diecinueve

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- Oye, - llama el mayor, mirándolo con ceño fruncido. - ¿está todo bien?

Rubén mira su comida, y luego a su novio sentado en la silla frente a él. - Sí... yo solo... - suspira, acomodándose en su silla. - solo pensaba...

- Bueno, como decía, los compradores de Murcia estaban algo interesados en las nuevas mercaderías qu~

- Mierda, - interrumpe el peliblanco. - olvidé que tenía que ir a buscar algo en el aeropuerto.

- ¿Quieres que te acompañe? - inquiere el mayor, mirando como Rubén se pone de pie, tomando su teléfono.

- No, - responde con tono más duro del que esperaba. - no, tengo que ir yo solo, luego tengo que ir a ver a papá por algo y no quiero molestarte.

Daniel quiere decir algo más, pero Rubén ya se ha marchado, dejándolo sentado allí, aún confuso.

* * *

Rubén estaciona el auto frente al edificio, y sale corriendo de allí, se detiene frente al ascensor, tras haber presionado el botón, pero los pocos segundos que demora, parecen horas, así que el chico opta por las escaleras, subiendo de dos en dos, con el corazón latiendo contra su pecho con fuerza.

No podía dejar que se fuera, no otra vez, porque si eso pasaba... ¿qué sería de él entonces? ¿Sería capaz de verlo marcharse de nuevo?

Tocó la puerta con los nudillos, el corazón le palpitaba fuertemente contra los tímpanos. La mujer abrió la puerta instantes después, y miró a Rubén con el ceño fruncido.

- Cielo, ¿qué~?

- ¿Está Sam? - inquiere con la voz hecha un hilo, la mujer niega.

- Dijo que iría a verte. - dice, con voz ahogada. - Que no quería irse y que iba a verte antes de ir al aeropuerto.

El peliblanco contiene una sonrisa, mientras le murmura un "gracias" y vuelve a correr escaleras abajo.

Ni siquiera nota el camino a la casa de sus padres, porque siente una emoción contra el pecho, como cuando era un adolescente, y aquello lo distrae de cualquier otra cosa que no sea llegar hasta Samuel.

Quería volver a estar junto a él, por el resto de su vida, y mandaría todo por el caño si era necesario, solo por él.

Ya no le importaba una mierda si se había ido, porque él tampoco lo había seguido, aún cuando había querido hacerlo durante años, Samuel era el amor de su vida y lo sería siempre.

Estacionó el auto en la entrada, casi sobre la acera, y corrió el camino hacia adentro, tropezando un par de veces, entró, con el corazón corriendo tan desembocado que pensó que podría salirse de su pecho.

Miró el salón, donde esperó ver a Samuel, sentado allí con una gran maleta, y poniéndose de pie para abrazarlo, pero no estaba allí, así que entró al comedor, y se encontró con su madre y su nana, ambas charlando sobre algo que no le importaba en lo más mínimo.

- ¿Y Sam? - inquiere el peliblanco. - ¿Dónde está?

- Vino a buscarte, - empieza la menor de ambas mujeres. - pero dijo que como no estabas tenía que irse, creo que era porque tenía un vuelo.

- Pero dejó esto, - avisa su nana, levantando una pequeña bolsa de regalo. - dijo que era por tu cumpleaños.

El peliblanco abre la bolsa de regalo, y el corazón se le rompe en mil pedazos, si es que ya no lo estaba antes.

Quiso sentarse a llorar, podría hacer eso y sería tan sencillo, pero estaba harto de hacer las cosas tan sencillas...

Se aferró con fuerza a la bolsa de regalo, y salió corriendo, hacía años que no corría tanto, se subió en el auto nuevamente, y presionó el acelerador con tanta fuerza que seguramente le dolería mañana por la mañana, pero no le importaba.

Endless cliché • Rubegetta • (ELC)Where stories live. Discover now