Good morning, mañana (parte 3)

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El principio del fin.

 Ángela, la enfermera, lo acompaña hasta el despacho del doctor Ameri.

–No se encuentra en este momento, volverá enseguida.

Lo sienta en una silla, frente a la mesa. La enfermera tiene las uñas bien cuidadas. Un esmalte suave de brillo. Quizás se esté separando. Su voz suena apagada y distante, cortesía comedida.

Una vez solo, Lazaarus se distrae recorriendo el despacho. En su mesa, demasiados papeles, no quiere revolver nada. Algunos premios y distinciones. En las paredes, colgados, cuadros acristalados con títulos y fotos quizás. Uno de los marcos tiene un título desnudo, sin cristal. El sello en seco es fácil de identificar al tacto: NASA. ¡Joder…! ¡Así que el doctor tiene mejores ocupaciones que jugar al golf…!, se dice para sí.

Lo que hay escrito en él no lo puede saber Lazaarus a ciencia cierta. Oye los pasos de alguien acercándose por el pasillo. Vuelve a la silla.

El doctor Ameri entra y le saluda feliz, exultante.

–¡Hoy es un gran día, Lazaarus! –le grita, escandaloso.

No había conocido antes al doctor de esa manera. Le estrecha enérgicamente la mano y le golpea la espalda entre enormes abrazos. Sigue.

–¡Por fin lo he encontrado! Ya no habrá más pruebas. Todos los estudios han concluido.

­–¿Y qué es lo que ha encontrado, doctor? –le pregunta Lazaarus molesto. ¡Joder! Vuelven las náuseas y el retorcer de tripas. ¡No puede más, tienen que acabar…!

–Pues el remedio, la cura… ¡la cura contra el cáncer! Y tú has sido mi experimento principal. He hallado la llave que tanto tiempo se ha estado buscando… Todo ha sido gracias a ti.

Lazaarus se alegra, por supuesto, pero…, joder…, ahora está preocupado por otras cosas menos trascendentales. Pero más dolorosas.

–Bien, doctor, yo quería hablarle… de lo mío… –le dice–. ¡Joder…! Estas náuseas… y los otros efectos secundarios… –de nuevo las náuseas y el dolor, intenta contenerse. Su cara es un poema. Nada lírico.

El doctor Ameri no quiere que nada le empañe su momento.

–¡Pero…, Lazaarus,…! –le espeta para que se dé cuenta del hito histórico que significa eso.

La cara de asco y dolor de Lazaarus no admite otra respuesta. Nada de lo que dijera podría compensarle su angustia. Entonces, el doctor Ameri cambia el tono de su discurso.

–Ok, ok, Lazaarus, cálmate…, habrá tiempo para todo –le dice con su voz de pantera. Y se va a preparar algo cerca, donde guarda los medicamentos.

–¡Ya lo tenía todo pensado, Lazaarus…! ¿Sabes lo que harás ahora? –le habla desde donde está, alzando la voz–. Aquello que hablamos… ¿Te acuerdas…? Querías dar la vuelta al mundo. Pues ha llegado el momento… –le dice mientras se va acercando.

A Lazaarus lo que le da vueltas es la cabeza, siente mareos y unos espasmos incontrolables están haciéndose dueños de su cuerpo.

­–¡Aquí tienes…! –el doctor le pone en la mano unos sobres.

Lazaarus los sujeta, no sin cierta dificultad, le tiemblan las manos; pero no entiende qué es lo que son. Varias tarjetas de vuelo para recorrer el mundo de punta a punta y un buen fajo de billetes como para retirarse una buena temporadita.

Antes de que tenga tiempo de reaccionar, el doctor Ameri le coge el brazo con fuerza e intenta mantenerlo quieto, haciéndole presión. Los sobres caen al suelo. Lazaarus entiende que algo va mal. Lazaarus se resiste, sigue sentado en la silla, forcejean entre gritos ahogados. Lo empuja. El corazón se le ha disparado. La sangre le corre por las arterias como impulsada por una locomotora a toda máquina. Pero es él el que cae, junto a la mesa del despacho. No se sostiene ya en sus piernas.

En la otra mano, el doctor Ameri sujetaba una jeringuilla. Con el golpe que le propinó, la jeringuilla se le resbala de las manos. Ese momento debía haberlo aprovechado Lazaarus para salir corriendo. Pero se retuerce de dolor y grita sin consuelo. Los espasmos son cada vez más atroces.

El doctor Ameri coge la jeringuilla del suelo y se vuelve hacia donde cayó Lazaarus, tras la mesa. Lo encuentra tendido aún en el suelo, unido a una larga correa de cuero por la muñeca de su mano. El otro extremo, al cuello de un enorme perro. Un rottweiler negro como un tizón. Ojos rojos de fuego encendido. El perro le observa, gruñendo como el jodido motor de un camión. Clavándole los ojos de lava en sus ojos.

                                                                    *   *   *

Sin noticias del cielo.

Dos días antes, One Police Plaza, Departamento de Policía, New York.

La oficina está más caldeada que de costumbre. Asesinatos, robos, agresiones sexuales… La rutina diaria rota. Hace tiempo que no se ve nada igual. Los teléfonos no dejan de sonar. Hay carreras y apresuramiento. Todos los agentes disponibles están ocupados. Van por parejas peinando toda la ciudad. Desde Marble Hill a Financial District. Desde el East Side al West Side.

Una cadena de extraños sucesos. Ajustes de cuenta. Ritos iniciáticos. Podrían ser víctimas al azar. Un desconcierto total. No hay patrones. Ninguna pista. Todos los cuerpos aparecen destrozados por horribles dentelladas. No se sabe si son de animal o humanas. No hay consenso sobre ello.

En el segundo piso, en La Cabaña, un hervidero de periodistas fustigan por igual a lectores y personalidades públicas. Daimon Warren, el Comisionado de Policía, no da abasto.

–¡He dicho que volváis a llamar a cada puerta, a cada casa! ¡Algo se nos tiene que estar pasando…!

Sus hombres lo escuchan con atención. Pero la moral es baja. Después del desastre de Sandy, esto es lo peor que ha pasado en mucho tiempo. La necesidad, la avaricia, discusiones intrascendentes que acaban en tragedia… A veces la condición humana sorprende con un nuevo giro. Los jodidos especialistas no opinan. Se encogen de hombros. Él sabe que está solo y que debe ser él quien resuelva la papeleta. El Ayuntamiento le ha puesto ya un ultimátum. Ni un caso más de muerte entre los dientes. O su cabeza rodará. Está dispuesto a acabar con el jodido responsable aunque sea con sus propias manos.

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now