7-Constantine

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Era sumamente hermoso ver como las mariposas se asentaban en las flores. Le gustaban aquellas medianas de alas amarillas y manchas negras, en especial porque eran las que más se atrevían a acercarse a ella y se posaban en su dedo índice, por unos segundos y luego se iban; segundos que a la joven se le antojaban excitantes y llenos de alegría, mientras las observaba con detenimiento, abrir y cerrar las alas.

Tenía una en la mano, ésta a la joven, ya sana de las fiebres, le parecía especial, ya que de la pequeñísima criatura salían dos diminutas protuberancias de las alas de atrás, parecía como una deformidad a simple vista, pero a Enid le pareció que la volvían más hermosa. Por el momento les llamó: Rabitos embellecedores. En lo que les buscaba el nombre.

—¿Qué son esas cosas?-Excitado también, Andrew interrumpió sus pensamientos acercándose más a ella, quién se había colocado a su lado hace un buen rato. Había realizado la acción con sigilo, cuidando espantarla, más a la mariposa que a ella misma. Todo con el ceño fruncido.

Para ser un niño de la edad que tenía, sabía hacer las cosas, aunque no las que le mandaba su madre-por cierto-un hecho muy lamentable, pero que conste que era la pura realidad.

La joven sabía que se refería a lo mismo que ella observaba e intentando responder dijo: —No lo sé en verdad, quizás son para algo especial...

—¿Especial? —al pequeño le brillaron los ojos verdes. Siendo esto lo poco que compartía con su progenitor.

—Sí, como sacar brillo y dejarlo esparcido mientras vuela. —aventuró la joven sintiéndose a gusto con la creencia que le podría estar haciendo al niño y lo absurdo de sus palabras.

Andrew arrugó la nariz en un gesto de no estar de acuerdo. Enid aplastó los labios para no reír.

—No me gusta... Es como si fueran hadas...— se quejó mirando la mariposa volar lejos de los dedos de la joven hacia el cielo.

—Las hadas son hermosas —Contestó en su defensa.

—Pero no son para chicos-Insistió.

—Tampoco las mariposas—contraatacó la joven conteniendo las amenazadoras carcajadas.

—Estas sí—siguió insistiendo el muchacho.

—¿Por qué?—preguntó Enid queriendo saber porqué decía eso.

—Porque están en la naturaleza—Andrew hizo un gesto con las manos para abarcar el ambiente, que en específico era el jardín de la mansión de su tío.

—¿Y las hadas no? —quiso pincharle de nuevo la joven, encantada con su forma de pensar.

—No, ellas sólo existen en los cuentos—se interrumpió arrugando la boco hacia un lado, gesto que se le destacaba cuando lo hacía.— , como los príncipes rescantándo a su novia.

Enid tuvo que reír, no lo pudo evitar.

—Ay Drew, ¿de donde sacas eso? —ya la risa de Enid, se estaba pausando.

—De los libros que me ayuda a leer Bibi, a escondidas de mi madre y de algunos que me regaló la tía lady Elizabeth...

Ahora Enid entendía un poco de donde sabía eso el niño. Andrew no pasaba mucho tiempo con su tío que era al que más podía ver, ni con su padre quien era un abogado un poco reconocido y no tenía mucho tiempo para compartir con su hijo.

—¿Qué hablan ustedes, eh?

La pregunta de Ann, la nodriza del hermano menor de Andrew los cogió de sorpresa.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now