25-Impotencia

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Impotencia

Un frío incandescente recorrió su columna mandando un chispazo a todos sus músculos principalmente a sus pies y manos, como la explosión de una pólvora encendida en un cañón. El impulso se convirtió en una descarga que se transformó en una agarrada alarmante de las solapas de la chaqueta del vizconde alzándolo en el aire.

—Pero ¿¡qué es esto Darent!? ¿¡Qué pretendes... Eh!?—Siseó con los dientes apretados conteniendo su rabia. Ganas no le faltaban de romperle la crisma. Solo era consciente de la imagen que se repetía en su mente una y otra vez. Quería destruir sus labios esos que habían tenido la intención equivocada. Estaba ciego, la vista la tenía dificultosa y la respiración se le estaba haciendo casi imposible. Solo tenía un blanco en la mira y ese rostro de hombre bonito le gritaba que lo decorara con algo de su cosecha. De repente y sin venir a cuento su puño impactó en aquella cara luminosa abarcando una parte de la boca y la nariz.

Al conde le dolieron los nudillos por el impacto. Había descargado sus frustraciones en ese golpe... Todas sus intenciones y esperanzas idas a volar y todo aquello que tenía con él y con la vida. Tanto las ganas que guardaba por darle lo que se merecía a Constantine, como lo que lo irritaba su incontinencia con Enid.

—¡Lord Baltimore!—Exclamó Enid sin respiración. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué ocurría tan de repente? De un momento a otro había casi dejado dar un beso sin sentido por Lord Clarest, quien la había tomado desprevenida, a Evans salido de la nada propinándole un puñetazo en la cara. Estaba temblorosa. Su corazón bombeaba soltando unos latidos frenéticos presa del pánico y el estupor. Viendo cómo la cara de aquel empezaba a sangrar intentó interponerse tomando, sin suerte, el brazo de Evans. Todo con tal de evitar una posible desgracia. Porque todo eso al parecer estaba sucediendo por ella, y solamente ella.

La reacción de Lady Katherine había sido todo lo contrario a la de Enid, sin venir a menos la joven condesa solo podía observar estupefacta todas las reacciones exageradas de su marido. Nunca lo había visto tan ahogado y ciego de ira. Le temblaba todo y solo veía el intento en vano de Enid para hacerlo entrar en razón. Estaba estática, aquella escena la había tomado por sorpresa y sus sentidos parecían absortos a dejarla sin habla y movimiento, solo como una mera espectadora.

Evans no sintió el toque de la joven. Bastante caliente se encontraba, la sangre bullía en sus venas como un macho cabrío en pleno celo.

—Esto es el colmo...—Chirrió sin poder controlarse al ver como su primo sonreía tranquilamente. Como si él no acabara de pegarle en la cara.

Enid se asustó más de lo que ya estaba al ver aquella sonrisa en la cara del vizconde. ¡Parecía loco! ¡Totalmente desquiciado!Temió más que el conde lo siguiera golpeando por lo que sin saber qué hacer lo miró a la cara intentando en vano adivinar su siguiente paso.

Lord Clarest sabía que tenía que estar dando la peor fachada de su vida. Que estaba literalmente colgando de las manos del conde de Derbyshire y que por supuesto, tenía sangre en la cara. Pero no le importó lo más mínimo. Quizás ese era el golpe que necesitó tiempos atrás que le diera algún esposo o pretendiente de las tantas amantes a las que había embaucado, para poner ese toque de emoción que siempre les había faltado. Lo que acababa de suceder le había hecho enterarse de algo que sin poder evitarlo le provocaba mucha gracia. Antes de que se diera cuenta ya estaba sonriendo delante de los ojos furiosos de su primo querido. Lo que acaba de descubrir no lo buscaba, al contrario. Pero la manera de Evans reaccionar lo dejaba todo más claro que el agua. De seguro que eso no era más que un amor resentido, un sentimiento callado en lo más profundo... algo oculto en el alma.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now