dieciséis: relleno

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Lucía era una chica preciosa, nunca se había sentado insegura con ninguno de sus parejas, los celos simplemente no nacían en ella, así que esta vez era la primera, y no sabía muy bien como reaccionar. Samuel le gustaba de verdad, quizás era por eso que no pudo evitar sentir un nudo en el estómago cuando observó sus ojos violetas brillar en dirección a aquel chico que se veía tan mal.

- Felicidades. - dice el pelinegro, estirando la mano hacia el contrario, aunque sonreía, Lucía pudo sentir algo de tensión en su voz.

- Gracias, tío. - murmura el peliblanco, quien ahora posa la mirada sobre ella.

- Lu, él es Rubén, un... conocido del instituto, - presenta, el peliblanco estira la mano hacia ella, y Lucía la toma, dedicándole un apretón. - Ella es Lucía, nosotros... estamos saliendo.

La chica titubea un poco antes de hablar. - Felicidades. - dice, aún sonriendo. - Tu novia debe ser muy afortunada.

- Ah, afortunado, de hecho. - corrige, y la inseguridad le carcome un poco más profundo.

- Bueno, ha sido un placer, - dice Samuel, tomando la mano de la chica. - tenemos que irnos.

- Adiós. - se despide ella cuando vuelven a caminar hacia el final del pasillo. - Es guapo, ¿eh?

- ¿Quién? ¿Auron? - inquiere el pelinegro, mirándola con curiosidad.

- No, - responde. - el chico de cabello blanco. - y la forma en que sonríe de cierta forma no pasa desapercibida por Lucía.

- Sí, tiene su encanto. - dice con simpleza mientras bajan en el ascensor. - ¿Debería sentirme celoso?

"¿Debería yo?" quiere preguntar, pero se limita a negar con la cabeza. - No, - asegura. - nunca.

* * *

Rubén quería vomitar, pero era por la resaca, porque cuando había despertado toda su antigua habitación estaba llena de botellas vacías, descubrió que habían botellas de whisky, ron, vodka y cerveza.

El sonido de su teléfono parecía un centenar de bombas cayendo a su alrededor, encontró el teléfono bajo la  cama, sonando una y otra vez por una llamada que respondió aún medio dormido.

- ¿Qué? - responde, con la voz pastosa, escucha una risa grave del otro lado.

- Hola a ti también, guapo. - escucha decir a Daniel con tono divertido, y suelta un suspiro. - ¿Pasa algo?

- No... - susurra. - estoy... recién despierto. - se excusa, casi puede escuchar al contrario sonreír del otro lado de la línea.

- ¿Te parece si vamos a almorzar juntos? - propone, Rubén asiente quedamente.

- Sí, está bien. - murmura contra el teléfono. - Voy a desayunar algo y te llamo luego, ¿sí?

- Está bien, Rub, te amo. - dice antes de cortar la llamada, el peliblanco mantiene el teléfono sujeto contra su oreja, escuchando el pitido constante allí.

Quizás todo volvería a ser como al inicio, cuando Daniel lo trataba con tanto cariño y suavidad, quizás ahora no tendría que fingir que lo amaba, porque volvería a enamorarse de él, quizás así debía ser.

Rubén estaba sintiéndose seguro con esa idea, se aferraba a ella como si fuese un salvavidas en el maldito mar que lo estaba ahogando; hasta que levantó la mirada y descubrió un par de cajas que nunca se llevó.

Endless cliché • Rubegetta • (ELC)Where stories live. Discover now