizabeth.

—Candy, ¿qué haces con esa? —preguntó la rubia con repulsión.

—Estamos organizándonos sobre una clase... —volvió a decir—. ¿Por qué?

—Es una drogadicta —espetó Elizabeth así nada más.

—¿Cómo lo sabes? —titubeó, dándole un rápido vistazo a Hazel a la distancia.

—Hasta aquí huele la marihuana. ¿Estás loca? Compara tu aspecto con el de ella y dime si tiene algún sentido que le hables, por Dios —le sacudió el abrigo—. No conoces a muchas personas por aquí, ¿verdad? Creo que debería presentarte algunas. Ven —la sujetó del brazo comenzando a llevarla.

—Espera —se soltó—. Aún tengo algo que arreglar con ella —y entonces volvió.

Hazel seguía en su lugar. Se sentó frente a ella da nuevo.

—Creo que... hueles a marihuana —titubeó.

—Claro —la chica la miró—. Eso hago. Sin embargo, ¿era necesario decírselo a la licenciada de literatura?

—¿Decírselo a la licenciada? —no entendía.

—Eras la única que lo sabía.

—¿Pero cómo voy a ser la única? Creo que en realidad todos lo sabían menos yo.

—Al parecer nunca sabes nada. Tampoco sabías del caballo y allí estabas preguntando, ¿sólo para sacarme información? ¿Y decir que yo era la drogadicta?

Las acusaciones la agobiaban. Ni siquiera había pensado en Hazel alguna vez como para pretender contar algo sobre ella.

—Estás equivocada de persona, Hazel. Por favor no me saques del grupo. No tengo nada en qué innovar, necesito la asignación que llevamos adelantada.

—Ya he dicho que estás fuera —bramó—. Igualmente puedo darte una idea ahora que me das lástima. ¿Qué tal hablar sobre personas drogadictas? Al parecer se te da muy bien —y levantándose bruscamente se marchó.

Y allí estaba su primer problema real en la universidad. Uno que no había buscado por sí misma, ni siquiera sabía cómo lo había conseguido. Sin embargo, cuando Hazel se fue, supo al menos por un momento, que le importaba más lo que le había pasado a la chica que el proyecto.

—Candy —la llamó Elizabeth desde el otro extremo de la cafetería—. Ven.

Fue con ella, cabizbaja, hasta que llegaron a una mesa llena de chicos parloteando y riendo. Sólo reconoció a las otras dos chicas del trabajo de matemáticas, Hannah y Lily.

—Hey, les presento a Candy, es de primer año de medicina.

Todos la saludaron, se presentaron uno a uno, y siguieron parloteando y chisteando. Mientras ella parecía escucharlos, pero en realidad pensaba en el problema del proyecto y Hazel.

No entendía nada. Creía que lo mejor sería buscar a la Sra. Bridgerton, la licenciada de literatura para aclarar las cosas. Pero cuando lo pensaba, recibió un codazo de Elizabeth haciéndola volver a la realidad. Se percató de que todos la miraban.

—¿Estás aquí? Estamos hablando de la fiesta de ésta noche. Tienes que venir —animó la rubia.

—Ah... —vaciló. No era fanática de las fiestas, y no tenía pensado involucrarse con tanta gente por ahora.

—¡Vamos! Van a ir todos, no te lo puedes perder —insistió Lily.

Candy dudó un momento, pero luego pensó que quizás estaría bien ir. Quizás le hacía falta involucrarse más para sacar todo lo que llevaba reprimido dentro.

—Está bien —asintió.

Las chicas dieron un saltito de celebración y quedaron en pasar buscándola por la noche, antes de seguir hablando, mientras ella volvió a perderse en sus pensamientos, aún cuestionándose si sería buena idea.

Cuando salió al campus, miró al árbol del pecado. Leonard tampoco estaba allí. Recordó su conversación con él y sentía muchas cosas, pero no quiso pensar más en eso. Tenía un problema real ahora, que era el proyecto. Y una fiesta real también, para involucrarse con personas reales, hacer amigos y no tener tiempo libre para pensar en nada más, en nadie más.

Cuando llegó a su residencia, se sentía emocionada, estaba dispuesta a vivir su vida de universidad al máximo, sin importarle lo que dijeran sus padres, porque a fin de cuentas estaba estudiando lo que ellos querían, así que al menos debía disfrutar algo en el proceso.

Se preparó para la fiesta con el abrigo más bonito, botas de cuero, y gorrito de lana con dos pompones. Era un poco más de las siete cuando Elizabeth la llamó para avisarle que había llegado.

Bajó y se encontró con un auto descapotable con música fuerte, iban las tres amigas. Candy se sentó atrás junto a Hannah, quien no volteó la cara de su celular.

—¿Preparada para la gran fiesta? —preguntó Lily al volante.

—Preparada —sonrió. Pero no lo estaba. Seguro que no.

Cantaron en el camino a la casa de la fiesta. Era una mansión, en un vecindario donde habitaban otras cuantas mansiones. Candy vivía en un vecindario similar en Savannah, así que estaba acostumbrada.

—Arthur Evans. El chico más apuesto y millonario de la universidad. Está en el tercer año de salud pública. Hace las mejores fiestas del universo entero —contó Lily.

—Ojalá alguna de nosotras se lo ligue ésta noche —mencionó Hannah.

—Sería una fortuna —rió Elizabeth.

Candy no tenía intención de ligarse a nadie, ya de por sí estaba surgiendo algo no concreto con Nathaniel como para querer conocer a alguien más. Sólo quería beber un poco para drenar todo lo que la había estado perturbando.

El aparcamiento daba al patio, donde la fiesta estaba encendida. Había una piscina enorme, algunas personas se bañaban, y otras bailaban y bebían alrededor. Las chicas siguieron caminando hasta entrar a la casa.

Dentro estaba atestada de personas que se arremolinaban unas contra otras sin dejar espacio, algunas bebiendo y otras bailando.

Siguió el camino de las chicas hasta que llegaron hasta un círculo de sofás donde se encontraban los amigos. Las recibieron con silbidos y piropos, y comenzaron a charlar. Candy estaba incómoda. Quería dejar de estarlo. No sabía lo que estaban bebiendo, pero cuando se lo pasaron, le dio un gran trago que le erizó la piel.

Los chicos contaban anécdotas, chistes, de esto y aquello, y ella se reía, aunque no escuchaba la mayoría de las cosas.

De pronto llegó un chico alto y robusto de cabello ondulado. Candy conocía esa cara.

—¡Hey! ¿Cómo la están pasando por aquí? —saludó por encima de la música.

Enseguida las chicas comenzaron a golpearse con los codos.

—Es Arthur. Arthur —pasaron el mensaje unas a otras hasta que llegaron a los oídos de Candy. Y, para ese momento, ya lo había reconocido.

Era el chico que le había comprado la Marihuana a Leonard en el túnel.

Ethan, uno de los chicos del grupo, le dijo que todo estaba muy bien, pero hacía falta algo de diversión. Y al parecer Arthur entendió el mensaje. Asintió y se marchó un momento. Candy lo siguió con la mirada hasta que llegó a una mesa y comenzó a llenar una canasta de algo, ¿de qué?

Volvió al grupo con una gran sonrisa, vitoreando.

—¡Pues les traje su diversión! —Canturreó dejando la canasta en el centro—. Si necesitan algo más me dicen —le dio una palmada a Ethan en la espalda antes de marcharse.

Candy observó la canasta. Eran Brownies. ¿Por qué traería brownie como diversión? Lo entendió al instante. Casi todos habían tomado un pedazo para comenzar a disfrutar, del chocolate y la marihuana.

Miró a Elizabeth, quien también tomó el brownie con una amplia sonrisa. La recordó llamando drogadicta a Hazel y ahora estaba comiéndose ese brownie. ¿Acaso no sabía de lo que era? ¿O ella estaba malinterpretando?

