Hermosa Pesadilla [Completa ✔]

By Pidge-Reader

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¿Pueden las pesadillas dar como resultado, algo hermoso? More

❄️ Sinopsis ❄️
❄️ Advertencias❄️
❄️ PARTE I ❄️
❄ Capítulo 1 ❄
❄️ Capítulo 3 ❄️
❄️ Capítulo 4 ❄️
❄️ Capítulo 5 ❄️
❄️ Capítulo 6 ❄️
❄️ Capítulo 7 ❄️
❄️ Capítulo 8 ❄️
❄️ Capítulo 9 ❄️
❄️Capítulo 10❄️
❄️ PARTE II ❄️
❄️Capítulo 11❄️
❄️Capítulo 12❄️
❄️Capítulo 13❄️
❄️Capítulo 14❄️
❄️Capítulo 15❄️
❄️Capítulo16❄️
❄️Capítulo 17❄️
❄️Capítulo 18❄️
❄️Capítulo 19❄️
❄️Capítulo 20❄️
❄️PARTE III❄️
❄️Capítulo 21❄️
❄️Capítulo 22❄️
❄️Capítulo 23❄️
❄️Capítulo 24❄️
❄️Capítulo 25❄️
❄️Capítulo 26❄️
❄️Capítulo 27❄️
❄️Capítulo 28❄️
❄️Capítulo 29❄️
❄️Capítulo 30❄️
❄️PARTE IV❄️
❄️Capítulo 31❄️
❄️Capítulo 32❄️
❄️Capítulo 33❄️
❄️Capítulo 34❄️
❄️Capítulo 35❄️
❄️Capítulo 36❄️
❄️Capítulo 37❄️
❄️ Capítulo 38 ❄️
❄️ Capítulo 39 ❄️
❄️ Capítulo 40 ❄️
❄️ PARTE V❄️
❄️ Capítulo 41 ❄️
❄️Capítulo 42❄️
❄️Capítulo 43❄️
❄️Capítulo 44❄️
❄️Capítulo 45❄️
❄️Capítulo 46❄️
❄️Capítulo 47❄️
❄️Capítulo 48❄️
❄️Capítulo 49❄️
❄️Capítulo 50❄️ (FINAL)
❄️
❄️Epílogo❄️
❄️NOTA DE LA AUTORA❄️

❄️ Capítulo 2 ❄️

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By Pidge-Reader

• <❇≫───•◦ ❈◦•───≪❇> •

El rubio del arma la había seguido. Sólo había esperado que se quedase dormida para tumbar la puerta y arremeterse contra ella. Pero el chico enigmático también había aparecido, y la salvó nuevamente, rasgándole el cuello al abusador con una navaja.

Candy despertó con un grito y el corazón a punto de explotar. Lloró empavorecida, llena de terror. No pudo volver a cerrar los ojos por el resto de la noche.

Supo que había amanecido por los reflejos del sol a través de la ventana. Se sentía agobiada. No podía dejar de pensar en lo que había sucedido. Recordaba su pesadilla y se preguntaba si era así como había terminado aquella situación.

Estaba tan asustada que deseaba quedarse encerrada por el resto de sus días. Pero no podía hacerlo. Cambridge era su nuevo hogar. Estudiaría en Harvard y pasaría el resto de sus años allí. Así que trató de convencerse que aquello sólo había sido un mal rato, no podía vivir con miedo.

Decidió salir.

Cruzó la puerta de la residencia directo al oeste, con intención de indagar la dirección contraria a la que ya había conocido. Pero se detuvo al llegar a la esquina del edificio, al encontrarse con un callejón sin salida justo al lado.

Jadeó al percatarse de las escaleras de incendio que daban a las ventanas. El terror la sobrecogió, comenzó a mirar todas las ventanas hasta encontrar la suya. No sabía si era buena suerte, pero las escaleras sólo llegaban hasta la ventana debajo de la de ella, y aun así, no se sintió aliviada. Le dio un último vistazo al tétrico callejón antes de seguir su camino.

Y no pudo evitarlo, los nervios la oprimieron. Pensó en las personas que podrían aprovecharse de aquel sombrío lugar para esconderse, y tal vez, en peores circunstancias, entrar por alguna ventana. Maldición. No quería admitirlo, pero lo que quería pensar exactamente, era la probabilidad de que uno de aquellos chicos la estuviese acechando. Sobre todo ese chico de ojos verdes. A pesar de ser  quien la había salvado, era él quien  le causaba terror.

