Obscuridad (parte 4 y final)

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Aquella noche…

Aquella noche el chico pintaba cuadros negros en cuartillas blancas. Como otras veces, sobre la mesilla del salón. La tele estaba encendida pero con el volumen bajo. Ella, en la cocina, de vez en cuando se acercaba al vano de la puerta para ver que el chico seguía bien.

La tele guiña una vez y parece que se va a apagar. El chico deja de pintar un instante, espera y sigue pintando. Otro guiño. Esta vez la casa entera se funde en negro durante una décima de segundo. El chico se agarrota y tensa los músculos de la garganta. A punto del delirio, con la boca abierta, busca la mirada de su madre, que se ha acercado con paso lento a la puerta de la cocina, secándose las manos.

Ella no quiere escuchar de nuevo los gritos. Se mueve despacio, intentando tranquilizarse. Hace algunas noches que duerme en la alfombra junto a su cama, vigilando sus sueños, tratando de que la luz de la lamparilla no falle. Ya no tiene ganas de escuchar los gritos.

—¡Mami…! —una voz ronca y profunda, casi gutural, primitiva, sale de aquella garganta seca. Una voz que suena a súplica, con cierto matiz de exigencia. Los tonos se modulan en sólo dos sílabas. Casi suenan a pregunta.

A ella le puede el instinto protector. Ahora su meta es tranquilizarlo a él, hablándole dulce, bajito.

—¡Hey! ¿Qué te he dicho…? No pasa nada…, ya sabes que estoy aquí, contigo…

Se acerca poco a poco, pero todavía les separan unos buenos cinco o seis metros. Al tiempo que avanza, se va agachando y abre los brazos, temiendo el fatal desenlace, que la oscuridad caiga en la casa y entonces las erinias vuelvan a hacer acto de presencia con sus voces agudas y chirriantes. Las mismas erinias que habitan en la garganta del chico. Tiene que hacer su mejor papel, el de la madre protectora y segura, para ver si vence a aquella maldita memoria suya. Aquella otra que ya no es ella. Mientras, otro nuevo pestañeo. Dos segundos completos. Luego, de nuevo la luz salvífica.

—¡Mami…, mami…! —se empieza a poner nervioso, las notas suben exponencialmente en la escala y rozan el sonido del vidrio roto.

—¡Mírame, mírame, estoy aquí…, hijo! —dice, visiblemente alterada, con los brazos totalmente abiertos, ofreciéndole su pecho como resguardo—. Mira…, si la luz se va, yo estaré aquí, no me moveré de aquí. Corre hacia mí y yo te protegeré, no temas…, estaré aquí sin moverme. ¡No tengas miedo, hijo! No te dejo, nunca te dejaré. Nunca te dejaré…

Los ojos de ambos son el único puente entre ambos. El chico ha empezado a ponerse en pie, pero lentamente, sin querer despertar a la oscuridad. Un silencio, como el de un espectro cabalgando un tornado sideral a cámara lenta, se hace en la casa durante un minúsculo segundo. La luz se apaga del todo y ya no vuelve.

Las negras erinias explotan, gruñendo, rabiando. Un grito demoníaco aturde la estancia durante otro segundo más, esta vez un segundo que dura eones… Nada se ve pero se presiente al chico corriendo a los brazos de su madre. Retumbando en toda la estancia, sus gritos aturden a su madre, que cierra los ojos como para amortiguar su efecto.

Sus cuerpos chocan en el más absoluto negro, y el impacto es mayor del esperado. El chico no es un chico. Ya no es un chico. Algo fuera de lo común, más negro que la misma oscuridad, ataca a su madre, rasgando y tronzando la carne del cuello. Ella no lo entiende, sólo se somete. Un crujir de cartílagos y venas provocan el sonido sordo de una garganta anegándose de sangre, en un borboteo ahogado y fatal.

Cuando todo ha acabado, un gran charco de sangre cubre como un manto negro y espeso el suelo, junto al cuerpo inerte. El chico está de pie. Sus pantorrillas chorrean sangre. Sus manos manchadas de sangre. Su boca escupe las últimas hilachas de carne. Llora gimoteando a su madre muerta. Y sólo repite con congoja, entre sollozos: ¡Mami…! Mientras las gotas de sangre caen de sus dedos de niño al frío suelo.

FIN

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⏰ Terakhir diperbarui: Feb 22, 2015 ⏰

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