3-Delaville Hall

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Llegar a Londres le pareció un milagro.

Todo el camino desde Derbyshire a la ciudad principal le había parecido tortuoso y eso ni hablar de los días en que tuvieron que detenerse en algunas que otras posadas para poder descansar. En vez de estar más relajada con aquellos días de pausa, Enid se encontraba más estresada.

Con su malestar y todo había sabido sobrellevar los días de camino, lo que era literalmente algo fantástico ya que cuanto más se acercaban a Londres la muchacha dejaba pedacitos de vida por donde pasaba y eso que lo había disimulado bastante bien. Y es que era de esperarse, todo el trayecto lo realizó pensando en cómo iba a soportar tal situación con el Conde, pero lo que más la desbordaba y le hacía retorcer los dedos era el simple acto de mirarle.

Enid no tenía la remota idea de cómo le iba a mirar a la cara y no romperse en mil pedazos. Esos, si quedaban. Por dentro estaba completamente rota, destrozada, casi sin vida... No debería de estar así, se lo había dicho a ella misma a mitad de la noche más de una docenas de veces, pero así estaba, ese era su infortunio, uno simple por haber confiado en la persona menos indicada.

¡Pero por Dios que el hombre la había hecho confiar! Cualquiera habría confiado en palabras y detalles como los que ella había recibido de parte del conde.

Pero Enid sabía que las cosas tenían que cambiar no entendía cómo, pero lo presentía.

De alguna manera lo hacía.

Sí, así iba a ser. 

***

Delaville Hall, Wandsworth Londres

El bullicio de la sala amenazaba con ponerla a delirar.

Enid miraba con ánimos fingidos el entorno del salón en donde se celebraba con alegría, de la cual ella carecía, el recién realizado enlace. El ambiente estaba pulcramente decorado, todo había quedado como la marquesa de Bald dio las instrucciones. Así limpio, recatado y sin exagerar.

La joven dio sus opiniones de vez en cuando. No tenía la menor intención de parecer ingrata y más que eso mal educada. Una de sus sugerencias había sido las posiciones de las antorchas y lámparas que iluminaban dentro del salón y fuera de la mansión. Para ella la luz estaba precisa y suntuosa para la ocasión.

Dejó salir un poco de aire mientras tomaba una copa de vino de uno de los meseros y posaba su media planta de estatura en uno de los mullidos sillones de las mesas que estaban esparcidas por toda el área festiva.

Todos parloteaban por lo bajo sobre como se veía la nueva condesa de Derby con aquel vestido. A ella sinceramente no le interesaba en absoluto cómo se veía, pero por cosas del destino y más del interés individual que tenía ella con la situación, volteó a su encuentro sintiendo casi envidia por la deslumbrante sonrisa que mostraba la nueva condesa y la alegría que destacaban sus ojos.

Con tanta belleza cualquier vestido resaltaría, se dijo.

Con su color de cabello luminoso y llamativo—que a la joven se le antojaba de un tono zanahoria—con ojos azul cielo, sonrisa destacable, nariz respingona, escote altivo y modales definidos, Lady Katherine Willian, ahora Baltimore, era el par de la belleza que todo hombre que tuviera dos ojos enfrente, recataría de las casaderas de esa temporada o hasta de cualquiera. La joven que le llevaba apenas un año parecía la visión femenina de un ángel del cielo. Tenía encantos y Enid no culpaba a quien se fijara en ella... Bueno en este caso, con cierto conde el asunto cambiaba. No sabía, mejor dicho, no entendía lo que le pudo haber pasado por la cabeza de Lord Evans para que hiciera todo aquello sin ni siquiera tener la cortesía o en su caso, de seguro, desfachatez de avisarle sus... ¿Cómo llamarle? adelantados planes—para no llamarles otra cosa— Entendía o creía entender un poco sus acciones o, al menos se imaginaba el motivo de ellas; lo que le rompía el corazón era que no la hubiera tomado en cuenta y que haya sido capaz de hacerle tal acontecimiento y ni mostrar una pizca de arrepentimiento.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now