Fue cuando tropezó con un árbol que logró salir de sus pensamientos y prestar atención al camino que se había dirigido.

Se llenó de pánico apenas lo hizo. La calle se veía inmensa y desolada. Miró por encima de su hombro y se sobrecogió cuando no recordó el camino que había recorrido.

Miró alrededor con un nudo en la garganta, y tratando de calmarse, siguió adelante. Su cuerpo temblaba, y a pesar del vigoroso frío, sabía que aquel estremecimiento se debía más que a eso. Metió las manos en los bolsillos del abrigo y respiró con pesadez comenzando a escuchar los latidos de su corazón.

Había gente. Aquí y allá. Pero aquel lugar, tan blanco, con todas esas caras pálidas, tenía un aspecto tan fantasmal que sólo le causaba temor.

Se dirigió a una calle. Y luego a otra. Mierda. Ni siquiera sabía a dónde iba. Pero, de alguna manera, tenía la vaga sensación de que había alguien, en algún lugar cercano, observándola. Miró atrás varias veces, caminando cada vez más rápido. Su respiración se aceleró, y se detuvo. Se dijo que estaba siendo paranoica. ¿Por qué alguien la seguiría? Lo que había sucedido seguía  afectándole. Tenía que sacar todo aquello de su mente y poner sus pensamientos en orden.

Pero entonces vio algo, por el rabillo del ojo. ¿Alguien la estaba siguiendo de verdad? Los latidos de su corazón eran tan fuertes que dolía. Sentía la cara helada, y aún llena de temor, se dio la vuelta. No había nadie.

Se tapó la boca con ambas manos. Creía haberlo visto. Una figura, detrás de los árboles. ¿O se lo había imaginado? Miró a todos lados, tratando de calmarse.

Quizás se había confundido. Pudo haber sido cualquier cosa. Una rama, un cubo de basura, una simple sombra. Estaba delirando, ni siquiera había dormido bien.

Respiró profundo y luchó para volver a su camino. Pero cuando avanzó, la sombra volvió a su campo de visión. Se detuvo abruptamente, llena de pánico, y se volvió. Nadie. Su cara comenzó a arder, su respiración volviéndose pesada, helada. Y aún había personas. Distantes. Fantasmas. Se obligó a creer que podía ser la sombra de cualquiera de ellos. La sombra de los locales. Su propia sombra.

Aunque sabía, en el fondo, que la figura volvería a aparecer una vez que se diese la vuelta. Y lo hizo. Apretó los dientes y caminó más rápido. Los fantasmas desparecían. La calle cada vez más sola. Quería llorar, pero no podía detenerse a ser débil, así que con la nariz congelada caminó rápido, cada vez más rápido, casi corriendo. La calle más sola.

Miraba por encima de su hombro y se preguntaba si estaba atemorizada por nada. ¿Podía ser la figura detrás de ella una nube nacida de su miedo? ¿Una efigie surgida de su imaginación? ¿Qué pasaba si lo era? ¿Estaba loca, huyendo sin motivo? Pero, ¿y si no lo era? ¿Y si de verdad había alguien detrás?

Entonces tropezó. Una bolsa de basura se desparramó en el asfalto, y el chico frente a ella la miró aún con los brazos en el aire.

—Disculpa —dijo de inmediato a pesar de que ella fue quien lo había colisionado.

Candy lo miró por menos de un segundo sin detenerse a responder, sólo siguió con su persecución. Cuando miró un restaurante abierto en su camino, entró, con un poco de esperanza de escapar de quien la seguía.

Adentro estaba vacío, podía escuchar sus latidos. Caminó hasta la barra observando el  lugar. Era tenue, pero cálido.

Se sentó en un taburete y miró un poco por detrás de los estantes, no parecía un lugar abandonado. Mientras esperaba que alguien la atendiera, volteó a mirar afuera, meticulosamente, tratando de observar algo que le resultara sospechoso. Y fue cuando se percató que las paredes eran de vidrio, y la transparencia era benéfica para su perseguidor, quien podría observarla desde afuera e idear un plan para cuando saliera de allí.

