24.

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Ethan y James.


—Creemos que esta vez respetarán el trato —me avisó Jason entrando por la puerta del viejo y feo departamento en el que había conseguido para pasar unos días.


Jordan entro tras el con el semblante serio.

Me senté de un brinco en el sofa que había y me acomode para mirarlos mejor. Jason tomó un banquillo y lo acerco a rastras hasta ubicarlo frente a mí y sentarse, Jordan por otro lado me observó parado.

—¿Qué pasó? —pregunté.

—Mientras menos sepas tú, mejor —gruño Jordan.

—Quiero saber —demande. Jason me dedicó una mirada de alerta sin embargo insistí—. Dime.

Jordan endureció su rostro.

—Le di el dinero —respondió tratando de mantener la calma.

—¿Por qué hiciste eso? Siguen buscándome para asesinarme ¿y tú les pagas? —frunci las cejas.

Jason se paró tajante.

—No podemos arriesgarnos a empezar una guerra que no va a terminar bien.

—¿Cómo saben que no vendrán por mi de todas maneras? —levante la voz nervioso—. ¡Ya habían hecho un trato con ese tipo y ahora estoy aquí porque sigue buscándome! ¡¿Y ustedes solo deciden darle dinero?!

Me puse de pie frustrado y de un momento a otro la mano de Jordan tiró del cuello de mi camiseta. Busque con la mirada a Jason quien me dedico una mirada de -tu lo provocaste-.

—¿Qué pretendes tú, eh? —escupió con la voz ronca—. ¿Acaso piensas que nosotros trabajamos para ti? ¿Que decidirás cuál será la forma en la que arreglaremos la cagada que tú te mandaste?

Quise empujarlo y soltarme pero Jason me advirtió con un gesto que no lo haga. Sabía que Jordan me destrozaría si siquiera lo toco.

Jason apreta débilmente su brazo para que me suelte y el lo hace después de sacudirme y dejarme caer sobre el sofá.

Me acomodo la playera molesto.

—Si no intentamos negociar con ellos, te matarán. Nos superan en número y son gente muy pesada.  —dice ahora Jason.

—Tú solo tienes que cerrar la boca y agradecer que estás vivo.

Jordan sale de la habitación golpeando la puerta.

—No es nuestro trabajo estar siempre tras de tí, tiene razón en ponerse así—hablo su hermano—, no agotes su paciencia.

—Nunca les he pedido nada —me quejo.

—James...

—No —le interrumpí—, no me des un sermón, no sirves para eso.

Jason acomodó su cabello frustrado.

—Lo que hiciste fue una estupidez.

—¿Qué sabes de lo que hice?

—Sé todo Jamie, sabemos todo —suspiro pesadamente—. Somos tus hermanos.

Sus palabras hicieron revolver mi estomago.

—No lo son —escupo con rabia.

Jason se rió burlón de una forma que hizo que quiera romper su nariz.

—Sigues siendo un crío.

Gruño y me dejó caer en el sofá.

—Y tú un hijo de...

El color de la inocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora