Good morning, mañana (parte 2)

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Un seductor.

 En el rellano de la escalera, justo al cerrar la puerta, alguien le habla. Una voz susurrante y dulce, como mermelada de fresa.

–¡Hola, vecino…! ¿Saliste a correr…, anoche?

Lazaarus se siente incómodo, le ha sobresaltado. Su vecina, Madeleine, veinteañera. Llegó a la ciudad desde un lugar impreciso del centro del país con la firme intención de convertirse en modelo. Morena, uno setenta, pelo con rastas recogido en una cola de caballo. El coletero de cuentas de plásticos (con toda seguridad, de lo más multicolor) suena como un palo de lluvia.

Hoy desprende un aroma más cálido, habrá cambiado de perfume, piensa Lazaarus. Pero el fuerte olor soterrado a cloro o lejía le pone sobre aviso. ¡No lo tiene que estar pasando fácil la chica, joder, si debe hacer algunos… trabajitos para sobrevivir…!  

–¡No, que va… –dice él con voz torpe y entrecortada– estuve toda la noche en casa…! Dormido… esto… durmiendo.

¡No puede sonar más patético…, estúpido!, piensa Lazaarus. Ella le responde sonriendo.

–¡Ah, pues creo que te vi entrar con el perro…! Saldrías a que hiciera sus necesidades…, ¿no?, supongo…

Tiene que ser guapa, seguro, piensa Lazaarus. Ella se ha acercado aún más y casi puede sentir el calor que emana de sus pechos por la blusa entreabierta. Una dentadura perfecta.

–¡Lo siento, tengo prisa...! –Es lo único que se le ocurre a Lazaarus para zafarse. Abre su bastón y baja las escaleras corriendo.

                                                                     *   *   *

 If I loved you.

 Lazaarus sale a la calle. El viento helado le corta la nariz a bocados. Enfila la 23 hacia Park Avenue. La gente se agolpa por las aceras para hacer sus compras navideñas. Pronto todo será un caos compulsivo de éxtasis consumista. Un Papá Noel negro toca el saxo en la esquina de Lexington Avenue y canta soul con efluvios de ron barato. Una pareja que pasa apresuradamente a su lado discuten sobre un cartel de MacMullan para el musical Carousel. Ella lleva carmín de Estée Lauder, rojo cereza quizás, le gusta imaginárselo. Su aroma es inconfundible. Puede que frunza los labios cuando discute o haga mohínes con la nariz. A su pareja le encantará este gesto. La aguijonea para que la discusión se extienda. Y en la voz del negro se escucha If I loved you, como si la misma Barbra Streisand le hubiese dado el pie. Una melodía que nada tiene que ver con la Navidad. Pero es que hoy en día nada en Navidad tiene que ver con la Navidad…

Lazaarus pasa ahora delante del Museo de Artes Visuales. Oyó que una exposición de los carteles de McMullan para teatro estaría hasta poco. ¡Bah!, tendría que buscar a alguien con quien ir que le explicara. Quizás a la vuelta se lo pedirá a Madeleine. Sí, ya creo que lo hará, joder. Le pedirá que se pinte los labios de rojo y discutirá con ella sobre cualquiera de los carteles. O sobre cualquier otra maldita cosa… Sólo para escuchar su risa. Tan sólo. Todavía se oye a lo lejos el saxo entonando los versos How I loved you if I loved you entre la tromba de cláxones de los coches.

*   *   *

 La primera señal.

 Llega a la esquina con la 1ª. El Hospital de Veteranos le recuerda a dónde se dirige. Toda la zona está infectada de hospitales. Él debe seguir más adelante. Se siente en la atmósfera un hálito indescriptible, mezcla de muerte, formol y sirenas de ambulancia. Él lo siente, muy muy sutil. Como sintió hace poco la llegada de Sandy, la súper tormenta. No hace ni dos meses. Fue el primer pálpito que tuvo en toda su vida.

Se encontraba en Long Beach, en el Ice Arena, practicando freestyle. Y entonces lo sintió. Algo eléctrico, telúrico… Y lo supo. No se lo dijo a nadie pero lo supo. Tampoco nadie le hubiese creído. Sintió una ola gigante llegar hasta la costa por Lower Bay y luego otra y otra y otra… Y llovía y nevaba. Como si un iceberg estuviese siendo literalmente desmenuzado por encima de sus cabezas.

Fuera, el viento soplaba también frío ahora, pero aquél…, aquél helaba los huesos hasta quebrarlos. ¡Joder!

Algo se rompió dentro de Lazaarus aquel día, algo más sutil que un cartílago, algo como algún cordón umbilical que lo atara a la tierra. Desde entonces sabe que todo acabará pronto. Lo sabe como con toda seguridad lo sabían las aves que este año no atravesaron el Hudson hacia Florida. Saben que ya no hay remedio. Esa fue una advertencia, el primer toque en la puerta. Más bien un avance. Luego vendrían los muertos, las calles inundadas, los cortes de fluido eléctrico. Lágrimas, oscuridad… ¿Alguien querría más señales…?

Fue el mismo día que conoció al doctor Ameri. Con su aire de místico hindi, sus maneras pausadas y su voz de resonancias védicas. Su lengua restallaba con parsimonia como un cuenco tibetano al ser frotado por el mazo. Y la jodida palabra rebota todavía hoy en su cerebro como el eco de una maldición. Cáncer. Ese tío debe de tener un don. Fue muy amable con él. Después de endiñarle el mazazo sin venir a cuento, le dio una cita para su consulta. Todo gratis. Y nunca ha vuelto a ser el mismo.

Como un autómata, sigue hacia el Hunter College, donde tuvo su primera cita con el doctor Ameri. Cuando empezó la terapia. Más adelante, llega al Hospital Bellevue, donde éste le espera. Allí es donde tiene ahora su consulta.

Puro Terror (La Web del Terror)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora