Capítulo 32: No puedo hacerte daño

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—Perdóname, por favor. Yo creí que podía dejarte decidir lo que querías hasta que vi de lo que él es capaz. Lo subestimé. Es mi hermano, no lo creí capaz de ser... la bestia que es. No creí que... Me niego a volverte a poner en una situación así.

—¡No! ¿No has entendido nada de mí? Puedo vivir una vida larga reprimiendo lo que deseo, siendo infeliz, siendo lo que ellos quieren que sea; o puedo jugarlo todo a vivir al máximo el tiempo que pueda. Yo necesito, de verdad necesito, poder decidir anteponiendo lo que yo quiero a lo que se me permite hacer. Y tú, Orión Enif, eres el único hombre que quiero en este miserable reino. No puedes... No puedes hacerme esto.

—De verdad, Aquía... Perdóname. —Se volteó para no mirarme, sus ojos en la pared para que tampoco viera su reflejo—.  Antes era distinto. Eras una Vendida, estabas en lo más profundo de la escala del poder y los derechos humanos, solo por encima de las prostitutas. Lo que hacíamos te daba la libertad que te había sido negada, yo amaba darte eso. Verte elegirme fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero ahora tienes opciones, y yo no puedo ser el maldito que te ponga una soga en el cuello cuando te acabas de librar de un destino peor que la horca.

—¿Esto es todo? ¿Me proteges? Porque siento que me estás atando una soga en la garganta. —Las palabras me estrangularon una a una mientras salían—. Después de lo que pasó en el juicio creí que jamás te perdería.

—Es justamente por eso que he tomado esta decisión. Porque ese día en el juicio estaba seguro de que iba a perderte para siempre.

Me sequé con ira las lágrimas de la cara.

—Bien. ¿Ni siquiera puedes olvidar esa estupidez solo por hoy?

—¿Qué dices, Aquía? ¿Vale la pena para ti sabiendo que mañana seremos desconocidos?

—Vale la pena porque nunca serás un desconocido para mí, Orión. Y te puedes mentir, y jugar a que eres mi héroe, pero yo jamás voy a salir de tu cabeza y lo sabes. Ni yo, ni las promesas que nos hicimos en silencio en el juicio.

—Lo sé, pero tendremos que aprender a vivir con eso porque que vivas es lo único que importa. —Se encogió de hombros—. ¿Qué quieres hacer?

Empecé a deshacer los nudos de mi vestido con las manos a mi espalda.

—¿Qué... haces?

Dejé caer todo ese montón de tela al piso. Mi reflejo se veía desgarrador y provocativo, tanto como para atraer y repeler al mismo tiempo. Mi ropa interior de encaje negro hacía que mi palidez resaltara. Mis senos estaban hinchados por la proximidad de mi periodo, parecían a punto de hacer explotar mi sostén que en situaciones normales me quedaba perfecto. Mi larga crineja estaba colocada en el espacio entre mis clavículas que resaltaban tanto como los huesos de mis caderas, pero mis ojos tenían una provocación iracunda, como si dijera "acércate, que voy a matarte".

—Aquía... no es momento.

—¿Perdona? Estamos en un baño, yo no estoy haciendo nada fuera de lugar. Se supone que las personas en los baños... se desnuden.

Orión se mordió los labios sin poder contener una sonrisa.

—Me vas a llevar a la demencia, ¿lo sabes, no?

Me encogí de hombros y caminé hasta el amplio recuadro lleno de agua del suelo. Sin quitarme los tacones me senté en el borde, metí un pie y luego el otro hasta quedar cubierta por el agua tibia hasta el borde del brasier. Miré a Orión, la sonrisa era más amplia que su rostro. Podía oír el escándalo de su batalla mental. Notaba cómo tragaba en seco, cómo se atragantaba con su propia respiración mientras decidía si en ese preciso momento quería ser el sereno pegaso protector, o si prefería ser Orión, el cazador, y lanzarse detrás del águila que lo tentaba.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora