La torre de los amantes (parte 3)

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Pagó los veinte euros y salió de allí rauda y veloz dispuesta a hacer las maletas y prepararse para el viaje que pronto emprendería, unas cortas vacaciones de un fin de semana en casa de una pareja de amigos: Rudi y Mona. Mona había sido compañera de estudios y de trabajo de Laura, hasta que se casó, hacía ya tres años. Rudi y Mona no tenían hijos por decisión propia y de mutuo acuerdo, y se habían retirado a un imponente y apacible caserón en el campo, lo que suponía todo un mundo de dedicación exclusiva para Mona. Tampoco Mona había estado nunca muy contenta con el trabajo de publicista, así que en cuanto tuvo la ocasión, colgó sus hábitos, como se suele decir, y se dedicó a la dolce far niente. Una vida despreocupada y ociosa para pasarla junto a su marido, cuando él podía desatender sus negocios.

Muchas veces le habían sugerido a Laura que los visitara y esta última vez no pudo darles una excusa suficientemente convincente. Un día que la llamaron por teléfono se encontró sonrojándose por no saber qué decir ante su insistente invitación y no tuvo más remedio que aceptar. Quiso convencerse de que todo acabaría rápido. En el campo, pensó, siempre hay gente nueva que conocer, dar de comer a los animales o hacer una pequeña ruta a alguna garganta cercana o paraje idílico, actividades que te mantienen entretenida a la vez que te tonifica los músculos… No tuvo que hacer mucho más esfuerzo para autoconvencerse. A lo más, volvió de nuevo a sentirse igual o más ridícula aún por haber aceptado… ¡Qué idiotez!, pensaba. Mona era una chica estupenda y Rudi un ejecutivo de éxito que tenía negocios varios (eso es lo que Mona contaba de él) en el extranjero. Aunque, juntos, cansaban después de estar más de dos horas con ellos.

Pero ya no había remedio, allí estaba ella, volando a más de ciento veinte por hora por una carretera comarcal que evitaba el peaje, atravesando la campiña de Toledo, hacia la hacienda de sus amigos. Les habían mandado por carta las indicaciones para que pudiera llegar y habían colocado el sello de sus esponsales con lacre de un rojo intenso. Laura aprovechaba estas salidas para respirar un poco de aire limpio, limpio de la ponzoña en suspensión de las grandes ciudades. Por eso había salido de madrugada y por eso mismo cogió el camino de Caperucita, o sea, el más largo: para entretenerse viendo el paisaje y recibir la brisa fresca casi hasta el punto de ser insultante de la madrugada. La tierra estaba aún húmeda de lo que caía por la noche, pero a ella no le importaba abrir bien las ventanillas de su cuatro por cuatro y recibir directamente los efluvios del campo. Respirar a pleno pulmón le aguzaba el ingenio más que fumar la mierda que les traían sus amigos cuando iban de fiesta. Y sobre todo, no le dejaba el cuerpo como el estropajo. Su cerebro funcionaba ahora a más de mil por hora.

Sobre pasado ya el medio día, Mona y Rudi la recibieron sonrientes en la puerta de su casa. Ella reposaba su cabeza contra el pecho de su marido, los dos sonreían y por unos breves instantes cruzaron una mirada repleta del más tierno amor. La estampa era tan ideal que Laura estuvo a punto de devolver todo lo que fue comiendo por el camino mientras conducía, para no tener que parar. Descendió del coche y tomó la pequeña maleta que llevaba consigo para sus desplazamientos y estancias de corta duración. Y es que en esta ocasión, incluso, había llevado sólo lo más imprescindible, ningún lujo para donde iba. Mona se sorprendió, conociéndola. ¿Sólo traes eso…? Jajaja. ¡Hija, que no vienes a un convento de clausura...! Pero, bueno, no te preocupes que aquí tenemos de todo lo que te pueda hacer falta. ¡Gracias! –sólo pudo musitar Laura–. La maletita era pequeña, pero ella no era de complexión muy vigorosa que se diga.

¡Espera, mujer! –le dijo Mona –. Gumersindo te ayudará con la maleta. No te equivoques –le dijo a Laura, que vio con sorpresa y justo a su lado a un vejete sexagenario renqueante que cogió su maleta y se la llevó para adentro–, es nuestra mano derecha en la hacienda y no sabríamos qué hacer sin él. Además –dijo Mona sonriendo para quitarle importancia–, ya venía incluido en el lote cuando compramos la casa. ¿Y tenéis más… servicio? –preguntó Laura. Mona se rió de la sutileza de su amiga–. ¿Más servicio…?, no hija, no. Para la limpieza contratamos una empresa de trabajo temporal y la cocina, bueno, de eso me encargo yo la mayoría de las veces, como hoy, pero a menudo también recurrimos a un catering, sobre todo cuando invitamos a amigos para alguna fiesta.

Todavía le sorprendió más a Laura el hecho mismo de que Gumersindo apareciese allí mismo sin haberlo advertido, pero lo achacó a su eterno despiste. En cuanto desapareció el sirviente tras la puerta, se olvidó por completo de este detalle y no le dio más importancia. Prefería dudar de sí misma y no pensar que podía haber sido otro de los espectros del tío abuelo Sebastián. Ella podía creer en el destino, pero los fantasmas eran ya palabras mayores…

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now