La torre de los amantes (parte 6)

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Luego, la conversación volvió a girar sobre Laura, sus amoríos y las batallitas de ambas amigas. La sobremesa fue muy distendida, charlando, bebiendo y riendo. Laura no recordó haber reído tanto en los últimos tiempos. Ya le habían dicho en el trabajo en varias ocasiones que se le estaba agriando el carácter y quizás por eso mismo la barriga le dolía de tanto reír. Tan achispada llegó a estar que se ofreció voluntaria a ir a por la próxima botella de champán. Con tan mal tino que quiso buscarla en una puertecita de arco ojival que estaba en la pared. Laura se encontraba en avanzado estado de embriaguez, aunque manteniendo como podía la compostura y sus amigos corrieron como energúmenos hacia ella, evitando que abriese la puerta. No, mujer, –le dijo Mona, apartando su mano de la puerta– ya está bien de bebida por hoy, que mañana hay que madrugar. Vamos a hacer una ruta a aquel monte que vimos esta tarde y que tanto te gustó ¿te acuerdas? Además, que ya no vas a poder ni ver lo bonita que estará la torre, encendida con la luz de la luna. Vamos, te acompañaré a tu habitación. ¡Gumersindo! –llamó al criado–, por favor, ayúdame.

Antes de irse con Laura en volandas, Mona volvió a cruzar una mirada con su marido y los dos suspiraron aliviados. Laura no se enteraría siquiera de lo que podía haber descubierto…

Ya bien de madrugada, Laura se despertó y recordó vagamente dónde estaba y lo que había ocurrido. Ella que se reía de las andanzas juveniles de un viejo chocho, y ahora era ella la que estaba más borracha que una cuba... Buscó un vaso de agua en la mesilla junto a su cama y se sintió más fresca cuando hubo pegado un par de sorbos bien largos. La luz de la luna penetraba por los cristales y los largos visillos de gasa vaporosa eran ondeados por el suave viento que entraba por la ventana. El tono azulado y viscoso que la luz de la luna imprimía a toda la escena, le recordó a Laura lo que le dijo Rudi y tuvo ganas de ir a ver el interior de la torre. Buscó en el cajón de la mesilla algo para encender. Y lo encontró: una pequeña linterna a pilas. Tuvo que darle algún que otro golpe, pero al final logró prenderla. Sin hacer mucho ruido, salió de su habitación y se dirigió hacia la puerta de la torre. Una vez junto a ella, alumbró el marco y los caracteres en árabe esta vez sí se hicieron más que evidentes. Pero, claro está, Laura no sabía nada de árabe, ni mucho menos, así que se quedó igual que siempre. Bueno, al menos, su amigo tendría que reconocerle al día siguiente que ella llevaba razón. Tiró del pomo y las bisagras chirriaron como si de un pequeño minino se tratase. Tuvo que hacerlo con mucho cuidado para no despertar a sus anfitriones.

Una vez dentro de la torre, el panorama era onírico e irreal. La perturbadora oscuridad había desaparecido por completo y una calima etérea potenciaba el esplendor aterciopelado y azul de la luz lunar. Pensó en un principio que despertaría a sus amigos para que lo viesen junto a ella, pero recapacitó y se convenció de que ya lo habrían visto. Además, que a ellos no les causaría el mismo impacto que a ella. También pensó que podía esta aún dormida por los vapores de la resaca, en su cama, soñándolo todo. No obstante, fuese sueño o realidad, Laura se dejó envolver por la mágica atmósfera y, sin pensar muy bien lo que estaba haciendo, fue ascendiendo peldaño a peldaño por las escaleras, llevada por un impulso inconsciente y a la vez irresistible. Sus manos, de vez en cuando, rozaban la piedra. Las paredes de la torre no estaban nada frías y a medida que Laura ascendía el calor iba aumentando, levemente, pero ella lo sentía sin ninguna duda. No sólo su epidermis era azotada por el calor reinante, sino que todo su ser comunicaba el mismo sofoco. Cada vez que llegaba hasta una de las saeteras de la torre, el aire insuflado al interior resoplaba más cálido. El ambiente la iba envolviendo en un hogar cómodo y familiar. Se sentía como aquel pequeño ser todavía en el vientre de su madre que, incluso con la poca conciencia que pueda aún tener, se sabe bien arropado y protegido. Sintió ganas de volver al regazo cálido de su cama y descansar hasta bien de mañana. De seguro que dormiría sin despertarse… como nunca lo habría hecho.

Afortunadamente, pensó Laura, llegó al final de la escalera antes de que ningún otro impulso la apartase del gran misterio que tenía ante sí. Y pudo comprobar, efectivamente, tal como dijo su amigo Rudi, que allí ya no había nada más que ver. De hecho, la mesita que descansaba sobre la pared, como si se tratase de un recibidor, no tenía nada del lujo de los muebles de abajo. A ambos lados de la mesa, dos sillas, de una enea desmenuzada por los insectos, resistían a duras penas las inclemencias de aquel calor apabullante. Sin embargo, Laura, recordó que su amigo había dicho que el mago, el amante de la chica del castillo, había sido encerrado en lo alto de la torre. Pero… ¿Dónde, si allí no había sitio…? Podrían ser unos cincuenta o sesenta centímetros, pudo calcular Laura, desde donde terminaban los escalones hasta… ¡Un momento…!

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now