—¿Te está siguiendo alguien? —dijo alguien a su espalda.

Candy brincó del susto, volteando a mirar al mismo chico que acababa de tropezar hacía unos minutos. Estaba detrás de la barra.

—Eh... —titubeó ella, sintiéndose avergonzada. No estaba segura de  que la siguieran de verdad o era el miedo que había traído desde esa noche.

—¿Quieres un café? La casa invita —dijo él mientras encendía la cafetera.

—Ah... Gracias —sonrió ella—. Disculpa por lo de allá afuera... Por tirar la basura y no detenerme ni siquiera...

—Ah, no te preocupes por eso —soltó una risita tierna—. ¿Pero estás bien? Parecías asustada. Me alegra que te hayas resguardado aquí.

Candy sintió que su cara se calentaba de vergüenza.

—Sí, estoy bien —asintió—. Sólo me asustó que las calles estuvieran un poco solas.

—Ah, comprendo. Sí, esta zona es muy desolada la verdad. De hecho, eres la primera cliente por aquí en mucho tiempo —rio, recostando los codos de la barra—. ¿Cómo te llamas?

Candy lo miró estupefacta, con las mejillas sonrojadas.

—Candy.

—Yo soy Nathaniel —extendió su mano—. Un gusto conocerte.

Nathaniel. Tan guapo y tan tierno. Sus ojos eran lo más bonito de su cara, no sólo porque eran claros como el ámbar, sino que eran grandes y almendrados. Era alto y delgado, pero cuando flexionaba los brazos se marcaban los músculos. Tenía varios lunares en la cara que resaltaban junto a su cabello castaño. Cuando Candy le tomó la mano, vio también varios lunares que recorrían su brazo.

—¿Es siempre todo tan solo o será porque hoy es domingo? —preguntó  ella—. Ya sabes, las personas solo quieren estar en casa, no andan deambulando como yo, ja.

Nathaniel rio, caminando de vuelta hacia la cafetera.

—Siempre sólo —confirmó—. Es una zona antigua, así que la mayoría de habitantes por aquí son personas mayores, y sí, prefieren estar en casa que deambulando —rio, llevando una taza de  café hacia la barra—. Ten, ya te traigo el azúcar.

Candy sonrió, y cuando él pasó el azúcar, echó sólo una cucharada.

—¿Sólo una cucharada? —se sorprendió él, con una sonrisita.

—No me gusta muy dulce —dijo antes de darle un trago.

—Ah, tal vez ya tienes demasiado dulce en tu nombre —bromeó él, y ambos rieron—. ¿Y qué hacias deambulando por aquí un domingo? —volvió a recostarse de la barra frente a ella.

—Solo salí a conocer, casual —se encogió de hombros—. Ya sabes, no soy una persona mayor como los habitantes de aquí.

Y entonces ambos volvieron a reír.

—La verdad soy nueva en la ciudad —aclaró ella—. Quería conocer los alrededores de mi residencia y terminé llegando hasta aquí.

—Oh, ya veo, ¿y de dónde vienes? —sonrió.

A Candy le daba vergüenza pensarlo, pero su cabello parecía el de un cachorrito Golden Retriever.

—De Savannah. Acabo de llegar ayer. Vine aquí a estudiar.

—¿En Harvard? —sonrió.

—Sí —asintió ella—. Medicina.

—Vaya, eso es maravilloso. Deseo que te vaya muy bien.

—Yo también  —sonrió ella, nerviosa de solo pensarlo—.  Y también espero tener la oportunidad de volver algún día por otro café —rio dejando la taza vacía—. Muchas gracias por tu amabilidad.

—A la orden. Desde ya eres mi cliente favorita, y la única por cierto —dijo Nath con diversión y ambos volvieron a reír.

—Fue un gusto conocerte, Nathaniel. Ahora me tengo que ir —no quería que se le volviera a hacer tarde por la calle.

—Ah, yo también. De hecho estaba sacando la basura porque iba a cerrar, pero ya que estabas por aquí no podía dejarte ir sin un café. Así lo recomiendas —bromeó, y Candy rio.

—Es que de verdad, si alguno de esos habitantes mayores prueba éste café, no querrá salir de aquí —guiñó—. Te lo aseguro. Yo tampoco me quiero ir, pero se me hace tarde.

