Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 2 ❄️
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️ Capítulo 9 ❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

No podía evitar llorar. Las lágrimas caían como una cascada por sus mejillas mientras viajaba en el autobús de regreso a su residencia con la cabeza pegada a la ventanilla.

Sabía que había cerrado un acuerdo peligroso, en donde no tenía más opción que terminarlo, porque no podía ni imaginarse lo que pasaría si dejaba a Leonard plantado con aquella mercancía. Pero también le resultaba difícil aceptar que una vez cerrado el acuerdo, sería ella quien tendría que cargar con la droga. ¿Qué haría después? Tendría que deshacerse de eso, por supuesto, ¿pero cómo? No sería tan simple como echarlo a un cubo de basura, ni mucho menos andar por ahí con el peligro de que alguien la descubra. Maldita sea. No tenía que estar pasando por aquello y esa era la razón por la que lloraba. No sabía qué le pasaba, pero definitivamente estaba mal. Y hasta ahora se daba cuenta. ¿Cómo se le ocurría hacer semejante estupidez? Cavar su propia tumba se le llamaba a eso.

Cuando llegó a su habitación, lo primero que hizo fue llamar a sus padres. Contestó su papá.

—Hola. ¿Acabas de llegar de la universidad?

Escuchar la voz de su padre le causó nostalgia. Lo sentía como una despedida, no sabía qué le depararía el destino mañana.

—Hola, papá —susurró, y un suspiro se escapó de sus labios—. ¿Cómo estás?

—Ah, bien, ya estoy acostado para dormir, hoy fue un día agotador.

—¿Y mamá?

—Dormida hace mucho rato. Si llamaras un poco más temprano la encontrarías despierta. ¿Aún no quieres un móvil?

—No —se apresuró a contestar—. Llamaré mañana.

Las lágrimas salieron de sus ojos sin previo aviso. Ésta vez por sus padres. Se esforzaba tanto en ser la mejor para ellos, en ser la hija ideal que ellos querían, y aún no lograba conseguir al menos una pizca de su amor, de su atención. En ese momento pensó que quizás estaría bien comprar aquellas drogas, y consumirlas todas, para olvidar todo, o tal vez morirse de una buena vez.

—¡Aj! —se lanzó las manos a la cara, frustrada. ¿Qué estaba pensando? No se quería morir. Podía seguir rogando el amor de sus padres un poco más. Tal vez después de graduarse como médico al igual que ellos al fin lo lograría.

Se secó las lágrimas deseando sólo un abrazo, y pensó en Nathaniel. Tal vez podría llamarlo. Escuchar su voz, al menos, para pretender que todo estaba bien y olvidar, como si fuese una droga humana.

Él no contestó primero, pero ella volvió a llamar y entonces atendió,  de prisa.

—Candy, mi amor —su voz agitada—. ¿Estás bien?

Ella tardó un poco en reaccionar. Quería llorar contando sus desgracias para desahogarse, pero no quería arruinarlo con él.

—Sí —mintió, intentando no sonar cabizbaja—. ¿Tú cómo estás?

—Estoy como loco, cariño... llevo días sin saber de ti. Te he llamado y...

—Lo siento —lo interrumpió—. ¿Puedo verte ahora?

—¿Ahora? —tartamudeó, parecía conmocionado—. Sí, sí, por supuesto. Voy de inmediato para allá.

Sonrió sintiéndose reconfortada. De verdad no esperaba que él fuese corriendo a sus brazos cuando ella necesitara, pero en aquel momento le había demostrado lo contrario. Bajó cuando él le avisó que había llegado. Y allí estaba, abrigado como siempre.

Sintió un cosquilleo en el estómago cuando lo vio, y cuando se acercó, él le plantó un beso frío en los labios.

—Te extrañé —susurró, sin aliento.

Lo miró casi delirando, aún no sabía cómo reaccionar a aquellos besos, pero tampoco se negaba.

—También te extrañé —dijo, aunque no estaba segura de eso—. Gracias por estar aquí... no esperaba que vinieras —admitió, y entonces los abrazó.

Nathaniel la abrazó de vuelta, fuerte, cálido, y le dio un beso en la cabeza.

