La torre de los amantes (parte 7)

44 1 0
                                    

De pronto, Laura lo vio todo claro. Mirando pared donde acababa la escalera, observó que se trataba de una pared de piedra encalada recientemente, pues conservaba aún todo su frescor al tacto. Y se dijo para sí: ¡cal y canto!¡eso es…!¡El mago fue encerrado tras esta pared, a cal y canto…! Como se hacía antiguamente... No sólo encerró a su hija de por vida en sus habitaciones, sino también al mago... ¡Allí arriba, como había dicho Rudi, era cierto…! Con sortilegios, claro, las palabras en árabe de abajo... Fue entonces cuando Laura tuvo la idea. Fue fugaz, pero lúcida. No podía ser de otra manera, detrás de aquel muro de piedra estaría lo que había sido el primer nido de amor de los amantes. Y, si al final todo era cierto, la última morada del mago…

Como pudo, hizo trizas una de las sillas y se ayudó de su madera para rascar entre las piedras hasta que una de ellas cedió. A partir de entonces, todo le resultó más fácil. Fue quitando piedra a piedra y en poco tiempo pudo tener mayor certeza de lo que había intuido. Efectivamente, tras la pared de piedra se iba adivinando una oquedad de poca profundidad, al principio, y luego cada vez se convertía en un hueco mayor. Hasta que finalmente se vislumbró lo que a todas luces era una estancia, gracias a la luz de la luna que estaba en su mayor apogeo. Los cascotes, que habían quedado por el suelo y acumulados en los últimos peldaños, la hicieron resbalar, pero no minaron su valor para introducirse en la estancia. Algo dolorida y verdaderamente cansada, Laura entró en el recinto y procedió a reconocerlo. El contraste del velo azul de la luna, que llegaba reflejado desde la torre, con el interior de la estancia, teñían la misma con cierto tono violáceo, pero las paredes estaban tan retiradas del haz de luz de la linterna que portaba Laura, que ésta no echó ni cuenta a este detalle... hasta mucho más tarde.

Los sopores del sueño y el alcohol se habían ido, poco a poco, diluyendo por el esfuerzo que hizo al retirar las piedras, así que ahora Laura era mucho más consciente de lo que hacía y ya no le parecía que vivía un sueño. Con todos sus sentidos alerta, su concentración se fijó por entero en la defensa de su integridad física. Así que pisaba con mucha cautela, no fuese a ser que el piso pudiera venirse abajo, pues no sabía cuánto tiempo podía haber estado aquello sin haber sido visitado... Lo primero que le extrañó fue que el suelo estaba cubierto de algún metal que no pudo identificar. Además, se encontraba milimétricamente agujereado, como si fuese algún tipo de tamiz gigantesco… o algún colador… ¿Con qué intención…? Nunca había visto ni oído hablar de nada parecido, ¡todo le resultaba tan insólito...! Mientras dio sus primeros pasos en la estancia, comprobó que, por el suelo, aquí y allá, existían pequeños montoncitos de lo que parecía tierra… o quizás cenizas, una greda fina y… compuesta de algún mineral indeterminado, lo que notó al llevarse una pizca de aquel polvo a la nariz. A medida que fue pasando entre ellos, atravesando la estancia, la tierra se fue levantando y los montones se desparramaron, como si hubiesen estado en el mismo sitio desde tiempos inmemoriales… Desde siempre… Igualmente desconocidas para Laura, unas manchas aceitosas y negruzcas se situaban al lado de cada montículo de tierra. Algo parecía que había sido quemado sobre aquellos pequeños círculos pringosos. Cada vez tenía más interrogantes sin despejar y un tropel de impresiones del todo absurdas y contradictorias se acumulaban en su cabeza. Para darles alguna forma, concluyó, como le había contado Rudi, que algún tipo de misterioso ritual se habría producido allí cuando aquel mago árabe había conjurado al otro, al amante, para detener su poder… ¿Existe algún poder que pudiese parar el amor, entonces?, se preguntó Laura. En otros tiempos, quizás…, pero ¿hoy…?

Lo último que acabó por confundirla fue un solitario marco de madera, en el centro mismo de la estancia. Allí colocado, sin ningún espejo o cuadro ni ninguna otra imagen que mostrar. Vacío, hueco, como la huera cuenca de un ojo vaciado. A Laura le pareció más bien, quizás, un antiquísimo marco de espejo…, pero ¿qué hacía allí un marco de espejo, sin espejo…? Apuntó la luz en diferentes direcciones del habitáculo, intentando hallar algo más que le diese una pista, pero únicamente encontró más cuestiones. Por cierto, pensó, ¿dónde habría permanecido atado o amordazado el mago, esperando que le sobreviniera la muerte? Cuando Laura acabó de hacerse esta pregunta, la luz de la linterna repasaba cada una de las pareces de la estancia… Y cada una de ellas tenía el mismo aspecto, el mismo color que Laura no pudo apreciar al principio, cuando se introdujo en la estancia y todo se envolvió de cierto tono violáceo… ¡claro…!, se alarmó Laura, dando un respingo, de pronto… ¡La luz tintada de azul de la luna llena y el rojo que supuraban todas las paredes… formaban esa tenue luz violeta que envolvía la habitación de los amantes! Se acercó a una de las paredes y su mano fue fiel testigo de lo que ella se resistía a aceptar… ¡Las paredes estaban teñidas de sangre…! ¿De quién…, de dónde… cómo estaba esa sangre allí?¿Cómo no se había dado cuenta antes…?

Puro Terror (La Web del Terror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora