Prefacio

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Dieciocho años antes

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Dieciocho años antes.

La sangre seca todavía manchaba la carne entre sus piernas hasta las rodillas: una criatura a la que solo vería un vez acababa de desgarrarla por dentro para cobrar vida, y ese no iba a ser el único daño que le haría.

Escuchó el llanto alejarse como si lo oyera desde la profundidad del océano; y de igual forma se sintió asfixiada, mirando a su alrededor sin ver nada. Todo su entorno estaba tan difuminado como sus adormecidos pensamientos. Las próximas palabras que distinguió tuvieron que gritárselas tres veces.

—¿Qué? —preguntó, presa de la negación.

La ayudante de partera, que además era la Vendida de su marido y su mejor amiga, le apretó la mano como si quisiera traspasarle sus fuerzas.

—Que sí. Lo lamento.

La mujer quiso llorar pero un chillido se atascó en su garganta y el llanto no llegó a su boca. Necesitaba escucharlo de verdad, sin eufemismos: que le anunciaran la realidad tal cual era.

—Dímelo bien —rogó.

—Es una niña. Lo lamento muchísimo.

Entonces sí fue incapaz de contenerse. En la boca se le impregnó un sabor a sangre gracias a que sus dientes estaban clavados con fuerza sobre sus labios mientras las lágrimas salían con violencia de sus ojos.

—No es verdad, tiene que ser mentira. Ve y asegúrate, tal vez viste...

—Lo siento, Cass. Es cierto.

—¿Dónde está? ¿Ni siquiera podré verla? Anneliese, haz algo. No dejes que se la lleven, yo no quería esto... Lo hice porque la ley solo me permite acostarme con mi esposo si es para... para esto, y ahora que pasó no puedo creer que vayan a quitármela. —Los labios le temblaban y sus ojos reflejaban el dolor de un cachorro herido—. Sabes todo lo que sufrí y ahora... ¿No sirvió para nada?

—No, no, no digas eso. —Annelise le apretó ambas manos, ahora más fuerte, y la miró con determinación a los ojos—. No digas que fue para nada. Eres una guerrera, todo lo que has atravesado tiene que valer.

—¿Cómo, Anne? ¿A caso...? ¿A caso podré verla? ¿Hablarle? ¿La podré cargar alguna...?

Pero no pudo continuar, de nuevo se deshizo en un llanto lastimero que hacía sentir impotente a la pobre Annelise que no sabía cómo ayudar. Ella jamás comprendería su dolor porque nunca le permitirían aquel proceso que por derecho y por ley le pertenecía únicamente a la esposa.

—Te conseguiremos un buen trato —juró con convicción—. Haré lo que sea, moveré lo que haya que mover para que te den lo equivalente a todo lo que has atravesado. Y además —dijo antes de que la otra replicara—, haré que se la lleven a Ara. En la capital estará mejor. Cuando llegue el día de su Compra, aunque paguen por ella el menor precio, será mejor que cualquier destino aquí en Cetus, tierra de pordioseros sin aspiraciones.

Vendida [YA EN LIBRERÍAS] [Sinergia I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora