9-Baltimore House

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Entró en la biblioteca porque fue lo primero que se le ocurrió, para intentar calmarse un poco. Sentía el pulso acelerado y no podía seguir caminando hasta su habitación, que quedaba un poco retirada de la estancia.

Esperaba con ansias de que el conde no la hubiese seguido, porque si era así, confiaba en el paso con el que había salido de su presencia, que en vez de hablar de doble, había sido en volandas. Buscó su protección, porque se sentía totalmente expuesta delante de él. Un momento a solas era lo que necesitaba para controlarse. Hecho que explicaba su pesada respiración y la sequedad de su garganta.

Cerró los ojos cuando se sentó en un sillón marrón que estaba al lado de una ventana. Respiró hondo y lo dejó salir, de manera acompasada.

Abrió una de las ventanas, corrió las pesadas cortinas de satín y volvió a sentarse.

Sabía que debía de escuchar su explicación, o cualquier cosa que quisiera decirle. Pero con todo, no pudo, y menos al escuchar que era todo producto de una promesa que había hecho... ¿y los sentimientos de ella dónde quedaban?... Quizás fuera más importante el motivo que lo movía, y sabrá Dios a quién era, ¿su padre? Podía ser, pero no podía hacerse de ideas y mucho menos de esa índole.

Siendo sincera con ella misma, eso de que el conde tratara de explicarse ante ella, y el mero hecho de la acción de perseguirla, así como lo hacía, pues le gustaba, le gustaba ese sentimiento. Aunque muy en el fondo se sentía mal, un ser mediocre le quedaba pequeño a como en verdad se sentía con ella misma... Porque con eso y todo, también le gustaba el interés que veía en el príncipe y lo que eso, obviamente, la hacía sentir.

Tenía que decidirse. Sacar al conde de su mente y de su alma para siempre... O de lo contrario no sabía como acabaría.

La joven de lo que sí estaba consciente era que, por extraño que sonase, estaba entre dos personas. Estaba compartida.

Se sentía entre dos nobles, literalmente. Entre aquél que tenía su corazón, pero que no se lo merecía y entre el que sabía, estaba empezando a colarse de una manera apabullante. 

—Oh Dios mío, ayúdame, por favor—pidió frustrada

Solo rogaba que sus súplicas fueran escuchadas.


***

El día tan esperado llegó al fin.

Era mayo 29 y Enid se sentía dichosa, con todo.

Esa mañana anduvo en los aires, cosa que, le ayudó a pasar por alto—aunque no a conciencia—la presencia del conde de Derby. Quien la miraba y reflejaba todo su estado.

Se aplaudía mentalmente a ella misma, por haber sabido sobrellevar los días sin mortificarse y le agradecia a lo más divino por haber mantenido su mente ocupada solo con pensamientos sobre el príncipe; a quien entusiasmada esperaba.

El día anterior la marquesa la mandó a llamar a su habitación y se llevó una sorpresa cuando su tía le preguntó que qué contenía la carta que le había entregado, y cuándo llegaba el príncipe, que se encontraba extraño que no hubiese ido. Porque según su tía, lo conocía bastante y sabía, iría tras ella.

Enid trató de explicarse y aunque estuvo tentada a preguntar por qué le entregó la carta tan tarde, no pudo, no lo hizo, se mordió la lengua.

Así que ahora la mujer se encontraba risueña al igual que ella y pues, le había mandado a llamar a la terraza a tomar el almuerzo.

La joven Enid accedió nerviosa, ya se imaginaba de lo que hablarían.

—Y bien, mi querida Enid, ¿ya has pensado qué te pondrás?

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now