—¡Esto está increíble! —gritó Elizabeth, y los otros asintieron y rieron. Era obvio que lo sabían.

Se alejó del lugar sin decir una palabra, sintiéndose molesta y sofocada. Necesitaba encontrar una salida, pero había demasiada gente.

Avanzando entre tropezones, encontró una puerta que daba al frente principal de la casa. El campo estaba vacío, sólo había pocos autos aparcados en la calle, y un grupito hablando por aquí y por allá. Y recostado de uno de los autos estaba Leonard, hablando con otra persona. Se detuvo al mirarlo.

¿Leonard en la fiesta? Claro. Debía estar traficando.

Lo recordaba preguntándole a Arthur aquel día en el túnel si habría fiesta. Esa vez se negó a unirse con él porque no había una reunión dónde pudiese vender, pero ésta vez pareció tener tiempo libre.

Cuando el chico con el que hablaba se fue, ella comenzó a caminar hacia él.

—Otra vez tú —masculló al verla.

—¿Ya ves que sí venía a drogarme? No soy nada de lo que parezco —y quizás era cierto. Parecía cuerda y a lo mejor no lo era. ¿Qué hacía de nuevo hablando con el traficante de la universidad? Ésta vez le echaría la culpa al alcohol.

—No estás drogada —espetó Leonard.

Candy soltó una risa burlona, con tanta confianza que ni siquiera ella se lo creía.

—¿Si no estuviera drogada podría hacer esto? —le dio un leve puñetazo en el hombro. Leonard siguió el movimiento de la mano hasta que lo golpeó, y la miró con desdén.

—Sí, al parecer puedes hacer eso sin estar drogada.

—Acabo de comerme un brownie de marihuana —mintió.

Entonces Leonard acercó su cara a la de ella por un segundo, aunque pareció una eternidad, donde Candy quedó estupefacta, mientras él olfateó antes de alejar la cara de ella.

—No has ingerido ni un poco. ¿Qué mierda haces aquí?

No lo sabía. ¿Qué quería conseguir? De verdad no había consumido. Había salido huyendo de los Brownies de marihuana pero había corrido directo al frente del encargado de prepararlos.

Odiando el hecho de no tener la respuesta, y enrojecida por la cercanía que él había predispuesto, salió corriendo de vuelta adentro, sin volver a mirar al chico de sudadera negra que la había atraído como un imán.

Cuando encontró de nuevo el grupo de amigos con el que estaba, los encontró fumando y bailando. Fue cuando se dio cuenta que eran todos iguales. Era igual si estaba con ellos o con Leonard. La diferencia era, que con Leonard, era dónde quería estar.

Se dio la vuelta precipitada, saliendo de nuevo por la puerta principal, con el deseo que volver a encontrarlo, de que no se haya ido. Y cuando lo vio en el mismo lugar, con las manos metidas a los bolsillos, caminó hacia él con el corazón acelerándose.

—No sé qué hago aquí —confesó llegando frente a él. Le parecía increíble la manera en la que se podía sincerar con el perfecto desconocido.

Leonard le echó una larga mirada glacial.

—Lárgate por las buenas.

Candy sintió que comenzaba a acostumbrarse a esa amenaza. En realidad ya no le importaba que le dijeran que se alejara. No era lo que ella quería. Aunque sabía que estaba mal seguir insistiendo, porque podía estar siendo una acosadora, pero lo primero que quería era resolver su propio enigma del interés que él le causaba.

—¿Por qué no entras a la fiesta?

Los ojos verdes se apartaron de ella en ese instante. Leonard volvió la mirada al frente, con el ceño fruncido.

—¿Crees que puedes hablarme y encima hacerme preguntas?

—Creo que...

—Yo creo que no valoras tu vida lo suficiente.

Candy sonrió. Porque probablemente él estaba en lo cierto. Le resulta increíble que él adivinara cosas sobre ella.

—Tal vez. Es porque no tengo nada que perder. Si muero, a nadie le importaría.

Leonard la miró de reojos. Parecía curioso.

