veinte: después

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Se puso de pie cuando ya era algo tarde, las luces del aeropuerto, miró el tablero frente a él, y la decisión le tomó menos que un instante.

- Señorita, - susurró al llegar al mostrador. - quiero un boleto para París.

- Claro, señor, ¿turista o pr~?

- Lo que sea. - apresuró, tamborileando con los dedos sobre el mostrador.

- Primera clase, entonces. - la mujer teclea en el computador frente a ella, dedicándole una sonrisa a Rubén. - ¿Desea comprar algún paquete especial con aperitivos, cascos o~?

- No, solo deme el vuelo más temprano que tenga. - vuelve a interrumpir, la mujer tensa la sonrisa en su rostro.

- Está bien, un pasaje a Paris en primera clase, sin escalas, que partirá en exactamente cuarenta y tres minutos, serían... cincuenta y nueve con veinte, ¿cómo desea pagar?

- Tarjeta. - responde el peliblanco, metiendo la mano a uno de los bolsillos traseros de su pantalón, y notando al instante que su billetera no está allí, así que hurga el otro bolsillo, sin mayor éxito, cuela las manos en los bolsillos de su chaqueta, agradeciendo en voz baja que encuentra un par de billetes muy bien doblados. - No, efectivo estará bien.

Le extiende el dinero a la mujer, sin revisarlo antes, y puede jurar que la mujer refunfuña en voz baja antes de devolverle el dinero.

- Señor, lamento informarle que no aceptamos dinero del Monopoly.

Rubén toma los billetes y suspira, mordiéndose el interior de la mejilla, iba a ir tras Samuel, claramente, no iba a dejar que se fuera tras haberse lamentado dejarlo hacer eso hacía una década.

- Vuelvo enseguida, dijo cuarenta y tres minutos, ¿cierto? - inquiere, la mujer asiente, el peliblanco mira el reloj en su muñeca antes de salir corriendo.

* * *

Rubén se detiene un instante en mitad de su camino a la salida, solo un instante para avisarle a su nana, o a su madre, quien fuera quien lo oyera primero, sobre la locura que estaba a punto de hacer, y lo escuchó.

- ¡... no hay más! - esa era la voz de su padre, que sonaba ahogada a través de todo el espacio allí, Rubén se detuvo, mirando el reloj en su muñeca una vez más, aminora el paso, y de pronto se encuentra frente a la puerta del estudio, con la mano libre puesta sobre el pomo. - Det er ikke mer, Agnes! Vi er konkurs! (¡No hay más, Agnes! ¡Estamos en bancarrota!)

Y entonces suspira, mirando el dinero que mantiene sujeto en una mano, y luego la mano que aún sujeta el pomo de la puerta.

Guarda el dinero en el bolsillo de su chaqueta, y suelta el pomo de la puerta, mira el reloj una vez más, antes de suspirar.

- ¿Cielo? - pregunta alguien a sus espaldas, y el peliblanco se gira, mirando a su nana, con expresión preocupada. - ¿Está todo bien?

- Sí... - susurra. - es que... estaba pensando en hacer una estupidez.

- ¿Quieres un abrazo? - inquiere en voz baja, abriendo los brazos en su dirección, como hacía años no sucedía, y Rubén asiente, abrazándola de vuelta. - ¿Qué pasa, amor? - pregunta en tono suave. - ¿Qué pasa?

- Me voy a casar... - farfulla el chico, con un hilo de voz, mientras lágrimas le ruedan por las mejillas. - me voy a casar...

"Con él..." quiere añadir, "con el chico que..." pero la idea le parece tan repulsiva que ni siquiera es capaz de pensarla por completo, hasta que lo hace. "con él, que... me hizo... eso..."

Endless cliché • Rubegetta • (ELC)Where stories live. Discover now