14-Juntos al amanecer

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Sintió el último traqueteo del carruaje antes de detenerse.

Un suspiro cargado de alegría salió de él al tiempo que se apeaba con prontitud de la montura sin esperar a que le abrieran la puerta.

Fuera, terminó de arreglarse el frac, ya que no llevaba chaqueta, mientras a propósito ignoraba a Anglushouski, su cochero especial que lo miraba obviamente incómodo porque su señor le restaba trabajo. Dado que el hombre, —a quien apenas se le notaban las cejas como una seña—, era bastante recto con lo que hacía, a él le gustaba que se lo tomase mas con calma, aunque en verdad, admiraba su ferviente determinación por su quehacer.

Estaba contento de que, a pesar de las contradicciones hubieran llegado. Sin mencionar a la clara inspección que había hecho llevar en su casa, con todos los carruajes, lo que lo impresionaba, dado que todos estaban últimamente con daños que él muy bien sabía no eran normales, aunque se estaba haciendo de la vista gorda con el asunto... Se encargaría de ello después; por ahora tenía cosas mucho más importantes que hacer. Suerte fue que dieron con un carruaje, que era en el que andaban, estaba en mal estado y pasado de moda, por lo que invirtiendo un poco de tiempo y algo clave que movía a la gente sin pensarlo. Lo mandó a poner presentable, tanto por fuera como por dentro. Estaba bastante conforme con el resultado.

Aunque no llevase su escudo de armas en las puertas.

—No te preocupes Anglus, también me las sé arreglar solo—le guiñó un ojo divertido.

—Ya lo veo señor... Ya lo veo.

Lo observó montar en su asiento y alejarse moviendo las riendas de los caballos. Se preguntaba cómo había aprendido el idioma anglosajón, porque todavía se distinguía su acento materno y, a leguas que se notaba que masticaba las palabras. Pero el punto estaba en que si se entendían ambos, sin importar la manera de cómo fuera, él estaba bien y si el hombre desempeñaba su trabajo como lo estaba haciendo de bien hasta ahora, pues mucho mejor todavía.

Dentro, pidió al mayordomo que no avisara su llegada, pues quería darles una sorpresa, ya que era muy temprano todavía. Aunque no se tenía que estar tomando tales libertades al entrar así, sin más a la casa de su querido amigo. 

Fue sorprendido en la mitad del salón por el pequeño Andrew quien estaba acompañado por lo que le pareció ser una niñera, y que con una reverencia refinada argumentó encantado su saludo:

—Buenos días, su Alteza. Es un gusto verle por aquí. Aunque no acostumbramos a recibir visitas a horas tan tempranas.

Constantine se olvidó de quitarse los guantes y el sombrero. Estaba fascinado por el comportamiento del pequeño. Sin darse cuenta, no notó las reverencias que le hacían en honor a su presencia, las féminas, quienes estaban asombras al verle. 

—Buenos días, señorito Andrew — sonrió en una línea fina cuando notó que el pequeño hinchaba el pecho regocijado de como le había llamado—. He de pedir disculpas por mi intromisión a primeras horas, pero a sido una necesidad importante ya que tengo que hablar algo crucial con tu tío, el conde de Derby.

La mención de Evans puso al niño en las nubes, pues al parecer estaba orgulloso de él, algo que Constantine desconocía, y no lo ocultaba en lo más mínimo. Alguna razón, se dijo el rubio tenía que tener el pequeño moreno.

—Ahora mismo he visto a mi tío, Lord Baltimore, retirarse a su despacho, me imagino que a resolver algunos asuntos—el pequeño se tomó un tiempo mirando al techo, tiempo que previó necesario para acordarse de lo que afirmaría sus palabras, algo que solo él consideraba—que seguramente son importantes.

Entre dos Nobles Where stories live. Discover now