La torre de los amantes (parte 4)

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Después de intercambiar besos y abrazos, sus amigos le mostraron su habitación y pudo asearse un poco y cambiarse así de ropa. La casa era en realidad los restos de un pequeño castillo medieval construido entre los siglos XII y XIII. Sólo el recibidor era tan grande como su modesto apartamento, pensó Laura, pero mejor iluminado, más limpio y decorado, por supuesto, con mejor gusto. Ninguno de sus propios muebles podría valer más que cualquiera de las pequeñas cajitas que se disponían en las mesas y estanterías por todas partes. Recordó que la mayoría de los muebles que tenía en casa los había recogido al lado de algún contenedor y restaurado con sus propias manos.

Caminando detrás de Gumersindo, y a su paso, Laura pudo fijarse bien en todo. Los pasillos de la casa de sus amigos eran fríos y largos como espadas bien bruñidas, pero igual de limpios y soberbios que las otras estancias por las que fue pasando. Llegó un momento en que le pareció estar en otra época, en otro lugar totalmente desconocido, trasportada a uno de sus sueños románticos de cuento de hadas. Por dentro, se trataba de un monumento histórico muy bien conservado en la mayor parte de los detalles: ricas cortinas, rinconeras de oro y cuadros con pátina…, cosas que Laura jamás había contemplado fuera de un museo. En su parte exterior, no obstante, le faltaban una buena cantidad de las almenas y de las cuatro torres que componían el diseño original, tan sólo una de ellas quedaba en pie. Ésta única torre había sido incluida con posterioridad en la misma planta que el resto de la casa, accediéndose a ella desde el interior de la vivienda.

Lo primero que proyectaron hacer cuando quedaron en reunirse en el hall fue dar una vuelta relajada por la hacienda para conocer los alrededores de la casa y así poder apreciar mejor su belleza. Hacía buen tiempo, el sol brillaba en lo alto con natural generosidad. Rudi y Laura llegaron a la vez, él dijo que Mona lo haría enseguida. El encanto del campo penetraba por cada poro del ser de Laura y ya casi empezaba a arrepentirse por haberse molestado en aceptar la invitación de sus amigos. Se sentía más viva que nunca, el campo siempre le había sentado bien a su cuerpo. Pensó una temporada en alquilar otro apartamento que tuviera aunque sólo fuera una mísera terraza o un simple balcón donde poner unas pocas macetas. Las sembraría de siemprevivas, pensamientos o margaritas. Siempre le habían gustado las margaritas, parecían soles diminutos que sonreían.

¿Te gusta la torre? –Rudi apreció que Laura la miraba con curiosidad. Le atraían los castillos y la vida que albergaban, las leyendas de otros tiempos y los amores de más de una dama que se habrían disputado señores y caballeros–. Pues sí, es preciosa, no me fijé bien cuando llegaba, pero ¿qué altura tiene? Unos veintitrés metros –dijo Rudi sin titubear, como sabiéndose la lección bien aprendida–, ¡es de las mayores de los alrededores! Aunque tampoco es que tengamos mucha compañía alrededor, en realidad, únicamente tenemos dos vecinos, uno a un lado y otro al otro. Y cada uno de ellos está a más de tres kilómetros de distancia. Como podrás apreciar, aquí se respira paz y tranquilidad.

¡He preparado algo para comer fuera! –dijo Mona, que se unió al grupo, mostrando una amplia sonrisa–. Improvisaremos un picnic al lado del estanque. Así podremos caminar un poco y, mientras, charlamos de nuestras cosas.

Gumersindo se quedó allí atrás, bajo el vano de la puerta principal, mirándolos alejarse con ojos vidriosos y la mirada como perdida. En verdad que daba grima aquel elemento sacado del túnel del terror.

A Laura le pareció bien caminar durante un rato y la conversación de la pareja era muy amena. Tenían muchas cosas que contarse, pues no se veían desde hacía unos meses. Laura y Mona volvieron a ser las mejores amigas, riendo de las mismas cosas, contando los mismos chistes que ya habían contado mil veces. De nuevo salió Alejandro en la conversación y Laura se sonrojó sin poder evitarlo. Mona también había estado en la fiesta donde Laura lo conoció y estaba, por eso, al tanto de su interés por él. La pareja se echó a reír al unísono cuando vieron la cara que puso ella. ¿Así que sigues enamorada…? –le quiso sonsacar su amiga–. Bueno, sí, pero no estoy muy segura de lo que él siente –contestó Laura–. Es más, le dije que este fin de semana vendría con vosotros y lo único que supo decirme es “¡Buen viaje!”. ¿Tú te crees…? ¡Buen viaje! ¿Y nada más, chico…? A veces pienso que no tiene sangre en las venas. Las mujeres, y no te ofendas Rudi que esto no va contigo, vivimos estas cosas de otra manera. Sentimos más, yo creo que amamos más, por lo menos estamos dispuestas a apostarlo todo, mientras los hombres siempre están calculando... ¿No crees tú, Mona? –su amiga la miró, asintiendo–. Sí, Laura, yo también lo creo así, por supuesto –le rodeó los hombros con sus brazos y le dio un fuerte y apretado abrazo–. Rudi pudo mirar a su mujer a los ojos. La complicidad que había entre ambos no pudo advertirla Laura.

Puro Terror (La Web del Terror)Where stories live. Discover now