—Candy —susurró—. Llámame... siempre que lo necesites. Quiero que me llames. Quiero ser la persona en la que piensas cuando tienes miedo, y cuando no tienes nadie con quien hablar. Tu primera o última opción. Llámame. Y allí estaré para ti.

Sentía que su corazón latía tan fuerte que él lo escucharía. Sonrió conmocionada, y cerró los ojos, apretándose contra su pecho mientras olía su perfume, y después se alejó. Los ojos de Nathaniel brillaban como luceros.

—Hace mucho frío —la sostuvo por los hombros con una sonrisa tierna—. ¿Quieres un chocolate caliente?

Ella sonrió, y después de un suspiro, asintió. Nathaniel la tomó por la mano y ella lo siguió en silencio. Ésta vez también caminaron por nuevas calles para ella. Miraba alrededor, para aprenderse los caminos.

De pronto llegaron a una plaza que comenzaban a adornar con luces de navidad. Había una chica en el centro cantando mientras tocaba la guitarra.

—Qué bonito —Candy sonrió como una niña mirando a su alrededor.

—¿Te gusta? —preguntó él sin detenerse.

—Mucho —asintió, aspirando el frío del invierno que los envolvía. Y entonces él se detuvo frente la chica que cantaba.

Candy se sentía muy bien, y por un momento había olvidado el miedo y dolor que la consumían. Aplaudía a la chica, pensando sólo en lo bonito que cantaba, en lo bonitos que lucían los adornos y luces, y en lo bien que se sentía el aire fresco.

Y Nathaniel la abrazó, y cantó junto a ella, sonriendo todo el rato. Cuando volvió a dejarla en su residencia, Candy pudo descansar, tranquila, sin pensar en nada más.

Por la mañana tomó suficiente dinero porque no sabía cuánto tendría que pagar por la droga, pero más valía dejarle todo su dinero que dejarlo plantado.

En la universidad pretendió no mirar a los lados en todo el día para no encontrarse a Leonard. Quería concentrarse, porque si pensaba todo el día en lo mismo iba a enloquecer.

En matemáticas asignaron grupos de cuatro personas. Fue la última clase. Candy quedó con tres chicas y al salir del salón fueron a la biblioteca. Las chicas eran agradables, estudiaban y parloteaban a la vez, Candy se sentía cómoda pero no hablaba mucho.

Estaba concentrada en su libreta, cuando de pronto, pudo vislumbrar por el rabillo del ojo una sudadera negra que se adentraba a los pasillos de la biblioteca entre los estantes. Su corazón se aceleró, pero quiso pretender que no le importaba. Sin embargo, un momento después, se dio cuenta que no era la única que lo había visto.

—Maldita sea, Leonard me calienta tanto que muero —masculló Hannah abanicándose con la mano.

Candy la miró anonadada mientras las otras dos chicas reían.

—¿Leonard? —preguntó irresoluta.

—El asesino del viejo hotel Morgantown —informó Lily—. ¿No conoces ese rumor?

—Ah —titubeó con una sonrisa—. He escuchado algo

—Hannah está loca por él —contó Elizabeth.

Hannah no había apartado la vista de los estantes, así que Candy también miró, para darse cuenta que Leonard estaba allí, pasando por todos los pasillos, con el cabello negro despeinado.

Tragó saliva, sintiendo que le ardían las mejillas.

—¿No te da un poco de miedo? —preguntó.

—Por supuesto que sí —afirmó Hannah sin apartar la vista de la librería—. Es por eso que lo admiro desde lejos. Se supone que nadie puede hablarle. Tampoco me atrevo a averiguar por mi propia cuenta si son reales los rumores —rió.

—¿No han visto a nadie hablando con él alguna vez? —preguntó. Quería saber si todos sabían los rumores y también todos sabían la verdad.

—Obvio sí, pero son otros psicópatas —dijo Lily—. ¿Quién se atrevería a hablarle después de escuchar que es un asesino?

—Sin embargo son sólo rumores —Hannah se encogió de hombros—. Creo que si tuviera la oportunidad me atrevería a pasar una noche con él incluso con el peligro de no amanecer viva —rio.

—Es muy guapo. Pero por algo existirán los rumores —resaltó Elizabeth.

