21-Sobran las palabras

721 82 17
                                    


Sobran las palabras

La marquesa de Bald observaba con ojos escrutadores a su hijo que acababa de entrar por la puerta principal de la mansión. Le esperaba en un sillón que había mandado a poner allí en el salón de entrada, apropósito para tal ocasión. Desde hace un buen rato, se encontraba ahí sentada con las manos juntas sobre su regazo para abordarlo con el tema que le estaba bailando en la punta de la lengua.

Esas no eran horas de llegar a la casa, menos en ese estado. Sabía por la misma lady Katherine, su nuera, la escapada que se había dado Evans la noche anterior. Solo le pasaba un lugar por la cabeza en el que de seguro había estado...

No quiso ni pensar. Estaban en Londres y eso significaba que tenia muchas opciones para dar rienda suelta a comportamientos indecentes pues la misa ciudad estaba llena de los lugares indicados para tal deseo. 

Ladeó la cabeza cuando sus orbes azules, del mismo tono que los suyos, conectaron con los de ella, reflejando sorpresa y curiosidad a la vez.

—¿Madre...? —No, no era verdad, su madre no estaba allí en medio del salón de recibimiento dando ese acto tan fuera de escrúpulos a los del servicio. ¿Pero qué hacía? Esos no eran comportamientos de su bella madre.

Lady Jane respiró profundamente antes de hablar... Ignorando la pregunta de su hijo.

—No sé en qué parte de buenos modales y el protocolo y demás reglas de comportamiento en la línea del decoro, que imparte la sociedad, sin agregar lo que es ser un caballero, aconsejan o adulan el llegar a casa a altas horas de la mañana con la pinta de un libertino, y no de uno cualquiera, sino del más calavera, de esos que asisten a las tabernas de los barrios bajos de Londres—Su voz era firme. Esa que utilizaba para regañar a sus hijos cuando hacían algo mal.

Evans la miró un tanto descolocado.

Parado en donde estaba no entendía absolutamente nada de lo que su madre acababa de decir, salvo, el hecho de que había abandonado a su esposa la noche anterior.

¿Qué decía? ¿De dónde se le habían ocurrido esas sandeces?

—Madre, no entiendo de qué rayos me está hablando...—se interrumpió para dar mejor significado a lo que quería decir, buscaba la palabra adecuada—. Acusando... Mejor dicho.

La miró impaciente desde su altura apoyando el peso de su cuerpo en el otro talón.

La mujer no se inmutó.

—De que ayer noche, querido, dejaste a tu esposa sola y saliste por ahí, sabrá Dios a qué, y ahora es que te dignas a llegar—Añadió con rigidez tanto en el tono como en el gesto, la mujer. Estaba sorprendida de lo incrédulo que se veía Evans allí de pie.

—Sí, abandoné a mi esposa anoche. Pero no recurrí a ningún sitio como insinúa, madre.—No le iba a mentir en esa parte—. Es más, ¿quiere saber en dónde estaba?—agregó decidido al ver el gesto de sospecha en sus ojos y insatisfacción en su rictus—Pues bien, estaba en mi despacho cuando abandoné a Lady Katherine y por la mañana salí a cabalgar para distraer la mente y entonces acabo de llegar, como puede ver—Eso era verdad estaba recién llegado y había entrado por la puerta principal porque con su caballo rodeó la mansión y al dar con el frente de la casa, decidió entrar por allí.

—Pero eso no explica tu estado desaliñado—Añadió la marquesa sin inmutarse—Evans, tienes que saber que puedes dejar a la familia en boca de todos por tus malos actos y en ese momento todo lo que han hecho tu padre y tú para que estemos donde estamos, se va a ir al traste. De una vez por todas. Tu sabes muy bien como es la lengua viperina de la alta sociedad y más en donde se concentra el enjambre de ellas, como lo es una cuidad como Londres.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now