27-Refugio

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Refugio

Sus ojos la recorrieron de arriba a abajo. Era bella, con buenos atributos que él estaba seguro que otro hombre apreciaría, lo admitía; era una mujer bastante hermosa. Pero nunca la vio como tal. Tenía unos ojos que hipnotizarían a cualquier hombre que la mirase bien y, por supuesto, era poseedora de un tono de piel que era considerado hermoso por la sociedad: blanco, casi níveo. Con un color de cabello en el que toda dama repararía, e incluía a los caballeros también. Pero solo la veía como una familia y eso, lamentablemente no iba a cambiar, mucho menos ahora que sus pensamientos estaban embotados por una joven de ojos verdes y pelo castaño.

No le estaba dando importancia a las punzadas de dolor con la que su cabeza lo castigaba. En su visión se encontraba una sola cosa y era como ella se removía con un gesto que entendió que debía de tratarse de incomodidad, en medio de aquella forma de charco que había creado su abrigo marrón tirado en el suelo en torno a sus pies.

Con paso decidido se acercó a la rubia y agachándose un poco tomó en sus manos el abrigo que antes cubría su cuerpo y se lo colocó en los hombros y con un movimiento ágil cubrió su piel expuesta. Haciendo caso omiso a los estremecimientos con los que su cuerpo había temblado al parecer en respuesta a su cercanía.

—Alise...—Miró aquellos ojos azul zafiro de una manera que sabía, dejaría en claro lo que iba a decir—, Nunca he tenido la intención de desairarte, pero me temo que no lo puedo evitar.

Hizo una pausa y colocó sus manos en sus hombros dándole un pequeño apretón. Intentando que lo entendiera. La vio mover los labios para hablar y luego cerrarlos un momento antes de volver a abrirlos en un gesto indeciso.

—No importa si...—La rubia le mantuvo la mirada y a pesar de dudar un poco sobre lo qué decir, quería intentarlo. Lo deseaba. Deseaba a Constantine Russell de Hannover con todos sus sentidos, con todas sus fuerzas.

Él meneó la cabeza negando lentamente.

—Sí, claro que sí importa, porque somos familia—Ella arrugó el ceño en forma de negación y él la ignoró—. Eso es lo primero—Continuó de manera pausada—. Y lo segundo, es que no logro verte de otra manera—pudo ver como ella se acomodaba el pesado abrigo en la parte delantera—. Cuando estábamos más jóvenes traté.... no, te aclaré esto Alise—Susurró esperando de tener el tono adecuado para no ofenderla—. En mi vida nunca voy a dejar de verlo de esa manera. Necesito que lo entiendas.

Vio como sus ojos se volvían agua.

—Yo no lo veo así—Aclaró con voz temblorosa la princesa—. Pero lo que nunca comprendí fue el porqué dijiste eso luego de que me besaras aquella vez—Susurró esperanzada haciendo correr la vista por la estancia evitando mirarlo directamente. De repente no sabía qué hacer y menos con esos posos ambarinos asombrosos observando todo.

Constantine podía escucharla porque estaba cerca de ella.

En el pasado siempre la había visto con un tipo de adoración. Le encantaba que ella lo siguiera, que cuando estaban todos los primos juntos; ella lo tomase en cuenta. Eso lo había apreciado bastante en su momento y lo seguía haciendo. Pero el problema se dio el día en que ella cumplía dieciséis años, en el que tuvo el atrevimiento de darle un beso, del cual supo de inmediato que se había equivocado. Que eso era un error y por supuesto, quiso remediarlo. Quizá fue un acto impulsivo por el momento o solo una demostración de gratitud por el comportamiento que siempre tuvo con él en todo ese tiempo. No lo sabía, pero en el momento en que lo hizo y vio que a ella le había gustado, se dio cuenta de que no era bueno, de que no era lo correcto. También entendió que, lo que sentía hacia Alise no pasaba del lazo familiar que los unía y, daba gracias a Dios por ello.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now