especial: nana

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Marisol siempre había sido una mujer firme en sus convicciones, nunca se había casado, jamás creyó en el matrimonio, pero siempre quiso tener un hijo, así que cuando estuvo lista para tenerlo, lo tuvo, aún cuando todo el mundo le advirtió que las madres geriátricas siempre tenían más dificultades que las madres jóvenes.

Marisol no tuvo solo un hijo, tuvo dos, su pequeño Frank, que llevaba su sangre, y su pequeño Rubén, al que le regaló su vida entera; Frank siempre fue más independiente, se vestía solo, tomaba sus propias decisiones y, por algún motivo, decidió que quería estudiar en un internado, donde no hubieran distracciones, su madre lo apoyó, y cuando Frank tenía casi 12 años, se marchó, así que Marisol se quedó con su otro pequeño, el que la necesitaba más.

Rubén heredó la firmeza de Marisol, de alguna forma, así que cuando ambos no estuvieran de acuerdo en algo, era muy difícil que dieran su brazo a torcer, pero se amaban como si fueran madre e hijo, porque -más literal que- prácticamente lo eran.

Marisol vio a su niño destruirse, y volverse a reconstruir, siempre estando con él, lo vio enamorarse tan profundamente como solo se ve en las películas, lo vio con el corazón destruido, y luego lo vio salir adelante, su niño se equivocó, pero eso tenía que pasar, para que pudiera aprender, aun así, a Marisol se le rompía el corazón cada vez, hasta que finalmente, su pequeño estaba seguro, con alguien que lo cuidaría tanto como ella lo había hecho en su tiempo, su otro hijo, igual que siempre, estaba bien, era feliz viajando de aquí a allá.

Así que el tiempo pasó sobre ella, como pasa sobre todos, supongo, los días se volvieron meses, y estos se transformaron en años, que a su vez se convirtieron en décadas, y su cuerpo perdió agilidad, el rostro que alguna vez había sido tan joven se manchó con arrugas, y finalmente tuvo que dejar de trabajar.

Pero había necesitado tanto un descanso, aunque no lo admitiera, y para cuando cumplió setenta y dos, poco tiempo después de que Samuel volviera con Rubén, ella finalmente pudo dejar de trabajar, sintiendo que su trabajo al fin había terminado, así que se consiguió una casita a las afueras de la ciudad, y finalmente se estableció allí.

Sus hijos iban a visitarla cada tanto, ella era feliz en su nuevo hogar, era callado, pero las visitas de los chicos siempre ponían todo de cabeza, con las barbacoas los fines de semana y reuniones en su casa.

Ella y Rubén habían discutido contadas veces, dichas discusiones solían durar un par de días, hasta que finalmente cedían, casi siempre al mismo tiempo, y se reconciliaban, y aquellas discusiones habían cesado tras la de la fiesta de Rubén, pensaron que esa terminaría con todas sus discusiones, no fue así.

- No estoy siendo inmaduro. - dice el chico, recogiendo los platos de sobre la mesa, la mujer lo mira con severidad desde su posición, en la silla principal. - Estoy siendo precavido.

- Rubén Doblas. - regaña, poniendo el pequeño mantel en sus manos sobre la mesa, ocultando las dos velas allí. - Si vais a adoptar un niño, me gustaría conocerle, va a ser vuestro hijo, mi nieto.

- Aún lo estamos pensando. - insiste él, poniendo una pequeña cúpula de cristal sobre el pastel restante. - Esta es una decisión de ambos.

- El tiempo se pasa. - continúa ella, frunciendo el ceño. - ¿Crees que la vida va a esperar a que tomes una decisión? ¿Cuánto más necesitáis pensarlo?

- El tiempo que necesitemos hacerlo, nana, - responde, con un suspiro. - no voy a discutir esto contigo, es una decision solamente nuestra.

- Estás siendo un cabezón. - acusa ella, mirándolo con el ceño fruncido. - Y un inmaduro.

Él suspira una vez más, mirándola con severidad, no necesitaba también a su nana preguntando por ese tema que lo tenía tan agobiado, el primero en empezar con todo ese tema había sido Samuel, quien había hecho una maldita lista de pros y contras que pudiera tener, se había desvelado dos noches, lo que lo habían tenido de mal humor toda la semana; luego su madre, quien le dejaba pequeños detalles por aquí y por allá, con pequeños zapatos tejidos o chupones, eso había durado la misma semana en la que Samuel estuvo de malas, lo que también lo tenía de malas a él. Apenas era el final de dicha semana, por lo que aún estaba ligeramente de malas, aun cuando habían celebrado el cumpleaños número setenta y cinco de su nana, y habían comido uno de sus pasteles favoritos.

Endless cliché • Rubegetta • (ELC)Where stories live. Discover now