Nathaniel rio de nuevo.

—Puedo acompañarte a la parada de autobús para que no regreses caminando. Así te muestro un poco el camino.

—Ah, gracias —sonrió ella.

Esperó afuera mientras Nathaniel cerraba el restaurante por dentro. Miró alrededor, la desolación de la calle era tétrica, así que le tranquilizaba que él le hiciese compañía.

Nathaniel emergió por una puerta trasera. Se había cubierto con un anorak y guantes, y se dirigió a ella con una gran sonrisa mientras exhalaba nubes de vaho.

—No soy muy fanático del frío —admitió llegando junto a ella.

—Ya veo —rió ella—. No pasa nada, yo tampoco lo tolero demasiado.

—Nada cómo un mundo cálido, no soporto el invierno —dijo mientras comenzaban a caminar uno al lado del otro—. Savannah es una ciudad muy cálida, ¿verdad?

Entonces Candy le comenzó a contar cómo era Savannah, los paisajes, el ambiente, hasta que llegaron a la parada del autobús.

—Gracias por acompañarme  —se detuvo frente a él, mirando hacia arriba. Estaba acostumbrada, pues la mayoría de personas eran más alto que ella.

—Fue un placer, Candy —sonrió él—. ¿Sabes cómo llegar desde aquí?

—No —afirmó. Y luego, ambos partieron a reír—. Es que te lo dije, solo estoy conociendo, pero puedo reconocer el camino por dónde caminé, sabré dónde quedarme, seguro.

Él la miró dubitativo, y el autobús comenzó a llegar.

—Te acompaño —dijo él.

—Ya me ayudaste mucho Nath...

—Tranquila —la tomó de la mano y comenzó a subir sin decir nada más.

Se sentaron cerca de la puerta, y  él comenzó a enseñarle  el camino. Tres paradas después habían llegado.

La ruta del autobús quedaba al éste de su residencia. Él le contó que desde allí hasta la universidad tendría que quedarse en la quinta parada. La acompañó hasta la puerta del domicilio, y se marchó.

Ella se sentía tranquila y encantada. Sin embargo, antes de entrar, miró al otro extremo del edificio, y volvió a caminar allá, echándole otro vistazo al callejón sin salida. Sacudiendo la cabeza de ideas malignas, entró.

Se sentía nerviosa por lo que el día de mañana le supondría. Llamó a sus padres, pero después de varios intentos desistió, ninguno contestó.

Después de un baño caliente se acostó. Pensó un poco en lo lindo que era Nathaniel, para sacar de la cabeza cualquier miedo que la intentaba consumir.

Pasó un rato antes de quedarse dormida. Y un sonido la despertó. Se levantó alarmada, y el mismo sonido volvió a retumbar en la habitación. Provenía de la ventana. Su corazón se aceleró. Y el golpe volvió a sonar. Se bajó de la cama, sorprendida. ¿Había alguien allí? Cuando estuvo lo suficientemente cerca, el golpe volvió a sonar y brincó sobresaltada con la mano en el pecho. ¿Estaban lanzando piedras? Estaba entrando en pánico. El golpe volvió a sonar y unas lágrimas rodaron por sus mejillas. Tenía miedo. No sabía qué hacer. Cuando se acercó un poco más, el golpe volvió a sonar, pero ésta vez la piedra traspasó el vidrio, pegándole en la pierna. Gruñó cayendo sobre su rodilla. El agujero en la ventana transmitió el frio de afuera causándole escalofríos.

Una sombra del otro lado de la pared crecía a medida que alguien subía. Su cuerpo se estremeció al recordar las escaleras de incendio. Pero las escaleras daban a la ventana de la habitación de abajo, no a la de ella, nadie podía subir.

Sin embargo, la figura de alguien se paró en el alféizar de su ventana, sosteniéndose del marco interior. Sintió que su garganta se desgarraba cuando gritó,  mientras retrocedía llena de terror. La figura de capucha negra comenzó a golpear la ventana, con puños que se hacían cada vez más fuertes. Y la figura se hizo clara para su vista. Era un chico. Su corazón se detuvo cuando reconoció aquella mirada verde...

Era el chico enigmático que la había salvado.

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