El ángulo muerto (parte 2)

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Nadir O.

Nunca sabes por qué a veces haces cosas que no quieres. Porqué un día te encuentras con un desconocido y a partir de entonces se convierte en un amigo inseparable para todo el resto de tu vida. Aún a costa de que te la destroce… ¿Nunca le ha ocurrido, doctora?

Es lo que me pasó a mí. El verano es ideal para conocer a gente nueva. No estoy seguro si es el calor, que invita a no parar quieto y relacionarte, como le pasa a los átomos rebotando en un gas al aumentar la presión o la temperatura; o simplemente es el tiempo que al resplandecer las vistas favorece el salir de casa, sin más. Entre el calor y la claridad está la clave ¿No cree, doctora? Lo cierto es que un día de este verano pasado conocí a un tío muy raro, que atrajo mi atención desde un principio.

Fue en un concierto. La música tronaba y eso producía un efecto anestesiante que calmaba mi efervescencia cerebral. Embotado como estaba y habiendo hecho grandes esfuerzos para mantener a mis demonios dentro, era el marco perfecto para perderme por unas horas, pues me había convencido para dejar aparcadas las lecturas de Schopenhauer y toda la peña, los cómics, internet… y salir un poco del apabullante silencio de mi habitación.

A un lado, apartado, solo, como lo estaba yo, su figura me impresionó y más que nada la absoluta belleza de su cara. Era un tipo que no pasaba desapercibido. Pocos años mayor que yo, pero con mejor complexión. Y un magnetismo animal natural. El caso es que se me hacía extraño ver a un individuo como aquel, allí parado y sin que nadie más lo mirase de la misma forma en que yo lo hacía. Yo ya no pude atender nada más del concierto, incluso me he dado cuenta que he olvidado hasta el grupo que tocaba.

Él no parecía hacerme caso, se diría que no veía a nadie en absoluto, como si los demás no existiéramos; con su aire indiferente, distraído y distante. Estaba absorto en sus propios pensamientos, agitando su cabeza y su torso al son de la música machacona, mientras aliñaba un peta con los dedos de una mano. Yo no paraba de mirarlo y él ni se coscaba. Luego, en un cierto momento, sin saber cómo, al tiempo que expulsaba lentamente el humo entre sus finos labios, desapareció de mi vista. Así, de pronto. Fue como el auténtico truco de un mago, un hábil ilusionista que estuviera escarmentándome por mi insolencia. Estaba mirándolo muy fijamente, un solo pestañeo y ya no estaba.

Pero fue entonces cuando, después del primer instante de desconcierto, me pareció verlo. Mejor dicho, intuirlo. Fue una sombra, algo evanescente, una ráfaga rápida y leve, como un puntito o un centelleo de esos que te salen en los ojos. Pero en negro. En un inaprensible y fugaz negro, sin ninguna aparente consistencia. Un visto y no visto. Justo en aquel ángulo muerto que nadie observa. Se dice que donde no miramos, no vemos, ¿no? Pues el caso es que a mí me pareció ver… y ni siquiera me había dado tiempo a mirar…

Y justo en ese instante mis dudas se hicieron nada cuando volvió a aparecer a mi lado, dándome un buen susto. Cuando me dijo su nombre, Nadir (“Nadir O.”, dijo él), y sonrió, todo temor desapareció de mi cabeza. Al instante lo reconocí como alguien cercano e importante en mi vida. Ahí fue cuando me ganó. Y al ganarme…, fui yo el que perdí. Desde entonces, para mí fue como el torrente de sangre que me daba la vida. Tan cálido… y tan terrible…

- ¿Nadir O.? ¿Un nombre raro, no?

- ¿Has visto en mí algo que sea corriente, chaval?

Tenía razón, nada era normal ni corriente en Nadir. Conectamos pronto e inmediatamente supimos ambos que éramos imprescindibles el uno para el otro. Quizás él necesitaba de un espejo en el que mirarse, saberse y encontrarse perfecto; y yo alguien como él a quien admirar, siempre en segunda fila. Verdaderamente, éramos como polos opuestos que se atraen, la simbiosis perfecta... Ese tipo de parejas que de desigual parecen extranjeros el uno del otro a su vez.

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now