—Creo que tendrías muchas personas a las que les importe —su voz ronca era tan estremecedora que de pronto el frío no era suficiente, la cara de Candy estaba caliente.

Se llevó las manos a la cara para tratar de enfriarse las mejillas mientras se aclaraba la garganta.

—No le importo a mis padres, y es lo único que tengo —contó, tan natural como si conociese a Leonard desde hacía mil años.

El chico apartó la mirada de nuevo.

—Queda claro de dónde proviene ese problema mental tuyo. Anotado en las cosas que no me importan —masculló, y entonces comenzó a marcharse.

Candy lo observó sintiendo cómo se llevaba una parte de ella. Y no quería permitirlo.

—A mí tampoco me importa —lo siguió—. Vivir o morir. No le veo nada especial a la vida.

Entonces él se detuvo. Volteó a mirarla y ella dio un paso atrás, temblando bajo la mirada verde deslumbrante. Leonard ladeó la cara, mirándola con detenimiento como si la analizara. Una sonrisa ladeada fue formándose en sus labios.

Candy temblaba, percatándose de cómo la cara de Leonard pasaba de ser inocente a atemorizante con una expresión.

—No estarás aquí para siempre —parpadeó lento.

Era mucho más que su persona lo que la descontrolaba. Era la clase de hombre que era. Un hombre sensual y misterioso que parecía no darse cuenta de su aspecto.

—¿Pero mientras estoy? ¿Qué hago? —su voz temblaba. Tuvo que desviar la mirada para disimular los nervios.

—¿Seguir al asesino del viejo hotel Morgantown? —el sarcasmo acompañado de una risa le erizó la piel. Sin embargo, le sorprendió lo poco que le había asustado escucharlo llamarse a sí mismo asesino.

—Asesino —repitió ella, volviendo a mirarlo—. ¿Estás bien con esos rumores?

—¿Quién dijo que sólo son rumores? —una sonrisa yacía en su rostro.

—Todos dicen...

—Todos dicen todo. Nadie dice nada. Ya lo dijiste, ¿qué importa la vida de todos modos? Vete. Y valora todas las veces que te hablé por las buenas.

Parecía inevitable detallar cada espacio de su cara mientras hablaba. Como si quisiera guardarlo en su mente como una fotografía perfecta. La piel blanca era tan pálida como el reflejo de un lienzo en el que ella deseaba dibujar.

—No te tengo miedo —no estaba segura de que aquello fuese completamente cierto. Pero tener el coraje para decírselo en la cara ya era algo.

—Deberías —ladeó la cara de un lado al otro estirando su cuello como si intentara apaciguarse.

Ella temblaba, pero siguió dándose valor.

—No eres un asesino —amonestó—. Estoy viva y eso lo comprueba.

—No sabes hasta cuándo —dio un paso adelante. Y a pesar de que el corazón de Candy se había precipitado, ésta vez no retrocedió. Fue porque se había quedado más petrificada de lo que hubiese creído. Y de pronto, en el momento menos previsto, Leonard llevó su mano a la cara de Candy. Fue cuando se dio cuenta que llevaba guates negros. Una sonrisa extensa que la hizo estremecer se formó en sus labios—. Mira bien lo que buscas, pequeña demente. No querrás bailar con el diablo —fue lo último que dijo con los dientes apretados, antes de que su cara se pusiera completamente seria y se marchara por el otro lado.

Ésta vez Candy no tuvo el valor de voltear a mirarlo, temblando bajo la fría noche. Sin embargo, lo único que pasó por su mente, era que ella no sabía bailar.

❄️

Nota de la autora.

Hola, lamento la demora. Espero que les haya gustado éste capítulo. Estuve muy ocupada, pero conseguí escribir más de lo esperado.

Quería traerles capítulo doble, pero ya que el capítulo 11 podré corregirlo mañana hasta después del trabajo, entonces les dejé éste adelantado. Ya mañana por la noche nos vemos con el siguiente.

Gracias por el apoyo. Los quiero mucho.

Pidge.

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