56.

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En el segundo en el que Jade cruza su puerta, suelta mi mano y se abalanza sobre su padre para abrazarlo. Tras de el puedo ver a mi madre observar la imagen emocionada.

Edward me mira y me agradece en silencio por haber buscado a su hija cuando pidió ayuda. Sus oscuros ojos están ligeramente colorados y grandes lagrimones se concentran en ellos.

Puedo notar lo demacrado que se ve su rostro. Hace semanas no lo veía y el cambio en él es realmente notorio.
El cabello sin cortar, la barba crecida, el aspecto descuidado. Jamás lo había visto de esa manera.

—Nosotros estaremos en casa, si necesitan algo ya saben —dice Elizabeth cruzando aquella escena.

Edward pasa la mano por su brazo y asiente con su cabeza de forma agradecida, aún sin soltar a Jade que estaba aferrada su dorso.

Mi madre sale y tira de mi camiseta para que salga de ahí tras ella. Cuando cierra la puerta se aferra a mi.

—Gracias por encontrarla, no sé que hubiese sucedido si a Jade le hubiese pasado algo —solloza contra mi pecho.

Le doy un beso en la frente y me alejo un poco de ella.

—No pienses en eso. No ha ocurrido nada —la tranquilizo—, los adolescentes hacen esas cosas, yo lo hacía todo el tiempo ¿recuerdas? Y aún estoy aquí, contigo.

—Recuerdo cada una de las veces que escapaste y todas las pase como si estuviera en el mismo infierno. Ya estoy muy vieja para pasar por esto de nuevo.

Mi madre me suelta lentamente y seca su rostro con sus manos. Puedo sentir como me punza el pecho de dolor al verla. Ella no merecía nada de eso ¿por qué recién lo noto?

—Lo siento mamá —me encojo de hombros clavando los ojos en mis zapatillas negras.

—Vayamos a casa —dice tomando mi barbilla entre sus manos—. Hoy te ves distinto.

—¿Distinto como?

—Te brillan los ojitos, estás más guapo, hasta siento que estás más alto.

Me echo a reír.

—¿O será que no comiendo bien y estás más delgado? —palpea mi estómago como si de esa forma pudiese notar algo—, ven, vamos, te prepararé algo.

Niego divertido.

—No tienes que preparar nada, faltan horas para la hora del almuerzo, no tengo hambre.

—Te haré una de esas tartas de fresas que te gustan.

Sonrío y alzó mis cejas convencido, mi madre ve la luz verde para entrelazar su brazo con el mío llevándome casi a rastras hacia la casa.

Cuando entramos alzo mis cejas en su dirección.

—¿Quieres prepararme algo de comer o quieres mantenerte distraída hasta que Jade y su padre terminen? —cuestiono entrando en la cocina detrás suyo.

Mi madre apoya sus manos sobre el mesón en el que acabo de sentarme y me dedica una mirada cansada.

—Un poco de ambas —admite—, ayer pasé un día fatal con su padre.

—¿Fue tan malo? —pregunto estúpidamente.

Que yo no haya tenido muchos problemas con la niña fue solo porque digamos... estuvimos algo ocupados y la niña no tuvo tanto tiempo para martirizarse. Pero ese no iba a ser el mismo caso de su padre. El pobre seguramente estaría histérico.

—Edward pasó una noche terrible... —su cara se afligió al pensar en el—. Lo que no parece tu caso. Tú y la niña se veían bastante frescos, demasiado diría yo.

El color de la inocenciaWhere stories live. Discover now