El horror oculto (parte 2)

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Había acudido al lugar atraído por la fama lúgubre y enigmática de la casa. Mis amistades me habían advertido una y otra vez que no lo hiciera, que no me aproximase ni tan sólo a la verja, en esos momentos ya desvencijada, comida por el óxido. Las leyendas locales hablaban de extrañas desapariciones por toda la comarca, ruidos y clamores desde la casa, y otros sinsentidos sin ningún fundamento. Sin embargo, nadie me supo ni me quiso decir exactamente qué fue lo que había pasado, qué oscuro misterio albergaba aquel antro maldito. Verdad era que todos tenían una idea nefanda de lo que podría ser, pero nadie estaba lo suficientemente loco como para atreverse a indagar por sus propios medios. Sólo repetían paparruchadas, incoherencias, rumores. Ni tan siquiera querían imaginárselo, y menos todavía verbalizarlo. Preferían seguir todos en la comodidad del hogar, ajenos por completo al meollo del asunto, acompañados de una buena copa de brandy y un magnífico puro. Pergeñando, en fin, malos cuentos de vieja para asustar a los niños. 

Por un largo periodo de tiempo, yo seguí el consejo. Pero evidentemente, conocida mi curiosidad, no podía soportarlo por mucho tiempo más y una buena mañana de un crudo invierno me dispuse a encontrarme con lo ignoto, el misterio, el horroroso misterio que escondía la casa.

La verja gimió lastimeramente cuando la empujé, pero, pese a mis esfuerzos, se quedó atrancada y tuve que dejarla a medio abrir. Al contacto con el frío del hierro, todo mi cuerpo se estremeció por una corriente que me recorrió de pies a cabeza. Detrás de las orejas se me quedó un buen rato una sensación de presión, como unos dedos tenaces que me oprimían y parecían alertarme. La piel de la nuca se me había erizado. Con el esfuerzo sobre la verja, unas breves lascas del metal oxidado saltaron y se confundieron con el ocre del follaje en el suelo.

De pronto, quedé paralizado. Ante mí se creó una consistente columna de hierbas y hojas, producida por una repentina ráfaga de viento polar. Un remolino de hojarascas hizo sus progresiones justo delante mía, atajándome el paso. Mis cabellos se revolvieron y el abrigo se me levantó hasta la cintura. Las hojas parecían que iban tomando forma, simulando un engendro humanoide que crecía poco a poco en su tamaño. Lo que podrían ser unos brazos surgidos del torbellino, giraban brutalmente en una contorsión imposible y lo que me quiso parecer quizás una cabeza monstruosa y desproporcionada, volteaba febrilmente orbitando sobre su propio eje. Todo ello no fue más que una mera ilusión producida por lo tétrico del marco donde me hallaba, pues di un simple paso, saliendo de mi estupor, y las hojas se dispersaron como por ensalmo. No quise darle mayor importancia a este suceso, por lo que proseguí mi camino hasta la casa.

El terreno estaba cenagoso. En realidad, toda la casa estaba rodeada del mismo cieno inmundo. Multitud de charcos e ingentes cantidades de barro de lo más traicioneros impedían un avance a pie con total seguridad, así que tardé algunos minutos en llegar a la barandilla de la entrada. Firmemente, me sujeté a ella con tal fuerza que logré arrancar unos trozos de la madera carcomida. Por fin me encontraba en la antesala de la gran casa, ajeno al horror que me esperaba. En esos momentos, yo no era plenamente consciente, pero lo que me aguardaba superaba con creces lo soportable para una mente que quisiera seguir manteniéndose cuerda. El horror que me quedaba por contemplar no hay mente humana que pueda resistirlo. Mis más oscuros y aberrantes temores estaban a punto de hacerse realidad. Si al menos hubiese intuido que me encontraba a la vuelta de comprobar con mis propios ojos las escenas más abyectas y brutales que alguien pueda ni tan siquiera imaginarse... No obstante, si alguien hubiese intentado impedir mi entrada a la casa, no se lo hubiera permitido de ninguna de las maneras. Estaba dispuesto a entrar en la mansión fuese como fuese, y ni aún la sospecha de que lo encontraría podría resultarme desagradable hizo mella en mi arrojo.

Una vez en lo alto de la tarima, dos simples zancadas bastaron para encontrarme bajo el dintel de la puerta de entrada, que estaba abierta de par en par. Se trataba de una talla finamente realizada por las hábiles manos de algún ebanista de la zona, supuse, en madera noble de un negro ébano posiblemente importado. El motivo era una escena mitológica algo confusa. No se apreciaban figuras humanas, sino más bien efigies marinas y colosos quiméricos con aletas y agallas, también claramente pertenecientes al mundo acuático. Toda la representación era una orgía de cuerpos tragándose unos a otros, los grandes a los pequeños y estos entre ellos mismos, alguno había incluso que se tragaba a sí mismo por lo que podría ser una cola de pez o de tritón, quizás. La vidriera que antaño acompañó y realzó aquella obra de arte, estaba cruelmente mutilada. Le faltaban muchas piezas como para poder apreciar ya la belleza que una vez tuviera.

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now