—Creo que eso lo hace más excitante —Hannah se mordió el labio.

—Eres mucho más psicópata aún —finalizó Lily, y las tres amigas rieron. Candy se obligó a hacerlo, pero le costó tan sólo esbozar una sonrisa. Y cuando volvió a mirar a los estantes, ya no veía a Leonard.

Sentía que la cara le ardía, pero ahora se daba cuenta que lo que había deducido era real. Todos le temían a Leonard, excepto sus compradores. Sin embargo, no había pensado que existieran personas atraídas a él de esa manera.

Eran más de las cinco de la tarde cuando terminaron. Se despidió deprisa recordando el encuentro que tenía con el traficante. Los nervios la dominaban mientras se dirigía a su destino con pasos rápidos. Inhalaba y exhalaba, pensando en la conversación con las chicas. Por algo existirán los rumores. Se supone que nadie puede hablarle. Tampoco me atrevo a averiguar por mi propia cuenta si son reales los rumores

Tal vez ella estaba un poco más loca que Hannah.

Cuando llegó afuera, dirigió la vista a árbol habitual, y allá lo vio, recostado del tronco con la capucha subida a la cabeza y las manos en los bolsillos. Tomando una fuerte bocanada de aire, que le transmitió el frío hasta los pulmones, avanzó hacia él.

Cada paso se sentía como una sentencia, pero era demasiado tarde para arrepentirse. Así que llegó frente a él, y cuando la miró, los ojos verdes parecieron perforarla. Sintió que le faltó la respiración al instante. Los labios temblaban.

—Hey —habló, desviando un poco la mirada

—Viniste —fue lo que dijo él. Entonces ella lo miró. Él permanecía serio, aunque sus ojos parecían sonreír por su propia cuenta—. Sígueme —indicó simplemente antes de darse la vuelta y comenzar a marcharse.

Ella se quedó helada al principio, pero después se obligó a seguirlo, como lo había hecho todas las veces pasadas. Ésta vez con su consentimiento. Ésta vez sin esconderse.

Leonard caminaba a zancadas, iba muy por delante de ella, y no se preocupó ni una vez en mirar atrás. Candy sentía la garganta seca mientras caminaba detrás de él.

Caminaron varias manzanas, hasta que llegaron a un puente solitario. Leonard se detuvo y se metió las manos en los bolsillos de la sudadera. Candy esperaba, nerviosa. Miró a su alrededor preguntándose en dónde traería el producto. Lo miró a él. Él miraba a lo lejos, con una intensidad tan profunda que Candy hubiese creído que él había olvidado que ella estaba allí. Pero entonces habló.

—No ibas a consumir —dijo, sin mirarla. Ella sintió su cuerpo tensarse. Algo se atoró en su garganta y le hizo perder la respiración—. Sólo lo hiciste para hablarme —entonces la miró. Mirada de fuego verde—. ¿Por qué?

Ella abrió la boca, aunque no fue para contestar. Sólo necesitaba encontrar oxígeno, porque le estaba costando respirar. ¿Él lo sabía? ¿Lo supo todo el tiempo? ¿Por eso la había llevado hasta allí? Pensó en la conversación con las chicas. Psicópatas. ¿Quién se atrevería a hablarle después de escuchar que es un asesino?

—Dicen... —comenzó, con la voz entrecortada—, que eres un asesino.

Leonard ladeó la cara, parpadeando lento, y el fantasma de una sonrisa en su rostro.

—¿Así que querías comprobarlo por ti misma? —dio un paso adelante, y Candy dio uno atrás de inmediato. Él sonrió. Un hoyuelo se formaba en su mejilla—. ¿Por qué me buscas? —siguió preguntando, con parsimonia y rabia.

Candy lo único que quería era llorar, pero no se lo iba a permitir, quería demostrarse a sí misma lo contrario.

—Porque eres el chico al que todos le temen —soltó con osadía. Su voz tembló un poco, pero pudo haber sido por el frío.

Leonard abrió los brazos con una sonrisa irónica. «Ahí está el punto», decía su cara.

—Pero no pareces la clase de chico al que habría que temer —continuó diciendo ella.

Leonard quedó perplejo. El fuego de sus ojos se intensificó tanto, que Candy podría jurar que echarían chispas. Luego frunció el ceño.

