Capítulo 6: Mi elección

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—¿Terminaste? —preguntó mi doncella a la entrada del cuarto de baño

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—¿Terminaste? —preguntó mi doncella a la entrada del cuarto de baño. Tenía una toalla en sus manos a espera de mi cuerpo húmedo.

Ella había entrado en mi alcoba temprano para entregarme el desayuno; constaba de pan, yogurt y ensalada de frutas acompañado de un vaso frío de jugo de mango de las cosechas de Hydra. La bandeja llegó junto a una nota con el sello real del escorpión y en ella se plasmaban unas palabras genéricas que me deseaban un alegre despertar junto a una única instrucción: que estuviese arreglada antes del mediodía. No hubo aclaratorias.

Luego de comer, mi doncella me preparó un baño humeante, inundado de espuma como un cielo alegre por la compañía de las nubes, y aromatizado con girasoles de los campos de Hydra que eran conocidos por su particular composición cítrica y potente; esas gigantes flores amarillas eran muy codiciadas por los fabricantes de perfumes más celebres ya que sus fórmulas solían contener de esos pétalos en mayor o menor medida.

Restregaba mi piel con esmero y pasión porque en el fondo de mí mantenía, aunque encadenada para que luego no diera paso a la decepción, la idea de que ese día conocería al príncipe maldito. Pero llegó el momento en que las burbujas se extinguieron, la espuma se fusionó con el sucio de mi cuerpo y mi piel se acostumbró al calor que la abrazaba: señal inequívoca de que el baño había llegado a su fin.

—Sí, ya salgo —respondí a mi doncella.

Ya en el recibidor de mi habitación dejé que ella me secara y envolviera en la toalla para conducirme, todavía sin vestir, por medio del pasillo al gran armario. Una vez ahí me senté junto al espejo y la dejé arreglar mi cabello.

—Han pasado días —comenté mientras el cepillo barría mi cuero cabelludo—. ¿Suelen tardar tanto los Compradores en hacer acto de presencia?

—No lo sé, mi Lady. —Seguía sin acostumbrarme a dicho título, pero a ella nunca le dije nada al respecto—. Los hombres son todos raros, y el suyo más.

Sus palabras me hicieron gracia, indicaban posesividad, un derecho exclusivo de los hombres. No había, y no podría haber nunca, nada parecido a alguien «mío».

—Pero… algo debes saber de los Compradores menos… excéntricos, ¿no?

—Usted lo ha dicho, mi Lady, el príncipe Sargas es excentricidad pura, hace las cosas a su modo. Ni su padre lo consigue… predecir. En general los Compradores están ansiosos por usar su nueva adquisición, no había oído de ninguno que esperara para usarla, pero tampoco he oído de ninguno que le ponga doncellas a sus Vendidas, por lo general ellas terminan siendo una, pero para la nobleza.

—¿Qué sabes de él? De mi Comprador, digo —pregunté cada vez más intrigada por el tema.

—Pocas cosas sé de su hermano, y es el hombre que pagó por mí hace diez años.

—¿Eres la Vendida de Antares?

Observé en el espejo cómo sus cejas amarillentas se elevaron sin comprender, luego regresó sus dedos a maniobrar sobre mi cabellera oscura y con toda la paciencia que la caracterizaba se dispuso a explicarse.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora