20-Delirio

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Delirio

Antes de hacer suya a su mujer salió de la alcoba. Acomodando la poca ropa que tenía y dejando a su esposa aireando por el deseo, dispuesta y descolocada.

Bajó las escaleras hasta su despacho en el inferior. Con paso apresurado. Sin saber por qué, sentía la necesidad de guarecerse.

Mientras iba caminando vio que el personal se estaba retirando al ala asignada para ellos. Bien.

Un poco acalorado y con el corazón casi al punto de desbordarse por el pecho, se sirvió una buena porción de whisky, como un autómata, se sentó en el sillón y luego de probar un poco aquél líquido, que su sistema agradeció de inmediato, se recostó en el asiento y estiró sus piernas hacia la mesa. Importándole muy poco lo que estuviera allí.

Agradeció el contraste que sintió que hacían sus pies descalzos con la superficie pulida de caoba.

En serio que deseaba a su ferviente esposa. Pero algo en las últimas horas le estaba obstruyendo de tal deseo.

Se encontró rememorando aquel momento y se pasó una mano por la mejilla quedamente y cerró los ojos.

¡Sí, todavía podía sentir el impacto de su delicada mano dar justo en ese lugar!

Al principio, tal acto hacia él le había descolado, pero mientras más pasaba el tiempo y lo evocaba en su cabeza, algo en su interior se agitaba alocadamente. Haciendo que desease volver a la mañana y que ella repitiera aquella acción. Ella se vio tan... decidida, tan fiera.

Estaba perdido. Así de simple.

—Ay Evans... Evans.

Se habló a sí mismo y se sorprendió al escuchar un poco de burla en su propia voz. Al parecer ni él mismo se creía su propio estado. Ja, que irónico.

Volvió a llevar aquel líquido a sus labios mientras dejaba a su mente vagar y acordarse de lo que había acontecido en la biblioteca. Recordaba la presión de sus largas y delicadas uñas en sus cabellos y en su cuero cabelludo. Recordaba la ternura y suavidad de aquella parte de su delicado y llamativo escote que se vislumbraba a través del vestido de muselina y, que en un acto poco decoroso había mordido con sus dientes...

Y por primera vez él, Evans, vibró de placer expectante, allí sentado en su asiento, sintió su cuerpo temblar, su pecho agitarse de un placer delirante, de ese, cuando se fantasea con aquello que es prohibido e intocable.

Ver la perplejidad y el asombro en su rostro por su libertinaje le había gustado bastante. Sus ojos habían brillado tan hermosos por la sorpresa de su acto, tanto así, que eso le había llegado donde nunca nada lo hizo.

Cerró los ojos como un poseso, teniendo todavía la imagen grabada a fuego del furor de sus ojos, y se imaginó que ella le hacía todo eso mientras la poseía con ardua y placentera exigencia. Una que la dejaría sin aliento y que a él le arrebataría el alma. Haciéndola suya como venía soñando últimamente.

Él quería reclamarla. Hacerla suya y que estuviera siempre a su lado, para el resto de sus días...

Estaba excitado y cuando se escuchó gruñir por lo que su mente proyectaba abrió los ojos.

¡Demonios, no! ¡Estaba delirando!

Joder y delirar con ella era lo que ahora misma más deseaba.

—¡A la mierda! —Rugió con rabia aventando el vaso a una esquina de su despacho.

La estancia estaba un poco en penumbras, salvo la luz de la luna que se filtraba por una de las ventanas, dejando pasar un poco de luz al interior y permitiendo así que por lo menos enfocase un poco. Así que cuando quiso buscar los restos de su acto salido de paciencia no pudo ver nada.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now