—Así que no te parezco peligroso.

Eso no sonó como una pregunta, pero Candy igual respondió.

—Un poco, sí.

Él sonrió, con un poco de amargura, pero fue una sonrisa a fin de cuentas.

—Pero te gusta el peligro —espetó con ironía.

—No tanto —contradijo—. Ahorita mismo puede que me esté meando los pantalones, pero todo sea por hablarle al chico que nadie quiere hablarle.

¿Era una psicópata?

Cuando él rió, ella experimentó algo nuevo a su lado, por primera vez, se sintió bien. A pesar de que su risa no duró mucho, como siempre. Él sacudió la cabeza y frunció el ceño.

—Deberías comenzar a razonar un poco. Aléjate de mí. Cosas malas me rodean, y no pienso volver a meter las manos al fuego por ti. He salvado tu culo más veces de las que podría haber salvado el culo de alguien.

—No necesitabas hacerlo —replicó Candy, quien no mostraba intención de marcharse. Leonard entrecerró los ojos.

—Si no lo hacía... no hubieses sobrevivido a la primera noche.

Y el corazón de Candy pudo haber estallado en ese momento. Él de verdad la recordaba, pero además, acababa de descubrir que se vanagloriaba.

—Sí lo hubiera hecho —volvió a replicar ella—. Con la vida vuelta mierda, pero hubiese sobrevivido.

—Y no quieres vivir con la vida vuelta mierda, créeme —espetó él muy serio, y volvió a mirar a lo lejos. Candy se sintió molesta en el segundo en el que el fuego verde se apartó de ella.

—¿Y qué te hace pensar que mi vida no es una mierda ahora? —reprochó. Él rió con ironía dejándole ver su hoyuelo y ella apretó los puños con rabia, al mismo tiempo que se absorbía en el encanto.

—Eres una princesa. Todo es rosa para ti. No tendría por qué ser difícil...

—Lo es —lo interrumpió. Él volteó a mirarla. Lucía sorprendido, y curioso.

—¿Lo es? —alzó las cejas. Ella miró su cabello. Negro azabache. ¿Cómo podía lucir tan guapo y causar tanto miedo? Estaba temblando y también alucinando. Él le dedicó otra sonrisa. Ella sintió que iba a morir.

—Por algo estoy aquí, ¿no crees? Es una completa mierda —intentó tragar saliva, pero tenía la garganta seca.

Leonard cerró los ojos y ladeó la cara de un lado a otro con una pequeña sonrisa. Cuando los abrió de nuevo, le dedicó una mirada penetrante y dio otro paso adelante.

—¿Por qué estás aquí?

Ésta vez, ella no retrocedió. Se sentía molesta de verdad.

—Para complacer a mis padres. Para tener su atención. Para que no me odien, como ya lo han hecho por mucho tiempo. Yo... estoy haciendo todo lo que ellos quieren y... es... tan difícil... Te juro que es una vida de mierda. No quería estar aquí. No quería estar aquella noche allá. Yo sólo quería... ser libre... y encontrar mi camino —exhaló—. Hace tanto que no tengo un pincel en mis manos desplegándose en un lienzo... Mis padres se deshicieron de todo cuando les dije que era aquello lo que quería. Dijeron que estaba confundida. ¡Como si pudiera estar confundida acerca de algo que te pide a gritos hasta la última médula! —las lágrimas reprochaban por salir. Se sintió avergonzada apenas terminó de hablar.

Y Leonard no se inmutó.

—Pintura —fue lo único que dijo—. Es lo que querías.

—Es lo que quiero —corrigió—. Lo que necesito.

—Conozco, a sangre viva, lo que se siente necesitar —la miró. Sus labios estaban estirados en lo que debería ser una sonrisa—. Simplemente, busca tu camino lejos del mío, porque entonces lo perderás. Ya me tengo que ir. También deberías marcharte, princesa. Este no es un lugar para ti —sin decir nada más, se subió la capucha de su sudadera y comenzó a alejarse. A Candy le ardieron las mejillas.

—No me llames princesa —replicó, pero él iba ya tan lejos que seguramente no la escuchó.

❄️❄️❄️

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